sábado, 7 de enero de 2012


Recorría Galilea, proclamaba el Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo

1Jn. 3, 21-4, 6;
 Sal. 2;
 Mt. 4, 12-17.23-25
 ‘Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea’. Escuchamos ahora en Mateo que Jesús se va a Galilea. Lo habíamos escuchado también en el evangelio de Juan. Será en la Galilea de los gentiles, como había dicho el profeta, donde Jesús comenzaría su actividad apostólica, donde comenzará a brillar la luz que vaya disipando las tinieblas. En
Cafarnaún, junto al lado, ciudad importante como cruce de caminos entre Siria y todo el territorio de Palestina será donde se establecerá Jesús, dejando Nazaret donde se había criado.
En este día que nos resta del tiempo de la Navidad y Epifanía escuchamos este principio del evangelio de Mateo; cuando iniciemos ya el próximo lunes el tiempo ordinario y la lectura continuada comenzaremos a escuchar el evangelio de Marcos, con los inicios también de toda la acción de Jesús.
Hoy este texto nos ofrece como un resumen. Comenzará Jesús con el mismo anuncio del Bautista invitando a la conversión. El Bautista preparaba al pueblo para recibir la llegada ya inminenente del Mesías; Jesús ahora invita a la conversión porque ya ha comenzado un tiempo nuevo, el tiempo del Reino de Dios. ‘Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos’, será el anuncio de Jesús. ‘Y recorría toda la Galilea, enseñando en sinagoga y proclamando la Buena Nueva, el Evangelio del Reino’.
Pero al anuncio de Jesús iban acompañando las señales de que el Reino llegaba, porque el mal se iba derrotando. ‘Curaba las enfermedades y dolencias del pueblo’. Liberaba del mal, porque curaba de las enfermedades; los ciegos ven, los inválidos caminan, los leprosos son curados de su lepra, como dirá más tarde a los enviados del Bautista.
Pero no era sólo eso porque curaba las dolencias del pueblo; y las dolencias no son sólo las enfermedades, sino eran sus espíritus atormentados y sin esperanza, era el mal más profundo que solo se siente en lo hondo del corazón. Por eso le escucharemos muchas veces después de curar y de perdonar invitar a la paz. Curaba y perdonaba, recordemos al paralítico que hacen descender desde el techo, llenaba los corazones de paz y los invitaba a la verdadera alegría. Por eso dirá el evangelista, recordando al profeta, que una luz grande apareció para los que andaban en tinieblas y en oscuridades de muerte.
‘Su fama se extendió por Siria… Le seguían multitudes venidas de toda Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Trasjordania’. No era sólo ya Galilea donde había comenzado sino que de todas partes ‘le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolencias…’
Nosotros estamos aquí también convocados para escucharle y para llenarnos de su vida y de su salvación. A eso hemos sido convocados cuando venimos a la Eucaristía. ¿Quién nos convoca? ¿quién nos ha llamado? Podemos pensar que venimos por nosotros mismos, o por las personas que están cerca de  nosotros y que nos han hecho una invitación para participar en la Eucaristía – o quienes nos hayan ayudado a descubrir esta página de ‘la semilla de cada día’ para leer estas reflexiones – pero quien nos llama y nos convoca es el Señor.
Es el Señor quien nos invita también a que vayamos a El y convirtamos nuestro corazón; que vayamos a El con nuestras enfermedades, debilidades, dolencias de todo tipo porque en El tenemos la salud, la salvación, la vida, la paz que tanto necesitamos en el corazón. Escuchemos esa llamada del Señor y de corazón volvámonos hacia El, escuchemos su Palabra, ‘creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo’ como nos decía san Juan en su carta, sigamos su camino, seamos en verdad discípulos suyos, llenémonos de su vida para hacernos hijos de Dios. 

