viernes, 11 de diciembre de 2020

Si no abrimos el corazón a la Palabra de Dios tenemos que preguntarnos qué es lo que realmente vamos a celebrar en Navidad

 


Si no abrimos el corazón a la Palabra de Dios tenemos que preguntarnos qué es lo que realmente vamos a celebrar en Navidad

Isaías 48, 17-19; Sal 1;  Mateo 11, 16-19

Mientras en la vida no vamos adquiriendo un cierto grado de madurez andamos algo así como inestables en nuestros deseos y en nuestras decisiones; decimos que somos niños que no sabemos lo que queremos, hoy nos sentimos deslumbrados por algo nuevo que vimos, una persona nueva que conocimos y todo son maravillas y no hacemos sino hablar de eso nuevo que hemos encontrado y que nos ha gustado no sabiendo apreciar, por ejemplo, que cosas más hermosas tenemos más cercanas a nosotros ya fuera en la familia en la que vivimos, ya sean las cosas que están en nuestras manos y tenemos oportunidad de realizar. Pero nos encandila lo nuevo, pero si mañana vemos o encontramos otra cosa igualmente nos iremos tras ella porque es la maravilla que estaba oculta y que ahora tuvimos la suerte de encontrar.

No digo que hemos de tener capacidad de sorpresa, porque eso nos ayuda en la vida, nos hace encontrar muchas cosas buenas, crea ilusión en nuestro corazón, pero la persona madura no se encandila ante cualquier novedad sino que sabe apreciar y admirarse por eso sencillo que quizás trae entre manos o que encontramos en esas personas más cercanas a nosotros como es la familia a la que por el contrario muchas veces denostamos.

Tenemos que saber ser más reflexivos en la vida, irle dando poco a poco una estabilidad a nuestras emociones y no dejarnos arrastrar como veletas por el primer viento que resople a nuestro lado. Son los caminos de madurez que hemos de irle dando a la vida, es la madurez de la que hemos de ir revistiendo nuestra fe, con la que tenemos que fortalecer nuestra fe y se conviertan en verdaderos cimientos de nuestra vida cristiana.


Hoy en el evangelio Jesús nos propone el ejemplo de los chiquillos que juegan en la plaza, que no terminan de ponerse de acuerdo ni siquiera en sus juegos para pasarlo bien, sino que en un momento están de cara a lo que se propone como al momento siguiente le dan la espalda. Y nos dice Jesús que no seamos así; se queja de su generación que ni terminaron de aceptar a Juan al que al principio parecía que todos admiraban pero que luego lo consideraban duro y exigente, y no ahora aceptan al Hijo del Hombre, es decir, no lo aceptan a El, a quien ven cercano pero que por eso mismo como dice en el evangelio lo consideran como un comilón y un borracho, porque come con todos.

Pero todo esto es para que nos miremos a nosotros mismos y sepamos encontrar la verdadera sabiduría como nos está sugiriendo Jesús. Hemos de reconocer que habitualmente somos muy superficiales en nuestras convicciones y en nuestros compromisos desde nuestra fe. Nos falta esa sabiduría del Espíritu.

Me viene a la mente el recuerdo – y esto ha sido con más de una persona – de alguien que un día te encuentra y te dice que ahora sí ha encontrado la fe, que ahora se ha encontrado con el evangelio y sí vive su fe en Jesús como su salvador; era una persona que conocíamos por su frecuencia en asistir a la Iglesia, pero que de la noche a la mañana se encontró con alguien que quizá llego a la puerta de su casa y le ofrecía la Biblia como salvación para su vida, y con ellos se fue. Yo le preguntaba ¿y no tenías la Biblia cuando estabas en tu Iglesia, cuando oías la proclamación de la Palabra cada vez que venias a Misa? No, es que ahora es distinto, yo la leo, la interpreto, escucho las explicaciones que me dan, y le insisto, y ¿quién te impedía que leyeras la Biblia cuando estabas en tu Iglesia de siempre? ¿Qué hacías cuando el sacerdote te la explicaba en la homilía? Andaba en otras ondas, no prestaba atención, de antemano iba con la convicción de que aquello era aburrido y más se aburría porque no prestaba atención, no se había molestado en leer nunca en su casa al menos el evangelio.

Comento esto así con este detalle porque mucho de eso nos pasa a la mayoría de los que vamos a la Iglesia. No escuchamos, no prestamos atención, no somos capaces de detenernos a leer de nuevo el evangelio cuando llegamos a casa para rumiarlo de nuevo y meterlo hondo en la vida, somos de los que ya vamos cansados y aburridos a las celebraciones y así nos salen de monótonas y frías por mucho que el sacerdote quiera animarnos y busque mil recursos para hacernos reflexionar, para hacernos llegar la Palabra de Dios a nuestra vida.


Este camino de adviento que estamos haciendo ha de ayudarnos a hacer ese parón que necesitamos en la vida para abrir de verdad nuestro corazón a la Palabra de Dios. Si no lo hacemos así, ¿qué es realmente lo que vamos a celebrar en la navidad? ‘La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros’, vamos a escuchar repetidamente. No nos preocupemos tanto de que por las circunstancias vamos a tener una navidad distinta. Será distinta si en verdad vamos a vivir que la Palabra de Dios habita entre nosotros. Aunque no haya comidas y luces será en verdad navidad.

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