sábado, 30 de marzo de 2013


¡Ha resucitado! No lo busquemos en el sepulcro, ha vencido el amor, ha vencido la vida

 Lc. 24, 1-12
‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado’. No podemos menos que comenzar repitiendo las palabras del ángel a aquellas buenas mujeres que iban al sepulcro a buscar el cuerpo muerto de Jesús.
Pero nosotros las escuchamos de distinta manera. ‘¡Ha resucitado!’ Sí, está aquí. No lo buscamos en el sepulcro. Lo sentimos y lo vivimos ahora aquí entre nosotros. El Señor vive. Está aquí. Es lo que nos llena de alegría y de gozo grande en el corazón que se desborda en nuestros cantos y en toda la celebración pero que ha de desbordarse por toda nuestra vida.
En la tarde del Calvario elevábamos nuestros ojos a lo alto de la Cruz para mirar a Cristo de frente y para dejarnos mirar por El. A pesar de que el momento de pasión y sufrimiento nos embargaba el alma, sin embargo mirábamos por encima de todo aquel dolor y sufrimiento para contemplar el amor. Y allí estaba la respuesta.
Como nos decía el Papa Francisco en la tarde del Viernes Santo: ‘En realidad Dios ha hablado y ha respondido y su respuesta es la Cruz de Cristo. Una palabra que es amor, misericordia, perdón’. Allí estaba el anuncio de victoria. Por esto nuestro dolor entonces estaba lleno de esperanza porque en ese amor nos llegaba la salvación, la misericordia, el perdón. Esta noche cantamos definitivamente la victoria que ya comenzábamos a cantar al pie de la cruz porque contemplamos, sentimos, vivimos, celebramos a Cristo vivo, a Cristo resucitado. Y ese es el gozo hondo que nos embarga esta noche.
Un evangelista nos contaba que ‘al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas’, pero ‘esta es la noche clara como el día, como hemos cantado en el pregón que nos anunciaba la pascua y la resurrección, la noche iluminada por mi gozo’. Todo en esta noche es luz. Se ha encendido el fuego nuevo, la luz nueva de Cristo resucitado. Se disipan las tinieblas, ha sido vencida la oscuridad de un mundo lleno de muerte y de pecado. Brilla en medio de nosotros como un signo de esa luz que nunca se apagará el Cirio Pascual para iluminarnos, para iluminar todo nuestro mundo, con esa luz nueva de la resurrección. Es la noche iluminada por la resurrección del Señor, la noche que se vuelva más clara que el día porque brilla el lucero que no tiene ocaso. Brilla la luz de Cristo resucitado y nosotros nos llenamos de su luz.
En las lecturas de la Palabra de Dios que nos han servido de guía a través de toda esta vigilia de espera de la resurrección del Señor hemos ido haciendo un recorrido por la historia de la salvación. Contemplábamos la obra creadora de Dios, la fe de Abrahán, la liberación de Egipto con el paso del mar Rojo, la voz de los profetas; todo un camino que nos ha ido conduciendo al momento cumbre que contemplamos, sentimos y vivimos: la presencia de Cristo resucitado en nosotros y en medio de nosotros. Todo venía a ser imagen, preparación y anticipo de la nueva creación que en Cristo se realiza cuando con su muerte y resurrección, liberándonos de la peor de las esclavitudes que es nuestro pecado, recrea en nosotros ese hombre nuevo de la gracia.
En la fuente del Bautismo, como un paso por el mar Rojo, nos sumergimos para comenzar a vivir esa vida nueva, para nacer a ese hombre nuevo. ‘Creemos en un solo bautismo para el perdón de los pecados’, confesamos en el credo de nuestra fe. Allí un día nos despojamos de ese hombre viejo de la esclavitud, del pecado; en esa fuente de la salvación por la fuerza del Espíritu nos llenamos de la vida divina de la gracia para ser hijos de Dios.
Es por eso por lo que en esta noche luminosa de la pascua renovamos nuestro bautismo, renovamos nuestros compromisos bautismales, al pie de la fuente bautismal e iluminados por la luz del Cirio Pascual, comprometiéndonos una vez más a no dejarnos vencer por la tentación y el pecado. Es algo serio e importante lo que vamos a hacer. Para eso hemos venido preparándonos a través de toda la Cuaresma. Ahí vamos a proclamar una vez más con todas nuestras fuerzas nuestra fe, esa fe que luego tenemos que proclamar ante el mundo para que todos un día puedan alcanzar esa luz de la fe dejando iluminar sus vidas por la luz de Cristo resucitado.
Al comenzar nuestra celebración y al encender el Cirio Pascual hemos realizado un signo muy importante que no puede pasar desapercibido y que tiene que significar mucho para nosotros. A las puertas de nuestro templo, de la Iglesia como solemos decir, hemos realizado ese signo de encender el Cirio en el fuego nuevo, y mientras íbamos entrando en la Iglesia íbamos encendiendo nuestros cirios de la Luz del Cirio Pascual o también de otros que ya la habían encendido antes que nosotros. Pero de una forma o de otra era luz tomada del Cirio la que encendíamos, porque es la Luz Cristo, Cristo que es nuestra Luz, la que nos ilumina.
¿Cómo ha llegado a nosotros la fe? ¿Cómo comenzamos a creer y como alimentamos luego nuestra fe? Fueron nuestros padres quizá desde la más tierna infancia, ha sido el testimonio que hemos contemplado en tantos a lo largo de la vida que nos despertaron a la fe, o en tanto que habremos sentido allá en lo hondo del corazón escuchando a Dios que nos hablaba, y ha sido la mediación de la Iglesia que en la Palabra proclamada, en los sacramentos, en la oración y en la vida de la Iglesia. Se nos ha ido trasmitiendo esa luz de nuestra fe. Ahí está ese signo que hemos realizado cuando hemos tomado esa luz.
Pero no se queda ahí porque nos hemos trasmitido la luz los unos a los otros. Tenemos que trasmitirnos esa luz de la fe los unos a los otros. Esa luz no la podemos ni encerrar en la Iglesia ni guardárnosla solo para nosotros. Nosotros que la hemos recibido tenemos ahora que ir a los otros, también a los que no tienen fe, para con nuestro testimonio, nuestra palabra, nuestra vida ser un signo que trasmita, que despierte la fe para que, como decíamos, todos seamos iluminados por esa luz de Cristo resucitado.
Queremos hacer un mundo nuevo y desde Cristo resucitado nos ponemos en camino de realizarlo; en Cristo resucitado sentimos que sí es posible ese mundo nuevo; en Cristo resucitado, que ha venido a transformar nuestro mundo transformando nuestros corazones, sentimos la fuerza para irlo realizando. Es la nueva creación que comienza con Cristo para llegar a ese cielo nuevo y esa tierra nueva de la que nos hablará el Apocalipsis.
Desde Cristo resucitado tenemos que poner luz en nuestro mundo, llenándolo de amor y de solidaridad, poniendo paz en las relaciones mutuas de todos empezando por la convivencia de cada día con el que está a nuestro lado, poniendo sinceridad y autenticidad en nuestra vida y nuestro trato con los demás, luchando por una mayor justicia para que nadie sufra, poniendo ese bálsamo de ternura que llenen de dulzura, comprensión y misericordia nuestras mutuas relaciones. Pequeñas cosas, nos puede parecer, pequeñas semillas de luz que hemos de ir sembrando pero que iluminarán nuestro mundo.
Como decíamos antes, esta noche con la victoria de Cristo se disipan todas las tinieblas y nos llenamos de esperanza porque ha vencido el amor. Cantamos con gozo la resurrección del Señor. Cantamos con gozo y esperanza porque nos sentimos perdonados y renovados. Cantamos con gozo y esperanza porque sentimos que Dios sigue contando con nosotros a pesar de tantas debilidades que hay en nuestra vida y en Cristo resucitado encontramos nuestra fortaleza para ir a llevar esa luz, para trasmitir nuestra fe.
No buscamos más en el sepulcro de la muerte al que es la Vida. La muerte está ya vencida. Cristo ha resucitado y con El nosotros nos sentimos también sacados del sepulcro y llenos de vida. Resucitemos en verdad con El. Vivamos el resplandor de la resurrección. Que ese sea el grito de vida que proclamemos ante el mundo, nuestra fe. El Señor está aquí, estará para siempre en nosotros y con nosotros.
¡Feliz Pascua de Resurrección!

