domingo, 18 de agosto de 2024

La Eucaristía es la identificación de los cristianos, porque comiendo a Cristo nos estamos haciendo unos con El y viviendo su misma vida en todas sus consecuencias

 


La Eucaristía es la identificación de los cristianos, porque comiendo a Cristo nos estamos haciendo unos con El y viviendo su misma vida en todas sus consecuencias

Proverbios 9, 1-6; Sal. 33; Efesios 5, 15-20; Juan 6, 51-58

Algunas veces los cristianos andamos un tanto despistados en algo que es fundamental para nuestro ser cristianos. Nos preocupamos de hacer cosas, nos preocupamos de cumplir, nos preocupamos de hacer formalmente unos ritos, pero nos olvidamos de algo muy importante que es vivir. No se es cristiano simplemente con que cumplamos con un rito cada semana, porque decimos que si no lo hacemos es como que algo nos falta, pero no vamos más allá; no se es cristiano porque simplemente intentemos cumplir con unas normas o preceptos, porque diríamos es como un reglamento - ahora se emplea mucho la palabra protocolo para saber lo que hay que hacer de una forma correcta en cada momento - que tengamos que cumplir para pertenecer a una organización. Todo eso es algo como muy formal, pero hecho así es como si le faltara vida.

Y es que de eso es de lo que se trata. De vivir. Si nos fijamos en el corto texto del evangelio de hoy se repite una y otra vez lo de tener vida en Jesús, lo de tener vida eterna, lo de resucitar, lo de habitar en Jesús y que Jesús habite en nosotros. Y es que de eso se trata, nos llamamos cristianos porque queremos vivir la vida de Jesús, queremos ser como El. Como llegaría a decir san Pablo ‘ya no soy yo, sino que es Cristo que vive en mi’.

A eso es a lo que Jesús nos está invitando a lo largo de todo el evangelio, esa es la buena nueva que El quiere transmitirnos. Una nueva forma de vivir, pero no cualquiera, la que se nos ocurra, sino una vida como la de Jesús. Es ir haciéndonos una cosa con El, es ir identificándonos con El. Vivir su mismo amor, su misma entrega, ser capaces de darnos como El se dio.

Por eso nos dirá que amemos con un amor como el suyo, por eso nos pedirá que seamos siempre capaces de aceptar al otro como Dios nos acoge y acepta a nosotros como el Padre que espera y recibe siempre al hijo pródigo, por eso nos hablará de la misericordia y del perdón, a la manera como es la misericordia de Dios que es compasivo y misericordioso y con un perdón como el que fue El capaz de ofrecer incluso a los que le estaban crucificando. Los que queremos seguirle lo hacemos conscientes de que el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza, por eso tendremos la disponibilidad y la generosidad de compartir lo que somos y lo que tenemos con los demás, porque nuestro tesoro lo tenemos que guardar en el cielo no en las arcas humanas.

Esto a quienes les falte la visión de Jesús – la sabiduría de Dios, tendríamos que decir – puede parecer un imposible y una utopía que por nosotros mismos no podremos realizar. Y es aquí donde Jesús nos enseña cómo podemos estar unidos a El para que sea la fuerza de su Espíritu la inspire y haga posible esa nueva vida. De esto nos está hablando hoy en el evangelio.

Han venido a buscarle, allá en la sinagoga de Cafarnaún, porque allá en el descampado se vieron alimentados milagrosamente por Jesús. Y Jesús ahora les dice que busquen y entiendan el verdadero signo. Por eso les habla de un pan de vida bajado del cielo para la vida eterna, por eso les dice que es El mismo ese pan bajado de cielo es El mismo; que han de comer su cuerpo, que han de beber su sangre para tener vida y vida para siempre; que quien le coma El lo resucitará en el último día.

¿Qué les está diciendo Jesús? Que seguirle es comerle a El, seguirle es identificarse con El, hacerse una misma cosa con El, tener su misma vida. Y como el pan nos alimenta nos viene a hablar de ese comerle a El para ser alimentados por El, para poder tener su misma vida. Y nos hacemos uno con El cuando desde lo más hondo de nosotros mismos nos estamos identificando totalmente con El. Comerle no es un rito, comerle es vivirle. ‘El que me coma yo habito en El y él en mí’, no viene a decir Jesús.

Cuando hablamos de la Eucaristía para decir que aquel pan y aquel vino son realmente para nosotros el Cuerpo y la Sangre del Señor – y eso forma parte fundamental de nuestra fe – hablamos en términos teológicos del milagro de la transustanciación. Aquel pan ya no es pan para nosotros sino que creemos que es el Cuerpo de Cristo, aquel vino es la Sangre de Cristo. Creemos en su presencia real y verdadera. Pero eso es algo que tiene que realizarse en nosotros, en nuestra propia vida; comiendo el Pan de la Eucaristía, comiendo a Cristo nos sentimos verdaderamente transformados en El. No vivo yo sino que es Cristo que vive en mí; El habita mí y yo en El, que nos dice hoy el evangelio.

La Eucaristía decimos con el Concilio que es el centro de la vida de la Iglesia. La Eucaristía es la identificación de los cristianos, pero no como un algo misterioso y oculto en el misterio, sino porque quienes comemos la Eucaristía estamos comiendo a Cristo, estamos identificándonos totalmente con El, viviendo su misma vida. Y eso con todas las consecuencias de las exigencias del amor.

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