martes, 31 de diciembre de 2019

Nos preguntamos cuál es la riqueza humana y espiritual que hemos acumulado en el año que termina y al mismo tiempo estamos dispuestos a compartir con los demás


Nos preguntamos cuál es la riqueza humana y espiritual que hemos acumulado en el año que termina y al mismo tiempo estamos dispuestos a compartir con los demás

1Juan 2, 18-21; Sal 95; Juan 1, 1-18
Lo que hoy os voy a ofrecer en la semilla de cada día no es lo que habitualmente ofrecemos desde un comentario a la Palabra de Dios que cada día se nos ofrece pero en las circunstancias del fin de año en que estamos bien puede ser una semilla que también sembremos en nosotros.
Fin de año, hora de balances. La empresas cuadran sus cuentas, quieren contabilizar sus beneficios, pero que también aparezcan los aspectos negativos, las pérdidas quizás o los logros que no alcanzaron obtener que a la larga se convierten en negativos que mermaran unas ganancias que pudieron ser mejores. Baremos, fórmulas para hacer los cálculos, plantillas que ayuden al balance se ofrecen por doquier y expertos los hay para hacer dichas cuentas.
Pero creo que esos no son solo los balances importantes que tenemos que hacernos cuando llega la hora de un fin de año o cuando puede haber un cambio de etapa en la vida. Podemos circunscribirnos al ámbito de la familia o al ámbito social donde hacemos la vida. Creo que toda persona que quiere ser más en la vida o que quiere vivir la vida en una mayor plenitud dando lo mejor de sí, es algo que tiene que detenerse a hacer con cierta frecuencia. ¿Qué mejor oportunidad que este momento de fin de recorrido en un año que hemos vivido y cuando nos abrimos, quizá con incertidumbres, a un nuevo año?
La reflexión que aquí cada día nos hacemos creo que hoy podría ir por estos derroteros. Detenernos a pensar, mirarnos a nosotros mismos allá en lo más hondo con toda sinceridad para constatar el camino recorrido, puede ser una buena oportunidad.
Algunas veces los tiempos nos vienen demasiado convulsos, porque lo que sucede en nuestra sociedad, lo que son los problemas que podemos palpar a nivel social también nos tocan. Las inseguridades y en cierto modo desconciertos de la vida social y política también nos afectan y pudieran también desestabilizarnos cuando reina la confusión en la vida social y política.
Un punto para pensar sería cómo me he visto afectado por lo que sucede en nuestra sociedad pero también preguntarnos cual ha sido nuestra actitud. ¿Pasividad? ¿Conformismo? ¿Sólo palabras y criticas que se lleva el viento pero sin ningún tipo de compromiso? ¿O he sido capaz de aportar algo, de poner mi granito de arena implicándome más en la vida social de mi entorno?
Muchos serían los temas de los que hacer balance en el año que termina. Y tenemos que tomar también nuestras propias iniciativas. Pero entre creyentes y personas religiosas y de Iglesia nos movemos. ¿Cómo hemos vivido el momento actuar de la Iglesia en este año que termina? Problemas variados constatamos ciertamente en el camino de la Iglesia, aunque muchas veces los medios de comunicación incidan con mayor insistencia en algunos que más morbo puedan tener.
Algunas veces nos podemos sentir hastiados por las cosas que constatamos pero también por la forma en que son tratados en diferentes niveles. Habrá momentos en que podamos sentirnos inseguros o no terminamos de ver el rumbo que se va tomando según los diferentes medios por los que nos llegan las noticias o comentarios. Se habla de renovación y de autenticidad pero no siempre lo vemos o nos pueda parecer que algunas cosas no nos llevan a esa necesaria renovación.
¿Cómo nos sentimos en todo ese recorrido? ¿En qué medida yo en mi entorno ayudo a la Iglesia, a otros cristianos para que puedan encontrar lo que buscan o lo que necesitan? ¿Me estaré quedando en ser un miembro pasivo más que se pone en la barrer para verlas venir o para ver donde va a parar todo esto sin que yo me complique mucho?
Finalmente vamos a hacer un poco balance de lo que ha sido mi vida personal, aunque de alguna manera aspectos ya han ido saliendo. Cada uno tenemos nuestros objetivos, nuestros planes de vida, nuestras metas y es el momento de ver cómo lo hemos ido logrando. Cada uno piense en sus personales metas en la vida. No crecemos como personas ni somos más maduros simplemente porque vayamos dejando pasar los días. La intensidad con que vivimos cada momento es lo que nos hará crecer y madurar.
Y la intensidad viene dada por la responsabilidad con que vivimos la vida, por lo que sabemos disfrutar de cada momento no de una forma superficial sino por la hondura que le vamos dando aún en los momentos difíciles, por la apertura de nuestro yo y nuestro espíritu para acoger todo lo bueno que nos viene de los demás o la vida nos ofrece, por la sensibilidad con que vivimos nuestra relación con la naturaleza en la que estamos inmersos pero también sobre todo con los que convivimos cada día, en una palabra, por el amor que ponemos y que repartimos.
¿Cuál es la riqueza humana y espiritual que hemos acumulado y al mismo tiempo estamos dispuestos a compartir con los demás? Un buen balance para el año que termina, esperemos que sea positivo.

lunes, 30 de diciembre de 2019

Abramos los ojos con una mirada nueva para ser capaces de descubrir en tantas personas sencillas a nuestro lado esos Ángeles de Dios que nos trasmiten hermosos mensajes


Abramos los ojos con una mirada nueva para ser capaces de descubrir en tantas personas sencillas a nuestro lado esos Ángeles de Dios que nos trasmiten hermosos mensajes

