miércoles, 16 de octubre de 2024

Una nueva mirada de comprensión desde el reconocimiento de la propia debilidad, un impulso de ascesis y crecimiento que nos lleva a una más profunda espiritualidad

 


Una nueva mirada de comprensión desde el reconocimiento de la propia debilidad, un impulso de ascesis y crecimiento que nos lleva a una más profunda espiritualidad

Gálatas 5, 18-25; Salmo 1; Lucas 11, 42-46

Alguna vez habremos visto en algún trabajo cómo un encargado de obra exigente trata de hacer llevar a un trabajador un peso que supera sus fuerzas, pero que además dicho encargado no es capaz de echar una mano para ayudar cuando ni él mismo es capaz de llevar tremendo peso o realizar dicho trabajo que quiere imponer a su subordinado. Lo consideramos injusto e inhumano, no lo soportaríamos quedándonos callados ante tal situación.

No serán pesos materiales o trabajos injustos de este tipo – que también los hay – pero si somos conscientes cuando nos detenemos a pensar un poco de situaciones en que nos volvemos exigentes con los demás cuando a nosotros mismos nos lo perdonamos todo; son, por ejemplo, nuestras habituales criticas a lo que hacen los demás, los prejuicios con que vamos tantas veces por la vida, o el juicio tan a la ligera que hacemos sobre la vida de los demás, sin ser capaces de ponernos en su lugar, para ver realmente lo que nosotros seríamos capaces de hacer. De qué manera tan fácil caemos por esas pendientes de prejuicios, de condenas, de críticas sin mirarnos primero a nosotros mismos.

Hoy contemplamos a Jesús que habla palabras duras contra ciertos sectores de la sociedad de su tiempo y sobre todo de aquellos que se consideraban dirigentes y desde unas opciones radicales se volvían exigentes con los demás. Pero sobre todo Jesús está haciendo hincapié en el vacío con que esas personas, sin embargo, vivían sus vidas cuando tanto les exigían a los demás. Un vacío interior o una podredumbre que les llenaba de malicias.

El camino de la vida tiene que ser de otra manera; nuestras actitudes para con los demás tienen que estar más llenas de autenticidad; hemos de saber ir a lo que verdaderamente es fundamental y no quedarnos en superficialidades y apariencias. Son cosas con las que fácilmente solemos tropezar cuando no hay verdadera profundidad en nuestras vidas. Tenemos que ahondar en nuestro espíritu, pero no para buscarnos a nosotros mismos sino para llenarnos de verdad del Espíritu de Dios que tiene que ser el que verdaderamente nos guíe. Será ahí cómo tendremos una verdadera espiritualidad que no se queda en cumplimientos o en apariencias. Esa sigue siendo una gran tentación en nuestra vida y una piedra de tropezar.

Tenemos que saber buscar ese crecimiento interior. Por eso necesitamos mucho también el mirarnos a nosotros mismos para conocer nuestra realidad y no quedarnos entonces en apariencias; cuando nos conocemos de verdad no entraremos en comparaciones con nadie, ni en juicios de condena para con los demás, sino que aprenderemos a ser en verdad comprensivos. Al darnos cuenta de nuestra realidad reconocemos nuestra debilidad, y cuanto nos cuesta a nosotros ese crecimiento, esa superación de mi vida en la que tengo que trabajar todos los días. No andaremos buscando justificaciones para nosotros y nuestra mirada a los demás será bien distinta.

Una tarea de ascesis, de crecimiento, de superación; una mirada de comprensión que se tiene que convertir en una mano tendida para ayudar a caminar juntos y a sabernos levantar mutuamente en nuestros errores y caídas; un comenzar a creer en la persona y en las posibilidades que tiene en la vida porque siempre seremos capaces de recomenzar lo que tantas veces hemos errado buscando el hacerlo mejor. Y eso nos hace comprensivos, y como hemos alcanzado nosotros misericordia con la misma generosidad queremos ofrecerla también a los demás.

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