viernes, 29 de marzo de 2013


¿Cómo tenemos que mirar a Cristo crucificado?

Is. 52, 13-53, 12; Sal. 30; Hebreos, 4, 14-16; 5, 7-9; Jn. 18, 1-19,42
Hace unos días a través de estos medios de comunicación que hoy tenemos le envié a un amigo una fotografía de la imagen de un Cristo crucificado queriendo de alguna manera hacerle llegar con dicha imagen un mensaje propio para estos días. Inmediatamente me respondió: ‘Ver eso me entristece, tío, yo no quisiera estar ahí en su lugar’, a lo que yo le respondí ‘todo lo contrario nos da paz’. ‘Sí, me respondió, pero sufrió mucho’. Y yo simplemente le añadí. ‘Gracias a que El estuvo tenemos la salvación’, y le añadí ‘es el AMOR’. Entonces me respondió ‘mirándolo así me gusta más’.
¿Cómo tenemos que mirar a Cristo crucificado? Sí, es la pregunta que quizá tengamos que hacernos en esta tarde del viernes santo. ¿Cómo lo miramos? ¿Qué es lo que vemos? Es cierto que contemplar un cuerpo desgarrado cosido al madero de la Cruz no nos es nada agradable a la vista. ‘Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado…’ Es la descripción que con crudeza y realismo nos hacía el profeta.
Cuando levantamos los ojos a lo alto de la cruz, ¿es eso solo lo que contemplamos? Nuestra primera mirada se queda en el cuerpo dolorido de Cristo y como decía mi amigo ‘ver eso nos entristece, yo no quisiera estar en ese lugar’, no quisiéramos tener que encontrarnos frente a frente con ese dolor porque parece que nos hace daño. Pero como le decía, ‘él estuvo allí por nosotros’; en nuestro lugar, podríamos decir también; o podríamos pensar que El está allí en lo alto recogiendo todo el dolor y el sufrimientos de tantos que caminan a nuestro alrededor y a los que quizá nos cuesta mirar.
¿No nos ha pasado quizá más de una vez que vamos por la calle y allí en suelo está alguien tendiéndonos un cacharrito para que le pongamos algo porque no se atreve quizá ni a tender su propia mano y también nosotros volvemos la vista hacia otro lado porque no queremos mirar? Digo esto porque es lo más corriente que nos encontramos cada día en nuestras calles y parques o en las puertas de nuestras iglesias, pero son tantos los que pasan a nuestro lado arrastrando el dolor de su sufrimiento, de su soledad, de sus angustias, de sus penas y desesperanzas y no queremos mirar, o no queremos muchas veces enterarnos.
Mucho es el sufrimiento que hay en nuestro mundo, y pensamos en cuantos mueren de hambre y miseria a lo largo de nuestro mundo, o sufren consecuencias de guerras y violencias, pero también quizá no tan lejos muchas veces quienes padecen una cruel enfermedad sin una medicina que le alivie o una mano amiga que le acompañe en el lecho de su dolor. Son muchas las soledades y sufrimientos, las impotencias de tantos que no ven una luz para seguir caminando con esperanza. No digamos cuantos están sufriendo en estos momentos las consecuencias de la crisis económica que vivimos. La lista se haría interminable y hoy al ponerme a los pies de la cruz de Jesús y mirar a lo alto en ese cuerpo de Cristo atravesado y clavado en la cruz estoy viendo todo ese sufrimiento y ese dolor de todo tipo de tantos a nuestro alrededor. Ojalá, aprenda yo a mirar con una mirada nueva, con la mirada que Jesús desde la cruz me está enseñando a tener.
Y Jesús está ahí en la cruz y gracias a ella nos llega la salvación. Porque ahí en Jesús, ‘el que soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, como nos decía el profeta, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por  nuestros crímenes, sus cicatrices nos curaron; maltratado, voluntariamente se humillaba, enmudecía como cordero llevado al matadero, no abría la boca, triturado con el sufrimiento entregó su vida como expiación, expuso su vida a la muerte, fue contado entre los pecadores, tomó nuestro pecado e intercedió por los pecadores’. Es la ofrenda del amor. Es el AMOR.
Sí, contemplemos el amor; mirado desde el amor las cosas se ven de distinta manera; descubramos que detrás y en el fondo de todo ese sufrimiento de Jesús en la cruz está el Amor. Obediente al Padre sube a la cruz, camina hasta el Calvario, entrega su vida por nosotros. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, había dicho en Getsemaní. ‘Aprendió, sufriendo, a obedecer’, que nos decía la carta a los Hebreos, ‘y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna’.
Contemplamos en la cruz el amor y la salvación. Pero lo contemplamos como algo palpable y real para nuestra vida y para nuestro mundo. Su entrega no es un sueño. Su entrega nos ha puesto en camino de ser un hombre nuevo para hacer un mundo nuevo. Si nos sentimos nosotros traspasados por ese amor que se destila desde la cruz de Jesús ya nuestra vida tiene que ser distinta, no podemos vivir de la misma manera cerrando los ojos en nuestros miedos o nuestra insolidaridad y necesariamente comenzaremos a hacer ese mundo mejor, ese mundo nuevo.
Ya no podremos pasar por la vida volviendo nuestra vista hacia otro lado porque el amor nos habrá abierto los ojos de un modo nuevo. Se tiene que acabar la dureza de nuestro corazón para llenarnos de verdad de la ternura de Dios, de la compasión y de la misericordia, de un amor efectivo y real que comience a amar de verdad a los hermanos. No será necesario ya que nos tiendan un cacharrito para pedirnos algo porque nosotros por adelantado tenderemos generosamente y con amor nuestra mano sin ningún miedo ni prevención. Sabremos detenernos de verdad junto al hermano para acompañarlo en su soledad, para darle una esperanza en su angustia, para poner una nota de alegría en su tristeza.
Levantemos los ojos a lo alto de la cruz de Cruz pero vayamos con esa mirada directa al hermano con el que nos cruzamos en el camino de la vida. Miremos directamente a Jesús que viene a nuestro encuentro en esta tarde de viernes santo para llenarnos de su gracia, para llenarnos de verdad de su amor.
Todo ese mal y todo ese sufrimiento se va a ver transformado desde la Cruz de Cristo. La violencia se transformará en mansedumbre, la venganza en perdón, el odio en amor, la mezquindad en generosidad, la mentira en verdad. Desde la Cruz de Jesús se han de acabar los miedos y cobardías, la insolidaridad no tiene cabida en nuestro corazón, las tristezas se han de transformar en esperanza. Desde la cruz de Jesús nos sentimos perdonados y redimidos; sentimos una paz nueva en nuestro corazón y tenemos la esperanza de que en verdad podemos hacer algo nuevo en nuestra vida y en nuestro mundo. Desde la cruz sabemos bien lo que es la misericordia y el amor, la comprensión y el aliento para comenzar a caminar de nuevo.
Miremos a Jesús, miremos su cuerpo, sus manos, su corazón, su mirada y sentiremos que algo nuevo comienza para nuestra vida desde su amor y su entrega. La cabeza coronada de espinas de Jesús nos redime de nuestros orgullos; las manos abiertas y gastadas de bendecir y de servir  nos redimen de nuestras violencias y codicias; ese rostro ensangrentado de Cristo pero tras el cual se ven esos limpios y penetrantes nos enseñan a abandonar para siempre nuestras falsedades y cegueras; esos pies gastados y cansados de tantos caminos para hacer el bien nos esperan con paciencia y nos redimen de nuestras comodidades; ese cuerpo roto por los azotes y el sufrimiento nos redimen de nuestras crueldades; ese costado abierto de Cristo nos redime de nuestros egoísmos y desamores.
Con Cristo crucificado nos sentimos redimidos para comenzar a vivir una vida nueva que será principio de un mundo mejor. Pongámonos sin miedo a la sombra de la cruz que sabemos cierto que es camino de victoria y de resurrección. 

jueves, 28 de marzo de 2013


El amor no tiene más razones para amar que el mismo amor. Es un amor como el de Jesús

