sábado, 27 de julio de 2024

No podemos esperar a que alguien haga algo sino que tenemos que comenzar por poner a disposición los cinco panes de nuestra pobreza

 





No podemos esperar a que alguien haga algo sino que tenemos que comenzar por poner a disposición los cinco panes de nuestra pobreza

2Reyes 4, 42-44; Sal. 144; Efesios 4, 1-6; Juan 6, 1-15

¡Que alguien haga algo! ¿No suele ser esa la reacción primera cuando sucede algo como un accidente, o cuando contemplamos una situación alarmante en la que pensamos que realmente habría que hacer algo? Que hay guerras y violencias, que los poderosos hagan algo; que hay situaciones extremas de pobreza y de miseria, que vendan todos esos tesoros y con eso podemos darle de comer a toda esa gente; que sentimos que nos llegan los inmigrantes ilegales y ya no sabemos que hacer, que pongan remedio, que los políticos se mojen, que haya barreras que impidan esa invasión que nos está llegando… y podríamos pensar en mil situaciones más. ¿Cuál es el remedio? ¡Que alguien haga algo! Siempre estamos esperando que sean otros los que comiencen a hacer algo. ¿Nos podemos quedar en eso?

Somos muy buenos para tirar los balones fuera, como se suele decir, pero apuntar a ver qué es lo que yo puedo o tengo que hacer, eso es algo que nos cuesta más pensar. ¿Estaremos definiéndonos así sobre el sentido y el valor que le damos a la vida, a nuestra vida y a la implicación que nosotros tenemos o tendríamos que tener? Cuando nosotros pasamos por situaciones así, en ese accidente, esa violencia, en esas miserias, ¿con qué nos contentamos? ¿Simplemente nos resignamos? Algunas veces destacamos por la mucha pasividad que hay en nuestras vidas; qué difícil se nos pone el salir de esa pasividad.

Escuchamos hoy una página muy hermosa del evangelio que está muy llena de mil detalles que nos tendrían que hacer pensar. No la podemos leer de corrido, dando por sentado que ya la conocemos y nos la sabemos. Es evangelio hoy para nosotros, luego es noticia de salvación y de vida hoy para nosotros y como tal tenemos que escucharla, de lo contrario estaríamos destrozando el evangelio, cuando le hacemos perder esa novedad, esa buena noticia que tiene hoy para nosotros.

Jesús se ha puesto en camino con los discípulos, en este caso haciendo una travesía, para ir más allá, para ir al otro lado. Allí se van a encontrar con algo distinto e inesperado; tenemos que salir también, ponernos en camino, saber ir al otro lado… pero entonces nos dice el evangelista que Jesús subió a la montaña. Ir al otro lado y hacer una ascensión a un lugar más alto, nos dará una nueva perspectiva; sabemos bien que una mirada desde la altura nos hace situar las cosas y los lugares con más precisión y de distinta manera. ¿Tendrá ya esto algún significado para nosotros? ¿No estaremos quedándonos siempre en el mismo sitio y con la misma perspectiva y por eso no seremos capaces de ver algo nuevo?

¿Qué se encuentra Jesús? Una multitud hambrienta; siempre decimos la gente tenía ganas de escuchar a Jesús, es cierto, pero es algo más. Allí estaba aquella gente con sus necesidades, con sus problemas, con sus dificultades para la vida y también estarían esperando una respuesta. Pero además aquella multitud tenía hambre, habían caminado mucho para llegar a donde encontrarse con Jesús y las provisiones parece que habían sido pocas.

‘¿Con qué compraremos panes para que coman estos?’ Es la pregunta que, como decíamos antes, nos hacemos también ante las necesidades, los problemas, todo eso que vemos en la vida. ¿Serán otros los que tienen que resolverlo? Y cuando los discípulos se hacen sus cálculos de cuanto necesitaría para alimentar a toda aquella gente, además si hubiera un sitio donde conseguirlo que allí en el desierto no lo tenían, es cuando Jesús les dice que le den ellos de comer. No hay que ir a busca a ningún sitio, sino que ellos tenían que darle de comer. ¿Nos dice algo?

