sábado, 24 de agosto de 2024

Entremos en la sintonía de Dios que nos llega por los demás, porque la fe ha nacido en nosotros por algo que alguien nos ha trasmitido y en quien hemos puesto nuestra confianza

 


Entremos en la sintonía de Dios que nos llega por los demás, porque la fe ha nacido en nosotros por algo que alguien nos ha transmitido y en quien hemos puesto nuestra confianza

Apocalipsis 21, 9b-14; Salmo 144; Juan 1, 45-51

¿Lo experimentamos para poder saberlo, para poder estar convencidos? No es mala manera de llegar al conocimiento de las cosas. El conocimiento científico de alguna manera parte de aquello que podemos experimentar. Ya decimos muchas veces si no lo veo no lo creo, y también cuando tratamos de contar algo que hemos visto nosotros y  no nos creen le decimos que vengan y que lo vean por sus propios ojos. Claro que por medio está también por una parte la credibilidad que pueden dar nuestras palabras, o la credibilidad con que hemos de vivir en nuestras mutuas relaciones, si no nos ofrecen nada ejemplo de lo contrario, y que facilita nuestro trato y nuestra mutua confianza. Algo que nos estará hablando por otra parte de la madurez con que nos expresamos en la vida y es base importante de nuestra mutua intercomunicación.

La página del evangelio que hoy se nos ofrece, en esta fiesta del apóstol san Bartolomé podemos decir que va por este sentido, Es base también de lo que ha de ser el anuncio del evangelio, que ya nos decía san Juan en el principio de sus cartas que El nos habla de lo que ha visto y de lo que ha vivido,  es precisamente la base del anuncio del evangelio que nos hace.

Pero en nuestro camino humano de la vida, como en el camino de nuestra fe podríamos decir que son procesos que de alguna manera tenemos que realizar en la vida. Precisamente en estas primeras páginas del evangelio de san Juan la comunicación de la Buena Noticia de Jesús arranca precisamente de lo que van recibiendo unos de otros  y en lo que van creyendo para llegar a ese seguimiento de Jesús.

Juan Bautista que ha visto bajar al Espíritu Santo desde el cielo sobre Jesús, será el que anuncie a sus discípulos que aquel pasa entre ellos es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; tras ese anuncio Juan y Andrés se van tras Jesús queriendo ya saber de su vida, ‘¿donde vives?, le preguntan a lo que Jesús les dirá ‘Venid y lo veréis’.

Será lo suficiente para que Andrés a la mañana siguiente vaya a convencer a su hermano Simón que han encontrado el Mesías, y así lo llevará hasta Jesús; después de la invitación de Jesús a Felipe para que le siga, éste irá al encuentro de su amigo Natanael para convencerlo de que han encontrado aquel de quien hablaban Moisés y los profetas; ante la resistencia de Natanael, solamente le dirá ‘ven y lo verás’. Será suficiente ese encuentro para que comience a creer comenzando a hacer ya una confesión de fe, pero Jesús les dirá que mayores cosas verán.

Todo un camino y un proceso que también se ha ido realizando en nuestra vida, porque la fe ha nacido en nosotros por algo que alguien nos ha trasmitido y en quien hemos puesto nuestra confianza. No nos habrán faltado momentos de ponerlo todo en duda, pero experiencias hemos tenido en el corazón que nos han mantenido en esa fe y que tenemos que reavivar continuamente para que no se nos debilite.

Ese ‘ven y lo verás’ será algo que de una forma o de otra escuchamos muchas veces en el corazón sobre todo cuando nos vienen momentos oscuros y momentos de ponerlo todo en crisis. Siempre habrá una llamada interior que de forma misteriosa quizás nos haga despertar en el corazón, pero hemos de estar atentos a esa voz y a esa llamada; no podemos hacernos oídos sordos, tenemos que aprender a sintonizar con ese susurro del Espíritu que de alguna manera llega a nosotros, pero que si estamos distraídos podemos perder.

