sábado, 19 de octubre de 2024

Dar la cara por Jesús y el evangelio es algo más que no hacer daño a nadie, es un compromiso positivo por hacer lo necesario para lograr un mundo mejor, el Reino de Dios

 


Dar la cara por Jesús y el evangelio es algo más que no hacer daño a nadie, es un compromiso positivo por hacer lo necesario para lograr un mundo mejor, el Reino de Dios

Efesios 1, 15-23; Salmo 8; Lucas 12, 8-12

No siempre es fácil; y no lo digo como excusa al comienzo de esta reflexión, pero si es la excusa que siempre nos estamos poniendo; todo lo queremos calibrar muy bien, ver claramente los pros y los contras, lo que aquello pudiera llevarme al conflicto, lo que podría complicarme la vida si tomo una decisión arriesgada, los peligros que conlleva determinadas posturas y compromisos, y nos vamos echando para detrás, miramos para otro lado, nos hacemos los ‘tontos’ y pasamos de largo. Con cosas que hacemos ya con demasiada naturalidad con tal de no complicarnos.

Vamos por la calle y vemos a alguien que está tratando de forma violenta a una persona, ¿Qué hacemos? ¿Cambiamos de acera?  ¿Seguimos como si aquello no fuera con nosotros y que cada uno se las arregle? Nos ponemos por delante todas esas consideraciones y riesgos que aquello podría significar para nosotros. Y quien dice en una cosa tan sencilla nos puede suceder en otras de mayor gravedad. Nos cuesta dar la cara, tenemos que reconocerlo. Nos falta coraje y valentía para defender lo justo.

Me estoy haciendo esta consideración que podríamos llevarla a muchos más terrenos a partir de lo que hoy Jesús nos pide en el evangelio. Que demos la cara por el evangelio, que demos la cara por nuestra fe. Jesús nos está hablando de negarle ante los hombres, y de muchas maneras nos sucede eso. Nos falta el coraje de tener la seguridad de que el Espíritu del Señor no nos faltará. ¿Dónde está nuestra fe en la presencia del Espíritu Santo como hoy Jesús nos está prometiendo?

Dar la cara es salir en defensa de lo que consideramos justo; dar la cara es manifestar lo que somos, la fe que llevamos en nuestra vida, que no es una cosa postiza que podemos poner y quitar a nuestro antojo o a nuestra conveniencia. Muchas veces en estas reflexiones que nos hacemos a partir del evangelio nos preguntamos cómo estamos contagiando nuestra fe al mundo que nos rodea. Es una pregunta seria de la que no podemos salirnos por la puerta de atrás. Por ósmosis, tendríamos que decir, que hemos de contagiar la fe que tenemos a los que nos rodean; pero claro, necesitamos estar de verdad nosotros empapados, porque de lo contrario poco se podrá desprender de nosotros.

Nos decimos cristianos de siempre, pero algunas veces damos la impresión que no estamos muy convencidos de la fe que tiene que envolver nuestra vida. Y de ahí nacen nuestros miedos y cobardías. Necesitamos, en verdad, fundamentar bien nuestra fe, que eche verdaderas raíces en nuestra vida porque será de la manera que podrá florecer en todo ese compromiso de la fe y del amor. Tenemos que salirnos de esa pendiente de la tibieza por la que nos vamos resbalando, porque de lo contrario al final quedaremos bien fríos como el hielo.

Ya en otros momentos hemos escuchado decir a Jesús que ha venido a traer fuego a nuestro mundo y lo que quiere es que arda, pero no es la imagen que damos los cristianos; nos contentamos con nuestras rutinas de siempre, decimos que somos buenos porque no hacemos daño a nadie, pero no se nota el compromiso que por los demás tendríamos que tener. No es solo cuestión de que no hagamos daño, sino que el compromiso de nuestra fe nos tiene que llevar a acciones positivas y comprometidas por los demás, por nuestra sociedad.