1Juan 2, 12-17; Sal 95; Lucas 2, 36-40
A veces somos como muy especiales y selectivos en cuanto a los testimonios que podamos recibir de los demás; con mucha facilidad ponemos filtros. Hay personas que no nos gustas, que no las tragamos y hagan lo que hagan siempre para nosotros tendrán un ‘pero’; personas que por su apariencia o condición ya de antemano las catalogamos como de las que nada nos pueden dar, nada nos pueden ofrecer, porque quizá las consideramos unas personas incultas, de poco valor, o porque las vemos muy mayores las consideramos ‘pasadas de moda’ porque nos parece que tienen unos criterios que ya son anticuados para el mundo en el que hoy vivimos; claro nosotros los jóvenes vivimos en otro mundo, en otro estilo y qué nos pueden decir.
Son muchos los filtros en un sentido o en otro que ponemos en las personas, en sus opiniones o en la aportación que puedan hacer y así vamos descartando gente, testimonios porque nosotros somos los que ya nos lo sabemos todo. Creo que indica una pobreza de miras, una pobreza en nuestros planteamientos que los que tendríamos que ser descartados somos nosotros. Otra apertura tendría que haber en nuestra vida con una aceptación de todo lo que nos puedan ofrecer los demás que siempre va a enriquecer nuestra vida.
Hoy el evangelio nos habla de unos ancianos humildes y piadosos que merodeaban cada día por el templo de Jerusalén. Con los criterios que antes andábamos ya los estaríamos catalogando como unos beatitos cuya vida solo se reducía a estar en el templo y a rezar, pero que ya eran unos ancianos que nada podían enseñarnos o aportar. Se trata del anciano Simeón y de la profetisa Ana. Realmente a Simeón en el texto de hoy no se le menciona, se hubiera mencionado en el día de ayer, pero que el texto que hoy se nos ofrece de la anciana Ana forma una unidad con todo lo que hace referencia al anciano Simeón.
Sin embargo fijémonos en la importancia que le da el evangelio al testimonio de estos dos ancianos, el respeto con que los trata y la hermosa aportación que nos hace en estos momentos en que escuchamos relatos de la infancia de Jesús. Claro que ayer en el día de la Sagrada Familia se hacia mucho hincapié en el respeto con que se han de tratar a los ancianos y como  han de ser honrados con nuestro cariño y con nuestra atención. Claro que tendríamos que pensar en la sabiduría que un anciano lleva en su corazón desde lo que ha sido su vida y desde su experiencia cuanto nos puede aportar, aunque hoy a los jóvenes quizá no nos gusta tanto.
Como decíamos hoy se centra más el evangelio en el testimonio de aquella viuda anciana que llevaba muchos años en el templo sirviendo a Dios. Aparece por allí poco menos que milagrosamente para hablar del niño a cuantos transitan por los atrios del templo y a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel con la llegada del Mesías, les hablaba de aquel niño que sus padre habían presentado en el templo y de quien el anciano Simeón había dicho también grandes cosas.
Es el testimonio de unas personas humildes y sencillas, con unas vidas desgastadas podíamos decir con el paso de los años, pero unas personas de fe grande que eran capaces de sentir la presencia del Espíritu del Señor en sus corazones y escuchar su inspiración. Si allí estaban era por su fe, era por ese dejarse conducir por el Espíritu, ese mirar la vida y lo que sucedía a su alrededor con una mirada distinta, con la mirada de la fe, con la mirada de Dios y así podían descubrir las maravillas de Dios para contárselo a los demás que hacían estos piadosos ancianos con espíritu profético.
¿Nos habremos encontrado nosotros alguna vez en nuestros caminos personas así, llenas de Dios, llenas del Espíritu del Señor que con sus sencillas palabras nos daban hermosos testimonios? Nos hace falta abrir los ojos nosotros con una mirada nueva y seremos capaces de descubrir esas almas de Dios, Ángeles de Dios a nuestro lado que nos trasmiten hermosos mensajes. 

domingo, 29 de diciembre de 2019

Sepamos tejer la vida con los valores que nos ofrece el evangelio y nuestras familias cristianas tendrán el colorido de la Sagrada Familia de Nazaret



Sepamos tejer la vida con los valores que nos ofrece el evangelio y nuestras familias cristianas tendrán el colorido de la Sagrada Familia de Nazaret

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14 Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Mateo 2, 13-15. 19-23
Seguimos celebrando la Navidad. No es solo el ambiente externo navideño que aún no ha abandonado nuestras calles y nuestros ambientes, aunque pronto se transformará en las fiestas de fin de año y año nuevo, sino que quienes hemos querido meternos hondamente en el misterio de la Navidad lo seguimos sintiendo hondamente y sigue impulsándonos a ese encuentro vivo con el Emmanuel, el Dios con nosotros que nos inunda de su amor y salvación.
Pasará todo este ambiente navideño que vivimos en lo exterior y como hojas que se lleva el viento o planta que no se riega y se cuida debidamente pronto poco a poco se irá acabando y lo sustituiremos por otras fiestas o acontecimientos de la sociedad que llevaran pronto al olvido cuando antes habíamos vivido hasta de una manera loca. Pero el sentido vivo de la navidad no pasará sino que irá dejando huella en nosotros y ojalá fuéramos capaces de ir marcando también con ello la vida de nuestra sociedad para acercarla más al evangelio. Es tarea que tenemos que realizar.
Este domingo siguiente a la navidad tiene un sabor especial. Queremos contemplar y celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret. En la sabiduría y providencia de Dios pudo encarnarse y hacerse hombre de mil maneras, podríamos decir. Pero quiso encarnarse en el seno de María y nacer en el seno de una familia y de un hogar, en el hogar de Nazaret. Nazaret es una gran lección todavía hoy para toda la humanidad. Y es que en Nazaret, un pequeño pueblo que había permanecido en el silencio y en el anonimato a lo largo de la historia, estaba aquel hogar humano, aquella familia en la que había de nacer y crecer nada menos que el Hijo de Dios, hecho hombre.
Nuestra mirada se dirige hoy a aquella familia, en los distintos avatares por los que tuvo que pasar que no fueron nada fáciles, para en ella encontrar ejemplo y estímulo para nuestras propias familias cuando queremos vivir esa realidad desde el sentido de la fe y desde el sentido del evangelio, un sentido cristiano.
Una familia es algo más que una pareja de un hombre y una mujer que porque se aman un día quieren contraer matrimonio. La urdimbre de esa pareja para ser una auténtica familia tiene que estar bien construida, bien conjuntada para crear lo que le va a dar una estabilidad y una hondura, una fortaleza al mismo tiempo que un calor humano y hasta divino que mantenga todas esas condiciones necesarias para ser una verdadera familia.
Allí donde todos van a ser los unos para los otros, porque cada uno va a sentir como propio cuanto le suceda a los demás miembros de la familia, allí donde mutuamente se van a sentir como entrelazados los unos con los otros para hacer un mismo camino aunque cada uno tenga sus características y dones particulares, pero donde siempre van a sentir ese apoyo mutuo que les fortalece y les enriquece y que les da una profunda estabilidad emocional y vital.
Hablando de esa urdimbre, de esa conjunción mutua y de ese sentirse entrelazados los unos con los otros para crear esa unidad familiar me vino a la mente aquellas traperas canarias realizadas en aquellos telares artesanales que hace años aun veíamos en nuestros pueblos y en nuestros campos. Recuerdo ver trabajar en uno de aquellos telares artesanales para realizar una de esas traperas que aun conservo en casa; cómo se preparaba debidamente la urdimbre que iba a ser la base de toda la tarea y por otra parte aquellas tiras con las que se elaboraba la trapera y que en la variedad de colores le daban su vistosidad y su belleza; pero del trabajo de tejer con todo cuidado con todos aquellos materiales y lanas surgía la fortaleza de la trapera elaborada pero también el abrigo que iba a dar para cubrirse de los malos tiempos.
Perdónenme la extensión de la comparación, pero de alguna manera así veo como se han de conjuntar los miembros de una familia entrelazándose mutuamente en el amor que le va a dar fortaleza y estabilidad a la institución familiar. Cada uno ponemos nuestro color que son nuestras cualidades y valores pero con los que mutuamente nos enriquecemos para darle colorido y belleza a la vida. Pero mutuamente nos apoyamos saliendo los unos por los otros en cualquiera de las dificultades que nos puedan ir apareciendo en la vida para en esa unidad sentirnos verdaderamente fuertes. Es el calor humano que nos ofrecemos los unos a los otros porque nunca entonces nos veríamos desamparados.
Es cierto que muchas veces nos aparecen grietas en la vida por donde nos puede entrar aquello que nos corroe y nos destruye, sobrevenidas de las mismas circunstancias de la vida, del carácter y peculiaridad de cada uno que no siempre hemos madurado lo suficiente y la vida se nos puede llenar de fríos que hacen mella en el corazón y nos pueden hacer olvidar aquellos buenos valores que tendríamos que saber cultivar.
Pero es entonces, como cristianos que queremos seguir a Jesús, cuando elevamos nuestra mirada y por una parte contemplamos a esta Sagrada Familia de Nazaret que hoy celebramos, pero también escuchamos en lo más hondo de nosotros la buena nueva del evangelio que una vez más viene a iluminar nuestras oscuridades.
Hoy contemplamos la fortaleza de José, el padre de familia de aquel hogar de Nazaret, para afrontar las dificultades y problemas que van surgiendo buscando siempre lo mejor. Pero es la fortaleza de un hombre creyente, del hombre que busca y quiere encontrar lo que son los caminos de Dios, lo que es la voluntad del Señor y se deja conducir. Cuánto tendríamos que decir en este sentido de esa madurez humana y espiritual que en José podemos contemplar.
Hoy por otra parte en la carta a los Colosenses se nos recuerda una serie de valores y virtudes que si las cultivamos debidamente van a ser como esa urdimbre base de lo que va a ser esa hermosa pieza de nuestra familia. Unos valores y unas virtudes que nos ayudan a entrelazarnos fuertemente los unos con los otros y que van a dar hondura y fortaleza a nuestras vidas y a nuestras familias.
Nos habla el apóstol de compasión entrañable, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; de sobrellevarnos mutuamente que significa aceptarnos y respetarnos, de ser capaces de perdonarnos, pero siempre de amarnos y amarnos sin límites buscando siempre la paz. Pero también algo muy importante, que la Palabra de Dios esté siempre plantada en lo hondo de nuestro corazón, para también saber dar gracias, alabar y bendecid al Señor, contar siempre con la fuerza y la gracia de su Espíritu.
Ojalá supiéramos tejer nuestra vida con todos estos valores que así nuestras familias cristianas tendrían otro brillo y otro colorido.