viernes, 6 de enero de 2012


Estrellas luminosas de amor para iluminar y transformar nuestro mundo

Todo el mundo dice hoy que es el día de los Reyes, pero ¿no será más bien el día del gran Rey? Efectivamente tenemos que decir que a quien realmente hoy celebramos es al que es el Señor y Rey de nuestra vida. Decimos en verdad que es la manifestación del Rey, la Epifanía del Señor. Magos vienen preguntando por ‘el recién nacido rey de los judíos porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’.
El niño nacido en Belén y recostado entre pajas anunciado por los ángeles entre resplandores de gloria a los pastores, ahora se manifiesta como el Rey y Señor para todas las naciones, para todas las gentes, anunciado también por un resplandor del cielo, como señal, por el resplandor de una estrella aparecida en lo alto del firmamento.
En brazos de María finalmente lo van a encontrar los Magos guiados ahora por la Escritura santa que manifiesta que será en Belén de Judá donde han de encontrarlo. ‘Y tú Belén, tierra de Judá,  no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo Israel’. Y el resplandor de la estrella vuelve a conducirlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Todas estas fiestas y celebraciones de la navidad y epifanía están envueltas en resplandores de luz, porque es la luz del mundo la que ha venido a llenarnos de su luz y de su vida. El nacimiento de Jesús es como un nuevo amanecer que nos llena de una luz nueva disipando todas nuestras tinieblas.
Ya en la noche del nacimiento del Señor la Palabra nos hablaba de la luz que brillaba en las tinieblas. Hoy de nuevo el profeta nos anuncia ese amanecer. ‘Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz, la gloria del Señor amanece para ti… sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora’.
Bella imagen y rica en significado que se nos ofrece hoy en la Palabra del Señor. Necesitamos de los resplandores de ese amanecer, de esa luz que nos saque de tinieblas y de sombras. La fe y la esperanza que ponemos en Jesús así quiere iluminar nuestra vida. Son muchas las oscuridades que tenemos que disipar. Lo hemos venido reflexionando de una forma y otra a lo largo del Adviento avivando nuestra esperanza. Y ahora que llega el Señor tiene que resplandecer nuestra vida a esa luz nueva y viva que nos trae el Señor.
Tenemos al Emmanuel, a Dios con nosotros y con su presencia tenemos que sentirnos transformados. Primero que nada tiene que despertarse nuestra fe, avivarse para que nunca olvidemos esa presencia del Señor y nos sintamos en todo momento fortalecidos con su gracia que tanto lo necesitamos. Decía el evangelio que los magos cuando llegaron hasta donde estaba Jesús se postraron cayendo de rodillas y lo adoraron.
Es lo que tenemos que saber hacer. Reconocer la presencia del Señor, adorar al Señor como el único Dios de nuestra vida. Con nuestra fe lo reconocemos y desde lo más hondo del corazón le ofrecemos lo mejor de nosotros mismos, todo nuestro amor. Hemos de saber dejarnos guiar por las estrellas, las señales que Dios pone a nuestro lado en el camino de la vida para llegar hasta esa profesión de fe y esa adoración.
Algunas veces nos cuesta, porque nos sentimos confundidos por muchas cosas o nos llenamos de dudas. En la vida nos van apareciendo muchas sombras que nos confuden y pudiera parecernos que desaparece la luz que nos guía. Fue el camino que siguieron los Magos de Oriente de los que nos habla el evangelio, pero ellos supieron mantenerse firmes en su búsqueda, aunque hubo momentos en que la estrella parecía desaparecer de su vista, y al final llegaron hasta Jesús.
También los problemas en los que nos vemos envueltos en la vida, la situación que se vive en nuestra sociedad, la carencia de cosas elementales y necesarias que tienen tantos en estos momentos de crisis, el sufrimiento que apreciamos a nuestro alrededor o nuestro propio sufrimiento puede desestabilizarnos.
Muchas sombras envuelven nuestro mundo que hace que muchos vayan como sin rumbo por la vida hace que necesitemos la luz de esa estrella que nos guíe, que nos dé esperanzas, que nos haga soñar en un mundo nuevo más justo, con más paz, más solidario, más humano. Pero, aún en medio de esas turbulencias, nosotros los cristianos sabemos que hay una estrella que nos guía, que hay una luz que nos da sentido y valor.
Nosotros creemos en Jesús. Estamos ahora celebrando su nacimiento y su manifestación al mundo como esa luz de salvación. Con esa fe tenemos que caminar; desde esa fe nos sentimos fuertes, porque sabemos que Dios está con nosotros y con su gracia podemos ir transformando todo ese mundo oscurecido en un mundo lleno de luz; ese mundo oscurecido por el pecado, por la falta de amor, por tantos sufrimientos podemos en el nombre de Jesús transformarlo para hacerlo mejor, para remediar tantas necesidades y para dar esperanza de vida y de salvación a cuantos están sometidos al sufrimiento, al dolor y la desesperación.
Es un anuncio que también nosotros hemos de hacer siendo desde nuestra fe estrella luminosa para nuestro mundo. Y seremos estrella luminosa desde el amor donde nos sentimos cada día más hermanos y desde la solidaridad donde sabemos compartir con los demás, desterrando todo egoísmo y cerrazón.
El amor es camino de salvación y nos abre a la justicia y santidad verdadera. Por eso ahí donde contemplamos tanta sufrimiento tenemos que saber estar con nuestro amor, nuestra ayuda, nuestra solidaridad, nuestro compartir generoso. Cuánto podemos y tenemos que hacer; de cuántas maneras podemos ser estrellas luminosas para los demás. El amor de un corazón generoso nos hará encontrar medios y caminos para realizarlo.
Los Magos cuando llegaron y se postraron ante Jesús y ‘abriendo sus cofres,le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra’, que nos dice el evangelio. Es el signo del compartir. Es el ejemplo a imitar.
Abramos el cofre de nuestro corazón que muchas veces sentimos la tentación del egoísmo y quisiéramos mantenerlo cerrado. Ábrelo generoso y rebusca ahí dentro de tu corazón esos tesoros hermosos que tienes en tu bondad, en tus buenos deseos, en las ganas que tienes de que el mundo sea mejor, y comienza a compartir, comienza a ofrecer, que el Niño Dios está en todos esos que están a tu alrededor llenos de sufrimiento y hambrientos de pan o de paz, de justicia o de verdad. Muchas cosas buenas hay en ti para compartir. Ya sabemos que lo que le hagamos a los demás es como si a Jesús se lo hiciéramos como nos enseñará en el Evangelio.
Que amanezca en verdad la luz del Señor sobre nuestra vida y nuestro mundo. Caminemos todos a luz del Señor, a la luz del amor. Así lo proclamaremos en verdad como Rey y Señor de nuestra vida. Es el día de la Epifanía del Rey.