No olvidemos que aunque no siempre sea fácil sin embargo con nosotros siempre estará el Espíritu Santo que nos da la fortaleza que necesitamos. Con la conciencia clara sobre ello entonces sí que daremos la cara por nuestra fe y por los demás. Y soy yo el primero que tiene que mirarse a sí mismo para descubrir dónde están mis flaquezas y cobardías.

viernes, 18 de octubre de 2024

También tenemos que ponernos en camino porque tenemos que contagiar y empapar a nuestro mundo del Salvación que Jesús nos ofrece

 


También tenemos que ponernos en camino porque tenemos que contagiar y empapar a nuestro mundo del Salvación que Jesús nos ofrece

Timoteo 4, 10-17b; Salmo 144; Lucas 10,1-9

Hacer camino no es solo una tarea que tenemos que hacer todos los días porque nos recomiendan que por nuestro bienestar no podemos hacer una vida sedentaria sino que necesitamos caminar, movernos, ejercitar nuestro cuerpo para lograr tener un mejor bienestar. Caminar es salud, nos dicen. Pero ¿no será algo más?

Caminar es una función muy importante de la vida y ya no estamos hablando solo de la vida de nuestro cuerpo. Caminar, ponernos en movimiento forma parte esencial de la vida, que en si mismo tiene que ser siempre crecimiento, pero que necesariamente nos tiene que llevar a salir de nosotros mismos, sí, para ponernos en camino, en camino de búsqueda, en camino hacia el encuentro, en camino hacia la vida misma. No nos encontraremos de verdad con la vida si no salimos y nos ponemos en camino; es descubrir otros mundos y otros pensamientos, es descubrir ese campo en el que tenemos que desarrollarnos, es descubrir el valor de las otras personas y buscamos el encontrarnos con ellas, es descubrir donde encontraremos la plenitud de nuestra vida, es descubrir que tenemos que elevar el punto de mira de nuestra vida para buscar más altas metas, es ponernos en camino hacia lo espiritual que es lo que nos eleva, es camino hacia Dios.

Tenemos un peligro de vivir un sedentarismo, llamémoslo así, espiritual, porque nos da pereza, porque queremos quedarnos en nuestra comodidad, porque nos acostumbramos y nos acomodamos en lo que estamos y perdemos de vista valores superiores que tenemos que buscar, porque tememos el conflicto, la dificultad, incluso la adversidad que podamos encontrar, porque nos llenamos de miedos, y estamos cortándoles las alas a la vida, no estaremos de verdad caminando a esa plenitud a la que estamos llamados, porque todos estamos llamados a crecer.


Hoy nos dice Jesús en el evangelio que nos pongamos en camino. En la fiesta litúrgica de san Lucas evangelista que estamos celebrando hoy se nos propone el evangelio del envío de Jesús de los setenta y dos discípulos que habían de ir porque donde luego El habría de ir también anunciando el evangelio. Es un primer anuncio el que tienen que hacer; y lo harán con su palabra, pero lo harán con el testimonio de su vida. Por eso Jesús los envía en medio de la mayor austeridad, ni alforjas ni pan para el camino, solamente un bastón en la mano para hacer el camino y un poder en su palabra y en su corazón para comenzar a hacer presente el Reino de Dios liberando a todos los oprimidos por el mal. Solo han ha de apoyarse en la fuerza del Señor con ese mensaje de la paz que han de transmitir.

Es también el camino en que nosotros nos hemos de poner, el camino que también hemos de emprender. Como decíamos antes, algo nos faltará a la vida si no sabemos ponernos en camino; no solo ya es ese camino humano que todos hemos de recorrer como personas, como miembros de la sociedad en la que vivimos y que nos lleva a ese crecimiento personal como decíamos. Es el camino que como creyentes en Jesús hemos de saber emprender. Es el envío que Jesús nos hace a nosotros también a ese mundo en el que vivimos, esa sociedad de la que participamos y a la que tenemos que hacer también el anuncio del Reino de Dios.

