sábado, 21 de diciembre de 2019

Como María que fue señal de la presencia de Dios en aquel hogar de la montaña, seamos bendición para los demás por nuestro amor y por nuestra cercanía


Como María que fue señal de la presencia de Dios en aquel hogar de la montaña, seamos bendición para los demás por nuestro amor y por nuestra cercanía

Cantar de los Cantares 2, 8-14; Sal 32; Lucas 1, 39-45
Hemos estado hablando en estos días de la experiencia humana de las visitas que nos hacemos los unos a los otros. Gozo y sorpresa al recibir la visita de alguien inesperado que  nos honra con su presencia en nuestro hogar, como el gozo que siempre significa el encuentro amistoso y lleno de cercanía y amistad cuando recibimos a un amigo en nuestra casa. Pero hay visitas que además del gozo de lo inesperado podemos decir que nos vienen como agua de mayo porque quizá en la problemática que vivimos los momentos no eran fáciles, las dificultades y problemas se acumulaban y la llegada de esa persona, de ese amigo o familiar nos viene a ser como de gran ayuda. No calibramos bien muchas veces no solo el gozo que le podemos dar a alguien cuando lo visitamos sino además toda la riqueza humana y espiritual que le podemos aportar.
Nos encontramos hoy en el evangelio con una situación así y contemplamos la alegría de Isabel cuando recibe en su casa en la montaña a su prima María venida desde la lejana Galilea. María, es cierto, era consciente de la ayuda que podía prestar a su anciana prima en las circunstancias de la maternidad que vivía y por eso como dice el evangelio al conocer la situación por boca del ángel presurosa se pone en camino hasta las montañas de Judea. No podía saberlo Isabel, porque la comunicación no era tan fácil como pueda serlo hoy, de que su prima vendría a estar con ella en esos momentos. Como agua de mayo, según aquella expresión que antes empleábamos, recibe con gozo a María.
Ya nos expresa el evangelio cuánto más sucede en el interior de aquellas personas, porque movida por el Espíritu Isabel reconoce la grandeza de quien viene a visitarla. ‘¿De donde a mí que venga a visitarme la madre de mi Señor?’ La presencia de María produce una revolución de corazones, o un terremoto de amor que hacer incluso saltar la criatura que Isabel lleva en su vientre.  ‘Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre’. Y comienzan las alabanzas y los cánticos de acción de gracias, en Isabel alabando la fe de María y en María bendiciendo a Dios que se ha fijado en su pequeñez y ha realizado en ella cosas grandes.
María llevaba a Dios en su corazón y en su vientre. La criatura que en ella se estaba gestando era el fruto de la sombra del Espíritu y era el Hijo del Altísimo. Con la visita de María, podemos decir, se hace presente Dios de forma extraordinaria en aquel hogar de la montaña, ya por otra parte también lleno de Dios. Pero creo que este pensamiento nos puede llevar a hermosas consideraciones de lo que puede ser también nuestra presencia junto a los hermanos. Ya mencionábamos previamente que no terminamos de caer en la cuenta de la riqueza que nuestros gestos o nuestra presencia pueden significar para aquellos con los que nos encontramos.
Es cierto que cuando vamos al encuentro del otro siempre vamos con los ojos de Dios para ver en ese hermano a quien amar un signo de la presencia de Jesús; ya nos dirá Jesús que cuanto hagamos al hermano a El se lo hemos hecho. Pero quiero pensar en algo más y es cómo nosotros con nuestro amor, con nuestros gestos, con nuestras palabras o con nuestro silencio, con nuestra cercanía o con el servicio que le prestemos podemos ser signo de Dios, signo del amor de Dios para esa persona. Como María que fue señal de la presencia de Dios en aquel hogar de la montaña y todos se vieron engrandecidos con la bendición de Dios que llegaba a sus vidas.
Seamos pues bendición para los demás por nuestro amor, por nuestra cercanía, por nuestro saber estar junto al hermano, por todo lo bueno que podemos llevar en nuestro corazón que puede ser una riqueza de vida para ellos, pero que redundará en nosotros haciéndonos crecer en bendiciones espirituales.

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