domingo, 17 de marzo de 2019

La contemplación de los resplandores del Tabor nos recuerdan que tras la Pascua y la resurrección nosotros tenemos que trasparentar una nueva luz y una nueva vida


La contemplación de los resplandores del Tabor nos recuerdan que tras la Pascua y la resurrección nosotros tenemos que trasparentar una nueva luz y una nueva vida

Génesis 15, 5-12. 17-18; Sal 26; Filipenses 3, 17-4, 1;  Lucas 9, 28b-36
El que con ojos profanos se acerque a la escena que nos describe hoy el evangelio sentirá admiración por la belleza que se nos describe con una escenografía – y fijaos que digo con ojos de profano – de resplandores y de sombras, de apariciones espectaculares y de voces que se oyen venidas del cielo que dejan en un sopor indescriptible a los diferentes personajes difíciles de imaginar por mente humana.
Pero no es con ojos de profano con los que nosotros nos acercamos a este texto del evangelio sino que quizá desde las sombras de nuestras dudas y sin embargo desde la fe nos sentimos deslumbrados por un resplandor celestial que va a despertar en nosotros caminos de trascendencia pero al mismo tiempo caminos nuevos que de forma distinta vamos a recorrer en el hoy de nuestra vida.
Queremos situarnos nosotros ante este pasaje del evangelio en esta escena que se nos describe como personajes que allí estamos también porque como aquellos tres discípulos nosotros nos sentimos invitados también a subir a lo alto de la montaña. Vamos, sí, en nuestra fe a no dejarnos adormecer o distraer por cosas que no vienen al caso, sino que vamos a intentar situarnos junto a Jesús en esa oración en la que El se sumergió. Subieron a la montaña para orar, aunque aquellos tres discípulos, como en otra ocasión les sucediera en Getsemaní se dejaron dominar por el sopor del sueño, quizá por el cansancio de la subida y se vieron sorprendidos por cuanto allí estaba sucediendo sin saber a qué atenerse y ya inventándose tiendas de campaña para quedarse allí para siempre, aunque para ellos mismos no prepararan ninguna. ‘¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas…’ que serían para Jesús, para Moisés y para Elías, sin pensar en prepararse para ellos mismos.
Contemplemos, sí, nosotros también aunque nos sintamos extasiados para maravilla de la gloria del Señor que se está manifestando. Aquel blanco deslumbrador de las vestiduras de Jesús y aquel rostro resplandeciente de quien está manifestando la gloria del Señor. Con razón Moisés había bajado de la montaña del Sinaí, de la presencia del Señor, con un rostro resplandeciente que nadie se atrevía a mirar cubriéndose con un velo. Y es que quien está en la presencia de Dios con toda conciencia ya su vida tiene que resplandecer de otra manera, porque otra será la vida que tendrá que trasparentar.
Mientras Pedro habla con estas apetencias y ambiciones una nube de sombras los envolvió. Con qué facilidad nos aparecen las sombras en nuestra vida. Sombras de dudas, sombras de egoísmos insolidarios, sombras de ambiciones y vanidades, sombras de orgullos mal disimulados, sombras que nos pueden llevar al precipicio también con toda facilidad. Nos queremos aislar, nos queremos quedar en las alturas, queremos olvidar quizá lo que es la lucha diaria de los que siguen caminando por la llanura de la vida, nos queremos encerrar en nuestras vanidades, son tantas las tentaciones que de una forma o de otra podemos sufrir.
Aquella sombra momentánea fue como una prueba pero que venia a culminar con las palabras del cielo la revelación de quien era en verdad Jesús. Consciente o inconscientemente se veían puestos a prueba muchas veces con lo que Jesús les anunciaba y a ellos les costaba entender. Había habido momentos de fervor como cuando Pedro confesó su fe en Jesús allá en Cesarea de Filipo, pero pronto el mismo Pedro se negaba a aceptar lo que Jesús anunciaba que el Hijo del Hombre subía a Jerusalén donde había de padecer pasión y muerte. ‘Quítate eso de la cabeza’, le había dicho a Jesús.
Lo que ahora estaba sucediendo en lo alto de la montaña vendría a ser como la fortaleza del Espíritu que les iba a acompañar en el camino que aún habían de hacer hasta Jerusalén y en los momentos difíciles de lo que allí había de suceder. Como la liturgia expresa con toda claridad en el prefacio de la celebración de este día ‘después de anunciar su muerte a los discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar que la pasión es el camino de la resurrección’.
Una voz desde la nube decía: Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle’. Sí, este Jesús a quien habían seguido, estaban siguiendo por todos aquellos caminos de Galilea y de Palestina y ahora le acompañaban en su subida a Jerusalén, es el Hijo amado de Dios a quien hemos de escuchar porque en El está nuestra vida y nuestra salvación. Este Jesús, sí, que había de padecer tal como El les había anunciado su muerte es el Hijo de Dios, la Palabra eterna de Dios que es nuestra luz y nuestra vida.
Aturdidos estaban en medio de cuanto había sucedido y había que bajar de la montaña a la llanura donde se seguirían encontrando las muchedumbres ansiosas de una palabra de esperanza, donde se seguirían encontrando con el dolor y el sufrimiento, con las mismas esclavitudes y opresiones que sufrían todos los días, con gentes desorientadas que buscaban una luz que les guiara. Habían de bajar de aquella montaña para seguir el camino y para subir a Jerusalén. Los discípulos que habían sido testigos de lo sucedido en la montaña y de lo que aun no podían hablar, terminarían de entenderlo después de la resurrección.
Nosotros en este segundo domingo de Cuaresma una vez más hemos subido al Tabor y tenemos que seguir haciendo también el camino que nos lleva a la Pascua. En nosotros tenemos una certeza que nos la da la fe, y que tras la contemplación ahora de la gloria del Tabor tendrá que hacer que nosotros busquemos resplandecer con una nueva luz, aunque tengamos que pasar por la pasión, esa pasión que tenemos que vivir en nuestra vida con tantas cosas, pero que sabemos que es camino de Pascua. Cuando llegue la luz de la resurrección no olvidemos que tenemos que trasparentar una nueva luz, una nueva vida que nace en nosotros con la Pascua de Jesús. Para eso estamos haciendo este camino de Cuaresma.

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