Nos entenderán o no querrán entendernos, pero el testimonio tenemos que darlo, el camino hemos de recorrerlo, el anuncio tenemos que hacerlo. Porque es anuncio de vida que vamos a hacer desde nuestra vida, en nosotros llevamos también esa fuerza del Espíritu del Señor para transformar nuestro mundo, para curar a nuestro mundo. El poder de Jesús en nosotros está, tenemos que saberlo utilizar; nos mostramos llenos de esa vida y de esa salud (salvación) que Jesús nos ha regalado y la compartimos, la contagiamos a los demás.

Una pregunta quizás tenemos que hacernos, ¿qué le pasa a nuestra vida de cristianos que no somos capaces de contagiar de esa salud al mundo en el que vivimos? ¿Todavía no nos habremos dejado curar del todo por Jesús?

jueves, 17 de octubre de 2024

La autenticidad y congruencia con que vivimos nuestra fe manifieste la hondura de nuestra vida para nunca ser un obstáculo en el camino de los demás

 


La autenticidad y congruencia con que vivimos nuestra fe manifieste la hondura de nuestra vida para nunca ser un obstáculo en el camino de los demás

Efesios 1,1-10; Salmo 97; Lucas 11,47-54

Algunas veces nos encontramos piedras en el camino que nos impiden el paso o que pueden ser un peligro para poder transitar con seguridad por él; me vienen a la memoria años atrás, hace ya bastante tiempo, que estaba en un lugar que era intransitable, sobre todo en invierno; piedras caídas en el camino, ramos de árboles que obstaculizaban su tránsito, quebradas que se veían abajo poniendo en peligro el tránsito por aquellos lugares.

Pero eso pueden ser hoy anécdotas para contar, aunque sabemos que aun hay lugares que tienen difícil el acceso o la comunicación. Pero si traigo al recuerdo estas imágenes es porque quiero pensar en otros obstáculos o dificultades que nos podamos encontrar en los caminos de la vida; los obstáculos que en cierto modo nos ponemos los unos a los otros; serán cosas que emprendemos pero que la envidia de los que están a nuestro lado no nos dejan desarrollar; cuántos traspiés nos damos los unos a los otros desde nuestro amor propio o nuestro orgullo, cuántas envidias que nos llevan a destruir lo bueno que los otros puedan realizar, cuántas críticas que crean desconcierto y desconfianza en aquellos por los que queremos quizás trabajar pero que impedirán que llevemos a cabo lo que teníamos proyectado. Desgraciadamente no nos falta la maldad en los corazones para crear vacíos en torno a aquellos que quieren hacer algo bueno.

Me vienen a la mente estas situaciones que con tanta frecuencia nos suceden en la vida, desde lo que hoy escuchamos en el evangelio. Eran las posturas de algunos alrededor de Jesús, que como hemos visto en otros momentos por ejemplo tratan de desprestigiarlo atribuyendo al maligno aquellas cosas que Jesús realizaba; están aquellos que no aceptaban a Jesús y siempre estaban al acecho de cuanto pudiera hacer o decir Jesús con sus prejuicios o sus intereses que les parecía que podrían verse dañados con el estilo nuevo que Jesús quería para la vida.  Pero son también las manipulaciones que realizaban en sus enseñanzas que pareciera que lo que proponían era una carrera de obstáculos con tantas normas y preceptos que se habían inventado.

Jesús viene a enseñarnos la autenticidad con que hemos de obrar en la vida, dejando a un lado apariencias y vanidades que a nada nos conducen, o que manifiestan el vacío interior con que podemos ir caminando por la vida; cuando todo se queda en apariencia y vanidad es porque tenemos un vacío por dentro que no hemos sabido llenar de cosas de auténtico valor.