No nos dejemos aturdir por tantos ruidos de la vida que quieren distraernos. Dejemos que suene en nuestros corazones esa melodía de la fe que nos llenará de la verdadera paz, que nos abrirá a nuevos rumbos, que abre nuestro corazón a Dios, que nos hace sintonizar con la vida de los que nos rodean en los que podemos admirar también las maravillas de Dios.

viernes, 23 de agosto de 2024

Hay preguntas que tenemos que tomárnoslas en serio como qué es lo que realmente nos hace felices y qué es lo más importante para nuestra vida

 


Hay preguntas que tenemos que tomárnoslas en serio como qué es lo que realmente nos hace felices y qué es lo más importante para nuestra vida

Ezequiel 37, 1-14; Salmo 106;  Mateo 22, 34-40

Ni aún en aquello que todos buscaríamos para ser felices, nos pondríamos de acuerdo. Todos queremos ser felices, buscamos la felicidad, es cierto, pero bien sabemos que a todos no nos hace felices lo mismo. Intentando ponernos un poco sensatos podremos decir incluso cosas bonitas, de que buscamos la felicidad de los demás, que buscamos aquello en lo que verdaderamente nos realicemos, que tengamos una buena conciencia, y así podríamos decir muchas cosas bonitas, pero en el fondo ¿qué buscamos para ser felices? Y por ahí aparecen nuestras ambiciones, nuestras pasiones, nuestros sueños y hasta nuestros egoísmos de pensar solo en nosotros mismos. Nos daría qué pensar.

Me vale esto como introducción a lo que hoy nos presenta el evangelio. Por medio están las discusiones con Jesús, el pretender dejarlo callado y parece que se van sustituyendo unos a otros en cola buscando un argumento nuevo con el que enfrentarse a Jesús o buscar la manera de dejarlo callado y en evidencia. Ha hecho callar a los saduceos y ahora son los fariseos con los maestros de la ley los que vienen haciendo preguntas.

Pudiera parece una pregunta muy elemental y que nos podría hacer pensar que o tiene sino una única respuesta. Pero bien sabemos que tampoco entre ellos se ponían de acuerdo, y por allá andan precisamente los rigoristas fariseos con su pregunta. Bien sabemos qué hincapié hacían ellos con algunas cosas mientras otras que estaban también en la ley de Moisés las dejaban de lado.

¿Nos pasará a nosotros lo mismo? Poniéndonos sensatos como decíamos antes podemos decir cosas bonitas o aprendidas de memoria;  pero si preguntamos al conjunto de los que nos rodean qué es lo que sería más importante de todo lo que tenemos que hacer como creyentes y como cristianos, nos encontraremos también con las más diversas respuestas. Que si todos tenemos que respetarnos y tratarnos bien, que si nos portamos bien con aquellos que se portan bien con nosotros, que si somos amigos de nuestros amigos pero los demás… ya nos lo pensaremos, que si tenemos que hacer el bien cuando podamos (y ya veremos cuan pocas veces podemos), que si hay que ir de sinceros por la vida y no podemos ser unos fachas para los demás, y desgranaríamos un montón de cosas que irían apareciendo en esta hipotética lluvia de ideas que nos hagamos.

Es más importante de lo que pensamos este planteamiento que se nos hace en el evangelio. Porque no es solamente la pregunta que los maestros de la ley le hicieron a Jesús para ponerlo a prueba – que poco nos importarían hoy las malas intenciones que pudiera tener aquella gente – sino que desde la Palabra de Dios se nos está interrogando a la sinceridad de nuestra vida cuál es ese mandamiento importante.

Nos puede parecer cosa sabida de catecismo la respuesta que estamos escuchando en el evangelio, pero realmente nos preguntamos nosotros por el amor de Dios, por el amor que le tenemos a Dios, como decimos en el catecismo, sobre todas las cosas, o como se nos dice aquí ‘con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente’. No es cosa baladí, no son meras palabras que podamos poner o quitar según nos convenga, es algo que va a afectar realmente a toda nuestra vida.