Ex. 12, 1-8.11-14; Sal. 115; 1Cor. 11, 23-26; Jn. 13, 1-15
‘Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones’. Así lo establecía la ley mosaica. Era la Pascua, la fiesta de la pascua, la fiesta del Señor. Un día Dios pasó en medio de su pueblo y lo liberó de la esclavitud de Egipto. Había que recordarlo, había que celebrarlo; ‘ley perpetua para todas las generaciones’. Lo recordarían y lo celebrarían para siempre. Recordaban y celebraban el paso del Señor y la Alianza que con ellos hizo el Señor.
Por eso estaban reunidos aquella tarde para la cena pascual. Todo estaba bien prescrito y ritualizado, el cordero, la copa con el vino, el pan ácimo, el agua para las abluciones. Celebraban la pascua, la fiesta del Señor. Los discípulos enviados por Jesús lo habían preparado todo siguiendo fielmente las instrucciones de Jesús. Y fue en ese marco y por encima de aquellos ritos preestablecidos dándoles un sentido nuevo y distinto donde se iba a celebrar una alianza nueva, una alianza que tendría valor y duración eterna.
Era también el paso de Dios en medio de su pueblo que nos va a liberar no de una esclavitud terrena sino que nos daría una libertad nueva y una vida nueva, porque ya no se fundamentarían en un pan ácimo que los hombres pudieran hacerse ni en un cordero que pudieran comprar en el mercado para luego sacrificarlo. Allí estaba el verdadero Cordero, como un día el Bautista señalara, que con su sangre derramada iba a quitar los pecados el mundo. El pan que iban a partir y a compartir ya desde ahora sería el mismo Cuerpo de Cristo entregado por nosotros y la copa de la Alianza que iban a beber era la Sangre de Cristo derramada para el perdón de los pecados.
San Pablo nos lo recuerda. Si antes estaba establecido como ley para todas las generaciones la celebración de la antigua pascua, ahora habíamos recibido una tradición que procede del Señor, como nos dice el Apóstol y es lo que Jesús en la noche en que lo iba a entregar nos mandó hacer en memoria suya ahora sí por los siglos de los siglos. ‘Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros… este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre… haced esto en memoria mía’. Cada vez que comiéramos de ese pan y bebiéramos de ese cáliz estaríamos proclamando ya para siempre la muerte del Señor hasta su vuelta. Es la Eucaristía que celebraríamos para siempre como memorial de su pasión, muerte y resurrección.
Y eso será proclamar también que el Señor estará para siempre con nosotros y en nosotros. Como más tarde le pedirían los discípulos de Emaús ‘quédate con nosotros’, El ahora ya nos está adelantando que quiere ser presencia permanente entre nosotros y en nosotros, porque quien le coma vivirá por El y si queremos tener vida en nosotros habremos de comer su Cuerpo y beber su Sangre, como un día anunciara en la sinagoga de Cafarnaún. Es la Eucaristía alimento de vida y comunión.
Este signo de Jesús que nos dejó como sacramento eterno de su vida y su presencia entre nosotros y en nosotros vino precedido de otros signos que nos conducirían todos ellos a la sublimidad que se estaba viviendo en aquella cena del Señor y que nosotros hemos de vivir y alcanzar cada vez que celebramos la Eucaristía. Porque no habrá verdadera Eucaristía si no llegamos a amar con un amor tan sublime como con el que El nos amó.
Como describiría el evangelista al trasmitirnos el relato de aquella cena pascual había llegado ya la hora. ‘Sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaba en el mundo, los amó hasta el extremo’. Llegó la hora, la hora de la manifestación del amor más extremo, más sublime. Nos lo enseña Jesús con los signos y los gestos que realiza como  nos lo explicará luego con sus palabras.
Lo hemos escuchado y contemplado en el evangelio. Jesús a los pies de los discípulos como el servidor. Es el amor del que se entrega, del que entiende lo que es el verdadero amor, del que no convierte el amor en un canto de bonitas palabras llenas de poesía, sino del que ama hasta el final, hasta el extremo. Nos había ido diciendo y explicando cómo nuestro amor era algo más que simplemente hacer el bien porque me hacen el bien; nos había enseñado que había que hacerse el último y el servidor de todos, pero ahora lo contemplamos en El que es el Maestro y el Señor.