sábado, 28 de diciembre de 2019

La fiesta de los santos inocentes es un recuerdo de la presencia de la pascua en nuestra vida y al mismo tiempo un aliciente para la esperanza en el testimonio valiente de la fe


La fiesta de los santos inocentes es un recuerdo de la presencia de la pascua en nuestra vida y al mismo tiempo un aliciente para la esperanza en el testimonio valiente de la fe

1Juan 1, 5-2, 2; Sal 123;  Mateo 2, 13-18
En medio de la alegría de la navidad que queremos seguir viviendo con toda intensidad sobre todo en esta semana de la octava aparece de nuevo una celebración teñida con el rojo de la sangre. Es la fiesta de los Santos Inocentes que celebramos en este día. Es una lástima que hayamos envuelto esta fiesta en la picaresca de nuestras bromas e ‘inocentadas’, como solemos llamarlas y que un poco nos hace olvidar el dramatismo que tiene este acontecimiento.
Como ya veremos en detalle cuando celebremos la Epifanía del Señor y escuchemos con detalle el relato de Mateo con la venida de los Magos de Oriente, por allá anda la suspicacia  de quien no las tenia todas consigo, pero que además su corazón estaba lleno de maldad y en consecuencia de desconfianzas y sospechas. No le gustó a Herodes aquel anuncio que le hacían aquellos Magos venidos de Oriente del nacimiento de un rey de los judíos, al que buscaban para rendirle pleitesía.
Consultados los oráculos de los profetas por medio de los sacerdotes del templo y maestros de la ley aparece lo anunciado por el profeta de que de Belén de Judá ha de salir esa luz y esa estrella. Por eso con insistencia y con la falsedad de su corazón pide a los Magos que cuando encuentren el recién nacido rey de los judíos vengan a comunicárselo porque él también quiere ir a adorarlo. Pero los Magos marcharan a su tierra por otros caminos anunciado por el ángel del cielo y Herodes se ve burlado.
Es lo que hoy escuchamos en el relato del evangelio. Manda matar en Belén y sus alrededores a todos los nacidos de dos años para abajo según los cálculos hechos desde lo que habían comunicado los Magos de la aparición de la estrella que les había guiado. Es la matanza de los inocentes de Belén y sus alrededores. Ya la sagrada familia había huido a Egipto no estando en peligro la vida del Niño Jesús.
Si cuando celebramos la fiesta del protomártir san Esteban decíamos que las pajas del pesebre que sirvió de cuna a Jesús estaban salpicadas de sangre, con cuánta más razón tendríamos que volverlo a decir ahora con el martirio de estos inocentes. Vuelven a aparecer las señales de la pascua tan presente en la vida de Jesús, pero que será también para nosotros un signo, una señal de lo que será siempre la vida del cristiano, la pascua.
No faltará la pascua en nuestra vida, pero que siempre nosotros queremos ver como el paso de Dios. Un paso de Dios que siempre nos ha de conducir a ese paso de la muerte a la vida, porque el paso de Dios será siempre un rayo de luz, una puerta de esperanza, un camino e itinerario de vida. Pero la luz tiene que vencer las tinieblas, la esperanza tendrá que sobreponerse sobre todos los momentos oscuros que podamos tener en la vida, y ese itinerario que nos lleva a la vida ha de pasar en no pocos momentos por el camino de la pasión y de la muerte. Y todo eso se puede traducir de forma muy concreta en la vida en esos problemas, en esos contratiempos, en esa oposición que muchas veces vamos a encontrar.
Los mártires fueron testigos capaces de dar la vida desde la fe y el amor con que vivían el camino de Jesús. No temieron derramar su sangre porque además nadie ama más que aquel que es capaz de dar la vida por el amado. Por eso el martirio y la persecución ha estado siempre presente en la vida de los cristianos y de la Iglesia a lo largo de los siglos. Y ha sido esa semilla de la sangre derramada de los mártires la semilla de nuevos cristianos, la semilla de una vida más floreciente para la Iglesia porque siempre se siente fortalecida en el Señor.
De forma cruenta como aquellos que fueron capaces de dar su vida derramando su sangre, o de forma menos cruenta en quienes sufren el oprobio por manifestar su fe, el aislamiento quizá de una sociedad que no quiere saber de valores espirituales y que siente alergia por el sentido cristiano de la vida, de muchas maneras en que sufrimos el desdén de los que están a nuestro lado o hasta los intentos de descalificación de lo que es nuestra vida, son algunas de las formas cómo podemos sufrir esa persecución por sentirnos orgullosos del nombre de cristianos y con lo que tenemos que convertirnos en testigos, en verdaderos mártires, en nombre de nuestra fe.
La celebración de los santos inocentes es para nosotros un recuerdo de esa presencia de la pascua en nuestra vida en tantas formas de persecución que podamos sufrir y al mismo tiempo es un aliciente que nos llena de esperanza y nos hace permanecer con más fortaleza en el testimonio de nuestra fe.

viernes, 27 de diciembre de 2019

Navidad ha tenido que ser para nosotros un descubrir y palpar la presencia del Emmanuel en medio de nosotros que nos haga crecer en la fe y anunciarlo


Navidad ha tenido que ser para nosotros un descubrir y palpar la presencia del Emmanuel en medio de nosotros que nos haga crecer en la fe y anunciarlo