Jesús ha venido anunciando la llegada del Reino de Dios, está en el centro de su mensaje, pero repito que no son solo palabras; es poner en verdad a Dios como el centro único de nuestra vida, ‘corazón, alma, mente’, se nos dice. ¿Dios está en verdad en el centro de nuestro corazón, de nuestros pensamientos, de lo que es la motivación más profunda de nuestra vida? Cuando hacemos examen de conciencia pasamos demasiado rápido por este primer mandamiento, nos lo damos por sabido y por cumplido; pero vayamos analizando lo que hacemos, lo que es nuestra vida de cada día, nuestras preocupaciones y nuestras ocupaciones, ¿qué lugar ocupa Dios en todo ello? ¿También cuando podamos o cuando nos sobre tiempo?

Pero Jesús en la respuesta no se queda ahí, porque nos dice que el segundo es igual de importante.  ‘El segundo es semejante a él: Amarás a tu prójimo como a ti mismo’. Semejante, no los podemos separar porque el uno se cumple y se realiza en el otro. Y porque no estamos hablando de un amor cualquiera. ‘Como a ti mismo’, nos dice. Y amarnos a nosotros mismos eso sí que lo haremos. Y ya sabemos cuantas cosas podríamos señalar para decir que nos amamos. Porque tenemos que amarnos porque amamos la vida y queremos vivir, y buscar lo mejor, y darle la mayor dignidad a la vida, y hacernos querer y respetar, y valorar lo que somos como nos gozamos también en lo que hacemos, y así podríamos seguir diciendo muchas cosas. Pues nos dice Jesús ‘y a tu prójimo como a ti mismo’.

Y nos concluirá Jesús que ‘en estos mandamientos se sostienen la ley y los profetas’. Está respondiendo Jesús a unos maestros de la ley. ¿Por dónde ha de ir nuestra búsqueda de la felicidad, como habíamos comenzado planteándonos? ¿Qué es lo realmente importante para nuestra vida?

jueves, 22 de agosto de 2024

¿Cuál será el traje de fiesta - de unas actitudes distintas, de unos valores nuevos, de una apertura del corazón… - con el que hemos de vestirnos para ir a ese banquete de bodas?

 


¿Cuál será el traje de fiesta - de unas actitudes distintas, de unos valores nuevos, de una apertura del corazón… - con el que hemos de vestirnos para ir a ese banquete de bodas?

 Ezequiel 36, 23-28; Salmo 50; Mateo 22, 1-14

¿Por qué esa persona rechazó mi invitación? Nos habrá podido suceder en alguna ocasión. Era nuestro cumpleaños, teníamos en casa algún acontecimiento que celebrar, bueno, lo que sea, y con todos nuestros buenos deseos invitamos a amigos, a personas de nuestro entorno social, compañeros de trabajo… a que vinieran a merendar con nosotros, a cenar, a comer algo, pero hubo alguien que ni siquiera respondió para disculparse, y, claro, nos hacemos preguntas. ¿Qué le pasó a esa persona? ¿Por qué no vino? ¿Qué le hemos hecho que no le agradó venir a estar con nosotros? ¿Se sentirá acaso superior a nosotros y no quiere rebajarse? Ella se lo pierde, decimos quizás para disimular nuestro desánimo, pero aun así seguimos haciéndonos muchas preguntas.

Cosas que suceden en nuestro entorno y en nuestro ámbito social que quizás nos haga plantearnos muchas cosas en nuestras relaciones, pero es lo que hoy Jesús nos está planteando en el evangelio que va más allá de lo social o nuestras relaciones con los demás. Está haciéndonos Jesús una comparación con el Reino de Dios pero al mismo tiempo planteándonos cuál es nuestra actitud ante la invitación que nos está haciendo de nuestra acogida al Reino de Dios que nos anuncia.

Una invitación y una llamada a todos que hace desde su aparición pública por los caminos y aldeas de Galilea. Pero, no lo olvidemos, es también una invitación a cambiar nuestro corazón para creer y aceptar esa buena noticia que nos está transmitiendo. Una buena noticia que se anuncia a los pobres pero para todos los que de alguna manera se sienten esclavizados y oprimidos en la vida por algo para quienes se ofrece un nuevo camino de liberación y de perdón. Podemos recordar aquel anuncio de la sinagoga de Nazaret con las palabras del profeta. Y Jesús les decía eso se cumple hoy y aquí. No todos lo entendieron, sin embargo, muchos incluso lo rechazaron.

