Siervos
tuyos somos, aunque nos sintamos pequeños e insignificantes, pero hemos hecho
lo que teníamos que hacer… Auméntanos la fe
Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4; Salmo 94; 2 Timoteo
1, 6-8. 13-14; Lucas 17, 5-10
¿A dónde vamos a parar?, nos
preguntamos muchas veces. ¿Los problemas de la vida? ¿La situación en tantos
ámbitos distintos por donde vemos que discurre la vida? Pensamos quizás en la
indiferencia de tantos que los vuelve insolidarios, pensamos en las diferentes
inquietudes sociales que vemos que se van manifestando, la violencia que marca
nuestras relaciones tanto entre los más cercanos como en el ámbito más amplio
de la sociedad, ya sean las guerras que no paran en nuestro mundo, ya sea la
acritud que se va manifestando en las relaciones de los unos y los otros tanto
de individuos cercanos como vemos también en el ámbito de lo social o de la
vida política, tantas cosas que cuando nos ponemos a pensar en ellas termina
doliéndonos la cabeza, pero más aun, el corazón. Y no digamos la pendiente por
la que se va deslizando todo lo referente a lo religioso, humano y cristiano
que parece que no levantamos cabeza.
¿A dónde vamos a parar?, nos
preguntábamos al principio, pero quizás en los que aun nos queda la
sensibilidad de la fe nos queda el pedir, ‘Señor, auméntanos la fe’. porque nos
llenamos de dudas, porque se enfría nuestro espíritu, porque suceden tantas
cosas que nos interrogan por dentro sobre el sentido de lo que estamos
haciendo, porque contemplamos ese enfriamiento espiritual que también a
nosotros nos envuelve, y que hace que tantos vayan abandonando el espíritu
religioso más elemental, aunque luego andemos buscando soluciones en no sé
cuantas cosas que nos aparecen de acá o de allá, esoterismos, espiritualidades
orientales, y no se cuantas cosas más a las que ahora se les da más importancia
que a una verdadera religiosidad desde el sentido cristiano que ha sido el
alimento de nuestra vida.
‘Señor, auméntanos la fe’, tenemos que decir. Como decía también aquel hombre
que rogaba por la curación de su hijo y Jesús lo invitaba a la fe y a la
confianza, ‘Señor, yo creo pero aumenta mi fe’. Y Jesús seguirá insistiéndonos
como lo hacía con Jairo cuando le traían las malas noticias de la muerte ya de
su niña, ‘basta con que tengas fe’. Con humildad también nosotros
acudimos como aquel centurión del evangelio, ‘no soy digno de que entres en
mi casa, pero una sola palabra tuya bastará para salvarse’.
Hoy nos habla Jesús de la fe aunque
fuera solamente del tamaño de un granito de mostaza, pero que es capaz de realizar
grandes maravillas. Jesús para hablarnos utiliza imágenes un tanto
espectaculares, propias también de una época como la vivida en los tiempos en
que se nos trasmitieron los evangelios. No es cuestión de que vayamos haciendo
el trasplante de árboles de un lado para otros, desde la montaña al mar o lo
que sea. Son imágenes que nos hablan de una transformación interior que tiene
que ser muy significativa en nuestra vida.
Es el hacer eso que tenemos que hacer,
eso que es nuestra vida diaria pero con un espíritu de fe, poniendo nuestra
confianza total en Dios. Nuestra fe no son unas doctrinas que tenemos que
aprender, aunque en la base tiene que estar todo un sentido de Dios. Es la
confianza con la que nos sentimos cuando confiamos en aquel que amamos y de quien
nos sentimos amados.
Podremos vernos envueltos en las peores
tormentas, pero sabemos de quien nos fiamos, en quien ponemos toda nuestra
confianza. La fe no es darnos las soluciones fáciles establecidas ya como en un
protocolo que nos dice lo que tenemos que hacer y lo que no, sino un confiarnos
en el amor. Y eso nos hará caminar en paz, porque nos sentimos seguros a pesar
de todos los vaivenes que en la vida nos iremos encontrando. Y la barca de
nuestra vida camina segura a puerto, no nos faltará ese faro que nos oriente
para encontrar camino a pesar de la tormenta, no nos faltará esa estabilidad
que nos haga navegar con celeridad para sortear esas dificultades que vamos a
encontrar. Como nos decía el profeta Baruc, ‘el justo por su fe vivirá’.
Seguimos haciendo nuestro camino con
confianza, con fe. Conscientes de la misión que tenemos que desarrollar, del
anuncio de vida que tenemos que hacer, del sentido de amor con que tenemos que
envolver toda nuestra vida, de las
responsabilidades que tenemos que asumir. Misioneros de evangelio tenemos que
ser en medio de nuestro mundo, porque nuestro mundo sigue necesitando esa buena
nueva de salvación que lo transforme y que nos haga a nosotros unos hombres
nuevos. ‘Siervos tuyos somos, aunque nos sintamos pequeños e
insignificantes, pero hemos hecho lo que teníamos que hacer’, como nos dice
el evangelio.
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