sábado, 23 de marzo de 2019

Que en nuestra hambre no busquemos saciarnos en las algarrobas que nos ofrece el mundo sino busquemos el pan de la vida y del amor que en plenitud nos ofrece Jesús



Que en nuestra hambre no busquemos saciarnos en las algarrobas que nos ofrece el mundo sino busquemos el pan de la vida y del amor que en plenitud nos ofrece Jesús

 Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 102; Lucas 15,1-3.11-32
¡Qué triste y doloroso es tener hambre y no tener o no saber con que alimentarse! Este pensamiento nos lleva a la realidad, es cierto, del hambre, de la pobreza, de la miseria que hay en nuestro mundo; pensamos en la comida material, en las necesidades materiales de las personas y tanto sufrimiento y muerte como genera cuando sería un problema que si tuviéramos más solidaridad los que nos decimos humanos podríamos poner solución – porque tenemos que preguntarnos qué clase de humanidad tenemos cuando lo permitimos -. 
Sabemos que es pan, pero sabemos también que necesitamos de otro pan que va más allá del hecho con harina y horneado. Es el hambre de dignidad, es el hambre de conocimiento y de saber, es el hambre que nos impide aspirar a sueños de algo mejor, es el hambre de humanidad y de encuentro, es el hambre que padecemos en tantas soledades con las que tenemos que cargar cuando no nos interesamos los unos por los otros, son tantas las hambres que afligen el corazón del hombre.
Hoy el evangelio, en esta hermosa parábola que nos ofrece, nos decía que al hijo menor ‘le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer’. Tenía hambre. El hambre era la miseria en que había caído; el hambre era el sentirse solo y lejos de su casa; el hambre era la situación de desesperanza en que se encontraba; el hambre era el desconocer que había un amor que le seguía amando pero que en su desesperación pensaba que ya nadie lo amaba; el hambre era el reconocimiento de su infidelidad y su pecado.
Quería salir, no sabia como porque en su oscuridad parecía que todas las puertas estaban cerradas. No se atrevía a dar pasos pensando en el rechazo, quería encontrar fórmulas distintas, porque desconfiaba de la formula del amor que era la única que le podía hacer salir de aquella situación. Soñaba, se comparaba con la situación de otras personas, se daba cuenta de lo que había dejado atrás y pensaba que nunca jamás podría recuperarlo.
¿Nos pasará a nosotros algo así, aunque nos cueste reconocer que también tenemos hambre? Es en lo que tenemos que recapacitar en este tiempo de Cuaresma que estamos recorriendo como una peregrinación. Nosotros sabemos sí que tenemos que mirar a la Pascua hacia la que caminamos y allí encontraremos el amor que nunca nos falla. Nos fallarán los que están a nuestro lado, fallaremos nosotros mismos en nuestra propia desconfianza, nos cuesta en ocasiones encontrar apoyos humanos, pero tenemos que reconocer que el Señor va poniendo señales en nuestro camino y siempre habrá alguien que confía en ti, te tiende una mano, te ayuda a dar los pasos necesarios para ir al encuentro del Padre que nos espera con su amor.
Algunas veces en la parábola nos olvidamos del otro hermano, del que parecía satisfecho, del que no quería reconocer que también tenía hambre en su desconfianza, en la cerrazón en que se había metido también cuando no quería aceptar al hermano, en el orgullo de creerse bueno y cumplidor pero que sin embargo su corazón estaba seco de amor.
Nos puede pasar a nosotros también. Nos creemos buenos y miramos por encima del hombro; nos creemos buenos y nos creemos merecedores de todo; nos creemos buenos y nos volvemos intransigentes, exigentes para con los demás, porque algo estará faltando en nuestro corazón. Que no se nos sequen nuestras raíces, que no se nos meta dentro la insensibilidad, que no miremos a la distancia a los otros porque los creemos pecadores. También hay hambre en nosotros.
Hay algo que nos puede saciar de verdad y es el amor que Dios nos tiene y en el que hemos de envolver nuestra vida. Es lo que saciará de verdad nuestro corazón y que encontraremos en abundancia infinita en el que es el compasivo y misericordioso. Vayamos al encuentro del Señor y dejémonos abrazar por su amor.