Son muchos los que acuden a escucharle, sienten incluso que son agradables y esperanzadoras sus palabras para sus oídos y para su corazón; en ese anuncio de liberación total que Jesús va ofreciendo, serán muchos los que sintiéndose oprimidos por el mal, y para ellos sus enfermedades con como una expresión de ese dominio del mal sobre sus vidas, vienen hasta Jesús para que les cure y libere de sus enfermedades. Pero la vida sigue y muchos pronto olvidarán o harán sus genuinas interpretaciones de las palabras de Jesús, o pronto quedarán atrás aquellos signos que Jesús ha realizado con ellos porque no terminan de entrar en el camino del Reino de Dios que les anuncia.

Todo cuanto iba realizando Jesús era una invitación a vivir en los valores nuevos del Reino de Dios, pero no lo entenderán porque siguen quizás con sus ambiciones, como les pasaba a los mismos apóstoles que aún seguían pensando en los primeros puestos después de todo lo que Jesús les había enseñado, y la respuesta no siempre es plena. Es lo que Jesús nos está diciendo con la parábola.

Pero es lo que nos está diciendo Jesús con la parábola hoy, ahora y aquí a nosotros que hemos escuchado este evangelio y sobre él queremos reflexionar. ¿No nos sucederá que también tenemos otras cosas en qué ocuparnos, como las respuestas de todos aquellos que fueron invitados al banquete de bodas, y también nosotros nos entretenemos con otras cosas y pronto olvidamos lo que Jesús nos dice?

La invitación sigue ahí en pie; de nosotros depende la respuesta, porque el banquete está preparado. No es cuestión de ir de cualquier manera, como aquello de a dónde vas Vicente, a donde va la gente, con que muchas veces nosotros hacemos algunas cosas de nuestra vida cristiana. Es que es la fiesta y hay que ir a la procesión; es que se nos enfermó algún familiar y rezamos y rezamos para que Dios lo ayude; es que tenemos problemas, y hay que acordarse de santa Bárbara cuando truena; es que se nos murió un familiar y tenemos que ir para que les digan algunas misas.

¿Y acaso nos hemos preguntado dónde está el traje de fiesta de unas actitudes distintas, de unos valores nuevos, de una apertura del corazón… con el que hemos de vestirnos para ir a ese banquete de bodas?


miércoles, 21 de agosto de 2024

Como el artista se siente complacido en el arte que realiza, sintámonos así artistas y creadores con lo que hacemos, sea lo que sea, para la belleza de nuestro mundo

 


Como el artista se siente complacido en el arte que realiza, sintámonos así artistas y creadores con lo que hacemos, sea lo que sea, para la belleza de nuestro mundo

Ezequiel 34, 1-11; Salmo 22; Mateo 20, 1-16

Forma parte de la naturaleza del ser humano el ir plasmando su ser en la obra que realiza con sus manos, el trabajo; y cuando hablo de lo que realizamos con las manos no reduzco el concepto solamente a lo que pueda ser el trabajo manual, sino que estoy queriendo expresar lo que podríamos decir todo lo que sale del ser del hombre, del ser de la persona.

Trabajo es lo que realizamos manualmente pero es también todo lo que podríamos llamar lo brotado de su inteligencia y de su ingenio, de donde surge todo lo que es el pensamiento del ser humano, y en consecuencia podríamos decir la filosofía pero es también lo que de manera artística realiza, como puedan ser las artes plásticas pero también la belleza de pensamiento expresado en la poesía. En todo ello vamos dejando la impronta de nuestro ser, brotarán las iniciativas y la creatividad y con ello queremos dejar tras nosotros un mundo mejor y más bello.

El hombre o la persona ociosa que nunca tiene ganas de hacer nada diríamos que está cortándole las alas a su espíritu; esa falta de actividad y de creatividad anula algo importante de su ser con lo que ve mermado también su propio desarrollo personal. Es cierto que podemos necesitar algún periodo de inactividad pero como una recarga de baterías, una recarga de fuerzas para continuar produciendo esa plenitud de su vida. El ocioso no entenderá de plenitud ni de búsqueda de algo más y mejor, simplemente se deja arrastrar por la vida, es lo que decimos habitualmente lo que hacemos es vegetar, pero aun así haríamos un mal uso de la palabra, porque también los vegetales nos producen flores y nos dan frutos.

