sábado, 12 de diciembre de 2020

Con el espíritu y poder de Elías contemplamos a Juan y queremos caminar caminos de fidelidad

 


Con el espíritu y poder de Elías contemplamos a Juan y queremos caminar caminos de fidelidad

 Eclesiástico 48, 1-4.9-11b; Sal 79; Mateo 17, 10-13

Recordamos que cuando Jesús se transfiguró en el Tabor aparecieron en gloria junto a Jesús transfigurado Moisés y Elías. Signo e imagen de la ley y los profetas, fundamento de la fe judía viene a ser como una confirmación que Jesús era el anunciado por los profetas a quien todo el pueblo de Israel esperaba como Mesías Salvador.

El texto del evangelio que hoy se nos propone cronológicamente es continuación de este episodio de la Transfiguración a la bajada del Monte Tabor. Quizás desde la impresión de lo allí vivido surge el tema del profeta Elías que en el pensamiento de los maestros de la ley judíos, por algo que había dicho un profeta, se esperaba su pronta venida. Recordamos que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego en la presencia de Eliseo. Pero Jesús viene a decirles que si saben hacer una lectura creyente de la historia y de la vida Elías ya ha venido. Los discípulos comprenden que Jesús está haciendo referencia a la figura de Juan Bautista. Precisamente el ángel que anunció a Zacarías el nacimiento de Juan había dicho que vendría con el poder y el espíritu de Elías para preparar un pueblo bien dispuesto para la llegada del Mesías.

Es el mismo ardor de Elías el que contemplamos en el Bautista en sus anuncios allá junto al Jordán en el desierto. Elías el gran defensor de la verdadera fe de los israelitas frente a los baales que presentaban como dioses copiándose de los pueblos paganos cercanos a Israel. Por esa fidelidad mucho tuvo que sufrir el profeta hasta que siente también en una teofanía muy especial allá en el Horeb la presencia y la fuerza de Dios que estaba con él. Con un fuego grande en su corazón – hay hermosas imágenes de ese fuego en la Biblia en referencia a Elías – se enfrenta a los adoradores de los falsos dioses y a quienes quieren imponer esa idolatría en Israel. Fue un gran profeta, un hombre de Dios, que supo hacer presente a Dios en medio del pueblo.

Cuando ahora nosotros estamos haciendo este camino de Adviento y van apareciendo ante nosotros figuras como la de Elías y los demás profetas y finalmente Juan el Bautista, hemos de saber escuchar esa voz de los profetas, esa llamada a la fidelidad de nuestra fe, que al mismo tiempo tenemos que purificar de tantas rémoras como se le han ido adhiriendo.

Mezclamos demasiado nuestra vida que decimos de creyentes y cristianos con muchos apegos en el corazón que convertimos en dioses de nuestras vidas. Y digo que los convertimos en dioses de nuestras vidas porque parece que sin esas cosas nuestra vida no tuviera valor ni sentido. Será el dios del dinero o del poder, el dios de nuestras comodidades y rutinas que nos vuelven superficiales, excesivamente sensuales y materialistas tantas veces. Pareciera que el dios de nuestra vida es el pasarlo bien y disfrutar de todo sin medida, el placer por el placer, el egocentrismo de nuestra vida que nos hace egoístas e insolidarios, y así tantas cosas.

Son esos baales que vamos metiendo en nuestra vida; son esas rémoras de las que tenemos que liberarnos para poder navegar con entera libertad; sabemos que las rémoras son todas esas materias que se van como pegando en la quilla del barco y que le impiden una navegación fluida porque le sirven como de freno. Es la invitación que escuchamos de los profetas, es la invitación fuerte que nos hace el Bautista, es el camino de superación y crecimiento que hemos de ir haciendo.

 

viernes, 11 de diciembre de 2020

Si no abrimos el corazón a la Palabra de Dios tenemos que preguntarnos qué es lo que realmente vamos a celebrar en Navidad

 


Si no abrimos el corazón a la Palabra de Dios tenemos que preguntarnos qué es lo que realmente vamos a celebrar en Navidad

Isaías 48, 17-19; Sal 1;  Mateo 11, 16-19

Mientras en la vida no vamos adquiriendo un cierto grado de madurez andamos algo así como inestables en nuestros deseos y en nuestras decisiones; decimos que somos niños que no sabemos lo que queremos, hoy nos sentimos deslumbrados por algo nuevo que vimos, una persona nueva que conocimos y todo son maravillas y no hacemos sino hablar de eso nuevo que hemos encontrado y que nos ha gustado no sabiendo apreciar, por ejemplo, que cosas más hermosas tenemos más cercanas a nosotros ya fuera en la familia en la que vivimos, ya sean las cosas que están en nuestras manos y tenemos oportunidad de realizar. Pero nos encandila lo nuevo, pero si mañana vemos o encontramos otra cosa igualmente nos iremos tras ella porque es la maravilla que estaba oculta y que ahora tuvimos la suerte de encontrar.