viernes, 22 de marzo de 2019

El camino cuaresmal que estamos haciendo un momento para la reflexión y revisión sintiendo cómo llega de manera viva y actual la Palabra de Dios a nosotros


El camino cuaresmal que estamos haciendo un momento para la reflexión y revisión sintiendo cómo llega de manera viva y actual la Palabra de Dios a nosotros

Génesis 37,3-4.12-13a.17b-28; Sal 104; Mateo 21,33-43
Lo entendieron bien pero se hacían oídos sordos. Los sumos sacerdotes y los fariseos, al oír sus parábolas, comprendieron que hablaba de ellos’. Ya el evangelista al narrarnos el episodio apunta que aquella parábola la dijo ‘Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo’.
Y habla Jesús de la viña que aquel propietario había preparado con todo detalle y que confió a unos arrendadores. Pero los arrendadores no cumplieron, no rindieron sus frutos, es más respondieron con violencia a las exigencias lógicas del propietario. Al final en la conclusión de la parábola Jesús se pregunta si el propietario no quitará la viña a quienes no habían respondido debidamente y se la confiará a otros.
Es cierto que la parábola es un retrato de lo que ha sido la historia del pueblo de Israel. Ellos confesaban en su fe toda la historia de salvación que Dios había realizado con ellos. Pero se quedaba en eso, en una confesión de palabra, pero no en un reconocimiento vital, porque no daban respuesta a cuanto Dios había hecho por ellos.
Pero cuando nosotros escuchamos hoy la parábola no nos quedamos en constatar hecho antiguos o que sucedieran en otro momento, sino que siempre la Palabra es una palabra viva que llega a nuestra vida concreta. ¿No tendremos igualmente nosotros que darnos por aludidos cuando se nos presenta este hecho del evangelio? Es la forma como tenemos que escuchar nosotros de una forma viva la Palabra de Dios, aplicándola a nuestra vida concreta. Para que nuestra fe no se quede en palabras sino que sea algo vivo que implica toda nuestra vida.
En este camino cuaresmal que estamos haciendo es momento para la reflexión, para la escucha atenta de la Palabra de Dios, para la revisión de nuestra vida, de nuestras actitudes y de nuestros comportamientos. Es momento para reconocer esa historia de salvación que Dios ha ido desarrollando en nuestra vida; cuantas maravillas ha ido Dios haciendo en nosotros; de cuantos dones nos adornado en su maravilloso amor; cuanta ha sido la gracia que ha derrochado en nosotros. ¿Y cuál ha sido nuestra respuesta?
No siempre hemos dado respuesta de amor; cuantas veces también nos hemos hecho oídos sordos a tantos signos de su amor que Dios ha puesto a nuestro lado; cuantas personas buenas, cual profetas, han llegado hasta nosotros y han tenido una palabra buena, una invitación al amor y la generosidad y no hemos sabido ni verlos ni escucharlos; cuantas llamadas habremos escuchado cada vez que se nos ha proclamado la Palabra del Señor o hemos participado en celebraciones litúrgicas.
Sintamos en verdad que esta Palabra hoy quiere llegar a nuestra vida y nos está pidiendo frutos, de penitencia y de conversión, de amor y de generosidad, de empeño por vivir esa vida nueva que el Señor nos ofrece. No cerremos nuestros oídos ni nuestro corazón. Respondamos a su amor con nuestro amor aunque quizá en principio sea pobre, pero que con la llama de amor a nuestro lado crecerá y crecerá hasta dar fruto.

jueves, 21 de marzo de 2019

No vivamos pensando solo en nuestra felicidad sino abramos los ojos y el corazón hacia quienes caminan a nuestro lado dándole trascendencia a lo que vivimos


No vivamos pensando solo en nuestra felicidad sino abramos los ojos y el corazón hacia quienes caminan a nuestro lado dándole trascendencia a lo que vivimos