Y cuando eso se manifiesta de manera especial en aquellos que están llamados a ir delante ayudando a caminar a los demás, en lugar de ayuda se convierte en obstáculo. Son las piedras que nos ponemos en el camino, porque no damos ese testimonio bueno que tendríamos que dar, sino que más bien nuestra superficialidad es un escándalo y un obstáculo para la vida de fe de los sencillos.

No quiero pensar ahora en esos grandes escándalos en los que se quieren regodear hoy los medios de comunicación en una campaña que a la larga se convierte en difamatoria; pero sí quiero pensar en esas actitudes o en esos gestos que muchas veces aparecen en nuestra vida y que están denotando ese vacío y esa superficialidad.

Porque no hemos de estar mirando con tanta lupa la vida de los demás para hacer nuestros juicios, sino que es a nosotros mismos a quienes tenemos que mirarnos. Y eso lo tenemos que pensar cada uno de nosotros, porque no siempre somos auténticos en lo que hacemos, muchas veces queremos mantener la apariencia pero en nuestro interior no nos estamos esforzando lo suficiente, porque la imagen que como creyentes estamos dando no siempre es bueno porque hay muchas incongruencias en nuestra vida.

¿Seremos nosotros piedra de tropezar para los demás? ¿Seremos acaso como el perro del hortelano, en aquel dicho popular de nuestros refranes, que ni come él ni deja comer al amo? Mucho tenemos que revisarnos en nuestra vida para que haya más autenticidad, para que nuestro testimonio sea claro y diáfano, para que siempre seamos ejemplo que atraiga a los demás a vivir los caminos del evangelio. Es nuestra vida la que tiene que evangelizar.

miércoles, 16 de octubre de 2024

Una nueva mirada de comprensión desde el reconocimiento de la propia debilidad, un impulso de ascesis y crecimiento que nos lleva a una más profunda espiritualidad

 


Una nueva mirada de comprensión desde el reconocimiento de la propia debilidad, un impulso de ascesis y crecimiento que nos lleva a una más profunda espiritualidad

Gálatas 5, 18-25; Salmo 1; Lucas 11, 42-46

Alguna vez habremos visto en algún trabajo cómo un encargado de obra exigente trata de hacer llevar a un trabajador un peso que supera sus fuerzas, pero que además dicho encargado no es capaz de echar una mano para ayudar cuando ni él mismo es capaz de llevar tremendo peso o realizar dicho trabajo que quiere imponer a su subordinado. Lo consideramos injusto e inhumano, no lo soportaríamos quedándonos callados ante tal situación.

No serán pesos materiales o trabajos injustos de este tipo – que también los hay – pero si somos conscientes cuando nos detenemos a pensar un poco de situaciones en que nos volvemos exigentes con los demás cuando a nosotros mismos nos lo perdonamos todo; son, por ejemplo, nuestras habituales criticas a lo que hacen los demás, los prejuicios con que vamos tantas veces por la vida, o el juicio tan a la ligera que hacemos sobre la vida de los demás, sin ser capaces de ponernos en su lugar, para ver realmente lo que nosotros seríamos capaces de hacer. De qué manera tan fácil caemos por esas pendientes de prejuicios, de condenas, de críticas sin mirarnos primero a nosotros mismos.

Hoy contemplamos a Jesús que habla palabras duras contra ciertos sectores de la sociedad de su tiempo y sobre todo de aquellos que se consideraban dirigentes y desde unas opciones radicales se volvían exigentes con los demás. Pero sobre todo Jesús está haciendo hincapié en el vacío con que esas personas, sin embargo, vivían sus vidas cuando tanto les exigían a los demás. Un vacío interior o una podredumbre que les llenaba de malicias.

