sábado, 23 de marzo de 2019

Que en nuestra hambre no busquemos saciarnos en las algarrobas que nos ofrece el mundo sino busquemos el pan de la vida y del amor que en plenitud nos ofrece Jesús



Que en nuestra hambre no busquemos saciarnos en las algarrobas que nos ofrece el mundo sino busquemos el pan de la vida y del amor que en plenitud nos ofrece Jesús

 Miqueas 7,14-15.18-20; Sal 102; Lucas 15,1-3.11-32
¡Qué triste y doloroso es tener hambre y no tener o no saber con que alimentarse! Este pensamiento nos lleva a la realidad, es cierto, del hambre, de la pobreza, de la miseria que hay en nuestro mundo; pensamos en la comida material, en las necesidades materiales de las personas y tanto sufrimiento y muerte como genera cuando sería un problema que si tuviéramos más solidaridad los que nos decimos humanos podríamos poner solución – porque tenemos que preguntarnos qué clase de humanidad tenemos cuando lo permitimos -. 
Sabemos que es pan, pero sabemos también que necesitamos de otro pan que va más allá del hecho con harina y horneado. Es el hambre de dignidad, es el hambre de conocimiento y de saber, es el hambre que nos impide aspirar a sueños de algo mejor, es el hambre de humanidad y de encuentro, es el hambre que padecemos en tantas soledades con las que tenemos que cargar cuando no nos interesamos los unos por los otros, son tantas las hambres que afligen el corazón del hombre.
Hoy el evangelio, en esta hermosa parábola que nos ofrece, nos decía que al hijo menor ‘le entraban ganas de saciarse de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer’. Tenía hambre. El hambre era la miseria en que había caído; el hambre era el sentirse solo y lejos de su casa; el hambre era la situación de desesperanza en que se encontraba; el hambre era el desconocer que había un amor que le seguía amando pero que en su desesperación pensaba que ya nadie lo amaba; el hambre era el reconocimiento de su infidelidad y su pecado.
Quería salir, no sabia como porque en su oscuridad parecía que todas las puertas estaban cerradas. No se atrevía a dar pasos pensando en el rechazo, quería encontrar fórmulas distintas, porque desconfiaba de la formula del amor que era la única que le podía hacer salir de aquella situación. Soñaba, se comparaba con la situación de otras personas, se daba cuenta de lo que había dejado atrás y pensaba que nunca jamás podría recuperarlo.
¿Nos pasará a nosotros algo así, aunque nos cueste reconocer que también tenemos hambre? Es en lo que tenemos que recapacitar en este tiempo de Cuaresma que estamos recorriendo como una peregrinación. Nosotros sabemos sí que tenemos que mirar a la Pascua hacia la que caminamos y allí encontraremos el amor que nunca nos falla. Nos fallarán los que están a nuestro lado, fallaremos nosotros mismos en nuestra propia desconfianza, nos cuesta en ocasiones encontrar apoyos humanos, pero tenemos que reconocer que el Señor va poniendo señales en nuestro camino y siempre habrá alguien que confía en ti, te tiende una mano, te ayuda a dar los pasos necesarios para ir al encuentro del Padre que nos espera con su amor.
Algunas veces en la parábola nos olvidamos del otro hermano, del que parecía satisfecho, del que no quería reconocer que también tenía hambre en su desconfianza, en la cerrazón en que se había metido también cuando no quería aceptar al hermano, en el orgullo de creerse bueno y cumplidor pero que sin embargo su corazón estaba seco de amor.
Nos puede pasar a nosotros también. Nos creemos buenos y miramos por encima del hombro; nos creemos buenos y nos creemos merecedores de todo; nos creemos buenos y nos volvemos intransigentes, exigentes para con los demás, porque algo estará faltando en nuestro corazón. Que no se nos sequen nuestras raíces, que no se nos meta dentro la insensibilidad, que no miremos a la distancia a los otros porque los creemos pecadores. También hay hambre en nosotros.
Hay algo que nos puede saciar de verdad y es el amor que Dios nos tiene y en el que hemos de envolver nuestra vida. Es lo que saciará de verdad nuestro corazón y que encontraremos en abundancia infinita en el que es el compasivo y misericordioso. Vayamos al encuentro del Señor y dejémonos abrazar por su amor.

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