En cualquier estadio de la vida en que nos encontremos tenemos esa posibilidad de hacernos crecer a nosotros mismos con nuestro propio trabajo dándole un sentido y una plenitud a nuestra vida; y es que en cualquier estadio de nuestra vida tenemos que saber disfrutar de nuestro trabajo que nos dignifica y nos enriquece, y no hablo solo de unos beneficios materiales que podamos obtener como fruto de nuestros trabajos, sino de una riqueza espiritual que le da una nueva dignidad y grandeza a nuestra propia vida.

Hoy la parábola que nos ofrece el evangelio nos habla de aquel propietario que salió de mañana bien temprano a buscar trabajadores para su viña; y nos habla cómo en las distintas horas del día siguió saliendo en búsqueda de más operarios, de manera que casi a última hora de la tarde, cuando se encuentra a algunos que aun andan sin trabajo, les pregunta que cómo es que han estado ociosos todo el día. Algo les faltaba a aquellas personas, a los que, aunque parezca una hora tardía, envía también a su viña.

Muchas explicaciones y comentarios nos habremos hecho o se nos ha ofrecido en otras ocasiones sobre esta parábola. Quiero seguir por esta línea de pensamiento que hemos venido desarrollando; en cualquier hora de nuestra vida tendremos siempre la oportunidad de darle un desarrollo a nuestra vida.

Aunque tengamos siempre que obrar en justicia para que todo el mundo sea remunerado debidamente por lo que realiza para una vida con dignidad, no solo tenemos que pensar en esa remuneración material o económica, sino que cada uno tenemos que considerar la grandeza y la dignidad de lo que es nuestra trabajo, la riqueza y no solo en lo material que adquiere nuestra vida porque cuanto realizamos nos lleva a un crecimiento y a una plenitud de nuestro ser.

Así qué gozosos hemos de sentirnos en el desarrollo de nuestro trabajo, sea cual sea, porque siempre nos estará haciendo ver la dignidad de la persona. Disfrutemos de nuestro trabajo, sintámonos complacidos en la obra que sale de nuestras manos donde estamos plasmando, como decíamos, todo nuestro ser.

No lo miremos como una carga que no nos queda más remedio que soportar, sino como algo que sale de lo más profundo de nuestro ser; como el artista que se siente complacido en la obra de arte que realiza, sintámonos así artistas y creadores con lo que hacemos, sea lo que sea, porque estamos contribuyendo a la verdadera riqueza y belleza de nuestro mundo, que Dios ha puesto en nuestras manos para que continuemos la obra de la creación.

martes, 20 de agosto de 2024

Tengamos la confianza de que Jesús no se va a dejar ganar en generosidad, sino que pongamos en El toda nuestra confianza, porque nunca nos sentiremos defraudados

 


Tengamos la confianza de que Jesús no se va a dejar ganar en generosidad, sino que pongamos en El toda nuestra confianza, porque nunca nos sentiremos defraudados

Ezequiel 28, 1-10; Dt 32, 26-36ab; Mateo 19, 23-30 

En la lógica de lo humano que vivimos entra el que deseemos ver el fruto del trabajo de nuestras manos y que contribuya además a una vida digna y mejor cada día; justo es que con el rendimiento del fruto de lo que hacemos podamos ir agenciándonos unos medios que de alguna manera enriquezcan nuestra vida, porque nos dan posibilidades de algo mejor para nosotros pero el poder dedicar nuestra vida sin agobios a una tarea verdaderamente humana.

No está lejos de lo que nos enseña Jesús, pues el mensaje del evangelio no lo hemos de ver solo por partes sino hacer una mirada y una escucha en todo su conjunto; ya nos dirá Jesús que hemos de darle rendimiento a los talentos que poseemos y precisamente condena a quien no supo o no quiso hacerlo, o quizás por medio escondió aquel talento; no era cuestión solo de no perderlo sino de negociarlo, incluso con sus riesgos, para obtener un beneficio mayor.

