lunes, 2 de enero de 2012


Contemplamos la gloria del Señor para llenarnos de vida eterna

1Jn. 2, 22-28; Sal. 97; Jn. 1, 19-28
‘Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios’, hemos repetido en el salmo. Con todo sentido lo hemos rezado en el salmo, porque es lo que estos días estamos viviendo, celebrando, sintiendo en lo más hondo de nosotros mismos. Todos podemos contemplar la gloria del Señor.
El resplandor de Belén en el nacimiento de Jesús ha de llegar a todos porque para todos llega la salvación. Primero serían los pastores a los que los ángeles entre resplandores de cielo anuncian el nacimiento de un Salvador. Un responsorio que decimos con todo sentido precisamente cuando estamos iniciando esta semana en la que vamos a celebrar la Epifanía del Señor dentro de unos días.
La luz de la estrella que conduce a Belén será anuncio de salvación para todos los pueblos porque ‘el Señor da a conocer su victoria, revela a las naciones su justicia’. En la Epifanía vamos a contemplar a aquellos hombres que vienen de lejos guiados por la estrella para adorar a Jesús. Nos sentimos invitados a cantar al Señor, a darle gracias por la salvación que llega a nuestra vida, justicia y salvación para todos los pueblos.
En el evangelio en estos días que preceden a la celebración de la Epifanía iremos escuchando diversos testimonios que nos conducen a nuestra fe en Jesús. Escucharemos el testimonio del Bautista que señala a sus discípulos el paso de Jesús para que le sigan.
Hoy hemos escuchado cómo vienen de Jerusalén hasta el Bautista en el desierto pidiéndole explicaciones de lo que hace y anuncia allá junto al Jordán. ‘Tú, ¿quién eres?... ¿eres el Mesías? ¿Eres el profeta? ¿Qué dices de ti mismo?...’ No es ni el Mesías, ni Elías, ni el profeta pero si bautiza con agua es porque ha venido como precursor para preparar los caminos del Señor. Pero ‘en medio de vosotros hay uno que vosotros no conocéis’, les dice. El no se siente digno ni de desatarla la correa de su sandalia. Ya hemos comentado este texto no hace muchos días.
En medio de nosotros está. Nosotros ya lo estamos celebrando. Hemos de reconocer en ese Niño recién nacido en Belén al Mesías de Dios, al Salvador de nuestra vida, a nuestro Redentor. Todo tiene que llevarnos a esa confesión de fe en Jesús. Hemos de hacer crecer nuestra fe. Tenemos que saber reconocerle, pero también que cada día le conozcamos más para que así alcancemos la vida eterna. Es importante esto, el conocimiento de Jesús, el conocimiento de su evangelio, de su mensaje de salvación. Es importante ir profundizando cada vez más en ello. Cómo tendríamos que tener la inquietud de escuchar profundamente su palabra, de leer el evangelio.
Es necesaria esa fortaleza de la fe para que no dudemos ni nos echemos para detrás y así podamos alcanzar la salvación, la vida eterna. Como  nos indicaba Juan en su carta, que estamos leyendo en la primera lectura ‘lo que habéis oído desde el principio que permanezca en vosotros. Si permanece en vosotros lo que habéis oído desde el principio, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre; y ésta es la promesa que El mismo os hizo: la vida eterna’.
No perdamos nunca de vista esta esperanza de vida eterna que anima nuestra vida. Nuestro gozo y nuestro premio lo tendremos siempre en el Señor.

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