1Juan 1, 1-4; Sal 96; Juan 20, 2-8
‘Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos acerca del Verbo de la vida…  Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos…’
Así comienza la primera carta de Juan. No puede callar lo que ha visto y oído. Es su anuncio. Es su testimonio. Es, podríamos decir, la motivación de su evangelio, del anuncio de la Buena Nueva que no puede menos que hacer, la motivación de su vida, del testimonio que con palabras y con su propia vida nos ofrece.
En esta cercanía de la navidad, dentro de la misma solemnidad de la octava de la navidad donde podría parecer que no cabrían otras fiestas, sin embargo la liturgia nos ofrece como ayer lo hiciera con Esteban y mañana con los santos Inocentes, hoy la fiesta de san Juan Evangelista. El discípulo amado de Jesús que tan cerca estuvo siempre de Jesús, pues recostó su pecho sobre su costado en la cena pascual, pero más aun estuvo al pie de la cruz para recibir como herencia a su madre que iba a ser la madre de todos los creyentes.
Pero hoy en el evangelio veremos que será el primero de los discípulos, de los apóstoles que llegara al sepulcro vacío de Jesús en la mañana de la resurrección. Tras el anuncio de María Magdalena y de las demás mujeres que habían sido las primeras que habían acudido al sepulcro con el deseo de embalsamar el cuerpo de Jesús, Pedro y Juan corren por las calles de Jerusalén para comprobar por sí mismos lo que les habían anunciado las mujeres. Juan llega primero, pero por deferencia hacia Simón Pedro lo deja entrar antes, pero como nos dirá en el propio evangelio, entró, vio y creyó. El sepulcro estaba vacío, las vendas y el sudario doblados cada uno por su parte, y allí no estaba el cuerpo de Jesús. ‘Vio y creyó’, es la conclusión final. Y como nos dice hoy en la carta ‘eso que hemos visto y oído os lo anunciamos…
Creo que no es necesario darle más vueltas para sacar conclusiones de todo esto para nuestra vida. ¿Estaremos haciendo como Juan? Claro que necesitaremos su fe y su amor. Necesitaremos abrir bien los ojos para descubrir con claridad el misterio que estamos celebrando. Como tantas veces hemos reflexionado hay muchas cosas que nos pueden distraer, aun con la mejor de las intenciones. Es lo que Juan supo descubrir cuando aquella mañana fue al sepulcro. No se quedó en lo superficial o en las posibles consideraciones que otros pudieran hacer. ‘Vio y creyó’. ¿Hemos llegado a ver de verdad el misterio de Dios que celebramos en la navidad? ¿Hemos llegado a ver, a descubrir, a sentir la presencia del Emmanuel o todo se ha quedado en lo superficial?
Si no hemos llegado a descubrir y sentir en nosotros la presencia del Emmanuel es que no hemos ido por buen camino en nuestra celebración de la navidad; algo nos ha faltado o algo nos ha sobrado, el hecho es que hemos andado distraídos. ¿Qué es entonces lo que vamos a anunciar? Puede ser el gran fallo que hemos tenido tantas veces y por eso el anuncio que hacemos algunas veces parece que no tiene valor y no es tan efectivo como tendría que ser. Porque si anunciamos la Palabra viva siempre será vida para nosotros y para los demás.

jueves, 26 de diciembre de 2019

No separamos el nacimiento de Jesús de la Pascua uniendo la alegría de la navidad con lo que tiene que ser nuestra entrega de amor hasta el martirio como Esteban


No separamos el nacimiento de Jesús de la Pascua uniendo la alegría de la navidad con lo que tiene que ser nuestra entrega de amor hasta el martirio como Esteban

Hechos 6, 8-10; 7, 54-60; Sal 30; Mateo 10, 17-22
Las pajas del pesebre que hizo de cuna de Jesús están manchadas de sangre. Por mucho que queramos adornar de una imagen bucólica el lugar donde fue recostado Jesús nada más nacer, no podemos restarle la pobreza y la dureza llena de sinsabores de unas frías pajas en un pesebre casi abandonado en los helados campos de Belén. ¿Será un anuncio de pascua?
No sé si habréis dormido en un duro y frío colchón de paja. No me avergüenzo de confesarlo que en mi niñez era habitual en la pobreza de nuestras casas los colchones se llenaran de paja, de los arropes que se quitaban a las piñas de maíz (fajina del millo decimos en nuestra tierra canaria) y a lo sumo de clines que si en principio podrían parecer esponjosos pronto se llenaban de nudos y durezas y su polvillo levantaba picores nada cómodos en nuestros cuerpos. Yo lo viví y agradezco a mi familia una pequeña almohada en este caso rellena de lana de oveja que aún conservo que era lo único suave que encontraba en mi dormir infantil.
Válganos este como paréntesis que nos hemos hecho para ayudarnos en la reflexión que pretendemos hacernos. Ya decíamos que las pajas del pesebre que hizo de cuna de Jesús recién nacido están manchadas de sangre. Hoy en el primer día de Navidad celebramos un martirio, el protomártir Esteban. Podría parecernos que no cabe en la alegría de la fiesta que estamos celebrando el que aparezca la muerte, en que aparezca el martirio. Pero ¿qué es el martirio sino la más sublime ofrenda de amor cuando entregamos la vida? ¿Qué es lo que estamos celebrando en estos días sino el amor de Dios que nos entrega a su Hijo para nuestra salvación que realizará la más sublime prueba de amor cuando en la pascua se entrega por nosotros?
Ya lo tenemos dicho todo, podríamos casi concluir. Esa sangre que hemos querido ver junto a la cuna de Jesús aquí la tenemos reflejada en el martirio de Esteban pero que nos está recordando mucho más. No tendría sentido profundo la alegría de la fiesta que estamos celebrando si no va acompañada de esa ofrenda de amor de nuestra vida. Y aunque el amor nos lleva por caminos de plenitud, el amor duele muchas veces porque nos cuesta darnos, nos cuesta arrancarnos de nosotros mismos; es ese frío que se nos mete en el corazón, son esas durezas que tantas veces nos aparecen y que nos hieren el alma, es el sacrificio que tantas veces tenemos que hacer de nuestro yo, nuestros apegos, nuestras comodidades o nuestras rutinas.
Es la ofrenda de amor de nuestra vida que día a día tenemos que ir renovando en nosotros para que podamos darle sentido de plenitud a todo lo que hacemos. Nos lo está recordando el martirio de Esteban. Había sido elegido para el servicio, formaba parte de aquel grupo de los siete diáconos escogidos para que en la comunidad prestaran el servicio a las viudas y a los huérfanos, a los pobres, pero pronto su entrega se transformó en ardor por el evangelio y aquel hombre lleno de fe y de Espíritu Santo ahora con la fuerza de ese mismo Espíritu anunciaba con ardor el mensaje de Jesús. Estorbaba su presencia y lo quitaron de en medio, pero su martirio sigue gritándonos para que nosotros también seamos esos mensajeros del evangelio con nuestro espíritu de servicio y con nuestra palabra, con el testimonio de toda nuestra vida.
No olvidemos que nuestra vida tiene que ser pascua, empezando porque en nosotros mismos hemos de realizar ese paso de la muerte a la vida en la transformación de nuestro corazón, pero no olvidando el mensaje que tenemos que anunciar aunque en nuestra vida haya sacrificio porque siempre tiene que estar presente el amor.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Celebrar la navidad de Jesús hoy nos compromete a ser signos con el testimonio de nuestra vida de una auténtica navidad


Celebrar la navidad de Jesús hoy nos compromete a ser signos con el testimonio de nuestra vida de una auténtica navidad

