sábado, 19 de octubre de 2024

Dar la cara por Jesús y el evangelio es algo más que no hacer daño a nadie, es un compromiso positivo por hacer lo necesario para lograr un mundo mejor, el Reino de Dios

 


Dar la cara por Jesús y el evangelio es algo más que no hacer daño a nadie, es un compromiso positivo por hacer lo necesario para lograr un mundo mejor, el Reino de Dios

Efesios 1, 15-23; Salmo 8; Lucas 12, 8-12

No siempre es fácil; y no lo digo como excusa al comienzo de esta reflexión, pero si es la excusa que siempre nos estamos poniendo; todo lo queremos calibrar muy bien, ver claramente los pros y los contras, lo que aquello pudiera llevarme al conflicto, lo que podría complicarme la vida si tomo una decisión arriesgada, los peligros que conlleva determinadas posturas y compromisos, y nos vamos echando para detrás, miramos para otro lado, nos hacemos los ‘tontos’ y pasamos de largo. Con cosas que hacemos ya con demasiada naturalidad con tal de no complicarnos.

Vamos por la calle y vemos a alguien que está tratando de forma violenta a una persona, ¿Qué hacemos? ¿Cambiamos de acera?  ¿Seguimos como si aquello no fuera con nosotros y que cada uno se las arregle? Nos ponemos por delante todas esas consideraciones y riesgos que aquello podría significar para nosotros. Y quien dice en una cosa tan sencilla nos puede suceder en otras de mayor gravedad. Nos cuesta dar la cara, tenemos que reconocerlo. Nos falta coraje y valentía para defender lo justo.

Me estoy haciendo esta consideración que podríamos llevarla a muchos más terrenos a partir de lo que hoy Jesús nos pide en el evangelio. Que demos la cara por el evangelio, que demos la cara por nuestra fe. Jesús nos está hablando de negarle ante los hombres, y de muchas maneras nos sucede eso. Nos falta el coraje de tener la seguridad de que el Espíritu del Señor no nos faltará. ¿Dónde está nuestra fe en la presencia del Espíritu Santo como hoy Jesús nos está prometiendo?

Dar la cara es salir en defensa de lo que consideramos justo; dar la cara es manifestar lo que somos, la fe que llevamos en nuestra vida, que no es una cosa postiza que podemos poner y quitar a nuestro antojo o a nuestra conveniencia. Muchas veces en estas reflexiones que nos hacemos a partir del evangelio nos preguntamos cómo estamos contagiando nuestra fe al mundo que nos rodea. Es una pregunta seria de la que no podemos salirnos por la puerta de atrás. Por ósmosis, tendríamos que decir, que hemos de contagiar la fe que tenemos a los que nos rodean; pero claro, necesitamos estar de verdad nosotros empapados, porque de lo contrario poco se podrá desprender de nosotros.

Nos decimos cristianos de siempre, pero algunas veces damos la impresión que no estamos muy convencidos de la fe que tiene que envolver nuestra vida. Y de ahí nacen nuestros miedos y cobardías. Necesitamos, en verdad, fundamentar bien nuestra fe, que eche verdaderas raíces en nuestra vida porque será de la manera que podrá florecer en todo ese compromiso de la fe y del amor. Tenemos que salirnos de esa pendiente de la tibieza por la que nos vamos resbalando, porque de lo contrario al final quedaremos bien fríos como el hielo.

Ya en otros momentos hemos escuchado decir a Jesús que ha venido a traer fuego a nuestro mundo y lo que quiere es que arda, pero no es la imagen que damos los cristianos; nos contentamos con nuestras rutinas de siempre, decimos que somos buenos porque no hacemos daño a nadie, pero no se nota el compromiso que por los demás tendríamos que tener. No es solo cuestión de que no hagamos daño, sino que el compromiso de nuestra fe nos tiene que llevar a acciones positivas y comprometidas por los demás, por nuestra sociedad.

No olvidemos que aunque no siempre sea fácil sin embargo con nosotros siempre estará el Espíritu Santo que nos da la fortaleza que necesitamos. Con la conciencia clara sobre ello entonces sí que daremos la cara por nuestra fe y por los demás. Y soy yo el primero que tiene que mirarse a sí mismo para descubrir dónde están mis flaquezas y cobardías.

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