sábado, 30 de marzo de 2013


¡Ha resucitado! No lo busquemos en el sepulcro, ha vencido el amor, ha vencido la vida

 Lc. 24, 1-12
‘¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado’. No podemos menos que comenzar repitiendo las palabras del ángel a aquellas buenas mujeres que iban al sepulcro a buscar el cuerpo muerto de Jesús.
Pero nosotros las escuchamos de distinta manera. ‘¡Ha resucitado!’ Sí, está aquí. No lo buscamos en el sepulcro. Lo sentimos y lo vivimos ahora aquí entre nosotros. El Señor vive. Está aquí. Es lo que nos llena de alegría y de gozo grande en el corazón que se desborda en nuestros cantos y en toda la celebración pero que ha de desbordarse por toda nuestra vida.
En la tarde del Calvario elevábamos nuestros ojos a lo alto de la Cruz para mirar a Cristo de frente y para dejarnos mirar por El. A pesar de que el momento de pasión y sufrimiento nos embargaba el alma, sin embargo mirábamos por encima de todo aquel dolor y sufrimiento para contemplar el amor. Y allí estaba la respuesta.
Como nos decía el Papa Francisco en la tarde del Viernes Santo: ‘En realidad Dios ha hablado y ha respondido y su respuesta es la Cruz de Cristo. Una palabra que es amor, misericordia, perdón’. Allí estaba el anuncio de victoria. Por esto nuestro dolor entonces estaba lleno de esperanza porque en ese amor nos llegaba la salvación, la misericordia, el perdón. Esta noche cantamos definitivamente la victoria que ya comenzábamos a cantar al pie de la cruz porque contemplamos, sentimos, vivimos, celebramos a Cristo vivo, a Cristo resucitado. Y ese es el gozo hondo que nos embarga esta noche.
Un evangelista nos contaba que ‘al llegar el mediodía toda la región quedó en tinieblas’, pero ‘esta es la noche clara como el día, como hemos cantado en el pregón que nos anunciaba la pascua y la resurrección, la noche iluminada por mi gozo’. Todo en esta noche es luz. Se ha encendido el fuego nuevo, la luz nueva de Cristo resucitado. Se disipan las tinieblas, ha sido vencida la oscuridad de un mundo lleno de muerte y de pecado. Brilla en medio de nosotros como un signo de esa luz que nunca se apagará el Cirio Pascual para iluminarnos, para iluminar todo nuestro mundo, con esa luz nueva de la resurrección. Es la noche iluminada por la resurrección del Señor, la noche que se vuelva más clara que el día porque brilla el lucero que no tiene ocaso. Brilla la luz de Cristo resucitado y nosotros nos llenamos de su luz.
En las lecturas de la Palabra de Dios que nos han servido de guía a través de toda esta vigilia de espera de la resurrección del Señor hemos ido haciendo un recorrido por la historia de la salvación. Contemplábamos la obra creadora de Dios, la fe de Abrahán, la liberación de Egipto con el paso del mar Rojo, la voz de los profetas; todo un camino que nos ha ido conduciendo al momento cumbre que contemplamos, sentimos y vivimos: la presencia de Cristo resucitado en nosotros y en medio de nosotros. Todo venía a ser imagen, preparación y anticipo de la nueva creación que en Cristo se realiza cuando con su muerte y resurrección, liberándonos de la peor de las esclavitudes que es nuestro pecado, recrea en nosotros ese hombre nuevo de la gracia.
En la fuente del Bautismo, como un paso por el mar Rojo, nos sumergimos para comenzar a vivir esa vida nueva, para nacer a ese hombre nuevo. ‘Creemos en un solo bautismo para el perdón de los pecados’, confesamos en el credo de nuestra fe. Allí un día nos despojamos de ese hombre viejo de la esclavitud, del pecado; en esa fuente de la salvación por la fuerza del Espíritu nos llenamos de la vida divina de la gracia para ser hijos de Dios.
Es por eso por lo que en esta noche luminosa de la pascua renovamos nuestro bautismo, renovamos nuestros compromisos bautismales, al pie de la fuente bautismal e iluminados por la luz del Cirio Pascual, comprometiéndonos una vez más a no dejarnos vencer por la tentación y el pecado. Es algo serio e importante lo que vamos a hacer. Para eso hemos venido preparándonos a través de toda la Cuaresma. Ahí vamos a proclamar una vez más con todas nuestras fuerzas nuestra fe, esa fe que luego tenemos que proclamar ante el mundo para que todos un día puedan alcanzar esa luz de la fe dejando iluminar sus vidas por la luz de Cristo resucitado.