 Isaías 9, 1-6; Sal 95; Tito 2, 11-14; Lucas 2, 1-14
¡Es navidad! No hace falta decirlo, me vais a comentar. Todo en el ambiente nos recuerda que es navidad, el ambiente de nuestras calles con sus luces y con sus adornos, el encuentro familiar en las cenas navideñas, las bonitas palabras que todos nos decimos llenas de buenos deseos, un cierto sentido especial que parece que nos hace más buenos y más pacíficos… todo nos está hablando de que es navidad.
¡Es navidad! Tenemos que repetir aunque parezcamos cansinos porque en todo lo que hasta ahora hemos dicho con sus buenos deseos, sus buenas palabras y sus buenos gestos parece que anda cojo si no llegamos a repetir con insistencia. ¡Es navidad! Es la natividad del Hijo de Dios que se hizo hombre, se encarnó en el seno de María y nació en Belén. Y es que sin esto no podemos llegar a decir en verdad que es Navidad.
Un hecho que pudo haber pasado desapercibido en los campos de Belén, porque quizá el nacimiento de un niño no afectara mucho más allá de lo que son sus familiares o las personas cercanas en vecindad. Pero el nacimiento de aquel niño lo seguimos recordando, lo seguimos celebrando con el paso de los siglos y ya no solo fue acontecimiento para los más cercanos sino que ha marcado la historia de la humanidad y hoy desde todos los rincones de la tierra de una forma de otra todos celebramos Navidad.
Pero Navidad, lo que hoy celebramos, no es solo el recuerdo de algo pasado sino que es algo que se hace vivo y presente en el hoy de nuestra historia y de nuestra vida. La Buena Noticia que resonó en aquella noche en los campos de Belén sigue siendo Buena Noticia que ha de seguir resonando en los campos de nuestra historia de hoy, es Buena Noticia también para el hombre y la mujer del siglo XXI.
Ya escuchamos en el evangelio el relato. Una orden de empadronamiento hizo caminar a José y a María desde Nazaret en la lejana Galilea hasta Belén, por ser José del linaje de David. Maria estaba encinta y le llegó la hora del parto; no había sitio para ellos en la posada – quizá las aglomeraciones de todos los venidos con el mismo motivo, o quizá la incomodidad que podría significar para el posadero una mujer a punto de dar a luz – y un establo en las afueras de la ciudad les sirvió para guarecerse. Y ‘mientras estaban allí, le llegó a ella el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre’. Así con humilde sencillez nos relata el evangelista la gran noticia de la historia y que hoy seguimos recordando y celebrando.
‘Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres… la manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo, el cual se entregó por nosotros para rescatarnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo de su propiedad’. Así teológicamente nos lo explicaba el apóstol. La manifestación de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo. Allí se manifestó - ¡y de qué manera! – la gloria del Señor.
Es lo que nos sigue narrando el evangelio. Nos habla de unos pastores que en la noche estaban cuidando sus rebaños; y hasta allí llega la manifestación de la gloria de Dios entre los resplandores del cielo con la aparición de los ángeles que les hacen el gran anuncio, la buena nueva de la Salvación. ‘No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre’.
Una gran noticia que será motivo de alegría para todo el pueblo, que sigue siendo motivo de gran alegría para los hombres de todos los tiempos, que tiene que ser motivo de gran alegría para los hombres y mujeres de hoy. Cuando nosotros hoy estamos celebrando con gran alegría el nacimiento del Hijo de Dios hecho hombre, tenemos que ser también esos mensajeros, esos portadores de evangelio, de la Buena Noticia de Jesús a todos los hombres de nuestro mundo.
La oscuridad tiene que volverse luz, la esclavitud y la opresión tiene que volverse libertad, la desilusión y la desesperanza en que vivimos tantas veces tiene que convertirse en esperanza cierta y en seguridad de salvación, el mundo de vanidad, de hipocresía y de mentira en el que nos sentimos tan inmersos tiene que transformarse en autenticidad y en verdad, el mundo duro y violento lleno de injusticia y de maldad ha de sentirse nuevo siendo un mundo de paz y de justicia. Y eso es posible, aunque tantas veces estemos como desencantados de la vida y los derroteros por los que camina nuestro mundo. Podemos hacer un mundo nuevo, podemos transformar los corazones, podemos sentir de nuevo la paz en unos corazones renovados, podemos comenzar a mirar con una mirada nueva, una mirada limpia, una mirada de luz.
¿Podemos encontrar señales de que eso es posible? Los ángeles les dieron una señal a los pastores para que encontrar al Salvador que les había nacido, ‘encontraréis un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre’. Es la señal que nosotros también vamos a encontrar en Belén, es la señal con la que iremos haciendo ese anuncio a los hombres y mujeres de hoy. No iremos a hacer ese mundo nuevo con la prepotencia de los poderosos, sino con la humilde y sencilla presencia de un niño envuelto en pañales y recostado en un pesebre.
Así con la sencillez y la humildad de los pobres iremos nosotros dando la gran noticia, haciendo el anuncio de esa Buena Nueva de salvación que es también para los hombres de hoy. Porque tenemos que ir, como fueron los pastores, allí donde hay pobreza y sufrimiento, allí donde hay dolor y sufren los corazones desgarrados por tantas amarguras, allí donde están los que se sienten solos, nadie atiende o nadie se preocupa de ellos… allí llevaremos la gran noticia de Jesús, pero es que allí nos vamos a encontrar con Jesús. No olvidemos lo que un día nos dirá: ‘lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos a mí me lo hicisteis’. Será Buena Nueva que llevemos, pero será también Buena Nueva que encontremos, porque así nos encontraremos con Jesús.
Es Navidad, comenzábamos diciendo, pero veamos ahora con sinceridad como será una auténtica Navidad para nosotros hoy, cuál es la auténtica navidad de la que vamos a hacer anuncio. Nos podrá parecer que hay muchos más interesados en otro estilo de navidad, pero a esos también hemos de hacer nuestro anuncio.
Por nuestras actitudes y comportamientos, por nuestra manera de vivir, ¿seremos nosotros signos de una auténtica navidad en nuestro mundo de hoy?

martes, 24 de diciembre de 2019

Bendigamos al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida y salvación y se disipen para siempre dudas y temores


Bendigamos al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida y salvación y se disipen para siempre dudas y temores

2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Lucas 1,67-79
El momento es inminente. ‘Hoy sabréis que vendrá el Señor y mañana contemplaréis su gloria’, cantan las antífonas litúrgicas en esta víspera de la Navidad del Señor. Son momentos de esperanza cierta, de esperanza en la que comenzamos a saborear de antemano la alegría, de alabanza y de acción de gracias, de ultima puesta a punto del corazón para recibir al Señor que viene.
Mañana contemplaremos su gloria en el niño recién nacido recostado entre las pajas de un pesebre, contemplaremos la gloria del Señor en la pobreza y la humildad de quienes no tienen donde guarecerse, porque para ellos ni en la posada hay sitio, contemplaremos su gloria en la mejor lección de vida de cómo Dios quiere ser en verdad Emmanuel y estar con nosotros, anonadándose, metiéndose en nuestra carne dolorida y en el corazón atormentado quizá porque no tiene paz.
Es la visita de Dios a su pueblo para estar con nosotros, para derramar y derrochar su misericordia sobre todos aquellos que sufren en la desesperanza y en la oscuridad porque para nosotros comenzará a brillar una luz nueva. Es posible la esperanza de algo nuevo que nos viene a llenar de vida, solo tenemos que dejarle el portal de nuestra pobreza, el pobre pesebre de nuestro pobre y frío corazón porque El viene con su calor, el calor del amor, que hará arder con un nuevo fuego, un fuego divino de amor nuestra vida.
Hoy, en esta víspera de la llegada del Señor, queremos tomar las palabras del anciano Zacarías para también bendecir nosotros al Señor que viene a visitar a su pueblo, a derramar su misericordia sobre nosotros suscitando una fuerza de salvación para nosotros y para nuestro mundo. ‘Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo suscitándonos una fuerza de salvación, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas’.
Las promesas se cumplen porque la Palabra de Dios es fiel. Y la Palabra de vida se hace vida en nosotros para arrancarnos del mal para siempre, para curar nuestras heridas y dolores, para aliviar nuestro corazón atormentado dándonos de nuevo la paz. Cuánto necesitamos de esa paz en nuestro corazón para que no nos sintamos agobiados nunca más por muchos que sean los problemas que puedan ir apareciendo en nuestra vida. El es nuestra paz; dejemos que se aposente en nosotros y podamos sentir esa paz en nuestro corazón; dejémonos hacer por el Señor que viene no poniendo resistencia a su gracia, aunque haya momentos en que no sabemos lo que queremos o el sentido de lo que nos sucede. El viene a darnos siempre lo mejor. La visita de Dios es siempre visita de salvación.
‘Bendito sea Dios que por su entrañable misericordia nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’. Bendigamos al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida y salvación. Que se disipen nuestras dudas y temores. Que seamos capaces de poner toda nuestra confianza porque en verdad nos hagamos disponibles para Dios, dejándonos conducir por sus caminos. Tenemos la certeza de que son caminos de vida y de amor.

