domingo, 20 de octubre de 2024

¿Preparamos el terreno para nuestros sueños y ambiciones o nos preparamos nosotros para ceñirnos la cintura y ponernos a servir a la manera de Jesús?

 


¿Preparamos el terreno para nuestros sueños y ambiciones o nos preparamos nosotros para ceñirnos la cintura y ponernos a servir a la manera de Jesús?

Isaías 53, 10-11; Sal. 32; Hebreos 4, 14-16; Marcos 10, 35-45

Estaban queriendo preparar el terreno por lo que había de venir, por las ventajas que podrían alcanzar, porque no querían que nadie se les adelantase... No nos ha de extrañar. ¿No lo hacemos nosotros también? En la vida también vamos con astucia, buscamos nuestros apoyos, alguien que medie por nosotros, vamos presentando nuestra cara bonita, queremos hacer méritos. En las cosas que queremos conseguir en la vida, en los puestos que queremos alcanzar, en las influencias que podamos luego tener desde posiciones de relevancia, para las ganancias de la vida. Y vemos como se echan zancadillas, cómo queremos llegar los primeros sea como sea, cómo nos lo permitimos todo – aunque algunas veces parezca que perdemos – con tal de conseguir lo que nos proponemos. Y no digamos nada de las guerras entre unos y otros, declaradas o solapadas, que hay detrás de todo eso.

Por eso es acercan aquellos dos discípulos a Jesús, en fin de cuentas eran parientes y habían estado además desde el principio con el maestro, porque con lo que Jesús anunciaba parecía que el momento estaba cerca – aunque no terminaran aún de entender lo que significaba aquel momento anunciado por Jesús, y le piden unos lugares de honor en ese Reino ya tan inminente. Detrás estaba el concepto de Mesianismo que tenían, no solo ellos, sino en la forma de pensar del pueblo alentado también desde ciertos intereses. ‘Uno a tu derecha y otro a tu izquierda’.

Nos puede parecer sorprendente, después de lo que hoy ya nosotros comprendemos del sentido de Jesús. ¿Le sorprendería a Jesús aquella petición de aquellos dos discípulos? Jesús conocía bien el corazón del hombre, conocía bien las ambiciones que merodeaban entre ellos, porque además será alto que se repite. Pero la respuesta de Jesús es directa con una pregunta. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber, bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?’

La respuesta, en la ambición que ellos tenían, está pronta. ‘Podemos’. No dice nada expresamente el evangelista, pero yo pongo imaginación y quiero ver la mirada de Jesús ante la respuesta tan ingenua de los discípulos. Lo que les dice a continuación está en cierto modo describiendo esa mirada, como tantas otras que le vemos a Jesús en distintas páginas del evangelio. ‘No sabéis lo que pedís… El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado’.

Beberían el cáliz y serían bautizados con aquel bautismo, pero en la hora de la pasión estaban ausentes, solo Juan se había atrevido a estar con María al pie de la cruz. Pero a la derecha e izquierda de la cruz, del momento de la gloria aunque costara entenderlo, eran otros dos los que estaban, unos malhechores colgados también de un madero como Jesús. ¿Lo indescifrable de los caminos de Dios? ¿O el camino que nos estaba enseñando Jesús que tendría que ser el camino de la Iglesia? Nos daría para pensar.

Las palabras de Jesús no se quedan ahí. Volverá a repetirnos lo que otras ocasiones volvería a decirnos. ¿Cuál es la grandeza? ¿Cuál es la influencia y el poder? ¿Cuáles son en verdad los primeros puestos por los que tenemos que aspirar? Tiene que quedar claro de una vez para siempre. No puede ser a la manera de los poderes de este mundo.

Tenemos que convencernos, porque han pasado ya muchos siglos y todavía seguimos ansiando poderes, y lugares de honor, y reverencias y reconocimientos, y nos seguimos revistiendo de los ropajes del poder y de las grandezas humanas.  ¿Cuándo llegaremos a comprender estas palabras de Jesús para despojarnos de todos esos ropajes mundanos de los que nos seguimos revistiendo en la Iglesia?

Tenemos que aprender de una vez por todas que nuestro camino ha de ser el del servicio, el de la humildad y de la sencillez, lejos de nosotros las vanidades del corazón, no siguiendo en la búsqueda de méritos con aquellas cosas incluso buenas que hacemos, dejando ya a un lado la tabla de las reivindicaciones para que tengamos nuestro lugar, y a estar dispuestos a amar de verdad a la manera como nos enseña Jesús.

‘El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir, a dar su vida en rescate por todos’, termina diciéndonos Jesús. Y todavía nos cuesta ceñirnos la toalla para ir a lavar los pies; todavía seguimos mirando con cierta indiferencia a los que no son como nosotros, porque tienen otro color de piel o porque vienen de otros lugares, todavía mantenemos la desconfianza en el corazón ante cualquiera que nos parezca distinto y no conozcamos manteniendo las distancias.

¿Dónde está el amor a la manera del amor de Jesús que El nos ha enseñado a tener? ¿Seguiremos todavía preparando el terreno para nuestros intereses?

 

 

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