Mientras Felipe se entretiene haciéndose sus cálculos, Andrés viene diciendo que por allí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces. ‘¿Pero qué es eso para tantos?’ Como con lo que tenemos no podemos alcanzar, ¿nos lo guardamos? ¿Nos quedamos con los brazos cruzados? ¿No le damos importancia ni valor a lo que son las cosas pequeñas? ¿Vamos a despreciar la oferta de aquel muchacho porque eso no da para todo lo que se necesita?

Ya vemos que el actuar de Jesús no va por esos caminos. Aquellos cinco panes de cebada, los panes de los pobres, sí van a ser aceptados. Por eso Jesús pedirá que la gente se siente en el suelo y ya conocemos todo lo que sucedió a continuación. Comieron todos hasta saciarse y al final hasta sobró. ‘Recoged los pedazos que han sobrado para que nada se pierda’, les dice Jesús.

¿Cuándo vamos a pensar en ser ese muchacho de los panes de los pobres? Es que yo no valgo, es que yo no tengo, es que lo necesito para mí, es que… y cuantas disculpas nos vamos poniendo, porque no nos hemos puesto en camino, porque no hemos ido más allá, porque no hemos subido a la altura, porque seguimos con nuestras rastreras perspectivas. Y seguimos viniendo a la Iglesia, y seguimos de la misma manera; y celebramos la Eucaristía pero se nos queda en un rito que no nos impulsa a algo más; y seguimos diciendo que venimos a comulgar en la Misa, pero no comulgamos con los hermanos; y nos damos la paz ritualmente en la celebración, pero luego no buscamos la manera de llevarnos bien con el vecino o con el pariente con quien no nos hablamos…

Cuánto nos cuesta arrancar, cuánto nos cuesta arrancarnos de nosotros mismos, cuánto nos cuesta hacer Eucaristía de nuestra vida. Seguiremos en los próximos domingos que vienen a ser continuación de este signo de hoy de la multiplicación de los panes.

Vayamos llenando nuestro mundo de las buenas semillas del amor traducido en muchos gestos y en cosas concretas, y poco a poco iremos haciendo que nuestro mundo sea mejor

 


Vayamos llenando nuestro mundo de las buenas semillas del amor traducido en muchos gestos y en cosas concretas, y poco a poco iremos haciendo que nuestro mundo sea mejor

Jeremías 7,1-11; Salmo 83;  Mateo 13,24-30

Cada mañana cuando despierto me gusta quedarme soñando, sí, sueño con lo que quisiera que fuera mi día, es de alguna manera la oración que elevo a Dios pidiendo por la bondad de ese día y cómo podría yo vivirlo con intensidad; es también el deseo que expresaré luego en mi saludo a mis amigos a través de las redes sociales; mis sueños quieren ver un mundo maravilloso, donde todos podamos ser felices, donde nos entendamos y nos mantengamos unidos, donde todos trabajemos por la paz y por el desarrollo de ese mundo; un mundo de utopía pueden decirme algunos, pero necesitamos soñar, necesitamos creemos que en verdad podamos vivir en un mundo mejor y todos podemos poner nuestro granito de arena para que eso sea posible.

Pero bien sabemos que luego la realidad es distinta, porque aparecerán las sombras, porque aparecen nuestras maldades y nuestros egoísmos, porque aparecen las ambiciones que nos llenan de violencias para conseguirlas. Y no es que eso nos venga de fuera, nos venga de otros – que también vendrá – sino que todo eso está naciendo también en nuestro corazón cuando lo dejamos llenar de sombras y de muerte.

¿Qué hacer? ¿Destruirlo todo porque se ha llenado de maldad? O como pensamos tantas veces cuando nos quejamos de las injusticias que vemos en el mundo y que hacen sufrir a tantas personas, ¿por qué no los quitamos de en medio y todo ese mal desaparecerá?  Pero es que no podemos pensar solo en el mal que podamos ver hacer a los demás, sino que tenemos que pensar en nosotros mismos que también nos dejamos muchas veces arrastrar por ese mal. Paciencia tiene Dios con nosotros que siempre está esperando que demos ese paso bueno que nos haga mejores.

