viernes, 29 de marzo de 2013


¿Cómo tenemos que mirar a Cristo crucificado?

Is. 52, 13-53, 12; Sal. 30; Hebreos, 4, 14-16; 5, 7-9; Jn. 18, 1-19,42
Hace unos días a través de estos medios de comunicación que hoy tenemos le envié a un amigo una fotografía de la imagen de un Cristo crucificado queriendo de alguna manera hacerle llegar con dicha imagen un mensaje propio para estos días. Inmediatamente me respondió: ‘Ver eso me entristece, tío, yo no quisiera estar ahí en su lugar’, a lo que yo le respondí ‘todo lo contrario nos da paz’. ‘Sí, me respondió, pero sufrió mucho’. Y yo simplemente le añadí. ‘Gracias a que El estuvo tenemos la salvación’, y le añadí ‘es el AMOR’. Entonces me respondió ‘mirándolo así me gusta más’.
¿Cómo tenemos que mirar a Cristo crucificado? Sí, es la pregunta que quizá tengamos que hacernos en esta tarde del viernes santo. ¿Cómo lo miramos? ¿Qué es lo que vemos? Es cierto que contemplar un cuerpo desgarrado cosido al madero de la Cruz no nos es nada agradable a la vista. ‘Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado…’ Es la descripción que con crudeza y realismo nos hacía el profeta.
Cuando levantamos los ojos a lo alto de la cruz, ¿es eso solo lo que contemplamos? Nuestra primera mirada se queda en el cuerpo dolorido de Cristo y como decía mi amigo ‘ver eso nos entristece, yo no quisiera estar en ese lugar’, no quisiéramos tener que encontrarnos frente a frente con ese dolor porque parece que nos hace daño. Pero como le decía, ‘él estuvo allí por nosotros’; en nuestro lugar, podríamos decir también; o podríamos pensar que El está allí en lo alto recogiendo todo el dolor y el sufrimientos de tantos que caminan a nuestro alrededor y a los que quizá nos cuesta mirar.
¿No nos ha pasado quizá más de una vez que vamos por la calle y allí en suelo está alguien tendiéndonos un cacharrito para que le pongamos algo porque no se atreve quizá ni a tender su propia mano y también nosotros volvemos la vista hacia otro lado porque no queremos mirar? Digo esto porque es lo más corriente que nos encontramos cada día en nuestras calles y parques o en las puertas de nuestras iglesias, pero son tantos los que pasan a nuestro lado arrastrando el dolor de su sufrimiento, de su soledad, de sus angustias, de sus penas y desesperanzas y no queremos mirar, o no queremos muchas veces enterarnos.
Mucho es el sufrimiento que hay en nuestro mundo, y pensamos en cuantos mueren de hambre y miseria a lo largo de nuestro mundo, o sufren consecuencias de guerras y violencias, pero también quizá no tan lejos muchas veces quienes padecen una cruel enfermedad sin una medicina que le alivie o una mano amiga que le acompañe en el lecho de su dolor. Son muchas las soledades y sufrimientos, las impotencias de tantos que no ven una luz para seguir caminando con esperanza. No digamos cuantos están sufriendo en estos momentos las consecuencias de la crisis económica que vivimos. La lista se haría interminable y hoy al ponerme a los pies de la cruz de Jesús y mirar a lo alto en ese cuerpo de Cristo atravesado y clavado en la cruz estoy viendo todo ese sufrimiento y ese dolor de todo tipo de tantos a nuestro alrededor. Ojalá, aprenda yo a mirar con una mirada nueva, con la mirada que Jesús desde la cruz me está enseñando a tener.
Y Jesús está ahí en la cruz y gracias a ella nos llega la salvación. Porque ahí en Jesús, ‘el que soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores, como nos decía el profeta, herido de Dios y humillado, traspasado por nuestras rebeliones, triturado por  nuestros crímenes, sus cicatrices nos curaron; maltratado, voluntariamente se humillaba, enmudecía como cordero llevado al matadero, no abría la boca, triturado con el sufrimiento entregó su vida como expiación, expuso su vida a la muerte, fue contado entre los pecadores, tomó nuestro pecado e intercedió por los pecadores’. Es la ofrenda del amor. Es el AMOR.