lunes, 23 de diciembre de 2019

Cuando contemplamos el nacimiento de Juan recordemos que hoy somos nosotros, creyentes en Jesús, los precursores ante el mundo del Evangelio


Cuando contemplamos el nacimiento de Juan recordemos que hoy somos nosotros, creyentes en Jesús, los precursores ante el mundo del Evangelio

Malaquías 3, 1-4. 23-24; Sal 24; Lucas 1, 57-66
Se nos adelanta la alegría; ya hoy pregustamos lo que es la alegría del nacimiento cuando contemplamos en el evangelio el nacimiento de Juan. ‘A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella’.
Las montañas de Judea se llenaron con la alegre noticia de que Isabel había dado a luz un niño. La noticia corría de boca en boca y todos se alegraban con Isabel porque ‘el Señor le había hecho una gran misericordia’. Pero era solo un anticipo y a nosotros nos vale para empezar a pregustar lo que será la alegría de la Navidad. Mañana en la noche explosionará la alegría llenando al mundo de luz y de esperanza cuando celebremos el nacimiento de Jesús. Nos vale esta alegría que hoy ya estamos saboreando en el nacimiento de Juan para preparar nuestros gustos, nuestros sentidos, nuestra vida y nuestro corazón para la alegre noticia que los Ángeles en la noche de Belén nos anunciarán.
Juan era el anticipo de lo ya inminente. Era el nacimiento del Precursor, del que venía a preparar los caminos y así nosotros hemos de vivirlo. A lo largo del Adviento muchas veces hemos escuchado su palabra y contemplado su testimonio. Que hoy sea un nuevo toque de atención, si acaso todavía no nos hemos preparado debidamente. No olvidemos aquellas palabras de Juan cuando la gente venía para que les dijera qué es lo que tenían que hacer. Invitaba a vivir la vida con responsabilidad, a ser generosos en el compartir y a cambiar las actitudes del corazón que se tradujeran en nuevas obras de vida.
Son palabras que tenemos que seguir escuchando nosotros hoy para que realizando esa transformación de nuestras corazón y nuestras vidas hagamos el gran anuncio que tiene que llenar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo de esperanza. No olvidemos que de alguna manera nosotros los que creemos y seguimos a Jesús somos los precursores ante el mundo que nos rodea de ese anuncio de evangelio. Nuestras vidas tienen que ser testimonio, nuestra manera de hacer las cosas, la generosidad de nuestro corazón, la responsabilidad con que asumimos la vida. Es nuestra sabiduría y nuestra riqueza la que tenemos que manifestar al mundo, la que tiene que convertirse en testimonio de que es posible un mundo nuevo; lo expresaremos con nuestra propia vida.
No nos preocupemos tanto de preparar cosas para la navidad, sino preparemos el corazón. No busquemos regalos que llevar a los demás sino encontremos en Jesús el gran regalo que Dios nos hace y sea nuestra vida llena de Jesús la que regalemos a los demás con nuestro amor, nuestra cercanía, nuestra sonrisa, nuestra delicadeza y nuestros detalles. En esos pequeños detalles estaremos regalando la verdadera alegría a los demás.


domingo, 22 de diciembre de 2019

Sin dejarnos encandilar encontremos las señales para llegar a Belén y acoger la visita de Dios y podamos decir hoy ha llegado la salvación a esta casa


Sin dejarnos encandilar encontremos las señales para llegar a Belén y acoger la visita de Dios y podamos decir hoy ha llegado la salvación a esta casa