El camino de la vida tiene que ser de otra manera; nuestras actitudes para con los demás tienen que estar más llenas de autenticidad; hemos de saber ir a lo que verdaderamente es fundamental y no quedarnos en superficialidades y apariencias. Son cosas con las que fácilmente solemos tropezar cuando no hay verdadera profundidad en nuestras vidas. Tenemos que ahondar en nuestro espíritu, pero no para buscarnos a nosotros mismos sino para llenarnos de verdad del Espíritu de Dios que tiene que ser el que verdaderamente nos guíe. Será ahí cómo tendremos una verdadera espiritualidad que no se queda en cumplimientos o en apariencias. Esa sigue siendo una gran tentación en nuestra vida y una piedra de tropezar.

Tenemos que saber buscar ese crecimiento interior. Por eso necesitamos mucho también el mirarnos a nosotros mismos para conocer nuestra realidad y no quedarnos entonces en apariencias; cuando nos conocemos de verdad no entraremos en comparaciones con nadie, ni en juicios de condena para con los demás, sino que aprenderemos a ser en verdad comprensivos. Al darnos cuenta de nuestra realidad reconocemos nuestra debilidad, y cuanto nos cuesta a nosotros ese crecimiento, esa superación de mi vida en la que tengo que trabajar todos los días. No andaremos buscando justificaciones para nosotros y nuestra mirada a los demás será bien distinta.

Una tarea de ascesis, de crecimiento, de superación; una mirada de comprensión que se tiene que convertir en una mano tendida para ayudar a caminar juntos y a sabernos levantar mutuamente en nuestros errores y caídas; un comenzar a creer en la persona y en las posibilidades que tiene en la vida porque siempre seremos capaces de recomenzar lo que tantas veces hemos errado buscando el hacerlo mejor. Y eso nos hace comprensivos, y como hemos alcanzado nosotros misericordia con la misma generosidad queremos ofrecerla también a los demás.

martes, 15 de octubre de 2024

Aprendamos la sabiduría de Dios leyendo con humildad nuestra vida, tal como es, dejándonos conducir por el Espíritu de Dios que se nos revela

 


Aprendamos la sabiduría de Dios leyendo con humildad nuestra vida, tal como es, dejándonos conducir por el Espíritu de Dios que se nos revela

Eclesiástico 15, 1-6; Salmo 88; Mateo 11, 25-30

Todos sentimos admiración por las personas sabias. Y podemos pensar en sus mutuos conocimientos en todas las materias, o en especialidad en aquellas cosas que son su dedicación primordial, ya sea por su profesión, por los estudios que haya realizado, por el mundo de la investigación  en el que se ha comprometido, o aquello que son sus tareas que realiza, podíamos decir, a la perfección. Son como una enciclopedia, solemos decir, porque de cualquier cosa que traten es como si abrieran la página de su saber para dejarnos maravillados.

Pero bien sabemos que la sabiduría no se queda ahí, o que más bien no está solo en los conocimientos que hayamos podido adquirir. Bueno, sí, es un conocimiento que hemos adquirido, pero no por esos estudios, por esa dedicación científica, sino por lo que realmente en la vida, con todo eso si queremos también, hemos ido adquiriendo. Y esos sí que nos dejan una sombra o un resplandor en nuestra vida que no podremos olvidar ni tampoco valorar quizás lo suficiente. Todos tenemos la experiencia de habernos encontrado con personas, sin esa cultura aprendida por así decirlo en los libros, que sin grandes conocimientos de cosas especiales, sin embargo nos trasmiten una sabiduría de la vida que sí que nos produce honda admiración.

Personas que han sabido rumiar la vida, personas reflexivas que pasan una y otra vez por su mente y sobre todo por su corazón aquello que sucede, aquello que ven a su alrededor, y en ese rumiar han sabido leer un sentido, un valor, han ido adquiriendo esa sabiduría. Tendría que ser también nuestro camino, la senda por donde vayamos desarrollando nuestra vida.

