sábado, 12 de diciembre de 2020

Con el espíritu y poder de Elías contemplamos a Juan y queremos caminar caminos de fidelidad

 


Con el espíritu y poder de Elías contemplamos a Juan y queremos caminar caminos de fidelidad

 Eclesiástico 48, 1-4.9-11b; Sal 79; Mateo 17, 10-13

Recordamos que cuando Jesús se transfiguró en el Tabor aparecieron en gloria junto a Jesús transfigurado Moisés y Elías. Signo e imagen de la ley y los profetas, fundamento de la fe judía viene a ser como una confirmación que Jesús era el anunciado por los profetas a quien todo el pueblo de Israel esperaba como Mesías Salvador.

El texto del evangelio que hoy se nos propone cronológicamente es continuación de este episodio de la Transfiguración a la bajada del Monte Tabor. Quizás desde la impresión de lo allí vivido surge el tema del profeta Elías que en el pensamiento de los maestros de la ley judíos, por algo que había dicho un profeta, se esperaba su pronta venida. Recordamos que fue arrebatado al cielo en un carro de fuego en la presencia de Eliseo. Pero Jesús viene a decirles que si saben hacer una lectura creyente de la historia y de la vida Elías ya ha venido. Los discípulos comprenden que Jesús está haciendo referencia a la figura de Juan Bautista. Precisamente el ángel que anunció a Zacarías el nacimiento de Juan había dicho que vendría con el poder y el espíritu de Elías para preparar un pueblo bien dispuesto para la llegada del Mesías.

Es el mismo ardor de Elías el que contemplamos en el Bautista en sus anuncios allá junto al Jordán en el desierto. Elías el gran defensor de la verdadera fe de los israelitas frente a los baales que presentaban como dioses copiándose de los pueblos paganos cercanos a Israel. Por esa fidelidad mucho tuvo que sufrir el profeta hasta que siente también en una teofanía muy especial allá en el Horeb la presencia y la fuerza de Dios que estaba con él. Con un fuego grande en su corazón – hay hermosas imágenes de ese fuego en la Biblia en referencia a Elías – se enfrenta a los adoradores de los falsos dioses y a quienes quieren imponer esa idolatría en Israel. Fue un gran profeta, un hombre de Dios, que supo hacer presente a Dios en medio del pueblo.

Cuando ahora nosotros estamos haciendo este camino de Adviento y van apareciendo ante nosotros figuras como la de Elías y los demás profetas y finalmente Juan el Bautista, hemos de saber escuchar esa voz de los profetas, esa llamada a la fidelidad de nuestra fe, que al mismo tiempo tenemos que purificar de tantas rémoras como se le han ido adhiriendo.

Mezclamos demasiado nuestra vida que decimos de creyentes y cristianos con muchos apegos en el corazón que convertimos en dioses de nuestras vidas. Y digo que los convertimos en dioses de nuestras vidas porque parece que sin esas cosas nuestra vida no tuviera valor ni sentido. Será el dios del dinero o del poder, el dios de nuestras comodidades y rutinas que nos vuelven superficiales, excesivamente sensuales y materialistas tantas veces. Pareciera que el dios de nuestra vida es el pasarlo bien y disfrutar de todo sin medida, el placer por el placer, el egocentrismo de nuestra vida que nos hace egoístas e insolidarios, y así tantas cosas.

Son esos baales que vamos metiendo en nuestra vida; son esas rémoras de las que tenemos que liberarnos para poder navegar con entera libertad; sabemos que las rémoras son todas esas materias que se van como pegando en la quilla del barco y que le impiden una navegación fluida porque le sirven como de freno. Es la invitación que escuchamos de los profetas, es la invitación fuerte que nos hace el Bautista, es el camino de superación y crecimiento que hemos de ir haciendo.

 

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