Jeremías 17,5-10; Sal 1; Lucas 16,19-31
‘Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’. Es la sentencia final de la parábola que hoy nos ofrece el evangelio.
Más de una vez habremos escuchado que nadie ha venido desde el más allá para decirnos qué es lo que hay, o también aquello de que disfrutemos de los placeres que nos da la vida que no sabemos lo que hay más allá. Es un poco el planteamiento hedonista que se tiene de la vida; todo es cuestión de disfrutar del momento presente que lo que tiene que venir ya vendrá. Se trasluce en consideraciones así ese hedonismo para disfrutar de todo, pero en el fondo también la marca de un destino que no sabemos lo que nos tiene destinado y ese sí que es implacable.
No digo que no busquemos ser felices, ni mucho menos. Claro que tenemos que buscar la felicidad pero al mismo tiempo hemos de saber darle un sentido de trascendencia a lo que vivimos que por una parte lo que ahora tenemos no lo podemos disfrutar aquí en plenitud porque somos limitados y porque también tenemos muchas cosas en nuestro entorno que hemos de tener en cuenta, porque no vivimos solos ni solo para nosotros mismos. Y cuanto hacemos hemos de darle esa trascendencia que nos lleva más allá del momento presente donde sí podremos vivir en plenitud lo mejor de todo.
Cuando solo vivimos pensando en nosotros mismos para buscar solo nuestra propia felicidad tenemos la tendencia a ir muy a nuestro aire, con los ojos cerrados a cuanto hay o sucede a nuestro alrededor, y aunque nos rodeemos de muchas cosas que pensamos nos darán mucho placer y felicidad sin embargo quizás vivimos una soledad profunda; a los demás solo los utilizamos en bien de nosotros mismos y del placer que nos puedan dar. En esas soledades por muchos sucedáneos que nos busquemos nunca nos sentiremos satisfechos de verdad; quien entra en esa carrera es como si entrara en una espiral que nos hace buscar más y más, o una pendiente de la que parece que no podemos escapar.
Otro tiene que ser en verdad el sentido de nuestra vida y hemos de saber buscarlo, porque si con sinceridad lo buscamos podemos encontrarlo. El mensaje del evangelio nos ayuda a ello. El texto de la parábola que hoy se nos ofrece es un reflejo de todo esto. Allí estaba aquel hombre rico que solo pensaba en pasárselo bien y no era capaz de darse cuenta de quien a su puerta pasaba necesidad.  Viene el momento irremediable del final de la vida y es cuando se quiere arreglar todo, pero para aquel  hombre ya fue muy tarde. Quien banqueteaba espléndidamente y no le faltaba nada en la vida, ahora no tenia quien le refrescara sus labios en medio del tormento en que había caído.
Y ahí hemos escuchado ese diálogo entre aquel hombre y Abraham. No encontraba remedio para su tormento porque había caído en el abismo, pero, aunque tarde, ahora se acordaba de sus hermanos que aun estaban en vida y a quienes quería avisar para que no siguieran sus mismos pasos. Por eso pide milagros, que Lázaro vaya a avisarle, y de ahí la sentencia final de la parábola con la que comenzábamos nuestra reflexión. ‘Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, aunque resucite alguno de entre los muertos, tampoco se convencerán’.
Tenemos a nuestra mano la luz que nos puede iluminar. Algo más que Moisés y los Profetas porque tenemos el evangelio de Jesús. Esa Buena Nueva de Jesús que sí viene a iluminar nuestra vida; esa Buena Nueva que nos anuncia el Reino de Dios; esa Buena Nueva que es el sentido profundo para nuestra vida, para nuestra existencia. Dejémonos iluminar; dejemos que cale en nosotros la Palabra de Jesús; convirtamos nuestro corazón a Dios, volvamos nuestro corazón y nuestra vida a Dios y a su Palabra y comencemos a poner toda nuestra fe en El.
Ahí está nuestra salvación, es la luz de nuestra vida, es el sentido profundo de nuestro ser. Es la Palabra que nos abre a Dios para que en El encontremos la verdadera felicidad, y es lo que nos hace volvernos también hacia los demás, porque en la vida no podemos seguir caminando solos ni desentendiéndonos de los otros.
Comencemos a caminar los caminos del evangelio.

miércoles, 20 de marzo de 2019

Estamos en camino de subida y sabemos que nos vamos a encontrar la pasión y la Pascua pero con Jesús no nos faltará la paz



Estamos en camino de subida y sabemos que nos vamos a encontrar la pasión y la Pascua pero con Jesús no nos faltará la paz