Tenemos que aprender a detenernos a contemplar, no solo las cosas, sino lo que es la vida misma para estrujarla en nuestra mente y sacarle su jugo. Contemplamos, sí, la belleza de un racimo de uvas, y podemos decir maravillas para descubrir su color, su forma, sus perfumes, pero si queremos sacarle el verdadero jugo que nos dará un sabroso vino tenemos que estrujar ese racimos, sacando así toda la potencialidad que lleva en su interior, para poderlo disfrutar de verdad.

Es lo que tenemos que ser y hacer en la vida. Pero para eso hay un paso importante, hacernos pequeños, aunque a veces parece que somos estrujados por la vida. Descubriremos toda nuestra riqueza interior, pero al mismo tiempo nos sentiremos elevados porque habrá algo que no recibimos de nosotros mismos, sino que en nuestra fe decimos y descubrimos que es Dios que se nos está revelando en nosotros.

Nos dejamos guiar humildemente, diciendo quizá como aquel sabio de la antigüedad, solo sé que no sé nada, pero adquiriremos la sabiduría de Dios que se solo se revela a los que así se hacen pequeños. Nuestros apetitos de grandeza no nos valen de nada, la prepotencia con que quizás queremos presentarnos ante los demás al final se diluirá y nos caeremos como se cae un castillo de naipes. Cuantas ambiciones que se quedan en un vacío, porque puede haber mucha apariencia externa, pero interiormente no son nada, terminan perdiendo el rumbo de su vida.

Es lo que hoy escuchamos en el evangelio en labios de Jesús que da gracias al Padre porque esa revelación de Dios ha llegado no a los prepotentes y orgullosos, sino a los pequeños y a los sencillos. Son los que van a seguir de verdad a Jesús, porque se dejarán conducir por el Espíritu de Dios.

Hoy este texto del evangelio nos lo ofrece la liturgia en la fiesta de santa Teresa de Jesús que hoy estamos celebrando. Hoy la admiramos y admiramos su obra. Contemplamos aquellos caminos que ella recorrió fundando nuevos conventos tras la reforma del Carmelo. Pero antes ella hizo un camino de largo recorrido; es cierto que tenia ese espíritu andariego, porque ya de niña quiso irse a las Indias para anunciar el evangelio en aquellas nuevas tierras que se habían descubierto. Pero no era ese el camino que había de recorrer.

Fueron largos años en el convento en medio de muchas turbulencias en su vida que le hizo descubrir todo el misterio de Dios en su vida para ser una gran contemplativa. Entro al convento con la prepotencia propia de su época y de su juventud, pero en enfermedades, en contratiempos que le hizo incluso en momentos estar lejos del convento, fue haciendo un camino de humildad para dejarse conducir por Dios. Descubrió así la verdadera llamada que Dios le estaba haciendo para la reforma del Carmelo y así emprendió el camino que ahora Dios le señalaba. No fueron solo sus recorridos por los caminos de Castilla para fundar conventos, sino la renovación que en la Iglesia estaba provocando. Se hizo pequeña y encontró el verdadero rostro de Dios que se le revelaba en la contemplación, su mística divina de la que nos quería hacernos participar.

¿Encontraremos nosotros esa sabiduría de Dios? ¿Sabremos hacernos pequeños y humildes para dejarnos conducir por Dios? Tenemos que aprender a leer la vida, nuestra propia vida en su recorrido tal como lo hayamos realizado, con sus luces y con sus sombras, con nuestros tropiezos o también con sus momentos buenos, para llegar a descubrir de verdad lo que Dios quiere de nosotros, para alcanzar esa sabiduría de Dios.

