jueves, 5 de enero de 2012


En el camino de nuestra fe como Natanael seguimos reconociendo quién es Jesús

1Jn. 3, 11-21,
 Sal. 99;
 Jn. 1, 43-51
Leer o escuchar el evangelio no es sólo cuestión de leer o escuchar relatos, narraciones o historias de Jesús. El creyente no se acerca al evangelio simplemente como si se acercara a un libro de historia que nos cuente cosas. Cuando nosotros nos acercamos al Evangelio  nos estamos acercando a Jesús. Es con Jesús con quien nos vamos a encontrar. Y escuchar el evangelio siempre nos llevará a un crecimiento, a una maduración de nuestra fe en Jesús.
Si nos fijamos en todos los textos que se nos han ido proclamando en la liturgia en especial en este tiempo de Navidad nos damos cuenta de que hay como un caminar progresivo en ese conocimiento de Jesús, un ir ahondando más y más en su misterio para conocerle mejor y para mejor llenarnos de su vida y de su salvación. Como hemos dicho en alguna ocasión, todo nos va ayudando a crecer en nuestra fe. Así hemos de saber aprovechar toda la gracia del Señor, todo el regalo de su amor, en la Palabra que cada día escuchamos. No todos quizá tienen la oportunidad que nosotros tenemos.
Como nos narra hoy el evangelista ‘determinó Jesús salir para Galilea’. Había llegado hasta la orilla del Jordán donde Juan predicaba y bautizaba, se había querido someter al bautismo de Juan, como escucharemos en el próximo domingo; Juan lo había señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo provocando que los primeros discípulos se fueran con Jesús, como escuchamos en estos días pasados.
Ahora Jesús es el que llama. Se encuentra con Felipe y le invita a seguirle. Como había sucedido con Andrés y su hermano Simón, Felipe se encontrará con su amigo Natanael y le anunciará también que ‘se ha encontrado con aquel de quien escribieron Moisés y los profetas, Jesús, hijo de José, de Nazaret’. Aunque con reticencias – ‘¿de Nazaret puede salir algo bueno?’ – Natanael se dejará conducir también hasta Jesús.
Y ahí viene también el encuentro con Jesús que, aún desde la desconfianza de Natanael, provocará una hermosa confesión de fe. ‘Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño… ¿De qué me conoces?... Antes de que Felipe te llamara, te vi… Rabí, tú eres el Hijo de Dios, el Rey de Israel… veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre…’  Es el diálogo entablado entre Jesús y Natanael, que le llevará a esa hermosa confesión de fe.
Todo un reconocimiento de quien es Jesús. El Bautista lo había señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; Felipe dice que es el anunciado en las Escrituras, y ahora Natanael no sólo lo reconoce como Maestro, Rabí, sino como el Mesías de Dios y el Hijo de Dios. Pero concluye el evangelio con las palabras de Jesús que nos manifiestan claramente que es el Hijo de Dios sobre el que se está manifestando la gloria de Dios.
Es el camino de nuestra fe, de nuestro reconocimiento de quien es Jesús. Como decíamos encontrarnos con el Evangelio es encontrarnos con Jesús, es conocerle y reconocerle, confesar nuestra fe en El para así sentir sobre nosotros la gracia salvadora del Señor. La Palabra del Señor nos va conduciendo hasta Jesús, nos va ayudando a conocerle más. El proceso que vamos siguiendo en este tiempo de Navidad vendrá a tener su conclusión mañana con la celebración de la Epifanía y el domingo con el Bautismo del Señor, la gran manifestación del Señor.
Concluyamos nuestra reflexión con un pensamiento de la carta de Juan que hemos escuchado en la primera lectura. ‘Nosotros hemos pasado de la muerte a la vida; lo sabemos porque amamos a los hermanos…’ Que vivamos siempre en esa vida, en ese amor, en esa gracia que Dios nos regala.

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