Algunas veces comenzamos a darle vueltas y vueltas en nuestra cabeza para encontrar razones para amar y cómo amar. El amor no tiene más razones para amar que el mismo amor. Amo porque amo. Así sencillamente sin más razones, sino con la razón más honda que es el mismo amor. No amo porque me amen o para que me amen; no amo porque otros me hicieron bien y yo, claro, tengo que corresponder. Amo porque amo, porque hay amor en mi vida y en mi corazón y es así como alcanzo la mayor plenitud y felicidad.
Y ¿cómo amo? Sirviendo; y aquí encontramos el ejemplo en el mismo Jesús. No solo porque quiero hacer el bien, lo cual es bueno y loable; amo, no simplemente porque soy bueno y no quiero hacer daño, lo cual está también bien, pero eso lo puede hacer cualquiera; amo, no solo cuando pueda hacerlo si no tengo otra cosa que hacer o en qué pensar, como si fuera un entretenimiento. Amo haciéndome servidor, y el servidor amará siempre; el servidor amará olvidándose de sí mismo solo para servir al otro; amo dándome y desgastándome sirviendo a todos aunque no obtenga recompensa ni beneficio porque entonces no sería amor.
Y aquí si pensamos ahora en quien es el modelo sublime de nuestro amor; pensamos en quien vemos ahora a los pies de sus discípulos a pesar de sus resistencias como la de Pedro que no quería dejarse lavar los pies; o a pesar de que sabía que allí entre ellos estaba el que lo iba a entregar; o a pesar de que le abandonarían y huirían a la hora del prendimiento o incluso le negarían; a pesar de que conocía sus debilidades y dudas o a pesar de que conocía todas esas debilidades y dudas El estaba amando, El estaba como el servidor, porque así nos estaría dando la señal por la que habríamos de distinguirnos para siempre. ‘Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve’, les dirá. Nos está enseñando el verdadero sentido y la auténtica medida del amor.
Es un amor sublime el que nos está enseñando Jesús; un amor gratuito y generoso hasta el final; un amor que se manifestará en palabras entrañables porque les llamará amigos porque les ha revelado los secretos del Reino, pero sobre todo se manifestará en gestos elocuentes y signos bien brillantes que nos están adelantando lo que va a ser su entrega hasta el final, hasta la cruz, hasta la muerte salvadora y redentora. Por eso nos dirá que nos amemos, pero no de cualquiera manera, sino como El nos ha amado. ‘Es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros como yo os he amado’. ¿Hay amor más sublime? Y nos enseñará también entonces que amemos a los demás como si le amáramos a El, y esta es otra vertiente importante del amor cristiano, porque ‘lo que hacéis a uno de estos pequeños, conmigo lo hacéis, a mí me lo hicisteis’.
‘Haced esto en memoria mía…’ hemos escuchado que nos decía Jesús. ‘Este día será para vosotros memorable, en él celebraréis la fiesta del Señor, ley perpetua para todas las generaciones’,  escuchábamos al principio en referencia a la ley mosaica de la Pascua que congregaba a los discípulos con Jesús para aquella cena pascual. Pero ahora lo podemos volver a escuchar pero de manera diferente. Es fiesta, sí, es la pascua, es el día del amor, del amor de Cristo que estamos contemplando, pero del amor de Cristo que tiene que impregnar nuestra vida para vivir en su mismo amor, y con su mismo amor.
Estamos celebrando la Eucaristía en este día tan importante como memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor, pero démonos cuenta a cuánto nos compromete porque celebrar el misterio de Cristo no lo podemos hacer si no vivimos en su mismo amor y con su mismo amor.
Contemplamos y celebramos el lavatorio de los pies y el mandamiento del amor al mismo tiempo que le institución de la Eucaristía y el Sacerdocio en este día. No podemos separarlos de ninguna manera. Lavatorio, Eucaristía y amor fraterno se necesitan. Caridad sin Eucaristía quedaría muy pobre y podría secarse pronto; Eucaristía sin caridad, sería fría y meramente ritual. De la Eucaristía nace el lavatorio y el lavatorio hace la Eucaristía. Así tan íntima y esencialmente unidas están.
Solo quiero dejar una pregunta en el aire al son de las palabras de Jesús que hemos escuchado. Cuando salgamos de esta Eucaristía que ahora estamos queriendo vivir celebrar con tanto fervor, ¿iremos a lavar los pies de los hermanos?  Porque el Señor nos dijo: ‘Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies los unos a los otros; os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis’. Y ya sabemos lo significa esto y cuál es la sublimidad del amor cristiano.

