lunes, 30 de diciembre de 2019

Abramos los ojos con una mirada nueva para ser capaces de descubrir en tantas personas sencillas a nuestro lado esos Ángeles de Dios que nos trasmiten hermosos mensajes


Abramos los ojos con una mirada nueva para ser capaces de descubrir en tantas personas sencillas a nuestro lado esos Ángeles de Dios que nos trasmiten hermosos mensajes

1Juan 2, 12-17; Sal 95; Lucas 2, 36-40
A veces somos como muy especiales y selectivos en cuanto a los testimonios que podamos recibir de los demás; con mucha facilidad ponemos filtros. Hay personas que no nos gustas, que no las tragamos y hagan lo que hagan siempre para nosotros tendrán un ‘pero’; personas que por su apariencia o condición ya de antemano las catalogamos como de las que nada nos pueden dar, nada nos pueden ofrecer, porque quizá las consideramos unas personas incultas, de poco valor, o porque las vemos muy mayores las consideramos ‘pasadas de moda’ porque nos parece que tienen unos criterios que ya son anticuados para el mundo en el que hoy vivimos; claro nosotros los jóvenes vivimos en otro mundo, en otro estilo y qué nos pueden decir.
Son muchos los filtros en un sentido o en otro que ponemos en las personas, en sus opiniones o en la aportación que puedan hacer y así vamos descartando gente, testimonios porque nosotros somos los que ya nos lo sabemos todo. Creo que indica una pobreza de miras, una pobreza en nuestros planteamientos que los que tendríamos que ser descartados somos nosotros. Otra apertura tendría que haber en nuestra vida con una aceptación de todo lo que nos puedan ofrecer los demás que siempre va a enriquecer nuestra vida.
Hoy el evangelio nos habla de unos ancianos humildes y piadosos que merodeaban cada día por el templo de Jerusalén. Con los criterios que antes andábamos ya los estaríamos catalogando como unos beatitos cuya vida solo se reducía a estar en el templo y a rezar, pero que ya eran unos ancianos que nada podían enseñarnos o aportar. Se trata del anciano Simeón y de la profetisa Ana. Realmente a Simeón en el texto de hoy no se le menciona, se hubiera mencionado en el día de ayer, pero que el texto que hoy se nos ofrece de la anciana Ana forma una unidad con todo lo que hace referencia al anciano Simeón.
Sin embargo fijémonos en la importancia que le da el evangelio al testimonio de estos dos ancianos, el respeto con que los trata y la hermosa aportación que nos hace en estos momentos en que escuchamos relatos de la infancia de Jesús. Claro que ayer en el día de la Sagrada Familia se hacia mucho hincapié en el respeto con que se han de tratar a los ancianos y como  han de ser honrados con nuestro cariño y con nuestra atención. Claro que tendríamos que pensar en la sabiduría que un anciano lleva en su corazón desde lo que ha sido su vida y desde su experiencia cuanto nos puede aportar, aunque hoy a los jóvenes quizá no nos gusta tanto.
Como decíamos hoy se centra más el evangelio en el testimonio de aquella viuda anciana que llevaba muchos años en el templo sirviendo a Dios. Aparece por allí poco menos que milagrosamente para hablar del niño a cuantos transitan por los atrios del templo y a todos los que aguardaban la futura liberación de Israel con la llegada del Mesías, les hablaba de aquel niño que sus padre habían presentado en el templo y de quien el anciano Simeón había dicho también grandes cosas.
Es el testimonio de unas personas humildes y sencillas, con unas vidas desgastadas podíamos decir con el paso de los años, pero unas personas de fe grande que eran capaces de sentir la presencia del Espíritu del Señor en sus corazones y escuchar su inspiración. Si allí estaban era por su fe, era por ese dejarse conducir por el Espíritu, ese mirar la vida y lo que sucedía a su alrededor con una mirada distinta, con la mirada de la fe, con la mirada de Dios y así podían descubrir las maravillas de Dios para contárselo a los demás que hacían estos piadosos ancianos con espíritu profético.
¿Nos habremos encontrado nosotros alguna vez en nuestros caminos personas así, llenas de Dios, llenas del Espíritu del Señor que con sus sencillas palabras nos daban hermosos testimonios? Nos hace falta abrir los ojos nosotros con una mirada nueva y seremos capaces de descubrir esas almas de Dios, Ángeles de Dios a nuestro lado que nos trasmiten hermosos mensajes. 

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