martes, 24 de diciembre de 2019

Bendigamos al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida y salvación y se disipen para siempre dudas y temores


Bendigamos al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida y salvación y se disipen para siempre dudas y temores

2Samuel 7,1-5.8b-12.14a.16; Sal 88; Lucas 1,67-79
El momento es inminente. ‘Hoy sabréis que vendrá el Señor y mañana contemplaréis su gloria’, cantan las antífonas litúrgicas en esta víspera de la Navidad del Señor. Son momentos de esperanza cierta, de esperanza en la que comenzamos a saborear de antemano la alegría, de alabanza y de acción de gracias, de ultima puesta a punto del corazón para recibir al Señor que viene.
Mañana contemplaremos su gloria en el niño recién nacido recostado entre las pajas de un pesebre, contemplaremos la gloria del Señor en la pobreza y la humildad de quienes no tienen donde guarecerse, porque para ellos ni en la posada hay sitio, contemplaremos su gloria en la mejor lección de vida de cómo Dios quiere ser en verdad Emmanuel y estar con nosotros, anonadándose, metiéndose en nuestra carne dolorida y en el corazón atormentado quizá porque no tiene paz.
Es la visita de Dios a su pueblo para estar con nosotros, para derramar y derrochar su misericordia sobre todos aquellos que sufren en la desesperanza y en la oscuridad porque para nosotros comenzará a brillar una luz nueva. Es posible la esperanza de algo nuevo que nos viene a llenar de vida, solo tenemos que dejarle el portal de nuestra pobreza, el pobre pesebre de nuestro pobre y frío corazón porque El viene con su calor, el calor del amor, que hará arder con un nuevo fuego, un fuego divino de amor nuestra vida.
Hoy, en esta víspera de la llegada del Señor, queremos tomar las palabras del anciano Zacarías para también bendecir nosotros al Señor que viene a visitar a su pueblo, a derramar su misericordia sobre nosotros suscitando una fuerza de salvación para nosotros y para nuestro mundo. ‘Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo suscitándonos una fuerza de salvación, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas’.
Las promesas se cumplen porque la Palabra de Dios es fiel. Y la Palabra de vida se hace vida en nosotros para arrancarnos del mal para siempre, para curar nuestras heridas y dolores, para aliviar nuestro corazón atormentado dándonos de nuevo la paz. Cuánto necesitamos de esa paz en nuestro corazón para que no nos sintamos agobiados nunca más por muchos que sean los problemas que puedan ir apareciendo en nuestra vida. El es nuestra paz; dejemos que se aposente en nosotros y podamos sentir esa paz en nuestro corazón; dejémonos hacer por el Señor que viene no poniendo resistencia a su gracia, aunque haya momentos en que no sabemos lo que queremos o el sentido de lo que nos sucede. El viene a darnos siempre lo mejor. La visita de Dios es siempre visita de salvación.
‘Bendito sea Dios que por su entrañable misericordia nos visitará el sol que nace de lo alto para iluminar a los que viven en tiniebla y en sombra de muerte, para guiar nuestros pasos por el camino de la paz’. Bendigamos al Señor con la más absoluta seguridad y certeza de que viene a nosotros con vida y salvación. Que se disipen nuestras dudas y temores. Que seamos capaces de poner toda nuestra confianza porque en verdad nos hagamos disponibles para Dios, dejándonos conducir por sus caminos. Tenemos la certeza de que son caminos de vida y de amor.

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