Una cosa que realmente es necesaria es saber valorar en su punto esos medios materiales y darles un uso que no está lejos de la humanidad con que hemos de vivir la vida no solo en relación a nosotros mismos sino a los demás. Nunca pueden ser un apego de corazón que nos limite o nos esclavice, que cierre nuestra mente con unas ambiciones materiales, o nos haga actuar con avaricia pensando solo en tener por tener sin en verdad disfrutarlo y colaborar también al disfrute de los demás.

Sin embargo nos puede resultar fuerte el texto del evangelio de hoy, pero que sin embargo hemos de saber leer en su conjunto. Fue después del episodio del joven rico que venía con grandes aspiraciones en su corazón, pero que sin embargo su corazón no era totalmente libre porque se sentía muy apegado a lo que poseía. Contemplamos la tristeza de quien no fue capaz de dar el paso, pero contemplamos la mirada de Jesús ante la vuelta atrás de aquel joven que por sus apegos, pudiendo llegar muy lejos, sin embargo se alejaba de Jesús.

Y es la sentencia con que se abre, por así decirlo, el pasaje de hoy del evangelio. ‘En verdad os digo que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Lo repito: más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de los cielos’.

¿Imposible? Se preguntan los discípulos. Difícilmente, es lo que dice Jesús. Las jorobas de nuestra vida cargadas de tantas riquezas materiales de las que no queremos desprendernos, no harán nada fácil el paso por la puerta estrecha de las murallas del Reino de los cielos. Ya sabemos que los pesos muertos no nos dejarán caminar, si queremos ascender ligeros a ese monte de Dios, ligeros tenemos que ir de alforjas que siempre lo que harán es entorpecernos el camino.

Es el desprendimiento del que nos habla Jesús; es el buscar el verdadero tesoro, porque el que seremos capaces de abandonar todas las otras riquezas; es ese encontrar el tesoro escondido y hacer todo lo posible por hacernos con El. Es el descubrir esa belleza del evangelio, esa belleza del mensaje de Jesús, aunque al mismo tiempo se nos presente exigente, pero lo que quiere Jesús es que caminemos caminos de plenitud, no caminos de raquitismo.

Ante todas estas consideraciones que les va haciendo Jesús, por allá andan los discípulos más cercanos a Jesús que un día lo dejaron todo por seguirle y estar con El también con sus ambiciones y deseos normales y muy humanos. A nosotros que lo hemos dejado todo, ¿qué nos tocará? Tengamos la confianza de que Jesús no se va a dejar ganar en generosidad, será siempre mucho más lo que El nos ofrezca y nos regale. Pongamos en El toda nuestra confianza, porque nunca nos sentiremos defraudados.

lunes, 19 de agosto de 2024

A nosotros nos toca seguirle, liberados de pesos muertos, porque así es la ascensión de nuestra vida cristiana

 


A nosotros nos toca seguirle, liberados de pesos muertos, porque así es la ascensión de nuestra vida cristiana

Ezequiel 24, 15-24; Dt 32, 18-19. 20. 21; Mateo 19, 16-22

Nos la damos de generosos pero siempre andamos buscando reglas y medidas para ver hasta donde tengo que llegar, pero sin sobrepasarme, para dar por cumplidos esos protocolos que me pondrían ya en la lista de las personas buenas. Sí, porque no necesitamos hacer más de lo mínimo que se me exige, porque yo tampoco quiero ir de ‘superhombre’, con que me quede dentro de los límites me contento. Porque, bueno, yo ya cumplo.

¿Serán esos los raquitismos con que andamos por la vida? Aunque nos demos de generosos y cumplidores. ¿Es esa la medida de la intensidad con que vivimos nuestra vida cristiana? Cuántas veces habremos estado contando los rosarios que hemos rezado, o las veces que hemos venido a la Iglesia, quizás aun sigamos sintiendo pesar en el corazón porque un día nos propasamos a la hora de dar una limosna. No estoy exagerando, porque son pensamientos y tentaciones que nos asaltan, son cosas que también he escuchado muchas veces. Es lo que realmente le está planteando aquel joven a Jesús.