Jeremías 18,18-20; Sal 30; Mateo 20,17-28
Estamos en camino. La vida es un estar en camino, no podemos detener. Un camino de ascensión, un camino hacia lo alto, un camino hacia una meta que nos trasciende. Son los caminos de cada día donde vamos a alguna parte, pero son los caminos de cada día que son caminos de búsqueda, de crecimiento, de superación personal, de sueños de algo grande, de ambiciones que nos hacen crecer pero que en ocasiones nos entorpecen. Unos caminos que nos llevan al encuentro, que nos arrancan de soledades, que nos hacen saltar por encima de dificultades y contratiempos.
Es la lucha de cada día, es el trabajo, es la vida de familia, es la convivencia con los demás, es el cruzarnos con otros que también van haciendo camino o con los que queremos caminar juntos. Mucho podríamos decir de esos caminos, de cómo hacerlos, de lo que nos vamos encontrando o con lo que vamos tropezando; una veces con ilusión, en ocasiones medio derrotados, en momentos de zozobra y angustia, en tantas ocasiones con alegría y esperanza en el alma.
Estamos ahora en el camino de la cuaresma que nos conduce a la Pascua. También con Jesús nosotros hemos de caminar, subir al Tabor y a Jerusalén. Hoy en el evangelio se nos habla de esa subida. Primero hace anuncio Jesús de cuánto va a suceder en Jerusalén, aunque será algo difícil de comprender para los discípulos. Les gustaría que todo fuera un camino fácil. Como nos sucede a nosotros en la vida; nos gustaría caminar sin problemas, donde todo fuera grato, lejos de nosotros preocupaciones y con nuestros sueños intactos. Por eso cuando atisbamos algo que nos parece una contradicción o cerramos los ojos para no ver, o perdemos la paz y la tranquilidad del espíritu.  Pero la realidad ahí y está y tenemos que asumirla y tenemos que recorrerla de manos de Jesús, que El siempre nos llenará de paz el corazón. Cuánto lo deseamos.
Pero como decíamos a los discípulos se les hacia cuesta arriba aquel camino, no solo por lo geográfico de la subida a Jerusalén, sino porque en su corazón estaban latentes sus ambiciones y no terminaban de entender. Es lo que le paso a los hermanos Zebedeos y la desazón que luego se les metió en el corazón a los demás.
Allí están Santiago y Juan pidiendo primeros puestos en su Reino. El diálogo con Jesús es significativo de cómo se nos cierran los ojos y no terminamos de ver. Jesús les habla de cáliz que han de beber y ellos están muy dispuestos, pero siguen con sus deseos y ambiciones. Y ante la reacción que se está produciendo en los demás por las ambiciones de estos dos hermanos, Jesús viene a aclararles una vez más cual ha de ser el verdadero sentido de sus vidas.
No valen los codazos entre sus discípulos para ver quien llega primero o quien alcanza el puesto de honor y de poder. Eso lo deja Jesús para los que viven en el espíritu del mundo. Ellos han de aprender que la grandeza está en el servir, en el hacerse el último de todos, en el asumir también ese momento de cruz que puede aparecer en la vida, pero dispuestos siempre a seguir el paso de Jesús. El es el que ha venido no para ser servido sino para servir. Y ese es el camino que ahora está haciendo Jesús en su subida a Jerusalén. Han de entenderlo pero ha de ser también algo que ellos vivan, algo que nosotros también tenemos que entender y vivir.
‘El hijo del Hombre ha venido para que le sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por muchos’. ¿Qué de todo esto tenemos nosotros que asumir en nuestra vida ahora en este camino que vivimos en este momento? Que no nos falte la paz en el corazón.

martes, 19 de marzo de 2019

Un silencio que nos habla de la espiritualidad profunda que se abre a Dios y se hace disponible para el servicio sencillo y humilde del hombre justo


Un silencio que nos habla de la espiritualidad profunda que se abre a Dios y se hace disponible para el servicio sencillo y humilde del hombre justo

2Samuel 7, 4-5a. 12-14a. 16; Sal 88; Romanos 4, 13. 16-18. 22;  Mateo 1, 16. 18-21. 24a