No digo que hemos de tener capacidad de sorpresa, porque eso nos ayuda en la vida, nos hace encontrar muchas cosas buenas, crea ilusión en nuestro corazón, pero la persona madura no se encandila ante cualquier novedad sino que sabe apreciar y admirarse por eso sencillo que quizás trae entre manos o que encontramos en esas personas más cercanas a nosotros como es la familia a la que por el contrario muchas veces denostamos.

Tenemos que saber ser más reflexivos en la vida, irle dando poco a poco una estabilidad a nuestras emociones y no dejarnos arrastrar como veletas por el primer viento que resople a nuestro lado. Son los caminos de madurez que hemos de irle dando a la vida, es la madurez de la que hemos de ir revistiendo nuestra fe, con la que tenemos que fortalecer nuestra fe y se conviertan en verdaderos cimientos de nuestra vida cristiana.


Hoy en el evangelio Jesús nos propone el ejemplo de los chiquillos que juegan en la plaza, que no terminan de ponerse de acuerdo ni siquiera en sus juegos para pasarlo bien, sino que en un momento están de cara a lo que se propone como al momento siguiente le dan la espalda. Y nos dice Jesús que no seamos así; se queja de su generación que ni terminaron de aceptar a Juan al que al principio parecía que todos admiraban pero que luego lo consideraban duro y exigente, y no ahora aceptan al Hijo del Hombre, es decir, no lo aceptan a El, a quien ven cercano pero que por eso mismo como dice en el evangelio lo consideran como un comilón y un borracho, porque come con todos.

Pero todo esto es para que nos miremos a nosotros mismos y sepamos encontrar la verdadera sabiduría como nos está sugiriendo Jesús. Hemos de reconocer que habitualmente somos muy superficiales en nuestras convicciones y en nuestros compromisos desde nuestra fe. Nos falta esa sabiduría del Espíritu.

Me viene a la mente el recuerdo – y esto ha sido con más de una persona – de alguien que un día te encuentra y te dice que ahora sí ha encontrado la fe, que ahora se ha encontrado con el evangelio y sí vive su fe en Jesús como su salvador; era una persona que conocíamos por su frecuencia en asistir a la Iglesia, pero que de la noche a la mañana se encontró con alguien que quizá llego a la puerta de su casa y le ofrecía la Biblia como salvación para su vida, y con ellos se fue. Yo le preguntaba ¿y no tenías la Biblia cuando estabas en tu Iglesia, cuando oías la proclamación de la Palabra cada vez que venias a Misa? No, es que ahora es distinto, yo la leo, la interpreto, escucho las explicaciones que me dan, y le insisto, y ¿quién te impedía que leyeras la Biblia cuando estabas en tu Iglesia de siempre? ¿Qué hacías cuando el sacerdote te la explicaba en la homilía? Andaba en otras ondas, no prestaba atención, de antemano iba con la convicción de que aquello era aburrido y más se aburría porque no prestaba atención, no se había molestado en leer nunca en su casa al menos el evangelio.

Comento esto así con este detalle porque mucho de eso nos pasa a la mayoría de los que vamos a la Iglesia. No escuchamos, no prestamos atención, no somos capaces de detenernos a leer de nuevo el evangelio cuando llegamos a casa para rumiarlo de nuevo y meterlo hondo en la vida, somos de los que ya vamos cansados y aburridos a las celebraciones y así nos salen de monótonas y frías por mucho que el sacerdote quiera animarnos y busque mil recursos para hacernos reflexionar, para hacernos llegar la Palabra de Dios a nuestra vida.