lunes, 14 de octubre de 2024

tenemos que fundamentar nuestra fe en Jesús para llenarnos de su amor

Todos buscamos o queremos milagros. Queremos que las cosas nos salgan siempre bien y sobre todo cuando nos aparecen aparecen problemas deseamos que todo se solucione lo más pronto y ahí enseguida estamos esperando el milagro, por ahí van nuestras súplicas,es lo que enseguida pedimos a Dios y poco menos que parece que queremos ponerlo a prueba todo.
Si sabemos que algo extraordinario ha sucedido en alguna parte y nos parece milagroso allá vamos corriendo para ver el milagro. Tenemos nuestros santuarios que consideramos muy especiales o nuestras imágenes milagrosas de nuestra especial devoción porque esta virgen o este santo es más milagroso que el del pueblo de al lado, y asi andamos de acá para allá.
No nos extrañe pues lo que hoy escuchamos de que reclama la gente de su tiempo reclama a Jesús al que que estaban pidiendo signos y milagros continuamente porque nosotros andamos también de alguna manera semejante. ¿Por qué buscaban a Jesús? ¿solamente por los milagros? ¿Donde fundamentamos nuestra fe? También buscamos pruebas, cosas extraordinarias, milagros. ¿No tendríamos que atender más a lo que hoy nos dice Jesús en el evangelio?
Les recuerda Jesús aquel hecho del antiguo testamento del profeta Jonás y nos dice que el hijo del hombre es ese signo también para nosotros hoy. Les recuerda lo que aquella reina del sur que vino en busca de la sabiduría de Salomón y ahora les dice Jesús que allí hay alguien que es más grande que Salomón. Pero no son capaces de ver de descubrir la sabiduría que hay en Jesús, de descubrir el signo que Jesús con su presencia en medio de los hombres del Dios que nos ama. Tenemos que ser al menos como aquella gente sencilla que era capaz de reconocer que nadie había hablado como Jesús, que buscaban a Jesús porque querían escucharle, que sentían que sus palabras eran palabras de vida que les llenaban de esperanza, ¿será así como nosotros contemplamos el Evangelio? ¿escuchamos el Evangelio? ¿Sabremos apreciar la sabiduría del Evangelio??
Hoy nosotros podemos ver claro el signo de Jonás se ha realizado en Jesús porque así como jonas estuvo en el vientre del cetáceo y luego volvió a la vida contemplamos al que murió y fue sepultado pero resucitó. Es el gran signo de nuestra fe, la resurrección de Jesús. Nos está manifestando todo lo que es el amor grande que Dios nos tiene que nos ha entregado a Jesús para nuestra salvación, que murió por nosotros a la cruz pero vive para que nosotros tengamos vida. Y es ahí en ese amor de Dios donde tenemos que en verdad fundamentar nuestra fe contemplando a Jesús muerto y resucitado por nosotros.
Necesitamos purificar nuestra fe, para buscar de verdad a Jesús para dejarnos inundar por su Evangelio, para descubrir su sabiduría para llenarnos de su amor.

domingo, 13 de octubre de 2024

Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría, verdadera riqueza de la vida, que se verá llena de alegría y júbilo

 


Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría, verdadera riqueza de la vida, que se verá llena de alegría y júbilo

Sabiduría 7, 7-11; Sal. 89; Hebreos 4, 12-13; Marcos 10, 17-30

Saber discernir en el momento oportuno la decisión que se debe tomar es un valor importante en la vida, es haber descubierto la verdadera sabiduría de la vida; algo que no siempre logramos con la facilidad deseada, algo que iremos consiguiendo desde un aprendizaje de la misma vida que nos va haciendo madurar, encontrarnos con nosotros mismos y lo que verdaderamente nos va a engrandecer; algo que vamos recibiendo, como decíamos, desde esa experiencia de la vida que también nos hace aprender de los que están a nuestro lado; algo que es lo que realmente nos da profundidad y al mismo tiempo nos eleva a una cota del espíritu por encima de lo material, por encima de otras ambiciones como el poder o la vanidad que pudieran irnos apareciendo en la vida; algo, decimos en nuestra fe, que nos acerca a Dios, nos hace participar de ese espíritu y sabiduría de Dios.

¿Buscamos o anhelamos esa sabiduría como la mejor riqueza que podamos alcanzar? Me atrevo a considerar que de alguna manera es lo que aquel joven – casi siempre al comentar este texto del evangelio pensamos en un joven, aunque podríamos decir que es quien tiene un espíritu joven a pesar de los años – estaba buscando con aquella pregunta que le hace a Jesús.