miércoles, 27 de marzo de 2013


¿Cómo vamos a preparar la Pascua?

Is. 50, 4-9; Sal. 68; Mt. 26, 14-25
¿Cómo vamos a preparar la Pascua? ¿cómo hemos venido preparándola? Hoy el evangelio nos habla de esos preparativos. ‘Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: ¿dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?’ Ya hemos escuchado la instrucciones de Jesús.
Los preparativos eran laboriosos; no solo había que buscar un lugar, porque estaban en Jerusalén que no era su lugar de residencia y no tenían allí casa propia por lo que habría que buscar la casa de alguien conocido, algun pariente, alguien que ofreciera generosamente un lugar donde hacerlo; pero había que preparar el cordero, que previamente habia de ser sacrificado en el templo, preparar los panes ácimos, las lechugas amargas, el vino, el agua para las abluciones tan importantes en cualquier ritual judío. De todo eso  han de encargarse aquellos que Jesús envía a Jerusalen ‘que cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua’.
Pero aquella pascua iba a ser distinta y otros eran los preparativos. Por eso el evangelista comenzará hablándonos de la traición de Judas que va a hablar con los sumos sacerdotes. ‘El Hijo de Hombre se va como está escrito’, dirá luego Jesús en la cena. Jesús ya había anunciado varias veces todo lo que iba a suceder en subida a Jerusalén; y los profetas habían descrito todo lo que se refería a la pasión del Hijo del Hombre. Eso formaba parte también de la preparación de aquella pascua y también se iba cumpliendo.  Y Jesús ahora lo está anunciando también con la consternación de los discípulos.
Pero la pregunta que nos hacíamos era ¿cómo vamos a preparar la pascua nosotros? Estamos a las puertas del triduo pascual, de la celebración de la pascua. Mañana, ya, jueves santo iniciaremos con la conmemoración de la cena pascual, la última cena, con todo lo que en ella sucedió. Iniciaremos así las celebraciones de todo el misterio pascual de Cristo. Pero ¿estaremos en verdad preparados para vivir misterio tan grande como el que vamos a celebrar? ¿qué será lo importante que tendríamos que preparar?
Algunas veces podemos andar ajetreados en nuestras parroquias y comunidades porque son muchas las cosas que hay que preparar en el orden de lo material. Es cierto que hemos de tener todo a punto para poder vivir intensamente esas celebraciones del triduo pascual, pero no nos podemos quedar en lo material, como cuando pensamos en el evangelio de hoy no nos quedamos solamente en aquellos preparativos que los discípulos hicieron para tener todo a punto para la cena del cordero pascual.
Algo más hondo tenemos que preparar. Son las disposiciones que allá en lo hondo de nuestro espíritu tenemos para poder celebrar y vivir todo el misterio de Cristo. Ya lo hemos reflexionado que nos vamos a vivir estos días desde el exterior, desde las cosas externas. Lo más importante será como dispongamos nuestro espíritu, qué apertura tengamos en nuestro corazón y en nuestra vida a la gracia de Dios, para dejarnos inundar por esa gracia que Cristo nos regala.
Que no resbale sobre nosotros esa gracia del Señor y nosotros nos quedemos de la misma manera que estábamos antes. Tiene que haber un verdadero y profundo encuentro con el Señor y con su gracia dejándonos transformar por la gracia del Señor que llega a nosotros. probablemente ya nos habremos acercado a los sacramentos y en especial al Sacramento de la Penitencia o Reconciliación para renovar esa gracia de Dios en nuestra vida que acaso habíamos perdido con nuestro pecado.
Si no lo hemos hecho aún, aprovechemos estos últimos momentos de gracia para acercarnos al Sacramento. Mal podremos celebrar el misterio pascual de Cristo y su salvación si nos mantenemos en nuestro pecado, si no convertimos nuestro corazón al Señor, si hemos tenido miedo y cobardía para acercarnos al Sacramento que nos alcanza ese perdón de Dios. Hagámoslo bien y con toda sinceridad; es el primer y más importante preparativo que  hemos de hacer para poder sentarnos a la mesa del Señor y celebrar su Pascua.
Además intensifiquemos nuestra oración, nuestra escucha a la Palabra de Dios una y otra vez, la ofrenda de amor que le hagamos al Señor con nuestro sacrificio y nuestra penitencia, y el amor exquisito que le tengamos y mostremos a aquellos hermanos que están a nuestro lado, porque si no somos capaces de acogerlos a ellos, tampoco seremos capaces de acoger al Señor que viene a nuestra vida con su salvación.
‘El momento está cerca, nos dice el Señor; quiero celebrar la pascua en tu casa’, quiere el Señor celebrar su Pascua en nuestro corazón.