Este camino de adviento que estamos haciendo ha de ayudarnos a hacer ese parón que necesitamos en la vida para abrir de verdad nuestro corazón a la Palabra de Dios. Si no lo hacemos así, ¿qué es realmente lo que vamos a celebrar en la navidad? ‘La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros’, vamos a escuchar repetidamente. No nos preocupemos tanto de que por las circunstancias vamos a tener una navidad distinta. Será distinta si en verdad vamos a vivir que la Palabra de Dios habita entre nosotros. Aunque no haya comidas y luces será en verdad navidad.

jueves, 10 de diciembre de 2020

El camino del esfuerzo y de la superación no es un camino fácil porque mucho tenemos que negarnos a nosotros mismos para alcanzar las altas metas que se nos proponen

 


El camino del esfuerzo y de la superación no es un camino fácil porque mucho tenemos que negarnos a nosotros mismos para alcanzar las altas metas que se nos proponen

Isaías 41, 13-20; Sal 144; Mateo 11, 11-15

No es lo mismo actuar con violencia para conseguir algo, para arrebatar aquello que queremos que quizás esté en posesión de otra persona, que hacernos violencia a nosotros mismos para alcanzar aquello que deseamos y que tanto nos cuesta.

Violencias hay demasiadas en la vida y sabemos que la violencia por si es muerte. La violencia, sea cual sea la forma de violencia que empleemos está siempre dañando algo, dañando a alguien. Cuando hablamos de violencia pensamos casi como de entrada en la violencia física, pero muchas veces la expresamos con palabras, pero la podemos expresar también con nuestros gestos y con nuestras actitudes la violencia en si misma es camino de muerte, es signo del mal, manifiesta el no respeto, con ella decimos que no nos importa la vida, sino lo que son nuestras propios intereses que pueden ser lo que consideramos nuestras ganancias o nuestras cuotas de poder que nos pueden llevar a la manipulación de los demás.

Pero hemos comenzado nuestra reflexión contraponiendo dos cosas aunque el término violencia ande por medio aunque nos damos cuenta que le damos distinto significado. Hablábamos de hacernos violencia a nosotros mismos y eso puede significar el esfuerzo por superarnos, por crecer, por arrancar de nosotros las malas hierbas que nos lleven a la muerte. Por eso decimos hacernos violencia, o lo que es lo mismo esforzarnos para alcanzar altas metas, para conseguir unos objetivos, para estar por encima de todos esos signos de muerte que tantas veces se  nos meten en la vida.

Hoy en el evangelio nos aparece casi por primera vez en este camino de adviento – salvo la breve aparición del domingo – la figura de Juan Bautista, para recibir por una parte la mayor alabanza de labios de Jesús, pero para decirnos cómo el reino de Dios sufre violencia desde la aparición de Juan, pero solo los esforzados serán capaces de alcanzarlo.

Por una parte, como decíamos la alabanza de Jesús. Nacido de mujer no hay nadie mayor que él. La grandeza de Juan está en su misión de ser el Precursor del Mesías, del que venía delante a preparar los caminos del Señor, de ser aquel que habían anunciado que vendría como un nuevo Elías para preparar para el Señor un pueblo bien dispuesto.

Lo contemplamos en toda su austeridad y pobreza, vestido de piel de camello, ceñido con un cinturón como el que está en plena tarea, pero alimentándose pobremente de solo lo que en aquel desierto pudiera encontrar, saltamontes y miel silvestre. Sus palabras son duras y exigentes para todos aquellos que se acercan a escucharle, porque tendrán que despojarse de todo para meterse en el Jordán. Aquel bautismo penitencial que administraba a quienes le escuchaba eso venia a significar, el camino de conversión que habrían de realizar. Así se lo señalaría a los que acudían a él y yo lo escucharemos próximamente.

Se hace violencia a sí mismo y es a lo que invita a aquellos que le escuchan, porque preparar el camino del Señor exige esfuerzo, superación, cambio radical en la vida. No podemos andar a medias tintas, sino que el camino ha de ser exigente con uno mismo. Pedirá honradez en la vida y en los trabajos, como escucharemos, pedirá autenticidad en aquello que hacemos porque no nos podemos quedar en apariencias, pedirá desprendimiento total para compartir, pedirá escuchar radicalmente la voz que nos invita a convertirnos para poder sembrar la Palabra en nuestras vidas.

