domingo, 13 de octubre de 2024

Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría, verdadera riqueza de la vida, que se verá llena de alegría y júbilo

 


Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría, verdadera riqueza de la vida, que se verá llena de alegría y júbilo

Sabiduría 7, 7-11; Sal. 89; Hebreos 4, 12-13; Marcos 10, 17-30

Saber discernir en el momento oportuno la decisión que se debe tomar es un valor importante en la vida, es haber descubierto la verdadera sabiduría de la vida; algo que no siempre logramos con la facilidad deseada, algo que iremos consiguiendo desde un aprendizaje de la misma vida que nos va haciendo madurar, encontrarnos con nosotros mismos y lo que verdaderamente nos va a engrandecer; algo que vamos recibiendo, como decíamos, desde esa experiencia de la vida que también nos hace aprender de los que están a nuestro lado; algo que es lo que realmente nos da profundidad y al mismo tiempo nos eleva a una cota del espíritu por encima de lo material, por encima de otras ambiciones como el poder o la vanidad que pudieran irnos apareciendo en la vida; algo, decimos en nuestra fe, que nos acerca a Dios, nos hace participar de ese espíritu y sabiduría de Dios.

¿Buscamos o anhelamos esa sabiduría como la mejor riqueza que podamos alcanzar? Me atrevo a considerar que de alguna manera es lo que aquel joven – casi siempre al comentar este texto del evangelio pensamos en un joven, aunque podríamos decir que es quien tiene un espíritu joven a pesar de los años – estaba buscando con aquella pregunta que le hace a Jesús.

Dice el evangelista que ‘cuando Jesús salía al camino se le acercó uno corriendo, que se postró y le pregunto: ¿Qué haré para heredar la vida eterna?’ ¿Qué haré para encontrar esa sabiduría de la vida?, nos atrevemos a traducir de alguna manera. Podíamos decir que en la respuesta Jesús le está dando la pauta de esos pasos que hemos de ir dando. Sé fiel a ti mismo y a lo que son los principios fundamentales de la vida, ‘cumple los mandamientos’, le dice Jesús.

Es como vamos aprendiendo, desde esos pequeños pasos, que podríamos decir, porque los mandamientos no son otra cosa que la pauta que nos ha trazado Dios para que encontremos y le demos el mejor sentido a nuestra vida. ¿Qué nos piden sino el buscar lo que verdaderamente es importante en la vida? ¿Qué nos piden sino ese respeto y valoración de los demás a los que siempre hemos de hacer el bien y nunca el mal? Fijémonos en el sentido de cada uno de los preceptos y lo entenderemos, no viéndolo como unas prohibiciones sino como un camino que nos lleva siempre recto a lo mejor. Aquel joven había hecho ese camino, cumplía los mandamientos.

Jesús propone un paso más tratando de descubrir el verdadero valor de lo que somos y de lo que tenemos. No podemos encerrarnos en nosotros ni poner como centro de nuestra vida eso que tenemos en las manos. Es necesario romper ese circulo que nos encierra para abrir con generosidad a los demás y así nos sentiremos liberados en lo más hondo de nosotros mismos. Y nos habla Jesús de desprendimiento y de generosidad en el compartir y en el ser para los demás. Descubriremos el verdadero valor de nuestro yo y nuestra vida, como de todo lo que tenemos, estaremos encontrando esa verdadera sabiduría de la vida.

Eso es lo que verdaderamente nos hace grandes. ¿A quienes son los que nosotros en la vida más valoramos? ¿A los que se presentan ante nosotros con toda la prepotencia de sus riquezas o de su poder? Es cierto que a veces nos aparecen esas tentaciones de prepotencia y de poder en nuestro corazón, pero cuando nos sentimos mejor a gusto con alguien es con quien es sencillo y humilde, con quien es generoso y sabe acercarse con el corazón en la mano a los demás. Es el desprendimiento que nos está pidiendo Jesús. Ese es nuestro verdadero tesoro para el cielo; ahí está nuestra verdadera sabiduría.

Por eso seguirá diciendo Jesús ante el estupor de los discípulos que no siempre terminan de entenderlo bien lo difícil que le es a los ricos entrar en el reino de los cielos. Más fácil entrar un camello por el ojo de una aguja, y ya sabemos cómo tenemos que interpretarlo. Con los apegos del corazón engordando nuestra vida no se nos hará fácil el camino sino que todo van a ser a la larga obstáculos y dificultades, como el camello excesivamente cargado que no podía entrar por las puertas estrechas de la muralla de la ciudad que precisamente llamaban agujas.

Y ante el comentario que se hacen los apóstoles que ellos ya un día lo habían dejado todo para seguir a Jesús, les viene a decir que el bien que vamos haciendo siempre se multiplica sobre si mismo. Como dice, nada quedará sin recompensa. Sé generoso y despréndete de eso que tienes porque lo compartes con los demás, y nunca te va a faltar.

Esa generosidad que derrochas con tu vida un día se va a multiplicar en bendiciones sobre ti, y con esa misma generosidad vas a recibir también del amor de los demás. El bien es expansivo y contagioso, siempre nos vamos a encontrar quien contagiado de esa bondad lo va a ser igualmente contigo. Y Dios además no se deja ganar en generosidad, El que siempre es compasivo y misericordioso.

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