Isaías 7, 10-14; Sal 23; Romanos 1, 1-7;  Mateo 1, 18-24
Ya estamos a las puertas, pero aun no hemos llegado. Un largo recorrido hemos venido haciendo porque queremos llegar a Belén, queremos llegar a la Navidad. Pero ¡cuidado! Puede haber señales confusas, señales que sean como señuelos que nos engañen y al final no terminemos de dar bien esos pocos pasos que nos faltan para llegar a Belén, para llegar a la navidad.
Las luces nos pueden encandilar y no terminamos de ver la verdadera señal. Cuando las cosas son inminentes aumentan los nervios y las carreras, pero son momentos propicios para la confusión y nos engañemos con las señales que nos parece ver. Muchas luces centellean en nuestro alrededor porque es navidad; muchos reclamos de cosas que tenemos que hacer, de comidas que tenemos que preparar, de regalos que hemos de envolver muy bien y al final no nos demos cuenta donde está el verdadero regalo, un juego del amigo invisible pero que el verdadero regalo se extravía y no termina de llegar a donde debe ir.
Muchas de todas esas cosas que nos rodean hemos de reconocer que realmente son cosas buenas; bueno es volver a hacer renacer el cariño familiar, las amistades que se habían enfriado; buenas son las palabras bonitas de nuestros buenos deseos que parece que por unos días nos hace más atentos los unos de los otros, pero cuidado que sean como un fuego de artificio que lo vemos bonito un instante pero al que luego sigue de nuevo la oscuridad.
Cuidado que con todo buen deseo hayamos humanizado tanto la navidad que se quede solo a ras de tierra, que ya no busquemos realmente el digno lado humano sino que lo hayamos convertido todo en un subproducto del consumismo y de la fantasía que nos lleva por caminos no de navidad sino de vanidad – cuidado que las palabras se pueden parecen pero son bien opuestas – y al final le hayamos hecho perder su profundo sentido espiritual y divino. Podemos hacer desaparecer incluso a Dios de nuestra navidad – algunos ya no utilizan ni siquiera la palabra navidad sino simplemente fiestas – y hasta llegue a ser más importante el gordinflón vestido de rojo que el propio niño Jesús.
Estamos ya a las puertas, busquemos las señales que no os engañen ni nos confundan. Vamos a Belén, vamos a la Navidad de Jesús. No lo perdamos de vista. No es un hecho cualquiera lo que vamos a celebrar;  no es una cena más en familia como tantas que tendríamos que saber hacer durante el año y no solo en esta ocasión. No son regalos efímeros lo que vamos a buscar, sino el gran regalo de Dios para la humanidad; no es un personaje cualquiera más o menos fantasioso el que vamos a recibir; no es una alegría superpuesta o alimentada para la ocasión por algunos sucedáneas que al final nos van a dejar mal sabor de boca o ardor en el estómago.
Buscamos la alegría verdadera, la luz que de verdad nos ilumina no solo con un adorno sino allá en lo más hondo de nuestra existencia; las tinieblas o las luces superficiales y llenas de fantasmas luchan contra la verdadera luz porque no tratamos de disimular situaciones más o menos pintorescas porque las llenemos de colores sino que queremos encontrarnos con la auténtica verdad de nuestra vida.
Puede que todo esto nos inquiete o nos haga hacernos preguntas. Puede que intentemos escapar como sea de esta situación y no queriendo quedar mal. El evangelio de hoy nos está poniendo las señales. Contemplamos hoy a José, que también estaba confuso y lleno de dudas porque no terminaba de ver las cosas claras y le costaba encontrar la verdadera señal que diera significado a cuanto estaba sucediendo. José estaba desposado con María, no  habían vivido juntos y resultó que ella esperaba un hijo. No lo entendía, pero no quería poner maldad en su corazón y buscaba salidas. Pero en el fondo era un hombre verdaderamente creyente y abrió su corazón a la voz de Dios que le revelaba sus planes, que le revelaba también el lugar que él había de ocupar en esos planes de Dios.
El evangelio nos habla de la visión de un ángel en sueños que es una manera de expresar en la Escritura cómo se revelaba Dios. Y El encontró la señal, porque apareció lo anunciado en el texto de la Escritura. Lo que estaba sucediendo más allá de todo lo hermoso que significa siempre la maternidad y el nacimiento de un hijo tenía una trascendencia, porque la señal estaba en aquella doncella que daría a luz un hijo que sería el Emmanuel, el Dios con nosotros.
Esa es la señal verdadera que tenemos que buscar y tener en cuenta para poder llegar de verdad a Belén, llegar a una verdadera navidad. Ese niño que veremos nacer en Belén es el Emmanuel, es la visita de Dios a su pueblo, pero no para una visita ocasional o momentánea sino para estar para siempre con nosotros. Es el Emmanuel, es el Dios con nosotros. No lo olvidemos. Es esa navidad del Emmanuel la que vamos a celebrar, es el nacimiento de Dios hecho hombre, que se encarnó en el seno de María lo que ha de ser nuestra verdadera celebración.
Y a José se le confió poner el nombre al niño, era su padre, se llamaría Jesús porque había de salvar a su pueblo, porque es nuestro Salvador. El Dios con nosotros es nuestra salvación. ¿No tiene que ser eso el verdadero motivo, la verdadera razón de nuestra alegría? Y José se llevó a María, su mujer a su casa. Acojamos nosotros también ese misterio que se realiza en María para traerlo a nuestra casa, para plantarlo de verdad en la tienda de nuestro corazón, para que sea en verdad el centro auténtico de nuestra vida. Acojamos esa visita de Dios, si lo hacemos, como diría un día Jesús en casa de Zaqueo, hoy ha llegado la salvación a esta casa, hoy ha llegado la salvación a mi vida.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Como María que fue señal de la presencia de Dios en aquel hogar de la montaña, seamos bendición para los demás por nuestro amor y por nuestra cercanía


Como María que fue señal de la presencia de Dios en aquel hogar de la montaña, seamos bendición para los demás por nuestro amor y por nuestra cercanía

Cantar de los Cantares 2, 8-14; Sal 32; Lucas 1, 39-45
Hemos estado hablando en estos días de la experiencia humana de las visitas que nos hacemos los unos a los otros. Gozo y sorpresa al recibir la visita de alguien inesperado que  nos honra con su presencia en nuestro hogar, como el gozo que siempre significa el encuentro amistoso y lleno de cercanía y amistad cuando recibimos a un amigo en nuestra casa. Pero hay visitas que además del gozo de lo inesperado podemos decir que nos vienen como agua de mayo porque quizá en la problemática que vivimos los momentos no eran fáciles, las dificultades y problemas se acumulaban y la llegada de esa persona, de ese amigo o familiar nos viene a ser como de gran ayuda. No calibramos bien muchas veces no solo el gozo que le podemos dar a alguien cuando lo visitamos sino además toda la riqueza humana y espiritual que le podemos aportar.
Nos encontramos hoy en el evangelio con una situación así y contemplamos la alegría de Isabel cuando recibe en su casa en la montaña a su prima María venida desde la lejana Galilea. María, es cierto, era consciente de la ayuda que podía prestar a su anciana prima en las circunstancias de la maternidad que vivía y por eso como dice el evangelio al conocer la situación por boca del ángel presurosa se pone en camino hasta las montañas de Judea. No podía saberlo Isabel, porque la comunicación no era tan fácil como pueda serlo hoy, de que su prima vendría a estar con ella en esos momentos. Como agua de mayo, según aquella expresión que antes empleábamos, recibe con gozo a María.
Ya nos expresa el evangelio cuánto más sucede en el interior de aquellas personas, porque movida por el Espíritu Isabel reconoce la grandeza de quien viene a visitarla. ‘¿De donde a mí que venga a visitarme la madre de mi Señor?’ La presencia de María produce una revolución de corazones, o un terremoto de amor que hacer incluso saltar la criatura que Isabel lleva en su vientre.  ‘Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre’. Y comienzan las alabanzas y los cánticos de acción de gracias, en Isabel alabando la fe de María y en María bendiciendo a Dios que se ha fijado en su pequeñez y ha realizado en ella cosas grandes.
María llevaba a Dios en su corazón y en su vientre. La criatura que en ella se estaba gestando era el fruto de la sombra del Espíritu y era el Hijo del Altísimo. Con la visita de María, podemos decir, se hace presente Dios de forma extraordinaria en aquel hogar de la montaña, ya por otra parte también lleno de Dios. Pero creo que este pensamiento nos puede llevar a hermosas consideraciones de lo que puede ser también nuestra presencia junto a los hermanos. Ya mencionábamos previamente que no terminamos de caer en la cuenta de la riqueza que nuestros gestos o nuestra presencia pueden significar para aquellos con los que nos encontramos.
Es cierto que cuando vamos al encuentro del otro siempre vamos con los ojos de Dios para ver en ese hermano a quien amar un signo de la presencia de Jesús; ya nos dirá Jesús que cuanto hagamos al hermano a El se lo hemos hecho. Pero quiero pensar en algo más y es cómo nosotros con nuestro amor, con nuestros gestos, con nuestras palabras o con nuestro silencio, con nuestra cercanía o con el servicio que le prestemos podemos ser signo de Dios, signo del amor de Dios para esa persona. Como María que fue señal de la presencia de Dios en aquel hogar de la montaña y todos se vieron engrandecidos con la bendición de Dios que llegaba a sus vidas.
Seamos pues bendición para los demás por nuestro amor, por nuestra cercanía, por nuestro saber estar junto al hermano, por todo lo bueno que podemos llevar en nuestro corazón que puede ser una riqueza de vida para ellos, pero que redundará en nosotros haciéndonos crecer en bendiciones espirituales.

viernes, 20 de diciembre de 2019

La visita del ángel a María nos introduce en la visita de Dios a su pueblo y en concreto a nosotros dispuestos a realizar los planes de Dios en nuestra vida


La visita del ángel a María nos introduce en la visita de Dios a su pueblo y en concreto a nosotros dispuestos a realizar los planes de Dios en nuestra vida