martes, 26 de marzo de 2013


Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar… conmoción y dramatismo de la hora de Jesús

Is. 49, 1-6; Sal. 70; Jn. 13, 21-33.36-38
Meditando este texto del evangelio que acabamos de proclamar se siente uno sobrecogido ante el cierto dramatismo que destila; y cuando digo sobrecogido no es para sentirnos asustados sino más bien llenos de esperanza porque en las palabra de Jesús que nos hablan de su glorificación hay como un rayo de luz que todo lo ilumina y nos hace descubrir el sentido último.
Realmente que alguien comience diciéndonos que entre los que estamos reunidos en un ambiente que se supone de paz y armonía hay un traidor es realmente algo que nos tiene que asustar en cierto modo. Jesús les dice ‘profundamente conmovido: os aseguro que uno de vosotros me va a entregar’. Vemos cómo surge la inquietud y surgen las preguntas. Será Juan, a indicaciones de Pedro, porque está recostado a la mesa junto a Jesús poco menos que apoyándose en su pecho el que pregunte: ‘Señor, ¿quién es?’
La respuesta que da Jesús no son nombres sino señales, por lo que el resto de los apóstoles no comprenderán las palabras que siguen de Jesús y la salida de Judas después de tomar el pan que Jesús le da. ‘Lo que tienes que hacer, hazlo pronto’.
Llega la hora, ya es inminente. Como escucharemos el jueves en el inicio de este capitulo, ‘sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre…’ y comenzaba su pasión, su entrega de amor. Pero ahora cuando sale Judas dirá y son las palabras que nos llenan de luz y de sentido: ‘Ahora es glorificado el Hijo del Hombre y Dios es glorificado en El… pronto lo glorificará’. Entendemos nosotros bien por donde va a pasar esa glorificación del Hijo del Hombre, por la pasión, por la cruz, por su muerte, pero le contemplaremos glorificado, exaltado, levantado en alto porque resucitará y vive para siempre.
Prosigue el diálogo, ahora con Pedro, con las promesas y protestas de Pedro que quiere seguir a Jesús y que dice está dispuesto a dar la vida por El. ‘¿Con que darás tu vida por mi?, le dice Jesús. Te aseguro que no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces’. El dramatismo no termina en la negrura de la traición de Judas.
Dice el evangelista en un significativo detalle que cuando salió Jesús ‘era de noche’. También en oscuridades se va as ver envuelto el corazón de Pedro. Jesús le diría que había que estar prevenido, y por eso cuando lleguen al huerto le dirá que velen y oren para no caer en la tentación, pero se dejan dormir. El espíritu quiere muchas veces estar pronto y despierto pero la carne es débil, como diría el mismo Jesús. Por eso es necesario orar. Bien que lo experimentaría más tarde cuando llegue la hora de la negación, pero ante la mirada de Jesús Pedro llorará su pecado, sentirá remordimiento y arrepentimiento en su corazón.
Es la lección que nosotros también hemos de ir aprendiendo para que no nos suceda de manera semejante. Las negruras se nos pueden meter en el alma con la tentación y nos vemos fácilmente envueltos en redes de muerte. En muchas negaciones e infidelidades nos vemos envueltos tantas veces. Por eso es necesario estar vigilantes, mantener el espíritu y la intensidad de nuestra oración.
Una oración es cierto para invocar al Señor, para pedir la fuerza de su Espíritu y de su gracia. Pero una oración que estos días hemos de hacer mucho de contemplación, porque la contemplación de la pasión de Jesús y todos aquellos acontecimientos que la rodearon, como este mismo que hoy estamos meditando, nos tienen que ayudar a mantener esa intensidad de nuestra vigilancia y han de caldear de amor y de fe nuestro corazón para ir dando esa respuesta valiente de nuestra fe y de nuestro amor.