jueves, 5 de enero de 2012


En el camino de nuestra fe como Natanael seguimos reconociendo quién es Jesús

1Jn. 3, 11-21,
 Sal. 99;
 Jn. 1, 43-51
Leer o escuchar el evangelio no es sólo cuestión de leer o escuchar relatos, narraciones o historias de Jesús. El creyente no se acerca al evangelio simplemente como si se acercara a un libro de historia que nos cuente cosas. Cuando nosotros nos acercamos al Evangelio  nos estamos acercando a Jesús. Es con Jesús con quien nos vamos a encontrar. Y escuchar el evangelio siempre nos llevará a un crecimiento, a una maduración de nuestra fe en Jesús.
Si nos fijamos en todos los textos que se nos han ido proclamando en la liturgia en especial en este tiempo de Navidad nos damos cuenta de que hay como un caminar progresivo en ese conocimiento de Jesús, un ir ahondando más y más en su misterio para conocerle mejor y para mejor llenarnos de su vida y de su salvación. Como hemos dicho en alguna ocasión, todo nos va ayudando a crecer en nuestra fe. Así hemos de saber aprovechar toda la gracia del Señor, todo el regalo de su amor, en la Palabra que cada día escuchamos. No todos quizá tienen la oportunidad que nosotros tenemos.
Como nos narra hoy el evangelista ‘determinó Jesús salir para Galilea’. Había llegado hasta la orilla del Jordán donde Juan predicaba y bautizaba, se había querido someter al bautismo de Juan, como escucharemos en el próximo domingo; Juan lo había señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo provocando que los primeros discípulos se fueran con Jesús, como escuchamos en estos días pasados.
Ahora Jesús es el que llama. Se encuentra con Felipe y le invita a seguirle. Como había sucedido con Andrés y su hermano Simón, Felipe se encontrará con su amigo Natanael y le anunciará también que ‘se ha encontrado con aquel de quien escribieron Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, de Nazaret’. Aunque con reticencias – ‘¿de Nazaret puede salir algo bueno?’ – Natanael se dejará conducir también hasta Jesús.
Y ahí viene también el encuentro con Jesús que, aún desde la desconfianza de Natanael, provocará una hermosa confesión de fe. ‘Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño… ¿De qué me conoces?... Antes de que Felipe te llamara, te vi… Rabí, tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel… veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre…’  Es el diálogo entablado entre Jesús y Natanael, que le llevará a esa hermosa confesión de fe.
Todo un reconocimiento de quien es Jesús. El Bautista lo había señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; Felipe dice que es el anunciado en las Escrituras, y ahora Natanael no sólo lo reconoce como Maestro, Rabí, sino como el Mesías de Dios y el Hijo de Dios. Pero concluye el evangelio con las palabras de Jesús que nos manifiestan claramente que es el Hijo de Dios sobre el que se está manifestando la gloria de Dios.
Es el camino de nuestra fe, de nuestro reconocimiento de quien es Jesús. Como decíamos encontrarnos con el Evangelio es encontrarnos con Jesús, es conocerle y reconocerle, confesar nuestra fe en El para así sentir sobre nosotros la gracia salvadora del Señor. La Palabra del Señor nos va conduciendo hasta Jesús, nos va ayudando a conocerle más. El proceso que vamos siguiendo en este tiempo de Navidad vendrá a tener su conclusión mañana con la celebración de la Epifanía y el domingo con el Bautismo del Señor, la gran manifestación del Señor.
Concluyamos nuestra reflexión con un pensamiento de la carta de Juan que hemos escuchado en la primera lectura. ‘Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida; lo sabemos porque amamos a los hermanos…’ Que vivamos siempre en esa vida, en ese amor, en esa gracia que Dios nos regala.