Isaías 7, 10-14; Sal 23;  Lucas 1, 26-38
Una visita inesperada y nos sentimos sorprendidos. ¿Quién viene ahora a visitarnos? Y si cuando abrimos la puerta para ver quien nos llama nos encontramos con alguien al que consideramos importante en la sociedad de nuestro entorno y que viene preguntando por nosotros, por nuestro nombre en concreto, surgirán en la sorpresa preguntas en nuestro interior de a qué se debe esta visita, si esto va a ser para bueno o no, que es lo que puede necesitar de mi, una pobre persona, alguien que sabemos que es importante y todo lo tiene. En la medida que transcurra la conversación, nos hagamos las presentaciones oportunas o los motivos de su interés por llegar a nuestro humilde hogar, podrán seguir las desconfianzas con que en principio lo recibimos o comenzaremos a sentirnos halagados por ser honrados con su visita.
Puede parecernos innecesaria esta introducción reflexión que nos hemos hecho, pero es que en estos días en el evangelio nos estamos viendo continuamente sorprendidos por visitas que vienen de lo alto, con carácter celestial o sobrenatural, o donde se va a manifestar ese honor y esa gloria por recibir tales visitas. Ya iremos adentrándonos en ellas en sucesivos días, porque la conclusión de este tiempo que vamos viviendo en la Navidad será la visita de Dios precisamente a nuestra humanidad para lo que hemos de estar preparados. Es lo que queremos ir haciendo en este camino de Adviento para preparar una auténtica navidad para nuestra vida.
Hoy es una visita sobrenatural, angélica de nuevo, la que recibe María de Nazaret. Es el ángel del Señor que viene a ella de parte de Dios y que la saluda con excelsas palabras. Ya nos dice el evangelista que María se sintió conturbada por el saludo del ángel y se preguntaba en su interior el sentido de aquellas palabras. No era para menos. La llena de gracia, la llama el ángel, la que está llena de Dios porque Dios está con ella. Sorpresa mayor siguen produciendo las palabras del ángel cuando le anuncia que va a ser madre, que va a concebir un hijo que será el Hijo del Altísimo y que va heredar el reino de David su padre con un reino que durará para siempre.
Sorpresa, dudas en su interior rumiando el sentido de estas palabras, interrogantes que se producen porque ella no ha conocido varón, y mayor es aún cuando se le dice que el Espíritu divino será quien la fecunde, porque el santo que va a nacer de ella será el Hijo de Dios. María se siente anonadada, pequeña, porque solo siente que ella es un pequeño y humilde instrumento en las manos de Dios. Pero María es la mujer creyente que se fía y que confía, que se sabe en las manos de Dios y que obediente se pone en sus manos para que ella se realice lo que son los planes de Dios, aunque sea algo que en su humildad la supera.
Cuando consideramos este evangelio en este camino que estamos haciendo para prepararnos para una auténtica navidad, mucho tenemos que aprender de María. Es la mujer que abre sin condiciones la puerta a Dios para que Dios se posesione de ella. Es la que se fía de Dios y de su Palabra que sabe tendrá siempre cumplimiento pero la que se confía en Dios. Es grande lo que Dios le propone y aunque ella humilde se siente la más pequeña, la última esclava del Señor, sin embargo se deja hacer por Dios. ‘Aquí estoy para hacer tu voluntad… aquí está la humilde esclava del Señor, que se cumpla en mí tu Palabra’.
Dios quiere venir a nosotros también y es lo más hondo que vamos a celebrar en Navidad, pero ¿de la misma forma que María nos fiamos humildes de la Palabra de Dios? ¿Creemos que esa Palabra se cumplirá, en nosotros y en nuestro mundo? ¿Cómo María nos confiamos para que sus planes se realicen en nosotros? ¿Estaremos dispuestos, abiertos a conocer esos planes de Dios para nosotros en el hoy y ahora, en el aquí concreto de nuestra historia?

jueves, 19 de diciembre de 2019

No perdamos la sensibilidad, abramos los ojos para Dios porque desde lo pequeño y cotidiano es como seremos capaces de descubrir la grandeza del misterio de Dios


No perdamos la sensibilidad, abramos los ojos para Dios porque desde lo pequeño y cotidiano es como seremos capaces de descubrir la grandeza del misterio de Dios

Jueces 13, 2-7. 24-25ª; Sal 70; Lucas 1, 5-25
Hay sorpresas que aunque sean una noticia muy deseada nos dejan sin habla. Ansiamos y deseamos algo con mucha intensidad, aunque al mismo tiempo estamos poco menos que convencidos de que eso no es para nosotros, de que eso que tanto ansiamos no nos sucederá, pero llega un momento en que sí sucede, conseguimos aquello que tanto deseábamos y cuando nos dan la noticia nos quedamos mudos de emoción, no podemos articular palabra, no tenemos forma de expresar lo que sentimos o de dar gracias por haberlo conseguido; nos quisieran hacer hablar en público para que expresáramos lo que sentíamos cuando sabían que era alto tanto deseado y no pudimos articular palabra. Son cosas que nos suceden.
Humanamente hablando, aunque por supuesto tenemos que trascender el hecho que es aun mucho más grandioso y hay un actuar del cielo, es lo que sucedió al anciano sacerdote Zacarías aquella tarde en el templo. Estaba aquel día de turno, le tocaba entrar en Santuario para hacer la ofrenda del incienso y es entonces cuando se sucede lo sobrenatural. A la derecha del altar del incienso hay un ángel del Señor que le habla y le anuncia que sus ruegos han sido escuchados, van a tener un hijo. Tanto lo habían ansiado pero eran ya mayores y su mujer Isabel era considerada estéril. Pero allí estaba la obra de Dios. ¿No era para quedarse mudo ante el asombro de lo que le estaba sucediendo?
El hijo que va a nacer viene con el poder y el espíritu de Elías y viene con una misión. Va a ser el que prepare los caminos del Señor. Aquel niño que va a nacer va a vivir en la austeridad y la penitencia, por eso ya se le aconseja a la madre no beber vino ni licor, porque va a ser nazir, probablemente estaría en la cercanía de los esenios del Qumrán en las orillas del mar muerto, porque allí en la orilla del Jordán va a realizar su profética tarea.
Su nacimiento será motivo de mucha alegría – ya luego se nos hablará como correría la noticia por las montañas de Judea y todos alabaran el nombre del Señor – e  ‘irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos a los desobedientes, a la sensatez de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto’. Son las palabras del ángel del Señor, Gabriel, que sirve en la presencia del Señor, a un anciano sacerdote que casi no puede musitar palabras. Ve en su humildad aunque tanto lo deseara su propia inutilidad y su incapacidad, como la incapacidad de su mujer. Pero para Dios nada hay imposible, como le dirá más tarde el mismo ángel del Señor a María.
En la cercanía ya de la navidad vamos preparándonos contemplando estas primeras páginas del evangelio de Lucas, llamado el evangelio de la Infancia. Hoy hemos contemplado el anuncio del nacimiento del Bautista que viene a ser para nosotros como una invitación a ser capaces de admirarnos de las maravillas que hace el Señor. Parece que en la vida que hoy vivimos ya no somos capaces de admirarnos por nada, pero es un peligro que nos hace mucho daño porque nos incapacita para descubrir las maravillas del Señor que se realizan en las cosas pequeñas.
No perdamos esa sensibilidad, porque terminaremos siendo incapaces para llegar a descubrir a Dios que así en lo pequeño y en lo sencillo, en lo cotidiano de cada día y en lo que nos puede parecer lo más natural del mundo El quiere manifestársenos. Abramos los ojos para Dios porque desde eso pequeño y cotidiano seremos capaces de descubrir la grandeza del misterio de Dios.