lunes, 25 de marzo de 2013


Jesús en Betania nos ayuda a prepararnos para la pascua

Is. 42, 1-7; Sal. 26; Jn. 12, 1-11
Jesús está de nuevo en Betania donde había resucitado a Lázaro. ‘Ahora le ofrecieron una cena: Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con El en la mesa’. El Evangelio de Juan hace referencia repetidas veces de la presencia de Jesús en Betania. Estaba cerca de Jerusalén y la hospitalidad de sus amigos era motivo para que Jesús estando en Jerusalén por la fiesta de la pascua, vinieran en varias ocasiones hasta aquel hogar de Betania.
Hay hechos que se repiten, como el que parece estar en el centro del episodio de hoy. Un día una mujer pecadora, nos contaba san Lucas, se atrevió a acercarse a Jesús por detrás para lavarle los pies con sus lágrimas y derramar también un caro y oloroso perfume a la manera de unción sobre Jesús. Ahora es María, - ¿la hermana de Lázaro y Marta? con toda probabilidad - la que un día se sentara a los pies de Jesús para escucharle y que motivara las quejas de su hermana porque no le ayudaba con el servicio, la que le ‘unge los pies a Jesús con una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso y se los enjuga con su cabellera, llenando toda la casa de la fragancia del perfume’.
Es el perfume de nardo, ya de por sí muy oloroso, pero es más bien el perfume del amor. Repetidamente lo vemos en ambas mujeres, que así con amor se acercan una llorando sus pecados, la otra en aquel momento con deseos de escuchar más y más a Jesús para más amarle, y ahora como una ofrenda de amor después de lo que Jesús había hecho al resucitar a Lázaro.
Pero como siempre las reacciones son diversas. Cómo reaccionamos tantas veces ante la bondad de los demás o ante unas actitudes sinceras que nos ponen ante Dios. Siempre es fácil que salte el juicio y el prejuicio, la desconfianza y la sospecha maliciosa. Un día aquel fariseo pensaba para sus adentros si Jesús sabría bien quien era la mujer que estaba a sus pies; en la otra ocasión la queja era de Marta porque le parecía que María no atendía con la debida hospitalidad a Jesús pensando solo en hacer cosas - que por cierto vemos hoy de nuevo a Marta en esa actitud de servicio, ‘Marta servía’ -; ahora será también Judas, y nos deja entrever el evangelista de la malicia de sus afirmaciones, el que se atreva a decir que era un gasto innecesario que podría haber empleado para otras cosas de más utilidad.
Pero Jesús siempre aceptando el amor, valorando lo bueno de los demás, abriendo su corazón para acoger, dándonos su palabra certera y que nos llena de vida. En la respuesta de Jesús se entrevé ya un anuncio de su cercana muerte. ‘Lo tenía guardado para mi sepultura’, que les dice Jesús y como quizá no vaya a haber tiempo cuando llegue el momento, mejor ir expresando ya esos signos desde ahora.
Jesús acogiéndonos con amor y nosotros queriendo también expresarle nuestro amor. Es lo que queremos hacer y vivir de manera intensa en estos cercanos ya a su pasión y a su muerte. Vamos a contemplar todo lo que es su amor, pero nuestro corazón tiene también que abrirse al amor, dejarse inundar por el amor de Dios, pero responder con mucho amor a cuanto hace por nosotros.
Se acercan los momentos de la pasión y queremos meternos de verdad en el misterio de Cristo que vamos a celebrar. No nos acercamos a Jesús por novelería ni por rutina, por la curiosidad de ver como otros hacen las cosas o contentándonos con una visión superficial de las cosas. Muchos vinieron a Betania por la curiosidad de lo que había pasado y simplemente querían ver a Lázaro.
Nosotros queremos acercarnos a Jesús en estos días de una forma honda, porque realmente lo que queremos es ponerlo en nuestro corazón y que sea en verdad el centro y la razón de ser de nuestra vida. No vamos a contemplar unas figuras muy artísticas - hay quien habla de que nuestros templos y nuestras calles en semana santa se convierten en un museo o una exposición de arte religioso al aire libre -, nosotros queremos contemplar a Jesús y llegar a vivir su pasión para que en verdad con el nos sintamos resucitados, renacidos a la vida nueva de la gracia. Todo tiene que ayudarnos de verdad a preparar la pascua, el paso salvador de Dios por nuestra vida.