No son cosas fáciles. Esa exigencia por así decirlo nos llevará a la sangre en nosotros mismos en tantas cosas que tendríamos que saber sacrificar. Es la violencia que sufrimos en nosotros para no ser violentos con los demás. Como solemos decir nos mordemos la lengua para no hablar, para no dañar con nuestras palabras; como nos dirá Jesús arránquete el ojo que te lleva al pecado, córtate la mano con la que haces violencia a los demás, que más te vale entrar ciego, cojo o manco en el Reino de los cielos, que quedarse fuera donde es el llanto y el crujir de dientes, como se nos dirá en el evangelio. Es el camino que nos lleva a la verdadera paz.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

Los que confían y los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan porque el Señor es nuestra paz

 


Los que confían y los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan porque el Señor es nuestra paz

Isaías 40, 25-31; Sal 102; Mateo 11, 28-30

Es triste no tener a nadie en quien confiar. Esa persona o ese amigo en quien confiamos es como un descanso para el alma que se siente atormentada por los aconteceres de la vida. Tener confianza con alguien es mucho más que tener una persona a la que le puedes contar tus secretos; digo es mucho más porque en ese desahogo alivias la presión que estás sintiendo interiormente que no sabes en quien o como descargar. Es sentir su presencia amiga que está a nuestro lado que no prejuzga ni condena, que tendrá una palabra valiente y generosa para decirnos también lo que ve mal en nosotros, pero siempre tiene la capacidad de comprensión para no tirar piedras sobre el caído. Es nuestro descanso.

Pero muchas veces no lo encontramos o no sabemos encontrarlo. Porque también somos desconfiados y no queremos confiar en nadie, queremos valernos por nosotros mismos, nos da miedo que conozcan la realidad de nuestra vida o nosotros conocernos a nosotros mismos para aceptar nuestra propia realidad. Nos sucede mucho en el mundo de hoy.

Estamos muy prontos para tirar la piedra, pero también mucha gente vive agobiada por no querer aceptarse y también por no aceptar la ayuda de los demás. Nunca se ha necesitado tanto de los sicólogos ni han aflorado tantos desequilibrios sicológicos de la persona que necesitan una reconstrucción. Muchos desequilibrios interiores, mucha falta de sosiego y paz en nuestro interior que luego manifestamos en mil violencias, mucho encerrarnos en nosotros mismos y demasiadas desconfianzas que nos llenan más aún de tormentas interiores, muchos miedos que no terminamos de saber superar porque tampoco nos dejamos ayudar.

Hoy nos dice Jesús: ‘Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré… y encontraréis descanso para vuestras almas…’ Jesús nuestro descanso, nuestro apoyo y nuestra fuerza. Su camino es un camino de paz; seguirle a El es tener confianza en el corazón; estar con El nos asegura esa armonía interior, esa paz que tengo necesitamos en el corazón. Y es que quien lo escucha no puede menos que sentir esa paz interior que tanta fuerza nos da. Su Palabra siempre es una palabra que nos invita a la vida, una palabra que nos llena de esperanza, una palabra que nos pone en camino sintiendo la seguridad de su presencia, una palabra que nos hace experimentar en nosotros la fuerza interior que sentimos cuando nos dejamos llenar por su Espíritu.

Caminar con los pasos de Jesús nos aleja de agobios y de angustias porque nos da seguridad para nuestro camino y porque nos hace buscar siempre la paz con los que están a nuestro lado, nunca nos dejaremos vencer por los conflictos encontrando siempre una salida de paz. Cuando dejamos que Jesús se meta en nuestro corazón nos vamos a encontrar con nosotros mismos, pero nunca con miedos ni complejos porque sentimos y experimentamos lo que es la dulzura de la misericordia y eso nos hará sentirnos como un corazón nuevo y renovado.

Muchas más podríamos seguir diciendo de lo que significa la experiencia de vivir a Jesús. Vayamos a El con confianza porque El nunca nos defraudará. Y es que como nos decía el profeta ‘los que confían y los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan’. Con Jesús tenemos la paz.

martes, 8 de diciembre de 2020

El ángel de la anunciación se postró delante de María porque estaba viendo que Ella estaba llena de la presencia de Dios

 


El ángel de la anunciación se postró delante de María porque estaba viendo que Ella estaba llena de la presencia de Dios

Génesis 3, 9-15. 20; Sal 97; Efesios 1, 3-6. 11-12; Lucas 1, 26-38

Celebramos un misterioso y milagroso evento, para nuestra salvación en Cristo, que pasa de forma desapercibida: la actuación extraordinaria de Dios desde el primer momento de la vida de María. Así lo recordaremos en el prefacio de la eucaristía al expresar: «Porque preservaste a la Virgen María de todo pecado original para que, enriquecida con la plenitud de tu gracia, fuese digna Madre de tu Hijo, imagen y comienzo de la Iglesia, que es la esposa de Cristo, llena de juventud y de limpia hermosura». La Inmaculada Concepción, decimos simplificando.