Hombre justo lleno de fe, servidor fiel y prudente, sencillo y humilde de corazón son algunas cosas que de entrada podemos decir de San José a quien hoy estamos celebrando.
De Jesús dijeron sus propios convecinos allá en la sinagoga de Nazaret que era el hijo del carpintero, para resaltar su condición humilde. Ser carpintero o artesano era un oficio humilde en un pueblo pequeño como lo era Nazaret, pero no era solo la pobreza de medios sino era el espíritu humilde y sencillo de quien en su oficio estaba dispuesto a ayudar y remediar cualquier necesidad o problemas en aquellos humildes hogares.
Cuando en la vida nos encontramos con una persona de corazón sencillo y humilde, podríamos decir que nos sentimos cautivados por esa generosidad de espíritu que se deja traslucir tras unos humildes ropajes quizá, pero que nos están hablando de una riqueza espiritual que ya nosotros quisiéramos tener. Y es lo que descubrimos en los pocos retazos de su vida que nos trasmite el evangelio.
No era un hombre que viviera en la superficialidad que no se tomara en serio los problemas que la vida misma le fuera ofreciendo. Era el hombre prudente que rumiaba las cosas en su interior antes de tomar decisiones, pero además era un hombre de un profundo sentido de fe para tratar de discernir en todo cuanto le sucedía lo que era la voluntad de Dios. Momentos duros y difíciles por los que tuvo que pasar en su vida descubrimos en esos pocos momentos que nos trasmite el evangelio.
Fueron las dudas ante lo que sucedía en Maria, pero era el hombre bueno y justo que no quería nunca hacer daño. Como hombre, y más en aquella cultura, podría haber sentido profundamente herido en cuanto veía o sospechaba. Pero era un hombre abierto a lo bueno y abierto a lo que fuera la voluntad del Señor. Por eso no quería repudiar a Maria, pero se abría a la inspiración del Señor que le viene a través del ángel en el sueño.
En el sentido bíblico el sueño era una manera de expresarnos lo que se siente en el interior sin saber de donde procede, pero que se siente como la voz del Señor. Y es lo que va a ayudar a José en diferentes momentos de su vida. Será ahora con la aceptación de Maria en su casa, será en el tener que desplazarse hasta Belén desde los caprichos de un gobernador que quiere hacer un censo, como será en el momento en que el niño está en peligro y tendrá que huir a Egipto.
Solo una persona de fe profunda, de una gran religiosidad y espiritualidad llega a descubrir de esa manera lo que son los caminos del Señor. De resto, en la vida de José, silencio. Cuánto tenemos que aprender de su silencio.
No le escucharemos pronunciar palabra pero su vida silenciosa nos está hablando de lo que hay en su corazón. Nos está enseñando a rumiar las cosas con serenidad y sin dejarse llevar por los primeros impulsos como tantas veces nos sucede; nos está enseñando a tener un corazón abierto a lo trascendente, un corazón abierto a Dios siempre dispuesto a escucharle. Nos está enseñando a esa disponibilidad que tiene que haber en nuestra vida siempre para el servicio, siempre para lo bueno, para hacer el bien. Es el silencio de san José que nos está gritando hoy en el corazón.
Que aprendamos de ese silencio que nos tiene que hacer reflexivos, profundos en nuestra espiritualidad, siempre abiertos a Dios, siempre disponibles para el servicio, siempre resplandecientes por nuestra sencillez y humildad como san José.

lunes, 18 de marzo de 2019

El que le está poniendo medidas y límites al amor no está amando del todo, no está amando de verdad



El que le está poniendo medidas y límites al amor no está amando del todo, no está amando de verdad

