martes, 15 de octubre de 2024

Aprendamos la sabiduría de Dios leyendo con humildad nuestra vida, tal como es, dejándonos conducir por el Espíritu de Dios que se nos revela

 


Aprendamos la sabiduría de Dios leyendo con humildad nuestra vida, tal como es, dejándonos conducir por el Espíritu de Dios que se nos revela

Eclesiástico 15, 1-6; Salmo 88; Mateo 11, 25-30

Todos sentimos admiración por las personas sabias. Y podemos pensar en sus mutuos conocimientos en todas las materias, o en especialidad en aquellas cosas que son su dedicación primordial, ya sea por su profesión, por los estudios que haya realizado, por el mundo de la investigación  en el que se ha comprometido, o aquello que son sus tareas que realiza, podíamos decir, a la perfección. Son como una enciclopedia, solemos decir, porque de cualquier cosa que traten es como si abrieran la página de su saber para dejarnos maravillados.

Pero bien sabemos que la sabiduría no se queda ahí, o que más bien no está solo en los conocimientos que hayamos podido adquirir. Bueno, sí, es un conocimiento que hemos adquirido, pero no por esos estudios, por esa dedicación científica, sino por lo que realmente en la vida, con todo eso si queremos también, hemos ido adquiriendo. Y esos sí que nos dejan una sombra o un resplandor en nuestra vida que no podremos olvidar ni tampoco valorar quizás lo suficiente. Todos tenemos la experiencia de habernos encontrado con personas, sin esa cultura aprendida por así decirlo en los libros, que sin grandes conocimientos de cosas especiales, sin embargo nos trasmiten una sabiduría de la vida que sí que nos produce honda admiración.

Personas que han sabido rumiar la vida, personas reflexivas que pasan una y otra vez por su mente y sobre todo por su corazón aquello que sucede, aquello que ven a su alrededor, y en ese rumiar han sabido leer un sentido, un valor, han ido adquiriendo esa sabiduría. Tendría que ser también nuestro camino, la senda por donde vayamos desarrollando nuestra vida.

Tenemos que aprender a detenernos a contemplar, no solo las cosas, sino lo que es la vida misma para estrujarla en nuestra mente y sacarle su jugo. Contemplamos, sí, la belleza de un racimo de uvas, y podemos decir maravillas para descubrir su color, su forma, sus perfumes, pero si queremos sacarle el verdadero jugo que nos dará un sabroso vino tenemos que estrujar ese racimos, sacando así toda la potencialidad que lleva en su interior, para poderlo disfrutar de verdad.

Es lo que tenemos que ser y hacer en la vida. Pero para eso hay un paso importante, hacernos pequeños, aunque a veces parece que somos estrujados por la vida. Descubriremos toda nuestra riqueza interior, pero al mismo tiempo nos sentiremos elevados porque habrá algo que no recibimos de nosotros mismos, sino que en nuestra fe decimos y descubrimos que es Dios que se nos está revelando en nosotros.

Nos dejamos guiar humildemente, diciendo quizá como aquel sabio de la antigüedad, solo sé que no sé nada, pero adquiriremos la sabiduría de Dios que se solo se revela a los que así se hacen pequeños. Nuestros apetitos de grandeza no nos valen de nada, la prepotencia con que quizás queremos presentarnos ante los demás al final se diluirá y nos caeremos como se cae un castillo de naipes. Cuantas ambiciones que se quedan en un vacío, porque puede haber mucha apariencia externa, pero interiormente no son nada, terminan perdiendo el rumbo de su vida.

Es lo que hoy escuchamos en el evangelio en labios de Jesús que da gracias al Padre porque esa revelación de Dios ha llegado no a los prepotentes y orgullosos, sino a los pequeños y a los sencillos. Son los que van a seguir de verdad a Jesús, porque se dejarán conducir por el Espíritu de Dios.

Hoy este texto del evangelio nos lo ofrece la liturgia en la fiesta de santa Teresa de Jesús que hoy estamos celebrando. Hoy la admiramos y admiramos su obra. Contemplamos aquellos caminos que ella recorrió fundando nuevos conventos tras la reforma del Carmelo. Pero antes ella hizo un camino de largo recorrido; es cierto que tenia ese espíritu andariego, porque ya de niña quiso irse a las Indias para anunciar el evangelio en aquellas nuevas tierras que se habían descubierto. Pero no era ese el camino que había de recorrer.

Fueron largos años en el convento en medio de muchas turbulencias en su vida que le hizo descubrir todo el misterio de Dios en su vida para ser una gran contemplativa. Entro al convento con la prepotencia propia de su época y de su juventud, pero en enfermedades, en contratiempos que le hizo incluso en momentos estar lejos del convento, fue haciendo un camino de humildad para dejarse conducir por Dios. Descubrió así la verdadera llamada que Dios le estaba haciendo para la reforma del Carmelo y así emprendió el camino que ahora Dios le señalaba. No fueron solo sus recorridos por los caminos de Castilla para fundar conventos, sino la renovación que en la Iglesia estaba provocando. Se hizo pequeña y encontró el verdadero rostro de Dios que se le revelaba en la contemplación, su mística divina de la que nos quería hacernos participar.

¿Encontraremos nosotros esa sabiduría de Dios? ¿Sabremos hacernos pequeños y humildes para dejarnos conducir por Dios? Tenemos que aprender a leer la vida, nuestra propia vida en su recorrido tal como lo hayamos realizado, con sus luces y con sus sombras, con nuestros tropiezos o también con sus momentos buenos, para llegar a descubrir de verdad lo que Dios quiere de nosotros, para alcanzar esa sabiduría de Dios.

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