Al comenzar nuestra celebración y al encender el Cirio Pascual hemos realizado un signo muy importante que no puede pasar desapercibido y que tiene que significar mucho para nosotros. A las puertas de nuestro templo, de la Iglesia como solemos decir, hemos realizado ese signo de encender el Cirio en el fuego nuevo, y mientras íbamos entrando en la Iglesia íbamos encendiendo nuestros cirios de la Luz del Cirio Pascual o también de otros que ya la habían encendido antes que nosotros. Pero de una forma o de otra era luz tomada del Cirio la que encendíamos, porque es la Luz Cristo, Cristo que es nuestra Luz, la que nos ilumina.
¿Cómo ha llegado a nosotros la fe? ¿Cómo comenzamos a creer y como alimentamos luego nuestra fe? Fueron nuestros padres quizá desde la más tierna infancia, ha sido el testimonio que hemos contemplado en tantos a lo largo de la vida que nos despertaron a la fe, o en tanto que habremos sentido allá en lo hondo del corazón escuchando a Dios que nos hablaba, y ha sido la mediación de la Iglesia que en la Palabra proclamada, en los sacramentos, en la oración y en la vida de la Iglesia. Se nos ha ido trasmitiendo esa luz de nuestra fe. Ahí está ese signo que hemos realizado cuando hemos tomado esa luz.
Pero no se queda ahí porque nos hemos trasmitido la luz los unos a los otros. Tenemos que trasmitirnos esa luz de la fe los unos a los otros. Esa luz no la podemos ni encerrar en la Iglesia ni guardárnosla solo para nosotros. Nosotros que la hemos recibido tenemos ahora que ir a los otros, también a los que no tienen fe, para con nuestro testimonio, nuestra palabra, nuestra vida ser un signo que trasmita, que despierte la fe para que, como decíamos, todos seamos iluminados por esa luz de Cristo resucitado.
Queremos hacer un mundo nuevo y desde Cristo resucitado nos ponemos en camino de realizarlo; en Cristo resucitado sentimos que sí es posible ese mundo nuevo; en Cristo resucitado, que ha venido a transformar nuestro mundo transformando nuestros corazones, sentimos la fuerza para irlo realizando. Es la nueva creación que comienza con Cristo para llegar a ese cielo nuevo y esa tierra nueva de la que nos hablará el Apocalipsis.
Desde Cristo resucitado tenemos que poner luz en nuestro mundo, llenándolo de amor y de solidaridad, poniendo paz en las relaciones mutuas de todos empezando por la convivencia de cada día con el que está a nuestro lado, poniendo sinceridad y autenticidad en nuestra vida y nuestro trato con los demás, luchando por una mayor justicia para que nadie sufra, poniendo ese bálsamo de ternura que llenen de dulzura, comprensión y misericordia nuestras mutuas relaciones. Pequeñas cosas, nos puede parecer, pequeñas semillas de luz que hemos de ir sembrando pero que iluminarán nuestro mundo.
Como decíamos antes, esta noche con la victoria de Cristo se disipan todas las tinieblas y nos llenamos de esperanza porque ha vencido el amor. Cantamos con gozo la resurrección del Señor. Cantamos con gozo y esperanza porque nos sentimos perdonados y renovados. Cantamos con gozo y esperanza porque sentimos que Dios sigue contando con nosotros a pesar de tantas debilidades que hay en nuestra vida y en Cristo resucitado encontramos nuestra fortaleza para ir a llevar esa luz, para trasmitir nuestra fe.
No buscamos más en el sepulcro de la muerte al que es la Vida. La muerte está ya vencida. Cristo ha resucitado y con El nosotros nos sentimos también sacados del sepulcro y llenos de vida. Resucitemos en verdad con El. Vivamos el resplandor de la resurrección. Que ese sea el grito de vida que proclamemos ante el mundo, nuestra fe. El Señor está aquí, estará para siempre en nosotros y con nosotros.
¡Feliz Pascua de Resurrección!

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