Daniel 9,4b-10; Sal 78; Lucas 6,36-38
Cada vez que escucho este evangelio que hoy nos ofrece la liturgia me viene a la memoria al que vi. Hacer de pequeño a mi padre y me fue una hermosa lección. Cuando me mandaba a dar a alguien alguna cosa, recuerdo en concreto en cesto de papas, yo llenaba lo que podía dicho cesto pero cuando llegaba él me decía que se podía poner más; a mí me parecía que el cesto ya estaba lleno pero él lo remecía, lo movía de una lado para otro y me decía, ¿ves como caben más?, y entonces ponía hasta completarlo. Era una medida remecida.
Es la medida de la que nos habla Jesús hoy en el evangelio. En el amor siempre podemos poner más; en el amor no podemos andar con medidas raquíticas y es que el que le está poniendo medidas y límites al amor no está amando del todo, no está amando de verdad.
Hoy nos propone Jesús que nuestro amor ha de parecerse al amor que Dios nos tiene que es compasivo y misericordioso. ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo’, nos decía. El nos ofrece siempre su perdón, nos ofrece siempre su amor; y la generosidad de Dios es infinita. Nos acercamos a El con nuestras limitaciones y deficiencias, con nuestras debilidades y con nuestro amor imperfecto y El nos ofrece un amor infinito. ¡Cómo tenemos que sentirnos cuando somos amados con un amor así! No nos queda más remedio que reconocer nuestras mezquindad.
Por eso Jesús nos dice que en nosotros no caben los juicios y las condenas, cuando estamos tan llenos de prejuicios, cuando son tantas las sospechas que enturbian nuestro corazón, cuando tenemos una mirada tan turbia en la que solo vemos en los demás oscuridades y negruras. Nos pide Jesús una mirada limpia, porque cuando el cristal con el que miramos está lleno de manchas le estamos cargando esas manchas a lo que vemos tras el cristal.
Limpiemos los ojos de nuestro corazón de esos prejuicios y sospechas, de esas malas intenciones, de esas desconfianzas, de esos recelos o resentimientos que guardamos dentro de nosotros y tanto daño  nos están haciendo, de ese amor propio y orgullo que nos vuelve despectivos hacia los demás. ¿Nos gustaría a nosotros que los demás nos miraran así? ‘Dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros’, nos dice el Señor.
Cuando queremos hacer un mundo de fraternidad, cuando queremos crear comunión entre nosotros para amarnos y para saber caminar juntos, cuando queremos que nuestro mundo sea mejor, no podemos llenarlo de falsas alegrías, no podemos andar con ocultamientos que crean desconfianzas, sino que tenemos que ir con corazón abierto, disponible para que en él quepan todos y nadie sea excluido. Por eso es necesaria esa mirada limpia, sin malicia y muy llena de amor, ofreciendo cariño, amistad, lealtad, confianza.
Caminemos en un amor generoso y haremos que nuestro mundo sea mejor; contagiemos con nuestra generosidad y con la alegría que sale de la paz que llevamos en el corazón y estaremos construyendo el Reino de Dios. Una medida remecida, donde siempre cabe más amor.

domingo, 17 de marzo de 2019

La contemplación de los resplandores del Tabor nos recuerdan que tras la Pascua y la resurrección nosotros tenemos que trasparentar una nueva luz y una nueva vida


La contemplación de los resplandores del Tabor nos recuerdan que tras la Pascua y la resurrección nosotros tenemos que trasparentar una nueva luz y una nueva vida

