sábado, 7 de enero de 2012


Recorría Galilea, proclamaba el Reino y curaba las enfermedades y dolencias del pueblo

1Jn. 3, 21-4, 6;
 Sal. 2;
 Mt. 4, 12-17.23-25
 ‘Al enterarse Jesús de que habían arrestado a Juan, se retiró a Galilea’. Escuchamos ahora en Mateo que Jesús se va a Galilea. Lo habíamos escuchado también en el evangelio de Juan. Será en la Galilea de los gentiles, como había dicho el profeta, donde Jesús comenzaría su actividad apostólica, donde comenzará a brillar la luz que vaya disipando las tinieblas. En
Cafarnaún, junto al lado, ciudad importante como cruce de caminos entre Siria y todo el territorio de Palestina será donde se establecerá Jesús, dejando Nazaret donde se había criado.
En este día que nos resta del tiempo de la Navidad y Epifanía escuchamos este principio del evangelio de Mateo; cuando iniciemos ya el próximo lunes el tiempo ordinario y la lectura continuada comenzaremos a escuchar el evangelio de Marcos, con los inicios también de toda la acción de Jesús.
Hoy este texto nos ofrece como un resumen. Comenzará Jesús con el mismo anuncio del Bautista invitando a la conversión. El Bautista preparaba al pueblo para recibir la llegada ya inminenente del Mesías; Jesús ahora invita a la conversión porque ya ha comenzado un tiempo nuevo, el tiempo del Reino de Dios. ‘Convertíos porque está cerca el Reino de los cielos’, será el anuncio de Jesús. ‘Y recorría toda la Galilea, enseñando en sinagoga y proclamando la Buena Nueva, el Evangelio del Reino’.
Pero al anuncio de Jesús iban acompañando las señales de que el Reino llegaba, porque el mal se iba derrotando. ‘Curaba las enfermedades y dolencias del pueblo’. Liberaba del mal, porque curaba de las enfermedades; los ciegos ven, los inválidos caminan, los leprosos son curados de su lepra, como dirá más tarde a los enviados del Bautista.
Pero no era sólo eso porque curaba las dolencias del pueblo; y las dolencias no son sólo las enfermedades, sino eran sus espíritus atormentados y sin esperanza, era el mal más profundo que solo se siente en lo hondo del corazón. Por eso le escucharemos muchas veces después de curar y de perdonar invitar a la paz. Curaba y perdonaba, recordemos al paralítico que hacen descender desde el techo, llenaba los corazones de paz y los invitaba a la verdadera alegría. Por eso dirá el evangelista, recordando al profeta, que una luz grande apareció para los que andaban en tinieblas y en oscuridades de muerte.
‘Su fama se extendió por Siria… Le seguían multitudes venidas de toda Galilea, Decápolis, Jerusalén, Judea y Trasjordania’. No era sólo ya Galilea donde había comenzado sino que de todas partes ‘le traían todos los enfermos aquejados de toda clase de enfermedades y dolencias…’
Nosotros estamos aquí también convocados para escucharle y para llenarnos de su vida y de su salvación. A eso hemos sido convocados cuando venimos a la Eucaristía. ¿Quién nos convoca? ¿quién nos ha llamado? Podemos pensar que venimos por nosotros mismos, o por las personas que están cerca de  nosotros y que nos han hecho una invitación para participar en la Eucaristía – o quienes nos hayan ayudado a descubrir esta página de ‘la semilla de cada día’ para leer estas reflexiones – pero quien nos llama y nos convoca es el Señor.
Es el Señor quien nos invita también a que vayamos a El y convirtamos nuestro corazón; que vayamos a El con nuestras enfermedades, debilidades, dolencias de todo tipo porque en El tenemos la salud, la salvación, la vida, la paz que tanto necesitamos en el corazón. Escuchemos esa llamada del Señor y de corazón volvámonos hacia El, escuchemos su Palabra, ‘creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo’ como nos decía san Juan en su carta, sigamos su camino, seamos en verdad discípulos suyos, llenémonos de su vida para hacernos hijos de Dios. 

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