domingo, 29 de diciembre de 2019

Sepamos tejer la vida con los valores que nos ofrece el evangelio y nuestras familias cristianas tendrán el colorido de la Sagrada Familia de Nazaret



Sepamos tejer la vida con los valores que nos ofrece el evangelio y nuestras familias cristianas tendrán el colorido de la Sagrada Familia de Nazaret

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14 Sal 127; Colosenses 3, 12-21; Mateo 2, 13-15. 19-23
Seguimos celebrando la Navidad. No es solo el ambiente externo navideño que aún no ha abandonado nuestras calles y nuestros ambientes, aunque pronto se transformará en las fiestas de fin de año y año nuevo, sino que quienes hemos querido meternos hondamente en el misterio de la Navidad lo seguimos sintiendo hondamente y sigue impulsándonos a ese encuentro vivo con el Emmanuel, el Dios con nosotros que nos inunda de su amor y salvación.
Pasará todo este ambiente navideño que vivimos en lo exterior y como hojas que se lleva el viento o planta que no se riega y se cuida debidamente pronto poco a poco se irá acabando y lo sustituiremos por otras fiestas o acontecimientos de la sociedad que llevaran pronto al olvido cuando antes habíamos vivido hasta de una manera loca. Pero el sentido vivo de la navidad no pasará sino que irá dejando huella en nosotros y ojalá fuéramos capaces de ir marcando también con ello la vida de nuestra sociedad para acercarla más al evangelio. Es tarea que tenemos que realizar.
Este domingo siguiente a la navidad tiene un sabor especial. Queremos contemplar y celebrar a la Sagrada Familia de Nazaret. En la sabiduría y providencia de Dios pudo encarnarse y hacerse hombre de mil maneras, podríamos decir. Pero quiso encarnarse en el seno de María y nacer en el seno de una familia y de un hogar, en el hogar de Nazaret. Nazaret es una gran lección todavía hoy para toda la humanidad. Y es que en Nazaret, un pequeño pueblo que había permanecido en el silencio y en el anonimato a lo largo de la historia, estaba aquel hogar humano, aquella familia en la que había de nacer y crecer nada menos que el Hijo de Dios, hecho hombre.
Nuestra mirada se dirige hoy a aquella familia, en los distintos avatares por los que tuvo que pasar que no fueron nada fáciles, para en ella encontrar ejemplo y estímulo para nuestras propias familias cuando queremos vivir esa realidad desde el sentido de la fe y desde el sentido del evangelio, un sentido cristiano.
Una familia es algo más que una pareja de un hombre y una mujer que porque se aman un día quieren contraer matrimonio. La urdimbre de esa pareja para ser una auténtica familia tiene que estar bien construida, bien conjuntada para crear lo que le va a dar una estabilidad y una hondura, una fortaleza al mismo tiempo que un calor humano y hasta divino que mantenga todas esas condiciones necesarias para ser una verdadera familia.
Allí donde todos van a ser los unos para los otros, porque cada uno va a sentir como propio cuanto le suceda a los demás miembros de la familia, allí donde mutuamente se van a sentir como entrelazados los unos con los otros para hacer un mismo camino aunque cada uno tenga sus características y dones particulares, pero donde siempre van a sentir ese apoyo mutuo que les fortalece y les enriquece y que les da una profunda estabilidad emocional y vital.
Hablando de esa urdimbre, de esa conjunción mutua y de ese sentirse entrelazados los unos con los otros para crear esa unidad familiar me vino a la mente aquellas traperas canarias realizadas en aquellos telares artesanales que hace años aun veíamos en nuestros pueblos y en nuestros campos. Recuerdo ver trabajar en uno de aquellos telares artesanales para realizar una de esas traperas que aun conservo en casa; cómo se preparaba debidamente la urdimbre que iba a ser la base de toda la tarea y por otra parte aquellas tiras con las que se elaboraba la trapera y que en la variedad de colores le daban su vistosidad y su belleza; pero del trabajo de tejer con todo cuidado con todos aquellos materiales y lanas surgía la fortaleza de la trapera elaborada pero también el abrigo que iba a dar para cubrirse de los malos tiempos.
Perdónenme la extensión de la comparación, pero de alguna manera así veo como se han de conjuntar los miembros de una familia entrelazándose mutuamente en el amor que le va a dar fortaleza y estabilidad a la institución familiar. Cada uno ponemos nuestro color que son nuestras cualidades y valores pero con los que mutuamente nos enriquecemos para darle colorido y belleza a la vida. Pero mutuamente nos apoyamos saliendo los unos por los otros en cualquiera de las dificultades que nos puedan ir apareciendo en la vida para en esa unidad sentirnos verdaderamente fuertes. Es el calor humano que nos ofrecemos los unos a los otros porque nunca entonces nos veríamos desamparados.
Es cierto que muchas veces nos aparecen grietas en la vida por donde nos puede entrar aquello que nos corroe y nos destruye, sobrevenidas de las mismas circunstancias de la vida, del carácter y peculiaridad de cada uno que no siempre hemos madurado lo suficiente y la vida se nos puede llenar de fríos que hacen mella en el corazón y nos pueden hacer olvidar aquellos buenos valores que tendríamos que saber cultivar.
Pero es entonces, como cristianos que queremos seguir a Jesús, cuando elevamos nuestra mirada y por una parte contemplamos a esta Sagrada Familia de Nazaret que hoy celebramos, pero también escuchamos en lo más hondo de nosotros la buena nueva del evangelio que una vez más viene a iluminar nuestras oscuridades.
Hoy contemplamos la fortaleza de José, el padre de familia de aquel hogar de Nazaret, para afrontar las dificultades y problemas que van surgiendo buscando siempre lo mejor. Pero es la fortaleza de un hombre creyente, del hombre que busca y quiere encontrar lo que son los caminos de Dios, lo que es la voluntad del Señor y se deja conducir. Cuánto tendríamos que decir en este sentido de esa madurez humana y espiritual que en José podemos contemplar.
Hoy por otra parte en la carta a los Colosenses se nos recuerda una serie de valores y virtudes que si las cultivamos debidamente van a ser como esa urdimbre base de lo que va a ser esa hermosa pieza de nuestra familia. Unos valores y unas virtudes que nos ayudan a entrelazarnos fuertemente los unos con los otros y que van a dar hondura y fortaleza a nuestras vidas y a nuestras familias.
Nos habla el apóstol de compasión entrañable, de bondad, humildad, mansedumbre y paciencia; de sobrellevarnos mutuamente que significa aceptarnos y respetarnos, de ser capaces de perdonarnos, pero siempre de amarnos y amarnos sin límites buscando siempre la paz. Pero también algo muy importante, que la Palabra de Dios esté siempre plantada en lo hondo de nuestro corazón, para también saber dar gracias, alabar y bendecid al Señor, contar siempre con la fuerza y la gracia de su Espíritu.
Ojalá supiéramos tejer nuestra vida con todos estos valores que así nuestras familias cristianas tendrían otro brillo y otro colorido.



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