Génesis 15, 5-12. 17-18; Sal 26; Filipenses 3, 17-4, 1;  Lucas 9, 28b-36
El que con ojos profanos se acerque a la escena que nos describe hoy el evangelio sentirá admiración por la belleza que se nos describe con una escenografía – y fijaos que digo con ojos de profano – de resplandores y de sombras, de apariciones espectaculares y de voces que se oyen venidas del cielo que dejan en un sopor indescriptible a los diferentes personajes difíciles de imaginar por mente humana.
Pero no es con ojos de profano con los que nosotros nos acercamos a este texto del evangelio sino que quizá desde las sombras de nuestras dudas y sin embargo desde la fe nos sentimos deslumbrados por un resplandor celestial que va a despertar en nosotros caminos de trascendencia pero al mismo tiempo caminos nuevos que de forma distinta vamos a recorrer en el hoy de nuestra vida.
Queremos situarnos nosotros ante este pasaje del evangelio en esta escena que se nos describe como personajes que allí estamos también porque como aquellos tres discípulos nosotros nos sentimos invitados también a subir a lo alto de la montaña. Vamos, sí, en nuestra fe a no dejarnos adormecer o distraer por cosas que no vienen al caso, sino que vamos a intentar situarnos junto a Jesús en esa oración en la que El se sumergió. Subieron a la montaña para orar, aunque aquellos tres discípulos, como en otra ocasión les sucediera en Getsemaní se dejaron dominar por el sopor del sueño, quizá por el cansancio de la subida y se vieron sorprendidos por cuanto allí estaba sucediendo sin saber a qué atenerse y ya inventándose tiendas de campaña para quedarse allí para siempre, aunque para ellos mismos no prepararan ninguna. ‘¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas…’ que serían para Jesús, para Moisés y para Elías, sin pensar en prepararse para ellos mismos.
Contemplemos, sí, nosotros también aunque nos sintamos extasiados para maravilla de la gloria del Señor que se está manifestando. Aquel blanco deslumbrador de las vestiduras de Jesús y aquel rostro resplandeciente de quien está manifestando la gloria del Señor. Con razón Moisés había bajado de la montaña del Sinaí, de la presencia del Señor, con un rostro resplandeciente que nadie se atrevía a mirar cubriéndose con un velo. Y es que quien está en la presencia de Dios con toda conciencia ya su vida tiene que resplandecer de otra manera, porque otra será la vida que tendrá que trasparentar.
Mientras Pedro habla con estas apetencias y ambiciones una nube de sombras los envolvió. Con qué facilidad nos aparecen las sombras en nuestra vida. Sombras de dudas, sombras de egoísmos insolidarios, sombras de ambiciones y vanidades, sombras de orgullos mal disimulados, sombras que nos pueden llevar al precipicio también con toda facilidad. Nos queremos aislar, nos queremos quedar en las alturas, queremos olvidar quizá lo que es la lucha diaria de los que siguen caminando por la llanura de la vida, nos queremos encerrar en nuestras vanidades, son tantas las tentaciones que de una forma o de otra podemos sufrir.
Aquella sombra momentánea fue como una prueba pero que venia a culminar con las palabras del cielo la revelación de quien era en verdad Jesús. Consciente o inconscientemente se veían puestos a prueba muchas veces con lo que Jesús les anunciaba y a ellos les costaba entender. Había habido momentos de fervor como cuando Pedro confesó su fe en Jesús allá en Cesarea de Filipo, pero pronto el mismo Pedro se negaba a aceptar lo que Jesús anunciaba que el Hijo del Hombre subía a Jerusalén donde había de padecer pasión y muerte. ‘Quítate eso de la cabeza’, le había dicho a Jesús.
Lo que ahora estaba sucediendo en lo alto de la montaña vendría a ser como la fortaleza del Espíritu que les iba a acompañar en el camino que aún habían de hacer hasta Jerusalén y en los momentos difíciles de lo que allí había de suceder. Como la liturgia expresa con toda claridad en el prefacio de la celebración de este día ‘después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar que la pasión es el camino de la resurrección’.
Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle’. Sí, este Jesús a quien habían seguido, estaban siguiendo por todos aquellos caminos de Galilea y de Palestina y ahora le acompañaban en su subida a Jerusalén, es el Hijo amado de Dios a quien hemos de escuchar porque en El está nuestra vida y nuestra salvación. Este Jesús, sí, que había de padecer tal como El les había anunciado su muerte es el Hijo de Dios, la Palabra eterna de Dios que es nuestra luz y nuestra vida.
Aturdidos estaban en medio de cuanto había sucedido y había que bajar de la montaña a la llanura donde se seguirían encontrando las muchedumbres ansiosas de una palabra de esperanza, donde se seguirían encontrando con el dolor y el sufrimiento, con las mismas esclavitudes y opresiones que sufrían todos los días, con gentes desorientadas que buscaban una luz que les guiara. Habían de bajar de aquella montaña para seguir el camino y para subir a Jerusalén. Los discípulos que habían sido testigos de lo sucedido en la montaña y de lo que aun no podían hablar, terminarían de entenderlo después de la resurrección.
Nosotros en este segundo domingo de Cuaresma una vez más hemos subido al Tabor y tenemos que seguir haciendo también el camino que nos lleva a la Pascua. En nosotros tenemos una certeza que nos la da la fe, y que tras la contemplación ahora de la gloria del Tabor tendrá que hacer que nosotros busquemos resplandecer con una nueva luz, aunque tengamos que pasar por la pasión, esa pasión que tenemos que vivir en nuestra vida con tantas cosas, pero que sabemos que es camino de Pascua. Cuando llegue la luz de la resurrección no olvidemos que tenemos que trasparentar una nueva luz, una nueva vida que nace en nosotros con la Pascua de Jesús. Para eso estamos haciendo este camino de Cuaresma.