lunes, 18 de marzo de 2019

El que le está poniendo medidas y límites al amor no está amando del todo, no está amando de verdad



El que le está poniendo medidas y límites al amor no está amando del todo, no está amando de verdad

Daniel 9,4b-10; Sal 78; Lucas 6,36-38
Cada vez que escucho este evangelio que hoy nos ofrece la liturgia me viene a la memoria al que vi. Hacer de pequeño a mi padre y me fue una hermosa lección. Cuando me mandaba a dar a alguien alguna cosa, recuerdo en concreto en cesto de papas, yo llenaba lo que podía dicho cesto pero cuando llegaba él me decía que se podía poner más; a mí me parecía que el cesto ya estaba lleno pero él lo remecía, lo movía de una lado para otro y me decía, ¿ves como caben más?, y entonces ponía hasta completarlo. Era una medida remecida.
Es la medida de la que nos habla Jesús hoy en el evangelio. En el amor siempre podemos poner más; en el amor no podemos andar con medidas raquíticas y es que el que le está poniendo medidas y límites al amor no está amando del todo, no está amando de verdad.
Hoy nos propone Jesús que nuestro amor ha de parecerse al amor que Dios nos tiene que es compasivo y misericordioso. ‘Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo’, nos decía. El nos ofrece siempre su perdón, nos ofrece siempre su amor; y la generosidad de Dios es infinita. Nos acercamos a El con nuestras limitaciones y deficiencias, con nuestras debilidades y con nuestro amor imperfecto y El nos ofrece un amor infinito. ¡Cómo tenemos que sentirnos cuando somos amados con un amor así! No nos queda más remedio que reconocer nuestras mezquindad.
Por eso Jesús nos dice que en nosotros no caben los juicios y las condenas, cuando estamos tan llenos de prejuicios, cuando son tantas las sospechas que enturbian nuestro corazón, cuando tenemos una mirada tan turbia en la que solo vemos en los demás oscuridades y negruras. Nos pide Jesús una mirada limpia, porque cuando el cristal con el que miramos está lleno de manchas le estamos cargando esas manchas a lo que vemos tras el cristal.
Limpiemos los ojos de nuestro corazón de esos prejuicios y sospechas, de esas malas intenciones, de esas desconfianzas, de esos recelos o resentimientos que guardamos dentro de nosotros y tanto daño  nos están haciendo, de ese amor propio y orgullo que nos vuelve despectivos hacia los demás. ¿Nos gustaría a nosotros que los demás nos miraran así? ‘Dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante. La medida que uséis, la usarán con vosotros’, nos dice el Señor.
Cuando queremos hacer un mundo de fraternidad, cuando queremos crear comunión entre nosotros para amarnos y para saber caminar juntos, cuando queremos que nuestro mundo sea mejor, no podemos llenarlo de falsas alegrías, no podemos andar con ocultamientos que crean desconfianzas, sino que tenemos que ir con corazón abierto, disponible para que en él quepan todos y nadie sea excluido. Por eso es necesaria esa mirada limpia, sin malicia y muy llena de amor, ofreciendo cariño, amistad, lealtad, confianza.
Caminemos en un amor generoso y haremos que nuestro mundo sea mejor; contagiemos con nuestra generosidad y con la alegría que sale de la paz que llevamos en el corazón y estaremos construyendo el Reino de Dios. Una medida remecida, donde siempre cabe más amor.

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