miércoles, 4 de enero de 2012


Buscamos a Jesús pero hemos de saber llevar a Jesús a los demás

1Jn. 3, 7-10; Sal. 97; Jn. 1, 35-42
Cuando tenemos conocimiento de algo importante o una experiencia extraordinaria que de alguna marca nuestra vida, sería egoísta el guardarlo para nosotros mismos y no ser capaces de comunicarlo a los demás. Lo bueno, el bien, como el amor es algo expansivo de por sí y tiende a trasmitirse, a comunicarse, a hacerse saber de alguna manera. Una persona que tiene su corazón lleno de amor es difícil que lo disimule porque de alguna manera lo expresa exteriormente en sus actitudes, en su alegría, en su manera de ser o estar y pronto lo hace saber a los demás.
Es lo que estamos viendo hoy en el evangelio y que tendría que ser una buena pauta para nuestra vida de creyentes, si en verdad sentimos el gozo de la fe y del amor de Dios en nuestro corazón.
La misión del Bautista era, por supuesto, anunciar la inminente llegada del Mesías y preparar los corazones para ello. Así realizaba su misión allá en la orilla del Jordán. Pero tras la experiencia de haber contemplado la gloria de Dios que se manifestaba de forma extraordinaria en el bautismo de Jesús, ahora ya no podía hacer otra cosa que señalar a quien lleno del Espíritu divino era el Cordero de Dios que venía a quitar el pecado del mundo.
‘Estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijandose en Jesús que pasaba, dice: Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…’ Y ya hemos escuchado como aquellos dos discípulos de Juan quieren ser discípulos también de Jesús, se van con El y al final se quedaran con Jesús.
Pero será lo que le sucederá a Andrés, uno de aquellos dos primeros discípulos, que cuando encuentra a su hermano Simón enseguida le comunicará la noticia. ‘Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo). Y lo llevó a Jesús’. La experiencia de estar con Jesús había transformado su corazón para reconocerle ya como el Mesías esperado. Se habían ido él y Juan, el hermano de Santiago, tras Jesús preguntando: ‘Rabí (Maestro) ¿dónde vives?’. Jesús se había limitado a contestar que fueran con El y vieran por si mismo. Grande fue el impacto de ese encuentro de manera que el evangelista recordará hasta la hora en que sucedió. ‘Serían las cuatro de la tarde’, nos dice.
En dos aspectos podemos fijarnos en este texto del evangelio: la búsqueda, la inquietud del corazón por una parte. De lejos se habían venido hasta la orilla del Jordán para escuchar a Juan. Se habían hecho sus discípulos porque seguramente con la palabra de Juan se avivaban sus esperanzas en el Mesías que pronto había de venir. Y se dejan conducir. Cuando el Bautista les señala a Jesús que pasa como quien viene como Salvador y Redentor – el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo – se van tras El. Quieren conocerle, quieren estar con El. Y lo logran. Y se sentirán transformados.
Inquietud en el corazón, búsqueda de la luz y del sentido de la vida, deseos de plenitud avivados en lo más hondo de  nosotros mismos. Y en esa búsqueda y en ese camino arriesgarse por los caminos de Dios que nunca nos defraudará.
Y el otro aspecto al que venimos haciendo mención desde el principio de la reflexión, la luz no la podemos guardan bajo la mesa u ocultarla. La luz tiene que iluminar. Hay que trasmitir aquello que vivimos, aquello con lo que nos hemos encontrado. Hemos de saber llevar esa luz de Jesús a los demás. Hemos de saber conducir a los demás hasta Jesús, señalando el camino como hacia el Bautista, o como hizo Andrés con su hermano Simón.
Que el Señor siembre esa inquietud en el corazón y nos dé fortaleza y valentía para llevar la luz a los demás.  

