lunes, 30 de octubre de 2023

Nos sobran cartelitos que nos señalan horas y días para atender a quien lo necesita, porque nos está faltando amor y sensibilidad en el corazón

 


Nos sobran cartelitos que nos señalan horas y días para atender a quien lo necesita, porque nos está faltando amor y sensibilidad en el corazón

Romanos 8,12-17; Sal 67; Lucas 13,10-17

Toda hora es propicia para hacer el bien. Para eso no hay horarios ni protocolos, solo hace falta amor, sensibilidad del corazón, ojos abiertos, pies dispuestos para caminar y manos abiertas para derramar ternura.

Es cierto que la sociedad se organiza, se traza sus propias pautas, normas y protocolos, pero de una vez por todas tendrían que caerse los cartelitos que nos dicen ‘se atiende de ocho a tres’. Cuando hay amor nos sobran esas pautas y tendremos tiempo para todo. Y nuestra mano siempre estará tendida.

Es cierto que no es fácil. Porque seguimos con lentes oscuras en nuestros ojos, seguimos en un circulo cerrado con un espejo donde parece que solo nos vemos a nosotros mismos, Siguen pesándonos muchas cosas en el corazón, muchos apegos de los que no sabemos desprendernos; nos parece que los únicos de confianza somos nosotros y por eso no sabemos poner nuestra confianza en los demás a los que vemos siempre con prejuicios.

¿Por qué me estoy haciendo esta reflexión? Parece que en aquella sinagoga de la que nos habla hoy el evangelio sí había un cartel para que fueran a pedir el don de la curación en determinados días, de los que siempre estaría excluido el sábado. ‘Hay seis días para trabajar, dice el jefe de la sinagoga, vengan esos días para que os curen’. No soportaba que Jesús hubiera curado a aquella mujer encorvada el sábado cuando se habían reunido en la sinagoga para rezar y para escuchar la ley y los profetas. ¿Estaban reñidas esas cosas con la curación de aquella mujer?

No os importa quitar el bozal al buey para que pueda comer o se le pueda llevar a beber agua, pero no se puede liberar a aquella mujer de aquel mal que padecía. ¿Qué era lo más importante? ¿A quien se tendría que dar prioridad? Pensemos seriamente en las prioridades que nos ponemos en la vida. Y Jesús los deja callados.

Pero eso nos interpela. También pasamos de largo nosotros ante quien nos tiende una mano con una súplica porque llegamos tarde a Misa. También nos justificamos que ya hacemos nuestras limosnas por unos cauces más oficiales, pero no sabemos detenernos para ver y para escuchar, para mirar a los ojos del que está frente a nosotros y mirarnos menos al espejo de nuestro yo. Siempre llevamos prisa. Nos cuesta detenernos a escuchar. No nos interesamos por lo que pueda estar pasando la otra persona. Nosotros nos sentimos bien abrigados y calentitos. En cuantas cosas tendríamos también que detenernos a pensar.

¿Llegará de verdad a dolerme el alma con todo esto que estoy reflexionando y me tendría que hacer pensar? Lo pensamos un momento y pronto lo olvidamos. Seguimos con lo nuestro, con nuestras rutinas, con las cosas que tenemos que hacer… pero dejamos que aquella mujer encorvada, como nos dice hoy el evangelio, siga con sus limitaciones, con sus carencias o deficiencias. ¿No llegaremos a sentir dolor y amargura en el corazón? No terminamos de ponernos en el lugar de la persona que sufre, seguimos mirando a distancia. ¿Se moverá nuestro corazón algún día?

También quizás tendríamos que preguntarnos si no hay demasiados carteles de horarios en la comunidad cristiana.

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