Es un misterio de amor. Primero que nada el amor de Dios, porque todo está en orden al misterio de la salvación. Pero es un misterio de amor porque estamos contemplando también lo que es el amor de María. Pensemos hasta donde llegó su donación de amor. Se olvida de sí misma para dejarse conducir por Dios; ya no son sus planes sino que todo será aceptar y asumir el plan de Dios, por eso a sí misma se llama la esclava del Señor.

Todos en la vida nos trazamos nuestros planes, nos hemos trazado un camino, tenemos unos deseos de realizarnos de una manera determinada, un proyecto de vida, que decimos. De una forma consciente y clara y otras veces sin puntualizarlo quizá demasiado vamos realizando nuestra vida según eso que queremos. Cuanto nos molesta cuando se frustran esos planes, cuando no los podemos realizar, cuando van surgiendo circunstancias en la vida que nos hacen tomar otros rumbos, un fracaso, un accidente, una enfermedad, algo inesperado y parece que todo se viene abajo. Hay quien se amarga, se siente frustrado o fracasado, se siente como un derrotado cuando quizá las cosas marchaban con normalidad pero ahora todo se trastoca y no sabemos realmente lo que nos espera.


María de Nazaret también tenía su plan de vida. Como toda joven en su edad aspiraba al matrimonio y así estaba desposada con José, o sea era su prometida en la espera de los esponsales y la boda. Pero de repente todo cambia en su vida. Siente que de pronto Dios irrumpe en su vida – es la aparición del ángel – para anunciarle que su vida sería distinta. El hijo que un día nacería de sus entrañas no era un cualquiera, un simple muchacho de Nazaret sino que iba a ser llamado Hijo de Dios, era el Hijo del Altísimo.

María, no entiende, porque ella como dice no conoce a un hombre – no ha tenido relaciones con ningún hombre – y de pronto le dicen que va a ser madre. Parece que sus planes se derrumban, se vienen abajo, pero Maria es una mujer creyente, María es la mujer que sabe descubrir a Dios y sus planes y está dispuesta a ponerse en las manos de Dios. María en su fe es capaz de hacer la mayor y mejor ofrenda, el sacrificio de si misma, de su yo para dejarse conducir por Dios en aquellos nuevos caminos para los que se le está pidiendo colaboración. Fiat, hágase, cúmplase, realícese en mí según tu palabra que me traes de parte de Dios.

Porque hay esa fe y esa disponibilidad en el corazón de María el ángel ha podido decirle que es la llena de gracia porque está llena de Dios. El ángel que goza de la visión de Dios está viendo y descubriendo esa presencia de Dios en el corazón de María, como en ninguna otra criatura ha podido contemplar. Algunas veces los artistas cuando reflejan en sus cuadros esta escena de la Anunciación nos presentan al ángel de rodillas delante de María; es un hermoso sentido del misterio que quieren reflejar, porque si el ángel está en perpetua adoración en la presencia de Dios, cómo no iba a ponerse de rodillas delante de María que está llena de la presencia de Dios. La ha llamado la llena de gracia y la he dicho ‘el Señor está contigo’.

Hoy nosotros celebramos que María estuvo siempre llena de Dios, inundada por la presencia de Dios porque en su alma nunca hubo mancha de pecado. Como recordamos antes en lo que se dice en el prefacio de la Eucaristía de esta fiesta ‘preservaste a la Virgen María de todo pecado original para que, enriquecida con la plenitud de tu gracia, fuese digna Madre de tu Hijo… llena de juventud y de limpia hermosura’. Porque ‘Purísima tenía que ser, Señor, la Virgen que nos diera al Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Purísima la que, entre todos los hombres, es abogada de gracia y ejemplo de santidad’.

Pero tenemos que preguntarnos qué significa hoy para nosotros celebrar esta fiesta de María. Contemplamos su grandeza, la grandeza de una madre y contemplamos las maravillas que Dios quiso realizar en ella. Damos gracia porque la tenemos como madre, porque la podemos llamar madre. Pero es también todo lo que todos los hijos han de hacer para honrar a una madre, para corresponder a su amor. Parecernos a Ella, aprender de Ella, copiar de Ella su santidad porque no nos falta una fe como la de María, porque haya disponibilidad en nuestro corazón para seguir los pasos de santidad de María.