De esto nos está hablando Jesús hoy en la parábola. El buen hombre soñaba también en poder recoger una buena cosecha y con esos buenos deseos sembró su tierra con buena semilla. Pero pronto apareció la cizaña que todo lo llenaba de maleza y maleaba aquella posible buena cosecha. Por allá andan aquellos buenos criados de buena voluntad, que quieren ir a arrancar la cizaña planta a planta para liberar a la buena semilla allí plantada. Pero el amo les decía que dejara que crecieran juntas, que a la hora de la cosecha ya se encargaría de que separaran una de otra para quemar las malas hierbas, pero la buena cosecha guardarla en el granero. Es la paciencia de Dios.

Así andamos en la vida, queremos ser buenos, queremos hacer las cosas bien, también soñamos en cuantas cosas buenas podríamos hacer, soñamos cómo podemos hacer que nuestras comunidades sean más vivas, que nuestro mundo sea mejor, que desaparezcan tantas violencias y enemistades, pero nos encontramos envueltos en un mundo de violencias, de egoísmos, de rencores y gente que no se perdona, de tantas insolidaridades que nos encierran en nosotros mismos y enturbian nuestra mirada.

Y es ahí donde tenemos que estar; es ahí donde tenemos que manifestar que nosotros tenemos otras metas y otros ideales, que otros son nuestros principios, que creemos de verdad que si ponemos un poco más de amor y de comprensión las cosas marcharían mejor, que no nos podemos cegar pensando solo en nosotros mismos, en nuestros beneficios, sino que tenemos que abrir nuestra mirada y nuestro corazón a ese mundo que necesita de nuestra mano de amor.

No siempre los cristianos estamos llevando a término nuestro compromiso, y también nos echamos para detrás, también nos dejamos envolver por esas maneras de pensar, y ya es hora que despertemos, que demos ese testimonio que el mundo necesita. Vayamos llenando nuestro mundo de las buenas semillas del amor que se tienen que traducir en muchos gestos y en muchas cosas concretas, y poco a poco iremos haciendo que nuestro mundo sea mejor.

viernes, 26 de julio de 2024

Que la semilla haga surgir un brote nuevo que nos llene de esperanza, sea comienzo de un jardín florido y de un huerto de la vida lleno de hermosos frutos

 


Que la semilla haga surgir un brote nuevo que nos llene de esperanza, sea comienzo de un jardín florido y de un huerto de la vida lleno de hermosos frutos

Jeremías 3, 14-17; Jer 31, 10. 11-12ab. 13; Mateo 13, 18-23

Hace una semanas en la terraza de mi casa, porque no tengo huerto donde hacerlo, en una maceta en la que ya había otra planta sembré unas cuantas semillas; pasó un tiempo que podríamos llamar de silencio en que parecía que nada brotaba y podía ser infructuoso aquel sembrado, pero pasados unos días comenzaron a romper la tierra unos brotes de algunas de aquellas semillas que habían germinado, otras parece que no lo lograron, y ahora poco a poco aquellas plantitas, aun minúsculas, van creciendo y tomando forma hasta que en su momento trasplante aquellas plantas que ya tengan fortaleza en sus raíces para que puedan desarrollarse y darme los frutos que deseo.

Una minúscula semilla de la que brotará una planta que con su desarrollo posterior va alegrarme con sus flores y en su día con sus frutos el patio de mi casa. Cuanta virtualidad de vida posee en sí misma una semilla si le damos la oportunidad de germinar y con los cuidados correspondientes luego desarrollarse y crecer. De eso nos está hablando Jesús cuando nos propuso, como escuchamos hace unos días, la parábola de la semilla que el sembrador sembró en los diferentes campos. Hoy los discípulos cercanos a Jesús le han preguntado por el sentido de la parábola pidiéndole que se las explique para poder aplicar su mensaje a la vida.

