jueves, 2 de noviembre de 2023

Recordar a nuestros difuntos como encarar el hecho de la muerte nos lleva a asumir un nuevo camino de esperanza en el deseo de vivir en Dios para siempre

 


Recordar a nuestros difuntos como encarar el hecho de la muerte nos lleva a asumir un nuevo camino de esperanza en el deseo de vivir en Dios para siempre

Apocalipsis 21, 1-5a. 6b-7; Sal 24; Filipenses 3, 20-21; Juan 11, 17-27

¿Será la muerte una mala jugada que nos hace la vida? Llega un momento en que tenemos que poner punto final a lo que hacemos o a lo que vivimos; unas veces de forma inesperada, una muerte repentina, un accidente, siempre sin que realmente lo deseemos, por muy abrumados que nos veamos en la vida siempre queremos seguir viviendo, otras veces tras dolorosa enfermedad llena de sufrimientos; pero no solo para quien sufre la muerte, por así decirlo, sino también para cuantos rodean a quien ha fallecido, se trastocan los planes, cambian muchas cosas en ese mismo ritmo de vivir, es el desconsuelo, el dolor de la separación, las incertidumbres que se producen en el interior, las preguntas que parece que no tienen respuesta. Pero esa es la realidad.

Pero, ¿podemos seguir manteniendo lo de la mala jugada con que comenzamos la reflexión? ¿No habrá ninguna respuesta? ¿Todo se queda en incertidumbre y en dolor? ¿Llegaremos a pesar que la vida es algo más que eso que vivimos – valga la redundancia – los días que nos toque vivir?

La fe viene a darnos respuestas; la fe viene a poner esperanza en el corazón; la fe es un rayo de luz que nos puede hacer ver las cosas con una nueva claridad. La fe nos hace mirar a Jesús quien nos dijo que ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. La fe nos hace volvernos también a Jesús con nuestras preguntas, con nuestros dolores, con nuestros vacíos, con nuestro dolor.

Aquellas mujeres de Letanía habían puesto su fe en Jesús, e incluso cuando su hermano Lázaro enfermó, le mandaron recado a Jesús. Pero Jesús no había venido; llegó cuando Lázaro llevaba cuatro días enterrado. Es la queja de Marta y la queja también de María después. ‘Si hubieras estado aquí…’ Como nuestras quejas y nuestras lágrimas. ¿Qué podemos hacer si tú no estás con nosotros? Como tantas otras preguntas que nos hacemos desde ese vacío que sentimos por dentro. ¿Tendremos que ponernos de nuevo a los pies de Jesús como María de Letanía para escucharle?

Y Jesús habla de vida y de resurrección; Jesús les habla de fe y de la esperanza que no puede faltar en el corazón. Como más tarde les dirá a los discípulos reunidos en el cenáculo que El se va para prepararnos sitio, porque quiere que estemos con El siempre, que donde esté El también estemos nosotros. Como nos había dicho un día que teníamos que comerle a El para tener vida para siempre, porque quien come su Carne y bebe su Sangre El lo resucitará en el último día. Como nos hablaba de un banquete de bodas sin fin al que estamos invitados, donde ya no habrá luto, ni llanto, ni dolor, sino que todo será vida sin fin.

Sí, creemos que El es la resurrección y la vida y que creyendo en El no moriremos para siempre. Nuestro cuerpo un día se consumirá, pero nosotros somos algo más que un cuerpo material. Hay espíritu en nosotros y cuando nos dejamos inundar plenamente por el espíritu de Dios, nos llenaremos de la vida de Dios, viviremos en Dios, y estaremos participando de ese banquete eterno del Reino de los cielos. Decimos reino de los cielos, porque en nuestro modo humano de hablar tenemos que emplear un lenguaje, pero es decir que estamos en Dios y en Dios para siempre.

Cuando nos dejamos iluminar por la fe, cuando somos capaces de sentarnos a los pies de Jesús para escucharle como María de Betania, todo adquiere otro sentido y aunque nos queden los desgarros humanos en la separación por la muerte de los seres queridos, nuestro pensamiento se llena de esperanza y en esa esperanza comenzamos a tener un gozo nuevo, porque si están con Dios, que es infinito en su misericordia, ¿por qué vamos a llorar desconsolados? ¿Por qué nos vamos a dejar embargar por la tristeza? Si nuestra fe nos hace sentirnos unidos a Dios, nos sentiremos unidos también a esos seres queridos que están en Dios, y eso nos llena de esperanza y aparece una nueva alegría en nuestro corazón.

Es el sentido con que hemos de vivir el recuerdo de nuestros seres queridos difuntos, y el sentido que le hemos de dar a esta conmemoración que en este día celebramos. No es para la tristeza sino para que se abra ante nosotros un camino de esperanza, un camino que nos hará vivir también con un sentido nuevo nuestra vida, porque un día también deseamos estar en Dios para siempre.

No es una mala jugada sino una manera nueva de enfrentar la vida sabiendo de la realidad de la muerte, porque siempre esperamos una vida sin fin.

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