jueves, 17 de octubre de 2024

La autenticidad y congruencia con que vivimos nuestra fe manifieste la hondura de nuestra vida para nunca ser un obstáculo en el camino de los demás

 


La autenticidad y congruencia con que vivimos nuestra fe manifieste la hondura de nuestra vida para nunca ser un obstáculo en el camino de los demás

Efesios 1,1-10; Salmo 97; Lucas 11,47-54

Algunas veces nos encontramos piedras en el camino que nos impiden el paso o que pueden ser un peligro para poder transitar con seguridad por él; me vienen a la memoria años atrás, hace ya bastante tiempo, que estaba en un lugar que era intransitable, sobre todo en invierno; piedras caídas en el camino, ramos de árboles que obstaculizaban su tránsito, quebradas que se veían abajo poniendo en peligro el tránsito por aquellos lugares.

Pero eso pueden ser hoy anécdotas para contar, aunque sabemos que aun hay lugares que tienen difícil el acceso o la comunicación. Pero si traigo al recuerdo estas imágenes es porque quiero pensar en otros obstáculos o dificultades que nos podamos encontrar en los caminos de la vida; los obstáculos que en cierto modo nos ponemos los unos a los otros; serán cosas que emprendemos pero que la envidia de los que están a nuestro lado no nos dejan desarrollar; cuántos traspiés nos damos los unos a los otros desde nuestro amor propio o nuestro orgullo, cuántas envidias que nos llevan a destruir lo bueno que los otros puedan realizar, cuántas críticas que crean desconcierto y desconfianza en aquellos por los que queremos quizás trabajar pero que impedirán que llevemos a cabo lo que teníamos proyectado. Desgraciadamente no nos falta la maldad en los corazones para crear vacíos en torno a aquellos que quieren hacer algo bueno.

Me vienen a la mente estas situaciones que con tanta frecuencia nos suceden en la vida, desde lo que hoy escuchamos en el evangelio. Eran las posturas de algunos alrededor de Jesús, que como hemos visto en otros momentos por ejemplo tratan de desprestigiarlo atribuyendo al maligno aquellas cosas que Jesús realizaba; están aquellos que no aceptaban a Jesús y siempre estaban al acecho de cuanto pudiera hacer o decir Jesús con sus prejuicios o sus intereses que les parecía que podrían verse dañados con el estilo nuevo que Jesús quería para la vida.  Pero son también las manipulaciones que realizaban en sus enseñanzas que pareciera que lo que proponían era una carrera de obstáculos con tantas normas y preceptos que se habían inventado.

Jesús viene a enseñarnos la autenticidad con que hemos de obrar en la vida, dejando a un lado apariencias y vanidades que a nada nos conducen, o que manifiestan el vacío interior con que podemos ir caminando por la vida; cuando todo se queda en apariencia y vanidad es porque tenemos un vacío por dentro que no hemos sabido llenar de cosas de auténtico valor.

Y cuando eso se manifiesta de manera especial en aquellos que están llamados a ir delante ayudando a caminar a los demás, en lugar de ayuda se convierte en obstáculo. Son las piedras que nos ponemos en el camino, porque no damos ese testimonio bueno que tendríamos que dar, sino que más bien nuestra superficialidad es un escándalo y un obstáculo para la vida de fe de los sencillos.

No quiero pensar ahora en esos grandes escándalos en los que se quieren regodear hoy los medios de comunicación en una campaña que a la larga se convierte en difamatoria; pero sí quiero pensar en esas actitudes o en esos gestos que muchas veces aparecen en nuestra vida y que están denotando ese vacío y esa superficialidad.

Porque no hemos de estar mirando con tanta lupa la vida de los demás para hacer nuestros juicios, sino que es a nosotros mismos a quienes tenemos que mirarnos. Y eso lo tenemos que pensar cada uno de nosotros, porque no siempre somos auténticos en lo que hacemos, muchas veces queremos mantener la apariencia pero en nuestro interior no nos estamos esforzando lo suficiente, porque la imagen que como creyentes estamos dando no siempre es bueno porque hay muchas incongruencias en nuestra vida.

¿Seremos nosotros piedra de tropezar para los demás? ¿Seremos acaso como el perro del hortelano, en aquel dicho popular de nuestros refranes, que ni come él ni deja comer al amo? Mucho tenemos que revisarnos en nuestra vida para que haya más autenticidad, para que nuestro testimonio sea claro y diáfano, para que siempre seamos ejemplo que atraiga a los demás a vivir los caminos del evangelio. Es nuestra vida la que tiene que evangelizar.

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