No es simplemente una historia bonita y ejemplar, pero sí es una imagen que nos lleva a interrogarnos por dentro sobre lo que nosotros hacemos con la semilla. Algunas veces no germina, otras ni siquiera le damos la oportunidad de quedar enterrada en el suelo porque el viento se la lleva o los pajarillos se la comen, otras veces aunque germine no podrá prosperar porque no encuentra ni el terreno adecuado y los necesarios cuidados. Cada día humedecía yo la tierra de la maceta porque que la semilla tuviera la necesaria humedad para germinar, pero he dejado de seguir humedeciendo la tierra para que los calores del estío no seque sus raíces y sus hojas y pueda seguir manteniéndose con vida, a su tiempo cuidaré de escardar los yerbajos que puedan nacer a su alrededor para que no la ahoguen y la abonaré para que pueda crecer con fortaleza para que un día me de sus flores y sus frutos.

Nos dice Jesús hoy que la semilla es la Palabra, esa Palabra que Dios nos regala, esa Palabra que sale del corazón de Dios pero que tiene que encontrar un corazón en el que germine y eche raíces para que pueda en verdad transformar nuestra vida. ¿Habremos puesto una coraza alrededor del corazón para que no pueda penetrar en él esa semilla, o acaso lo habremos endurecido tanto que no encontrará esa tierra buena en la que ahondar con sus raíces?

La semilla en sí tiene su virtualidad de vida; la Palabra que sale del corazón de Dios también está llena de vida y lo que Dios quiere es que produzca fruto en nosotros. De nosotros, entonces, depende ahora el fruto que produzca en nuestra vida. Dios respeta siempre nuestra libertad y somos nosotros los que hemos de dar respuesta, somos nosotros lo que hemos de preparar esa tierra buena de nuestro corazón quitando esos abrojos de nuestras rutinas, de nuestras viejas costumbres, de nuestra frialdad que termina por endurecer nuestro corazón, de tantos apegos que ocupan todo nuestro corazón sin dejar lugar para que esa semilla se enraicé en nosotros para que pueda brotar una nueva vida. Es lo que nos está explicando Jesús de la parábola cuando los discípulos le preguntan.

Ese brote nuevo que puede surgir a lo más mínimo en nuestro corazón nos llena de alegría y esperanza. Es señal de vida, es comienzo de una nueva belleza para nuestra vida, es anticipo de un jardín florido y de un huerto lleno de hermosos frutos.

jueves, 25 de julio de 2024

Dejémonos evangelizar, sorprender por el evangelio que nos abre un camino de solidaridad y de servicio en el mundo concreto que vivimos si podemos beber el cáliz del Señor

 



Dejémonos evangelizar, sorprender por el evangelio que nos abre un camino de solidaridad y de servicio en el mundo concreto que vivimos si podemos beber el cáliz del Señor

 Hechos 4, 33; 5, 12. 27b-33; 12, 2; Salmo 66; 2 Corintios 4, 7-15;  Mateo 20, 20-28

Es la petición confiada y espontánea de una madre llena de amor por sus hijos. ¿Qué no deseará una madre para el futuro de sus hijos? Orgullosa se siente en cada paso que le ve dar en su crecimiento, orgullosa de sus logros y de las metas que va alcanzando, su deseo es verle lleno de poder y de prestigio, capaz lo ve siempre de realizar grandes cosas y siempre andará soñando en las altas cotas que puede alcanzar.

Es, podríamos decir, que ley humana, el deseo de grandeza y de poder, de la forma que sea, aunque se manifieste de diferente manera. Grande quiere ser el niño porque cree que entonces podrá hacer todo lo que quiere o se le antoja; mayor se considera el joven y exige que así se le trate porque ama su independencia, aunque luego haya muchas dependencias de las que no sabrá desligarse; y todos queremos sentirnos poderosos y autosuficientes, tener nuestro prestigio y nuestras cotas de influencia sobre los demás, sentir que no estamos debajo de nadie y así considerarnos poderosos intentando de imponer nuestros criterios, nuestra manera de hacer las cosas. Mal nos sentimos cuando nos vemos mermados y ya no nos podemos imponer, sino que a larga tenemos que depender hasta de quien nos cuide.