¿Seremos capaces, como María, de tener los ojos de la fe bien abiertos para descubrir los planes de Dios? Escuchar a Dios en lo hondo del corazón, rumiar en nuestro interior como la hacía María la Palabra que le venía de parte del Señor. Nuestra vida en ocasiones se llena de dudas y de incertidumbres, también tantas veces nos sentimos frustrados porque se nos derrumban nuestros planes, hay ocasiones en que nos sentimos agobiados por las distintas situaciones por las que pasamos pero no hemos de perder esa serenidad de nuestro espíritu, ese ser capaces de detenernos en medio de las tormentas para sentir que no estamos solos y que de la mano del ángel del Señor también podremos salir de esas noches oscuras.

Ahora mismo por la situación que se vive hay muchas cosas que se nos derrumban empezando porque este año no podremos celebrar la navidad tal como estábamos acostumbrados y tendrán que ser otras las formas que tengamos que afrontar. ¿Por qué no tratamos de descubrir ahí una voz que nos está llamando de parte de Dios para que de una vez por todas seamos capaces de ir a lo principal y no nos quedemos en tantas superficialidades con que habíamos envuelto las fiestas de navidad? Mucho papel de celofán pero no habíamos descubierto el regalo, ahora que se nos caen esas cosas externas, ¿seremos capaces de descubrir el verdadero regalo de Navidad?

Fiémonos de María que ella nos ayudará. Si decíamos que el ángel se postró delante de María porque en ella estaba Dios, ¿Dónde tendremos que postrarnos de verdad para ver a Dios en esta navidad?

 

lunes, 7 de diciembre de 2020

El amor tiene que romper todas las barreras y prejuicios y hacernos creativos en nuestras iniciativas para hacer el bien

 


El amor tiene que romper todas las barreras y prejuicios y hacernos creativos en nuestras iniciativas para hacer el bien

 Isaías 35, 1-10; Sal 84; Lucas 5, 17-26

Yo siempre que puedo ayudo, por lo que está de mi parte si veo una necesidad pongo mi mano y ayudo. Expresión de una buena actitud que llevamos dentro que nos lleva a prestar servicios, a echar una mano, a poner de lo que tenemos cuando vemos una necesidad.

Ojalá esa actitud sea amplia y universal y todos actuemos de la misma manera, porque ya bien sabemos quien no es capaz de mover un dedo por su parte sino que cada uno se las arregle por sí mismo; pero también somos conscientes de que hay gente que no hace sino poner trabas a las ruedas en el camino y no solo ya no prestan el servicio, sino que por su parte son en cierto modo destructores de lo que hacen los demás. El que está con la crítica pronta, el que siempre pondrá pegas y dificultades o se escudará cómodamente en sus propias limitaciones, el que siempre anda culpabilizando y amedrentando con culpas a quien tiene un problema o una necesidad, o aquel que es negativo y siempre ve un imposible que superar. Podríamos poner muchos ejemplos de esas posturas negativas.

Hoy nos lo refleja el evangelio. En torno a Jesús hay mucha gente que ha venido de todas partes para escucharle, que le traen sus enfermos o vienen ellos mismos con sus necesidades. La puerta se convierte en un tapón para quien quiera entrar. Por allí anda también un grupo de fariseos y de escribas que en sus posturas negativas están siempre al acecho de lo que Jesús pudiera hacer, como sucede también en otras ocasiones. Por lo que parece hoy no se trata de un sábado como en otras ocasiones sino de un día normal.

A Jesús acude ahora un grupo que traen en una camilla a un imposibilitado, a un paralítico. Allí están los hombres buenos que se preocupan, que conocen al inválido y han oído hablar de Jesús, como ha curado a otros paralíticos como ha devuelto la vista a los cielos o el hacer que puedan oír y hablar muchos sordomudos, lo traen hasta Jesús. Pero se encuentran la primera barrera en los que llenan la casa hasta la puerta, como decíamos, produciendo un tapón que impide su entrada. ¿Cómo llegar hasta Jesús, porque ante El quieren ponerlo para que lo cure? Al amor no le faltan iniciativas. No importa que tengan que romper el tejado moviendo las tejas, o abrir un hueco por la terraza. Por allí descenderán al paralítico a los pies de Jesús.

