viernes, 6 de enero de 2012


Estrellas luminosas de amor para iluminar y transformar nuestro mundo

Todo el mundo dice hoy que es el día de los Reyes, pero ¿no será más bien el día del gran Rey? Efectivamente tenemos que decir que a quien realmente hoy celebramos es al que es el Señor y Rey de nuestra vida. Decimos en verdad que es la manifestación del Rey, la Epifanía del Señor. Magos vienen preguntando por ‘el recién nacido rey de los judíos porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo’.
El niño nacido en Belén y recostado entre pajas anunciado por los ángeles entre resplandores de gloria a los pastores, ahora se manifiesta como el Rey y Señor para todas las naciones, para todas las gentes, anunciado también por un resplandor del cielo, como señal, por el resplandor de una estrella aparecida en lo alto del firmamento.
En brazos de María finalmente lo van a encontrar los Magos guiados ahora por la Escritura santa que manifiesta que será en Belén de Judá donde han de encontrarlo. ‘Y tú Belén, tierra de Judá,  no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judea, pues de ti saldrá un jefe, que será pastor de mi pueblo Israel’. Y el resplandor de la estrella vuelve a conducirlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño.
Todas estas fiestas y celebraciones de la navidad y epifanía están envueltas en resplandores de luz, porque es la luz del mundo la que ha venido a llenarnos de su luz y de su vida. El nacimiento de Jesús es como un nuevo amanecer que nos llena de una luz nueva disipando todas nuestras tinieblas.
Ya en la noche del nacimiento del Señor la Palabra nos hablaba de la luz que brillaba en las tinieblas. Hoy de nuevo el profeta nos anuncia ese amanecer. ‘Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz, la gloria del Señor amanece para ti… sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti. Y caminarán los pueblos a tu luz, y los reyes al resplandor de tu aurora’.
Bella imagen y rica en significado que se nos ofrece hoy en la Palabra del Señor. Necesitamos de los resplandores de ese amanecer, de esa luz que nos saque de tinieblas y de sombras. La fe y la esperanza que ponemos en Jesús así quiere iluminar nuestra vida. Son muchas las oscuridades que tenemos que disipar. Lo hemos venido reflexionando de una forma y otra a lo largo del Adviento avivando nuestra esperanza. Y ahora que llega el Señor tiene que resplandecer nuestra vida a esa luz nueva y viva que nos trae el Señor.
Tenemos al Emmanuel, a Dios con nosotros y con su presencia tenemos que sentirnos transformados. Primero que nada tiene que despertarse nuestra fe, avivarse para que nunca olvidemos esa presencia del Señor y nos sintamos en todo momento fortalecidos con su gracia que tanto lo necesitamos. Decía el evangelio que los magos cuando llegaron hasta donde estaba Jesús se postraron cayendo de rodillas y lo adoraron.
Es lo que tenemos que saber hacer. Reconocer la presencia del Señor, adorar al Señor como el único Dios de nuestra vida. Con nuestra fe lo reconocemos y desde lo más hondo del corazón le ofrecemos lo mejor de nosotros mismos, todo nuestro amor. Hemos de saber dejarnos guiar por las estrellas, las señales que Dios pone a nuestro lado en el camino de la vida para llegar hasta esa profesión de fe y esa adoración.
Algunas veces nos cuesta, porque nos sentimos confundidos por muchas cosas o nos llenamos de dudas. En la vida nos van apareciendo muchas sombras que nos confuden y pudiera parecernos que desaparece la luz que nos guía. Fue el camino que siguieron los Magos de Oriente de los que nos habla el evangelio, pero ellos supieron mantenerse firmes en su búsqueda, aunque hubo momentos en que la estrella parecía desaparecer de su vista, y al final llegaron hasta Jesús.
También los problemas en los que nos vemos envueltos en la vida, la situación que se vive en nuestra sociedad, la carencia de cosas elementales y necesarias que tienen tantos en estos momentos de crisis, el sufrimiento que apreciamos a nuestro alrededor o nuestro propio sufrimiento puede desestabilizarnos.
Muchas sombras envuelven nuestro mundo que hace que muchos vayan como sin rumbo por la vida hace que necesitemos la luz de esa estrella que nos guíe, que nos dé esperanzas, que nos haga soñar en un mundo nuevo más justo, con más paz, más solidario, más humano. Pero, aún en medio de esas turbulencias, nosotros los cristianos sabemos que hay una estrella que nos guía, que hay una luz que nos da sentido y valor.
Nosotros creemos en Jesús. Estamos ahora celebrando su nacimiento y su manifestación al mundo como esa luz de salvación. Con esa fe tenemos que caminar; desde esa fe nos sentimos fuertes, porque sabemos que Dios está con nosotros y con su gracia podemos ir transformando todo ese mundo oscurecido en un mundo lleno de luz; ese mundo oscurecido por el pecado, por la falta de amor, por tantos sufrimientos podemos en el nombre de Jesús transformarlo para hacerlo mejor, para remediar tantas necesidades y para dar esperanza de vida y de salvación a cuantos están sometidos al sufrimiento, al dolor y la desesperación.
Es un anuncio que también nosotros hemos de hacer siendo desde nuestra fe estrella luminosa para nuestro mundo. Y seremos estrella luminosa desde el amor donde nos sentimos cada día más hermanos y desde la solidaridad donde sabemos compartir con los demás, desterrando todo egoísmo y cerrazón.
El amor es camino de salvación y nos abre a la justicia y santidad verdadera. Por eso ahí donde contemplamos tanta sufrimiento tenemos que saber estar con nuestro amor, nuestra ayuda, nuestra solidaridad, nuestro compartir generoso. Cuánto podemos y tenemos que hacer; de cuántas maneras podemos ser estrellas luminosas para los demás. El amor de un corazón generoso nos hará encontrar medios y caminos para realizarlo.
Los Magos cuando llegaron y se postraron ante Jesús y ‘abriendo sus cofres,le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra’, que nos dice el evangelio. Es el signo del compartir. Es el ejemplo a imitar.
Abramos el cofre de nuestro corazón que muchas veces sentimos la tentación del egoísmo y quisiéramos mantenerlo cerrado. Ábrelo generoso y rebusca ahí dentro de tu corazón esos tesoros hermosos que tienes en tu bondad, en tus buenos deseos, en las ganas que tienes de que el mundo sea mejor, y comienza a compartir, comienza a ofrecer, que el Niño Dios está en todos esos que están a tu alrededor llenos de sufrimiento y hambrientos de pan o de paz, de justicia o de verdad. Muchas cosas buenas hay en ti para compartir. Ya sabemos que lo que le hagamos a los demás es como si a Jesús se lo hiciéramos como nos enseñará en el Evangelio.
Que amanezca en verdad la luz del Señor sobre nuestra vida y nuestro mundo. Caminemos todos a luz del Señor, a la luz del amor. Así lo proclamaremos en verdad como Rey y Señor de nuestra vida. Es el día de la Epifanía del Rey.

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