Pero volvamos al episodio del evangelio y de la madre que pedía puestos de poder para sus hijos. Habla de un reino que se va a imponer y quiere para ellos los lugares de más poder. Se siente segura en su petición, porque ella cree también tener su manera de influir sobre todo cuando es una madre la que pide para sus hijos.

Jesús escucha en silencio dejando que aparezcan esos deseos y esas ambiciones. Por detrás el resto de los discípulos anda inquieto también, porque ellos también tienen sus aspiraciones y ahora parece que se les adelantan. Jesús solo hace una pregunta. ‘¿Podéis beber el cáliz que yo he de beber?’ La respuesta surge pronto de labios de los hermanos Zebedeos, aunque no sé si serán conscientes de lo que están respondiendo. Es fácil decir ahora ‘podemos’, pero veremos a ver qué es lo que hacen cuando llegue la hora del cáliz. Se quedará dormidos al arrullo de la brisa entre los ramajes de los olivos allá en el huerto; saldrán a la desbandada cuando llegue la hora del prendimiento que vendrá comandado por unos de los discípulos que ha traicionado; cuando comience a derramarse aquel cáliz se encerrarán en el cenáculo, de manera que allí los encontrará el resucitado, porque tienen miedo a los judíos.

Pero Jesús quiere hacerles entender algo de lo que les ha hablado ya en muchas ocasiones y que tanto les cuesta entender a todos. El poder y la grandeza no se manifiesta por el dominio ni la imposición, no se manifiesta en orgullos y vanidades que más bien nos dejarán medio desnudos, no se manifiesta rehuyendo el sacrificio porque no se puede rehuir del amor y del servicio. Ese es el camino nuevo que nos lleva a la mayor grandeza, la generosidad y el servicio, el amor hasta entregarse del todo para olvidarse de uno mismo, el saberse hacer el último y el servidor de todos que es donde se va a manifestar la verdadera grandeza del  hombre.

Por eso les dice Jesús que no será a la manera de los poderes de este mundo. Pero nosotros seguimos sin entenderlo, a la misma iglesia le cuesta seguir ese camino aunque esa sea su predicación y haya muchos que sí den el callo en el servicio; pero aun seguimos buscando tronos y oropeles, adornos rebosantes de riqueza y prestigios a lo humano olvidándonos de lo que nos enseño el mismo Jesús con su ejemplo. Se levantó de la mesa y se ciñó la toalla para ponerse a lavar los pies de los discípulos.

Y me llamáis el Maestro y el Señor, les dirá, pues el Maestro y el Señor se ha puesto por los suelos para lavar los pies, pero a nosotros nos cuesta mirar a la cara a quien nos tiende la mano para pedirnos una ayuda; nos hemos puesto tan elevados que nos cuesta bajar nuestra mirada, porque nos cuesta bajarnos de tronos y de pedestales, despojarnos de mantos y vanidades para ceñirnos bien y descubrir que son los pobres la verdadera riqueza de la Iglesia. Porque Jesús no vino a ser servido sino a servir.

Hoy que estamos celebrando la fiesta del Apóstol Santiago, que tanto significado tiene para nuestra tierra española que según la tradición él vino a evangelizar creo que el mejor mensaje que podemos deducir de esta fiesta es que nosotros nos dejemos evangelizar, nos dejemos sorprender por el evangelio y seamos capaces no solo de decir ‘podemos’, sino asumir con alegría y esperanza ese cáliz que nos ofrece Jesús y nos pone en ese camino de amor y de servicio.

¿Será esa la imagen que nosotros como Iglesia reflejemos ante el mundo que necesita de evangelio?