Dice el evangelista que ‘cuando Jesús salía al camino se le acercó uno corriendo, que se postró y le pregunto: ¿Qué haré para heredar la vida eterna?’ ¿Qué haré para encontrar esa sabiduría de la vida?, nos atrevemos a traducir de alguna manera. Podíamos decir que en la respuesta Jesús le está dando la pauta de esos pasos que hemos de ir dando. Sé fiel a ti mismo y a lo que son los principios fundamentales de la vida, ‘cumple los mandamientos’, le dice Jesús.

Es como vamos aprendiendo, desde esos pequeños pasos, que podríamos decir, porque los mandamientos no son otra cosa que la pauta que nos ha trazado Dios para que encontremos y le demos el mejor sentido a nuestra vida. ¿Qué nos piden sino el buscar lo que verdaderamente es importante en la vida? ¿Qué nos piden sino ese respeto y valoración de los demás a los que siempre hemos de hacer el bien y nunca el mal? Fijémonos en el sentido de cada uno de los preceptos y lo entenderemos, no viéndolo como unas prohibiciones sino como un camino que nos lleva siempre recto a lo mejor. Aquel joven había hecho ese camino, cumplía los mandamientos.

Jesús propone un paso más tratando de descubrir el verdadero valor de lo que somos y de lo que tenemos. No podemos encerrarnos en nosotros ni poner como centro de nuestra vida eso que tenemos en las manos. Es necesario romper ese circulo que nos encierra para abrir con generosidad a los demás y así nos sentiremos liberados en lo más hondo de nosotros mismos. Y nos habla Jesús de desprendimiento y de generosidad en el compartir y en el ser para los demás. Descubriremos el verdadero valor de nuestro yo y nuestra vida, como de todo lo que tenemos, estaremos encontrando esa verdadera sabiduría de la vida.

Eso es lo que verdaderamente nos hace grandes. ¿A quienes son los que nosotros en la vida más valoramos? ¿A los que se presentan ante nosotros con toda la prepotencia de sus riquezas o de su poder? Es cierto que a veces nos aparecen esas tentaciones de prepotencia y de poder en nuestro corazón, pero cuando nos sentimos mejor a gusto con alguien es con quien es sencillo y humilde, con quien es generoso y sabe acercarse con el corazón en la mano a los demás. Es el desprendimiento que nos está pidiendo Jesús. Ese es nuestro verdadero tesoro para el cielo; ahí está nuestra verdadera sabiduría.

Por eso seguirá diciendo Jesús ante el estupor de los discípulos que no siempre terminan de entenderlo bien lo difícil que le es a los ricos entrar en el reino de los cielos. Más fácil entrar un camello por el ojo de una aguja, y ya sabemos cómo tenemos que interpretarlo. Con los apegos del corazón engordando nuestra vida no se nos hará fácil el camino sino que todo van a ser a la larga obstáculos y dificultades, como el camello excesivamente cargado que no podía entrar por las puertas estrechas de la muralla de la ciudad que precisamente llamaban agujas.

Y ante el comentario que se hacen los apóstoles que ellos ya un día lo habían dejado todo para seguir a Jesús, les viene a decir que el bien que vamos haciendo siempre se multiplica sobre si mismo. Como dice, nada quedará sin recompensa. Sé generoso y despréndete de eso que tienes porque lo compartes con los demás, y nunca te va a faltar.

Esa generosidad que derrochas con tu vida un día se va a multiplicar en bendiciones sobre ti, y con esa misma generosidad vas a recibir también del amor de los demás. El bien es expansivo y contagioso, siempre nos vamos a encontrar quien contagiado de esa bondad lo va a ser igualmente contigo. Y Dios además no se deja ganar en generosidad, El que siempre es compasivo y misericordioso.