martes, 3 de enero de 2012


Todo nos lleva a confesar nuestra fe en Jesús en cuyo nombre alcanzamos la salvación

1Jn. 2, 29-3,6; Sal. 97; Jn. 1, 29-34
Todo nos lleva a confesar nuestra fe en Jesús. Es importante que lo hagamos. No nos puede parecer superfluo que insistamos en ello porque es necesario que lo tengamos bien claro. Y en medio de estas fiestas navideñas lo proclamemos con toda claridad, para no desvirtuar su sentido en ese mundo nuestro en que se va secularizando todo y ya se celebra hasta navidad sin Jesús. Pero nuestro gozo lo tenemos en El y nuestra verdadera fiesta tiene que partir de esa fe que tenemos en Jesús.
‘Al ver Juan a Jesús que viene hacia él, exclama: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo’. Juan había venido a preparar los caminos del Señor, pero ya había sido testigo de la manifestación de la gloria de Dios en el bautismo. Por eso ahora podrá señalarlo claramente. ‘He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre El’.
Nosotros el próximo domingo vamos a contemplar la gloria de Dios se que manifiesta sobre Jesús cuando celebremos el Bautismo del Señor. Pero ya vamos escuchando a Juan que nos lo va señalando. A nosotros también nos está ayudando a preparar nuestro corazón para que se abra a la fe en Jesús. Por eso escuchamos también con atención sus palabras que nos van ayudando a crecer en nuestra fe. ‘Yo lo he visto’, nos dice, ‘y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios’.
Como decíamos al principio, todo nos lleva a confesar nuestra fe en Jesús. Es el Cordero de Dios, es el Hijo de Dios, es el que está lleno del Espíritu divino para hacernos a nosotros también partícipes de su vida divina. Es Jesús, en quien encontramos la salvación. Así había sido señalado desde el cielo y es el nombre que el ángel de Dios tanto a María como a José les manda poner al niño recién nacido. ‘Porque El salvará a su pueblo de sus pecados’. O como luego ya nos dirá san Pedro, ‘no hay otro nombre que pueda salvarnos’.
En este día 3 de enero la liturgia nos permite hacer memoria del santo nombre de Jesús. Así lo recordamos y lo estamos celebrando también nosotros. Dulce y bendito  nombre que nos llena de gracia y de salvación.
San Bernardino de Siena fue muy devoto del santo nombre de Jesús y propagador de su devoción. Bellas cosas dijo del nombre de Jesús, de la que vamos a entresacar algunas cosas. ‘Éste es aquel santísimo nombre anhelado por los patriarcas, esperado con ansiedad, demandado con gemidos, invocado con suspiros, requerido con lagrimas, donado al llegar la plenitud de la gracia… No hay otro fundamento fuera de Jesús, luz y puerta, guía de los descarriados, lumbrera de la fe para todos los hombres, único medio para encontrar de nuevo al Dios indulgente, y, una vez encontrado, fiarse de él; y poseído, disfrutarle. Esta base sostiene la Iglesia, fundamentada en el nombre de Jesús.
¡Oh nombre glorioso, nombre regalado, nombre  amoroso y santo! Por ti las culpas se borran, los enemigos huyen vencidos, los enfermos sanan, los atribulados y tentados se robustecen, y se sienten gozosos todos. Tú eres la honra de los creyentes, tú el maestro de los predicadores, tú la fuerza de los que trabajan, tú el valor de los débiles. Con el fuego de tu ardor y de tu celo se enardecen los ánimos, crecen los deseos, se obtienen los favores, las almas contemplativas se extasían; por ti, en definitiva, todos los bienaventurados del cielo son glorificados’.
Que sepamos en verdad invocar el santo nombre de Jesús, porque es sentir su presencia, llenar de gozo el alma y sentirnos fortalecidos con su gracia frente a todos los peligros. 