Y ya hemos escuchado el actuar de Jesús que provocará otro nuevo rechazo, otra nueva barrera que se quiere interponer. ‘Tus pecados son perdonados’, le dice al paralítico que provocará la reacción de los fariseos y de los escribas. ‘Este hombre blasfema, ¿Quién puede perdonar pecados sino solo Dios?’ Son las barreras que interponemos en la vida incluso valiéndonos de lo que pudieran ser principios y valores buenos. Es cierto que el perdón de los pecados solo a Dios podemos atribuirlo, pero ¿no han sido capaces de descubrir el actuar de Dios en Jesús y en los milagros que realiza?

En una lógica elemental, como Jesús trata de hacérselos comprender, podrían entenderlo. Si Jesús puede dar la vida, si Jesús puede curar, es el actuar de Dios, el poder de Dios que se manifiesta. No es nuestro poder humano el que puede dar vida. Luego tenemos en verdad que reconocer quien es Jesús. Por eso Jesús le dirá al paralítico que tome su camilla y vuelva a su casa.

El mensaje del evangelio, es cierto, que está en ese reconocimiento que hemos de hacer de Jesús, pero en las entrelíneas del evangelio podemos descubrir y aprender más cosas. Es la actitud servicial de aquellos hombres capaces de romper barreras para llegar hasta Jesús. No nos quedemos paralizados ante la primera dificultad, como muchas veces nos pasa en la vida que vemos imposibles y dificultades por todas partes. Cuando se debilita la intensidad del amor nos paralizamos con facilidad y todo serán dificultades que no sabremos superar.

Pero hay algo más en lo que podemos fijarnos para que no nos suceda. No seamos nosotros la dificultad, no seamos nosotros los que ponemos el tapón, no seamos nosotros los que hagamos imposible en el hacer el bien, no quitemos nunca la ilusión ni la esperanza a nadie, no seamos barrera con nuestros juicios y prejuicios y con nuestras críticas, no seamos nunca de los que descalifiquemos a los que hacen el bien porque estemos queriendo ver intenciones ocultas o porque como no son de los nuestros tratemos de minusvalorar el bien que hacen los demás o impedírselo.

El amor tiene que romper todas esas barreras y prejuicios y hacernos creativos en nuestras iniciativas para hacer el bien.

 

domingo, 6 de diciembre de 2020

Adviento, camino de esperanza, camino al encuentro con la luz, camino que nos hace salir de nuestros desiertos porque en los desiertos se van a abrir caminos nuevos

 


Adviento, camino de esperanza, camino al encuentro con la luz, camino que nos hace salir de nuestros desiertos porque en los desiertos se van a abrir caminos nuevos

Isaías 40, 1-5. 9-11; Sal 84; 2Pedro 3, 8-14; Marcos 1, 1-8

¿Qué experiencia tenemos de desierto? Quizás todas las imágenes que tenemos de un desierto es aquello que vemos en el rally Paris-Dakar – cuando se hacía por África – de aquellos arenales inmensos, de aquellas dunas y montañas de arena todo como un cruel sequedal que ya solo verlo nos hace pensar en lo difícil que es vivir en lugares así. Desierto no es solo el Sáhara que para nosotros españoles y canarios nos parece más cercano, sino que lugares así hay en muchos sitios del mundo y quien haya viajado y pasado por lugares desérticos lo ha hecho desde la comodidad de un autobús con aire acondicionado y pensando en el lugar cómodo al que vamos a llegar.

Todos entendemos de la incomodidad de la vida en el desierto, las carencias y sacrificios que puede significar, las dificultades que nos vamos a encontrar para abrirnos paso por el desierto y ya nos hace pensar en un lugar duro y de grandes sacrificios; no pensemos en quienes ocasionalmente los tengamos que cruzar sino en los que viven en dichos lugares.


¿Por qué he comenzado esta reflexión con estas imágenes del desierto que si las edulcoramos un poco las convertimos en idílicas y muy llenas de belleza? Hoy la Palabra de Dios nos habla de caminos que se abren en el desierto y nos presenta por otra parte la figura de Juan Bautista en el desierto allá en las cercanías del Jordán.

Pero cuando hoy la Palabra de Dios nos presenta esta imagen no es solo para que recordemos el peregrinar del pueblo elegido por un desierto para llegar a la Tierra prometida o las palabras del profeta que nos quieren anunciar un segundo éxodo atravesando también un desierto donde se han de abrir caminos. Eso sería solamente mirar para detrás, aunque es cierto que tenemos que contemplar la historia de la salvación, sino que hemos de mirar la vida presente en la cual también podríamos encontrarnos como en medio de un desierto que tenemos que atravesar, del que tenemos que salir, porque el desierto es solo un paso o una etapa para llegar a algo nuevo que nos ofrece el Señor.