Sí, contemplemos el amor; mirado desde el amor las cosas se ven de distinta manera; descubramos que detrás y en el fondo de todo ese sufrimiento de Jesús en la cruz está el Amor. Obediente al Padre sube a la cruz, camina hasta el Calvario, entrega su vida por nosotros. ‘No se haga mi voluntad sino la tuya’, había dicho en Getsemaní. ‘Aprendió, sufriendo, a obedecer’, que nos decía la carta a los Hebreos, ‘y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna’.
Contemplamos en la cruz el amor y la salvación. Pero lo contemplamos como algo palpable y real para nuestra vida y para nuestro mundo. Su entrega no es un sueño. Su entrega nos ha puesto en camino de ser un hombre nuevo para hacer un mundo nuevo. Si nos sentimos nosotros traspasados por ese amor que se destila desde la cruz de Jesús ya nuestra vida tiene que ser distinta, no podemos vivir de la misma manera cerrando los ojos en nuestros miedos o nuestra insolidaridad y necesariamente comenzaremos a hacer ese mundo mejor, ese mundo nuevo.
Ya no podremos pasar por la vida volviendo nuestra vista hacia otro lado porque el amor nos habrá abierto los ojos de un modo nuevo. Se tiene que acabar la dureza de nuestro corazón para llenarnos de verdad de la ternura de Dios, de la compasión y de la misericordia, de un amor efectivo y real que comience a amar de verdad a los hermanos. No será necesario ya que nos tiendan un cacharrito para pedirnos algo porque nosotros por adelantado tenderemos generosamente y con amor nuestra mano sin ningún miedo ni prevención. Sabremos detenernos de verdad junto al hermano para acompañarlo en su soledad, para darle una esperanza en su angustia, para poner una nota de alegría en su tristeza.
Levantemos los ojos a lo alto de la cruz de Cruz pero vayamos con esa mirada directa al hermano con el que nos cruzamos en el camino de la vida. Miremos directamente a Jesús que viene a nuestro encuentro en esta tarde de viernes santo para llenarnos de su gracia, para llenarnos de verdad de su amor.
Todo ese mal y todo ese sufrimiento se va a ver transformado desde la Cruz de Cristo. La violencia se transformará en mansedumbre, la venganza en perdón, el odio en amor, la mezquindad en generosidad, la mentira en verdad. Desde la Cruz de Jesús se han de acabar los miedos y cobardías, la insolidaridad no tiene cabida en nuestro corazón, las tristezas se han de transformar en esperanza. Desde la cruz de Jesús nos sentimos perdonados y redimidos; sentimos una paz nueva en nuestro corazón y tenemos la esperanza de que en verdad podemos hacer algo nuevo en nuestra vida y en nuestro mundo. Desde la cruz sabemos bien lo que es la misericordia y el amor, la comprensión y el aliento para comenzar a caminar de nuevo.
Miremos a Jesús, miremos su cuerpo, sus manos, su corazón, su mirada y sentiremos que algo nuevo comienza para nuestra vida desde su amor y su entrega. La cabeza coronada de espinas de Jesús nos redime de nuestros orgullos; las manos abiertas y gastadas de bendecir y de servir  nos redimen de nuestras violencias y codicias; ese rostro ensangrentado de Cristo pero tras el cual se ven esos limpios y penetrantes nos enseñan a abandonar para siempre nuestras falsedades y cegueras; esos pies gastados y cansados de tantos caminos para hacer el bien nos esperan con paciencia y nos redimen de nuestras comodidades; ese cuerpo roto por los azotes y el sufrimiento nos redimen de nuestras crueldades; ese costado abierto de Cristo nos redime de nuestros egoísmos y desamores.
Con Cristo crucificado nos sentimos redimidos para comenzar a vivir una vida nueva que será principio de un mundo mejor. Pongámonos sin miedo a la sombra de la cruz que sabemos cierto que es camino de victoria y de resurrección. 

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