lunes, 2 de enero de 2012


Contemplamos la gloria del Señor para llenarnos de vida eterna

1Jn. 2, 22-28; Sal. 97; Jn. 1, 19-28
‘Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios’, hemos repetido en el salmo. Con todo sentido lo hemos rezado en el salmo, porque es lo que estos días estamos viviendo, celebrando, sintiendo en lo más hondo de nosotros mismos. Todos podemos contemplar la gloria del Señor.
El resplandor de Belén en el nacimiento de Jesús ha de llegar a todos porque para todos llega la salvación. Primero serían los pastores a los que los ángeles entre resplandores de cielo anuncian el nacimiento de un Salvador. Un responsorio que decimos con todo sentido precisamente cuando estamos iniciando esta semana en la que vamos a celebrar la Epifanía del Señor dentro de unos días.
La luz de la estrella que conduce a Belén será anuncio de salvación para todos los pueblos porque ‘el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia’. En la Epifanía vamos a contemplar a aquellos hombres que vienen de lejos guiados por la estrella para adorar a Jesús. Nos sentimos invitados a cantar al Señor, a darle gracias por la salvación que llega a nuestra vida, justicia y salvación para todos los pueblos.
En el evangelio en estos días que preceden a la celebración de la Epifanía iremos escuchando diversos testimonios que nos conducen a nuestra fe en Jesús. Escucharemos el testimonio del Bautista que señala a sus discípulos el paso de Jesús para que le sigan.
Hoy hemos escuchado cómo vienen de Jerusalén hasta el Bautista en el desierto pidiéndole explicaciones de lo que hace y anuncia allá junto al Jordán. ‘Tú, ¿quién eres?... ¿eres el Mesías? ¿Eres el profeta? ¿Qué dices de ti mismo?...’ No es ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta pero si bautiza con agua es porque ha venido como precursor para preparar los caminos del Señor. Pero ‘en medio de vosotros hay uno que vosotros no conocéis’, les dice. El no se siente digno ni de desatarla la correa de su sandalia. Ya hemos comentado este texto no hace muchos días.
En medio de nosotros está. Nosotros ya lo estamos celebrando. Hemos de reconocer en ese Niño recién nacido en Belén al Mesías de Dios, al Salvador de nuestra vida, a nuestro Redentor. Todo tiene que llevarnos a esa confesión de fe en Jesús. Hemos de hacer crecer nuestra fe. Tenemos que saber reconocerle, pero también que cada día le conozcamos más para que así alcancemos la vida eterna. Es importante esto, el conocimiento de Jesús, el conocimiento de su evangelio, de su mensaje de salvación. Es importante ir profundizando cada vez más en ello. Cómo tendríamos que tener la inquietud de escuchar profundamente su palabra, de leer el evangelio.
Es necesaria esa fortaleza de la fe para que no dudemos ni nos echemos para detrás y así podamos alcanzar la salvación, la vida eterna. Como  nos indicaba Juan en su carta, que estamos leyendo en la primera lectura ‘lo que habéis oído desde el principio que permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que El mismo os hizo: la vida eterna’.
No perdamos nunca de vista esta esperanza de vida eterna que anima nuestra vida. Nuestro gozo y nuestro premio lo tendremos siempre en el Señor.

