domingo, 24 de marzo de 2013


El camino de la pasión y nuestro camino cargando con la cruz detrás de Jesús

Is. 50, 4-7; Sal. 21; Filp. 2, 6-11; Lc. 22, 14 - 23, 56
‘Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el Nombre-sobre-todo-nombre’. Así lo proclamamos antes de la lectura del Evangelio. Así lo hemos contemplado en la proclamación de la pasión. Así lo vamos a meditar y celebrar en esta semana de pasión con la culminación del triduo pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
Contemplamos y celebramos; meditamos y hacemos vida; nos dejaremos inundar por el misterio de amor y terminaremos rebosantes de vida nueva cuando lleguemos a la celebración pascual de la resurrección. Es un misterio grande de amor el que vamos a vivir.
Es Dios, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre ‘que por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo’, como confesamos en el Credo. Se rebajó, se despojó de todo, se hizo el último, el esclavo y el servidor de todos, como le había enseñado a los discípulos; actuando como un hombre cualquiera - y no olvidemos que era y es Dios - se rebajó hasta someterse a la muerte, una muerte de cruz. Así lo ha proclamado san Pablo en este himno cristológico que nos propone en la carta a los Filipenses.
Ahí y así lo hemos contemplado en la proclamación de la pasión. La pasión de Jesús, ¿será nuestra pasión? Cuando contemplamos crudamente cara a cara el dolor y el sufrimiento parece que todo se nos llena de negrura, nos cuesta atisbar algún resplandor de luz; cuando contemplamos el dolor y el sufrimiento de Jesús en su pasión y en su muerte también nos sentimos abrumados, pero hemos de saber descubrir toda la luz que brilla tras esa pasión. Porque siempre resplandece, y de qué manera, la luz del amor, de la vida, que despierta nuestra esperanza, que nos hace mirar la pasión que nosotros hemos construido en nuestra vida, pero que ha de provocar en nosotros deseos de conversión al amor.
Podría decir que paralelamente al camino de la pasión de Jesús vamos descubriendo el camino negro de la maldad del corazón del hombre. Seguían las ambiciones y deseos de grandezas, aparecían las actitudes violentas, las traiciones y las negaciones cobardes, la manipulación de las personas y las acusaciones falsas, los menosprecios y burlas y las cobardías que terminan en sentencias injustas; ahí están los discípulos que siguen aspirando a primeros puestos o la violencia de la espada, la traición de Judas o la negación de Pedro, las acusaciones manipuladas ante Pilatos, los desprecios de Herodes y la cobardía del gobernador romano que van tejiendo por así decirlo el camino de la pasión de Jesús.
¿Serán también las sombras de nuestra vida con nuestro pecado que también provoca el camino de la pasión de Jesús? Hemos de saber hacer una lectura de nuestra vida desde el relato de la pasión de Jesús.
Pero no todo es sombra y negrura porque la luz del amor de Jesús brilla sobre todo eso dando sentido a una pasión para transformar la negrura de nuestro pecado en la luz luminosa de la gracia que nos redime. ‘Aparta de mi ese cáliz, es el grito de Jesús en Getsemaní en el comienzo de su pasión, pero no se haga mi voluntad sino la tuya’. Es la ofrenda del amor; es la obediencia al Padre; es el plan de salvación que a todos nos va a alcanzar.
En ese camino aparecen, sin embargo, resplandores de solidaridad, de esperanza y de fe. Será el Cireneo que ayuda a llevar la cruz de Jesús o las mujeres compasivas que lloran al paso del cortejo camino del calvario y que van a recibir el consuelo de Jesús - ‘no lloréis por mi, llorad por vosotras y por vuestros hijos…’ -; será el ladrón arrepentido que suplica lleno de esperanza el poder entrar por la puerta del Reino - ‘acuérdate de mi cuando llegues a tu reino’ - o finalmente la confesión de fe del centurión que es capaz de descubrir detrás de la negrura de la muerte el resplandor de un amor que ha dado sentido a una muerte - ‘realmente, este hombre era justo’ - para concluir con el desprendimiento de quien ofrece su sepulcro nuevo para que lo ocupe el cuerpo de Jesús.
Mucho podemos reflexionar y meditar en torno a la pasión de Jesús, pero no ha de ser tarea de un momento ni de un día. Estos días de pasión tenemos que levantar nuestra mirada continuamente hacia la cruz de Jesús en lo alto del calvario. Para los cristianos que queremos vivir intensamente nuestra fe son días muy especiales y que hemos de vivir con gran intensidad sabiendo encontrar momentos y espacios para esa meditación, para esa reflexión, para esa oración. No es una contemplación solo externa la que tenemos que hacer, aunque bien nos ayudan plásticamente las imágenes sagradas que nos describen los diferentes momentos de la pasión del Señor para centrar bien nuestra meditación. Pero tiene que ser una profundización interior la que tenemos que hacer.
Todo ha de ser un camino que nos lleve a impregnarnos hondamente del misterio pascual de Jesús. Todo va a culminar cuando el próximo domingo celebremos y vivamos la resurrección del Señor. Hoy, casi como un anticipo, hemos aclamado al Señor en la conmemoración de su entrada en Jerusalén donde la gente sencilla y los niños le aclamaban y bendecían como el que viene en nombre del Señor. Bien lo sabemos nosotros y ya nuestro canto ha tenido esos ecos pascuales que con toda intensidad vamos a cantar en la noche de la resurrección y en el día de Pascua.
Cuando hemos cantado hoy la victoria de Cristo con nuestros hosannas sabíamos muy bien cual es ese verdadero camino de la victoria pascual que pasa por la cruz y culmina en la resurrección. Pero la gran victoria será cuando nosotros nos sintamos en verdad resucitados, renacidos, renovados en Cristo para vivir esa vida nueva de la gracia.
Ahora emprendamos ese camino de la pasión y del calvario. El evangelio nos decía quienes conducían a Jesús al Calvario ‘echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús’. Un día Jesús nos dijo que si queríamos ser sus discípulos tomásemos nuestra cruz de cada día y nos fuésemos con El. Vamos a tomar esa cruz, que ya sabemos bien cuantas cosas tiene de nuestra propia vida en aquellas negruras de las que antes hablábamos, y lo vamos a ser voluntariamente y con amor y vamos a cargar con ella para seguir a Jesús. El va delante, con Él pasaremos por el Calvario, pero sabemos que con El terminaremos en la gloria y el resplandor de la resurrección. Confesemos también nuestra fe en El, ‘verdaderamente es el Hijo de Dios’.

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