domingo, 24 de marzo de 2013


El camino de la pasión y nuestro camino cargando con la cruz detrás de Jesús

Is. 50, 4-7; Sal. 21; Filp. 2, 6-11; Lc. 22, 14 - 23, 56
‘Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre’. Así lo proclamamos antes de la lectura del Evangelio. Así lo hemos contemplado en la proclamación de la pasión. Así lo vamos a meditar y celebrar en esta semana de pasión con la culminación del triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Contemplamos y celebramos; meditamos y hacemos vida; nos dejaremos inundar por el misterio de amor y terminaremos rebosantes de vida nueva cuando lleguemos a la celebración pascual de la resurrección. Es un misterio grande de amor el que vamos a vivir.
Es Dios, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre ‘que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo’, como confesamos en el Credo. Se rebajó, se despojó de todo, se hizo el último, el esclavo y el servidor de todos, como le había enseñado a los discípulos; actuando como un hombre cualquiera - y no olvidemos que era y es Dios - se rebajó hasta someterse a la muerte, una muerte de cruz. Así lo ha proclamado san Pablo en este himno cristológico que nos propone en la carta a los Filipenses.
Ahí y así lo hemos contemplado en la proclamación de la pasión. La pasión de Jesús, ¿será nuestra pasión? Cuando contemplamos crudamente cara a cara el dolor y el sufrimiento parece que todo se nos llena de negrura, nos cuesta atisbar algún resplandor de luz; cuando contemplamos el dolor y el sufrimiento de Jesús en su pasión y en su muerte también nos sentimos abrumados, pero hemos de saber descubrir toda la luz que brilla tras esa pasión. Porque siempre resplandece, y de qué manera, la luz del amor, de la vida, que despierta nuestra esperanza, que nos hace mirar la pasión que nosotros hemos construido en nuestra vida, pero que ha de provocar en nosotros deseos de conversión al amor.
Podría decir que paralelamente al camino de la pasión de Jesús vamos descubriendo el camino negro de la maldad del corazón del hombre. Seguían las ambiciones y deseos de grandezas, aparecían las actitudes violentas, las traiciones y las negaciones cobardes, la manipulación de las personas y las acusaciones falsas, los menosprecios y burlas y las cobardías que terminan en sentencias injustas; ahí están los discípulos que siguen aspirando a primeros puestos o la violencia de la espada, la traición de Judas o la negación de Pedro, las acusaciones manipuladas ante Pilatos, los desprecios de Herodes y la cobardía del gobernador romano que van tejiendo por así decirlo el camino de la pasión de Jesús.
¿Serán también las sombras de nuestra vida con nuestro pecado que también provoca el camino de la pasión de Jesús? Hemos de saber hacer una lectura de nuestra vida desde el relato de la pasión de Jesús.
Pero no todo es sombra y negrura porque la luz del amor de Jesús brilla sobre todo eso dando sentido a una pasión para transformar la negrura de nuestro pecado en la luz luminosa de la gracia que nos redime. ‘Aparta de mi ese cáliz, es el grito de Jesús en Getsemaní en el comienzo de su pasión, pero no se haga mi voluntad sino la tuya’. Es la ofrenda del amor; es la obediencia al Padre; es el plan de salvación que a todos nos va a alcanzar.
En ese camino aparecen, sin embargo, resplandores de solidaridad, de esperanza y de fe. Será el Cireneo que ayuda a llevar la cruz de Jesús o las mujeres compasivas que lloran al paso del cortejo camino del calvario y que van a recibir el consuelo de Jesús - ‘no lloréis por mi, llorad por vosotras y por vuestros hijos…’ -; será el ladrón arrepentido que suplica lleno de esperanza el poder entrar por la puerta del Reino - ‘acuérdate de mi cuando llegues a tu reino’ - o finalmente la confesión de fe del centurión que es capaz de descubrir detrás de la negrura de la muerte el resplandor de un amor que ha dado sentido a una muerte - ‘realmente, este hombre era justo’ - para concluir con el desprendimiento de quien ofrece su sepulcro nuevo para que lo ocupe el cuerpo de Jesús.
Mucho podemos reflexionar y meditar en torno a la pasión de Jesús, pero no ha de ser tarea de un momento ni de un día. Estos días de pasión tenemos que levantar nuestra mirada continuamente hacia la cruz de Jesús en lo alto del calvario. Para los cristianos que queremos vivir intensamente nuestra fe son días muy especiales y que hemos de vivir con gran intensidad sabiendo encontrar momentos y espacios para esa meditación, para esa reflexión, para esa oración. No es una contemplación solo externa la que tenemos que hacer, aunque bien nos ayudan plásticamente las imágenes sagradas que nos describen los diferentes momentos de la pasión del Señor para centrar bien nuestra meditación. Pero tiene que ser una profundización interior la que tenemos que hacer.
Todo ha de ser un camino que nos lleve a impregnarnos hondamente del misterio pascual de Jesús. Todo va a culminar cuando el próximo domingo celebremos y vivamos la resurrección del Señor. Hoy, casi como un anticipo, hemos aclamado al Señor en la conmemoración de su entrada en Jerusalén donde la gente sencilla y los niños le aclamaban y bendecían como el que viene en nombre del Señor. Bien lo sabemos nosotros y ya nuestro canto ha tenido esos ecos pascuales que con toda intensidad vamos a cantar en la noche de la resurrección y en el día de Pascua.
Cuando hemos cantado hoy la victoria de Cristo con nuestros hosannas sabíamos muy bien cual es ese verdadero camino de la victoria pascual que pasa por la cruz y culmina en la resurrección. Pero la gran victoria será cuando nosotros nos sintamos en verdad resucitados, renacidos, renovados en Cristo para vivir esa vida nueva de la gracia.
Ahora emprendamos ese camino de la pasión y del calvario. El evangelio nos decía quienes conducían a Jesús al Calvario ‘echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús’. Un día Jesús nos dijo que si queríamos ser sus discípulos tomásemos nuestra cruz de cada día y nos fuésemos con El. Vamos a tomar esa cruz, que ya sabemos bien cuantas cosas tiene de nuestra propia vida en aquellas negruras de las que antes hablábamos, y lo vamos a ser voluntariamente y con amor y vamos a cargar con ella para seguir a Jesús. El va delante, con Él pasaremos por el Calvario, pero sabemos que con El terminaremos en la gloria y el resplandor de la resurrección. Confesemos también nuestra fe en El, ‘verdaderamente es el Hijo de Dios’.