domingo, 1 de enero de 2012

Nos encontramos con María y celebramos a la Madre de Dios



Núm. 6, 22-27;
 Sal. 66;
 Gál. 4, 4-7;
 Lc. 2, 16-21
Los pastores fueron corriendo y encontraron a María, a José y al Niño acostado en el pesebre’. Seguimos encontrándonos con Jesús. Seguimos celebrando a Jesús. Seguimos celebrando el misterio de la Navidad. No nos cansamos en nuestra alegría y nuestra fiesta. No nos cansamos de dar gracias a Dios porque nos ha dado a su Hijo. Tanto es el amor que nos tiene que nos lo entregó.
Pero si todo se centra en Jesús en estos días – como tiene que ser siempre en la vida del cristiano que no tiene otro centro que Jesús y más en estos días de la Navidad – hoy miramos de manera especial a María. Nos encontramos con María, como aquellos pastores que corrieron a Belén para ver lo que les había anunciado el ángel del Señor. Es la madre del Niño recién nacido que lo acuna en sus brazos maternales, pero es que es la Madre del Señor, la Madre de Dios. ¡Cuánta maravilla!
Como nos sucede en nuestros comportamientos humanos cuando en nuestro entorno nace un niño, nos alegramos y nos festejamos en aquel nacimiento y vamos a ver al niño recién nacido, pero vamos también a ver a la madre, a felicitarla, a regalarla con nuestro aprecio, nuestro cariño y nuestras atenciones. Así la liturgia a los ocho días del nacimiento de Jesús, aunque no hemos dejado de contemplar a la madre en todo momento siempre al lado de Jesús, hoy de manera especial la Iglesia quiere festejarla, por eso, porque es la Madre de Jesús, porque es la Madre de Dios.
Como nos decía san Pablo ‘cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer (María), nacido bajo la ley… para que recibiéramos el ser hijos por adopción’. Qué hermoso lo que nos dice el Apóstol ‘nacido de una mujer’, por medio de María nos viene quien viene a hacernos hijos, a rescatarnos y a salvarnos, a regalarnos la vida de Dios.
Recordamos en la historia la alegría de los cristianos de Éfeso cuando en el concilio se declaró que siendo Jesús verdadero Hijo de Dios, María era verdaderamente la Madre de Dios. Se organizaron inmediatamente grandes desfiles procesionales y la gente se congregó para aclamar llena de alegría a la Teotokos, a la Madre de Dios. Es lo que hoy estamos celebrando.
Ahí está María, en silencio como ella sabe hacerlo, contemplando, meditando, guardando en su corazón todo cuanto está aconteciendo. En silencio seguirá cantando a Dios desde su corazón porque grandes son las maravillas que Dios está obrando en ella. No podemos pensar que aquel hermoso cántico de María cuando lo de la visita a su prima Isabel fuera sólo algo que saliera de su corazón en aquel momento, sino que hemos de reconocer que era el cántico permanente del corazón de María.
María estará desbordando su corazón de gozo en el Señor por cuanto sucede pero es que está viendo ante sus ojos aquello que proféticamente había proclamado en aquel canto del Magnificat. Se había fijado el Señor en su pequeñez y eso la había llevado a cantar al Señor. ‘Ha hecho el Poderoso obras grandes en mí; su nombre es Santo’, cantaba María. Pero es que ahora son los pobres, los pequeños, los humildes, los pastores de Belén los que han recibido la noticia del cielo y los que vienen alabando al Señor que así se manifiesta a los pequeños y los humildes.
‘Desplegó la fuerza de su brazo… y ensalzó a los humildes y a los pobres colmó de bienes’. Mucha gente importante podría haber en Belén en aquellos días o en la no tan lejana Jerusalén, pero será a los pastores a los que llevó la Buena Noticia el ángel del Señor. Son los pobres que son evangelizados, los pobres a los que llega la Buena Noticia. Así son las maravillas del Señor. ‘Y los pastores se volvieron dando gloria y alabanza al Señor por lo que habían visto y oído, todo como les habían dicho’.