Parecía venir con buenas intenciones y no lo dudamos; parecía ser una persona buena y con inquietud, y ahí estaban esos deseos de vida eterna; no era de los que habían vivido una vida desordenada, porque había sido muy cumplidor, nos dice que él desde su niñez siempre ha cumplido los mandamientos. Y podemos ver la mirada de Jesús hacia aquel joven que prometía luchar por altas metas en su vida.

Pero el camino es una ascensión continua que no puede detenerse. Jesús ve en aquel joven posibilidades de cosas grandes. Tras ese primer diálogo donde se va viendo esa buena actitud en principio de aquel joven, Jesús propone algo más. La ascensión no se debería detener. Las reglas y medidas han de romperse y saltar por los aires cuando hay algo mejor. Nosotros también tenemos miedo muchas veces, si acaso el paso siguiente que vamos a dar nos va a comprometer mucho, y ya nos ponemos a ver hasta donde podemos llegar, cuanto podemos dar de nosotros mismos. Porque, claro, siempre habría que reservarse algo para uno mismo, por si acaso un día faltara, por si acaso se pueden volver las tornas y al final nos vamos a quedar ‘compuestos y sin novia’, como dice el refrán.

‘¿Qué me falta?’ se sigue preguntando el joven. ‘Si quieres ser perfecto, anda, vende tus bienes, da el dinero a los pobres —así tendrás un tesoro en el cielo— y luego ven y sígueme’, le dice Jesús.

Así en directo, como quiere hablarnos Jesús al corazón. Ya no es ver hasta donde llego, cuanto me queda para mí, lo de ser previsor por lo que pueda pasar. Ahora se trata de todo. Ya no son cumplimientos, ya no son cosas que vamos acumulando para irnos haciendo una reserva allá en el cielo. ‘Vende tus bienes, da el dinero a los pobres y luego ven y sígueme’.

Ya nos dirá en otro momento que el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar su cabeza, ya nos dice que no podemos andar mirando atrás lo que hemos dejado dejando que salgan a flote de nuevo las añoranzas de lo que tuvimos o de lo que vivimos, ya nos dice que su camino es un camino de vida y no de muerte, aunque tengamos que morir a nosotros mismos, ya nos dirá que no vamos buscando prebendas como los poderosos de este mundo para sentarnos por encima de todos, ya nos dirá que tenemos que hacernos los últimos y los servidores de todos. Y aquí no caben reglas, ni medidas, ni protocolos que cumplir; aquí se trata de una vida que dar, como lo hizo El que va delante de nosotros.

A nosotros nos toca seguirle, pero liberados de pesos muertos, porque con esos apegos que nos arrastran no podemos hacer camino de ascensión. Para subir a la montaña de la Pascua tenemos que estar liberados de todo. ‘Tú, ven y sígueme’. Es el camino que nos hace cristianos de verdad identificándonos del todo con Cristo.

 

domingo, 18 de agosto de 2024

La Eucaristía es la identificación de los cristianos, porque comiendo a Cristo nos estamos haciendo unos con El y viviendo su misma vida en todas sus consecuencias

 


La Eucaristía es la identificación de los cristianos, porque comiendo a Cristo nos estamos haciendo unos con El y viviendo su misma vida en todas sus consecuencias

Proverbios 9, 1-6; Sal. 33; Efesios 5, 15-20; Juan 6, 51-58

Algunas veces los cristianos andamos un tanto despistados en algo que es fundamental para nuestro ser cristianos. Nos preocupamos de hacer cosas, nos preocupamos de cumplir, nos preocupamos de hacer formalmente unos ritos, pero nos olvidamos de algo muy importante que es vivir. No se es cristiano simplemente con que cumplamos con un rito cada semana, porque decimos que si no lo hacemos es como que algo nos falta, pero no vamos más allá; no se es cristiano porque simplemente intentemos cumplir con unas normas o preceptos, porque diríamos es como un reglamento - ahora se emplea mucho la palabra protocolo para saber lo que hay que hacer de una forma correcta en cada momento - que tengamos que cumplir para pertenecer a una organización. Todo eso es algo como muy formal, pero hecho así es como si le faltara vida.