En la planilla de la Palabra de Dios hemos de poner nuestra historia de hoy, nuestra historia personal y también el camino que como pueblo o como sociedad vamos haciendo. Hemos de encontrar en la Palabra que se nos proclama las claves para saber leer nuestra historia, nuestra vida y los caminos que el Señor quiere hoy abrir ante nosotros.

Y desiertos vivimos en nuestra vida, y muchos y de muchas maneras. Globalmente miramos el momento presente de nuestra sociedad y es también como si estuviéramos atravesando un desierto, con lo dura que se nos presenta la vida, con las incertidumbres que se están provocando continuamente, con esos momentos oscuros que vivimos sin terminar de encontrar salida y solución a los grandes problemas, con las exigencias de nuevos planteamientos que se nos hacen a la vida donde son muchas las cosas que tenemos que cambiar en nuestras costumbres y rutinas, en nuestra manera de vivir, en las cosas de las que nos vemos despojados, donde parece que hasta se nos resta libertad.

Confinamientos, toques de queda, limitación de movimientos, distanciamiento social, encuentros y cercanías personales que se ven limitadas… muchas son las cosas que nos constriñen, que nos limitan, que nos impiden una convivencia a como estábamos acostumbrados, amen de todos los peligros a los que nos vemos sometidos y de los que nos queremos librar. Un auténtico camino de desierto que tenemos la esperanza que desemboque en algo nuevo y distinto.

Pero junto a todo eso que nos parece que ahora es como lo más grave que nos está sucediendo son también muchas otras las situaciones de desierto con que nos podemos encontrar en la vida. Ahora, podíamos decir, se ha agravado la soledad de muchas personas con esto de los confinamientos y el no permitir los encuentros, pero esas soledades siempre han estado presentes en muchos o en nosotros mismos en el camino ordinario de nuestra vida.

Pensamos en los ancianos solos o recluidos en contra de su voluntad en centros que para ellos se convierten en soledad y desierto, pero podemos pensar en tantos marginados de nuestra sociedad que por un motivo u otros son rechazados y discriminados ya sea por sus orígenes raciales, ya sea por la condición de su vida, ya sea por una vida turbia y llena de vicios y dependencias. Quizá nos es fácil mirarlos desde fuera y desde nuestra vida cómoda llenarlos de culpabilidades y condenas, pero a pesar de todo son personas que sufren, que tienen un corazón, que tienen unos sentimientos, que también ansían a pesar del mundo en que se han metido un encuentro normal con los demás y ser tratados con dignidad.

Porque podemos pensar en las familias rotas sin necesidad de buscar culpabilidades sino como consecuencia de circunstancias que van apareciendo en la vida y detrás de esas rupturas hay personas que sufren, personas que se sienten fracasadas, personas que pagan las consecuencias quizá de los errores de otros, personas que necesitan cariño pero que solo encuentran violencia y desamor. Personas que viven un auténtico desierto en las soledades de sus vidas.

Piensa en ti mismo, como yo pienso en mi mismo, en esos momentos malos por los que todos pasamos en la vida, con problemas que se nos presentan, con silencios interiores porque no sabemos a donde clamar, con momentos también de soledad envueltos en nuestras propias negruras. Quizá sean muchas más las experiencias de desierto que tengamos en nuestra vida que lo que pensábamos al principio.


Hoy el evangelio nos está diciendo que en esos desiertos se han de abrir caminos. La Palabra del profeta era un grito de consuelo ante nuestras penas y nuestros llantos. La Palabra del evangelio nos hace mirarnos de verdad por dentro de nosotros para que descubramos de verdad las montañas o valles de nuestra vida que tenemos que allanar. Cuántas cosas hay que transformar. La Palabra que nos venía a través de la carta de san Pedro nos recordaba que para el Señor mil años son como un día y un día son como mil años, queriendo decirnos cómo el Señor está esperando nuestra vuelta, nuestro caminar a su encuentro porque su misericordia es eterna y El nunca abandona la obra de sus manos, nunca nos abandona.

Adviento, camino de esperanza, camino que nos lleva al encuentro con la luz, camino que nos hace salir de nuestros desiertos porque en los desiertos se van a abrir caminos nuevos.