Nosotros también queremos cantar al Señor con María y como los pastores de Belén. María nos enseña a cantar y bendecir al Señor. Y le damos gracias por cuantas maravillas hace el Señor con nosotros y en favor nuestro. No podemos dejar de bendecir al Señor. A nosotros que somos pequeños y humildes también se nos manifiesta el amor del Señor. Aquí estamos con nuestra pobreza, nuestras carencias y llenos de debilidades. El listado de nuestras flaquezas humanas sería grande al que tenemos que unir nuestros muchos pecados. Pero el Señor nos ama. El Señor a nosotros también nos está regalando su amor a través del amor de cuantos nos rodean. Sepamos ver la mano del Señor.
Y además el Señor nos ha regalado a María, su Madre, la Madre de Dios, que es también nuestra madre a la que queremos amar con todo nuestro corazón. María, la Madre del Señor que está ahí delante de nuestros ojos enseñándonos tantas cosas con su vida, siendo un estímulo grande en el camino de nuestra santidad y superación personal, pero que también nos está alcanzando la gracia del Señor con su poderosa intercesión maternal.
En la octava de la Navidad hoy estamos celebrando a María pero no somos ajenos al discurrir de la vida y de los tiempos en este día que es también el comienzo del Año. Es un día en que todos se felicitan y se desean lo mejor para el año nuevo. Es un día en que imploramos las bendiciones del Señor para nosotros y para nuestro mundo. Que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros, como nos decía la bendición de libro de los Números, porque bien que necesitamos su favor y su gracia. No vamos ahora a hacer aquí un listado de cuantos problemas afectan a nuestro mundo que todos somos bien conscientes de ello, pero sí pedimos la gracia y la bendición del Señor para que los hombres tengamos la sabiduría de encontrar los caminos que nos conduzcan por caminos de luz, nos conduzca por caminos de paz y de progreso para todos para que nadie sufra, para que todos en verdad tengan una vida digna.
Este día primero del Año desde hace mucho tiempo que ha convertido en la Iglesia en una Jornada de oración por la paz. Es la paz anunciada por los ángeles en el nacimiento de Jesús porque para todos es la paz, porque todos somos amados de Dios. Como siempre el Papa nos ha enviado un hermoso mensaje para esta Jornada de la Paz con el título ‘educar a los jóvenes en la justicia y en la paz’.
No podemos detenernos aquí con todo detalle en dicho mensaje y solo entresacamos algunos párrafos. ‘La paz es fruto de la justicia y efecto de la caridad. Y es ante todo don de Dios. Los cristianos creemos que Cristo es nuestra verdadera paz: en Él, en su cruz, Dios ha reconciliado consigo al mundo y ha destruido las barreras que nos separaban a unos de otros (cf. Ef. 2,14-18); en Él, hay una única familia reconciliada en el amor. Pero la paz no es sólo un don que se recibe, sino también una obra que se ha de construir. Para ser verdaderamente constructores de la paz, debemos ser educados en la compasión, la solidaridad, la colaboración, la fraternidad…
«Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). La paz para todos nace de la justicia de cada uno y ninguno puede eludir este compromiso esencial de promover la justicia, según las propias competencias y responsabilidades. Invito de modo particular a los jóvenes, que mantienen siempre viva la tensión hacia los ideales, a tener la paciencia y constancia de buscar la justicia y la paz, de cultivar el gusto por lo que es justo y verdadero, aun cuando esto pueda comportar sacrificio e ir contracorriente.
A todos vosotros, hombres y mujeres preocupados por la causa de la paz. La paz no es un bien ya logrado, sino una meta a la que todos debemos aspirar. Miremos con mayor esperanza al futuro, animémonos mutuamente en nuestro camino, trabajemos para dar a nuestro mundo un rostro más humano y fraterno y sintámonos unidos en la responsabilidad respecto a las jóvenes generaciones de hoy y del mañana, particularmente en educarlas a ser pacíficas y artífices de paz’.
Que el Señor vuelva su rostro sobre nosotros y nos conceda su paz. María, Madre y Reina de la paz nos la alcance del Señor.