Y es que de eso es de lo que se trata. De vivir. Si nos fijamos en el corto texto del evangelio de hoy se repite una y otra vez lo de tener vida en Jesús, lo de tener vida eterna, lo de resucitar, lo de habitar en Jesús y que Jesús habite en nosotros. Y es que de eso se trata, nos llamamos cristianos porque queremos vivir la vida de Jesús, queremos ser como El. Como llegaría a decir san Pablo ‘ya no soy yo, sino que es Cristo que vive en mi’.

A eso es a lo que Jesús nos está invitando a lo largo de todo el evangelio, esa es la buena nueva que El quiere transmitirnos. Una nueva forma de vivir, pero no cualquiera, la que se nos ocurra, sino una vida como la de Jesús. Es ir haciéndonos una cosa con El, es ir identificándonos con El. Vivir su mismo amor, su misma entrega, ser capaces de darnos como El se dio.

Por eso nos dirá que amemos con un amor como el suyo, por eso nos pedirá que seamos siempre capaces de aceptar al otro como Dios nos acoge y acepta a nosotros como el Padre que espera y recibe siempre al hijo pródigo, por eso nos hablará de la misericordia y del perdón, a la manera como es la misericordia de Dios que es compasivo y misericordioso y con un perdón como el que fue El capaz de ofrecer incluso a los que le estaban crucificando. Los que queremos seguirle lo hacemos conscientes de que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza, por eso tendremos la disponibilidad y la generosidad de compartir lo que somos y lo que tenemos con los demás, porque nuestro tesoro lo tenemos que guardar en el cielo no en las arcas humanas.

Esto a quienes les falte la visión de Jesús – la sabiduría de Dios, tendríamos que decir – puede parecer un imposible y una utopía que por nosotros mismos no podremos realizar. Y es aquí donde Jesús nos enseña cómo podemos estar unidos a El para que sea la fuerza de su Espíritu la inspire y haga posible esa nueva vida. De esto nos está hablando hoy en el evangelio.

Han venido a buscarle, allá en la sinagoga de Cafarnaún, porque allá en el descampado se vieron alimentados milagrosamente por Jesús. Y Jesús ahora les dice que busquen y entiendan el verdadero signo. Por eso les habla de un pan de vida bajado del cielo para la vida eterna, por eso les dice que es El mismo ese pan bajado de cielo es El mismo; que han de comer su cuerpo, que han de beber su sangre para tener vida y vida para siempre; que quien le coma El lo resucitará en el último día.

¿Qué les está diciendo Jesús? Que seguirle es comerle a El, seguirle es identificarse con El, hacerse una misma cosa con El, tener su misma vida. Y como el pan nos alimenta nos viene a hablar de ese comerle a El para ser alimentados por El, para poder tener su misma vida. Y nos hacemos uno con El cuando desde lo más hondo de nosotros mismos nos estamos identificando totalmente con El. Comerle no es un rito, comerle es vivirle. ‘El que me coma yo habito en El y él en mí’, no viene a decir Jesús.

Cuando hablamos de la Eucaristía para decir que aquel pan y aquel vino son realmente para nosotros el Cuerpo y la Sangre del Señor – y eso forma parte fundamental de nuestra fe – hablamos en términos teológicos del milagro de la transustanciación. Aquel pan ya no es pan para nosotros sino que creemos que es el Cuerpo de Cristo, aquel vino es la Sangre de Cristo. Creemos en su presencia real y verdadera. Pero eso es algo que tiene que realizarse en nosotros, en nuestra propia vida; comiendo el Pan de la Eucaristía, comiendo a Cristo nos sentimos verdaderamente transformados en El. No vivo yo sino que es Cristo que vive en mí; El habita mí y yo en El, que nos dice hoy el evangelio.

La Eucaristía decimos con el Concilio que es el centro de la vida de la Iglesia. La Eucaristía es la identificación de los cristianos, pero no como un algo misterioso y oculto en el misterio, sino porque quienes comemos la Eucaristía estamos comiendo a Cristo, estamos identificándonos totalmente con El, viviendo su misma vida. Y eso con todas las consecuencias de las exigencias del amor.