 

miércoles, 24 de julio de 2024

Diferente es el terreno donde cae la semilla porque así lo quiere el Señor con la esperanza de que un día demos fruto

 


Diferente es el terreno donde cae la semilla porque así lo quiere el Señor con la esperanza de que un día demos fruto

Jeremías 1,1.4-10; Salmo 70; Mateo 13,1-9

Comenzaré por decir que cada uno somos una clase de terreno distinta donde hacer la siembra; no se trata de que seamos más buenos o más malos; es la característica de lo somos, diferentes, con nuestros valores personales, con nuestros sueños y aspiraciones, con nuestras flaquezas y debilidades que nos hacen tropezar, con nuestros problemas contra los que tenemos que luchar, con nuestras rutinas y costumbres, con nuestra historia personal llena de aciertos y de fracasos, de penas y de alegrías, de frustraciones y de esperanzas, de la gente que nos rodea cada día y de aquellos que al relacionarse con nosotros van dejando su impronta y su influencia. Y por esa tierra pasará el sembrador echando a voleo la semilla. Porque el sembrador sabiendo incluso que la semilla puede encontrar diferentes respuestas, ahí, en nosotros, quiere sembrarla.

Es la parábola que hoy nos ofrece el evangelio. Muchas veces, no sé si excesivamente, cargamos en lo negativo de esas diferentes tierras resaltando mucho la dificultad de que esa semilla enraíce o no en esa tierra para que un día pueda dar fruto. Yo quiero pensar que Dios que conoce bien de qué tierra estamos hechos cada uno de nosotros, sigue confiando y en esos diferentes terrenos sigue desparramando su semilla. ¿Diferentes las cosechas? Veremos que incluso en la tierra buena, que es más factible que produzca buenos frutos, lo recogido tiene cantidades diferentes porque una tierra dio el ciento por uno, pero otras buenas tierras solo dieron el sesenta o el treinta.

Y por aquí quisiera yo coger el meollo de la parábola que nos ofrece hoy Jesús en el evangelio. Muchas veces la hemos meditado y rumiado en el corazón; siempre está ahí esa riqueza nueva que nos ofrece cada día la Palabra de Dios. No nos la podemos dar por sabida, porque entonces no sería evangelio para nosotros. Es evangelio porque es noticia y noticia buena que ahora, hoy, en este momento estamos recibiendo de parte de Dios. Si le quitamos eso, le quitamos todo su sentido, y se quedaría en una palabra bonita, en un bonito ejemplo, en una página ejemplar, en la belleza de sus palabras y poesía. Pero nosotros buscamos algo más.

Insisto en lo que hemos venido considerando de los diferentes terrenos que somos cada uno de los que lo escuchamos. Ni más malos ni más buenos, sino con nuestra realidad- Y en el terreno de esa realidad se siembra la Palabra de Dios. Cada uno tenemos nuestras piedras o nuestros abrojos, cada uno mostraremos en un momento determinado la dureza de nuestro corazón y la sequedad del terreno – no siempre nos encontramos en el mismo grado de fervor – y nos mostraremos también con esos aspectos buenos, esos buenos momentos de mayor fervor o de mayor apertura del corazón. Y eso lo conoce el sembrador, eso lo conoce Dios y a nosotros en esa realidad quiere llegar con su semilla.

Con humildad tenemos que reconocer nuestra situación, que además no siempre es la misma; no podemos catalogarnos con eso de que siempre soy así, porque no siempre soy de la misma manera; las circunstancias que vivimos en cada momento nos marcan nuestros estados de ánimo y nuestras respuestas. Empezar por esa humildad de reconocernos en nuestra realidad es el primer paso para labrar ese terreno; si nos falta esa humildad entonces sí que se volverá más endurecido e infecundo.

Abramos, sí, ese nuestro corazón herido, marcado por muchas cicatrices que la vida ha ido dejando en él, muchas veces encallecido o con la costra de nuestras rutinas o nuestra tibieza, muchas veces también frío e insensible porque nos parece que ya lo que queremos es pasar de todo, y dejemos que esa semilla comience a germinar en él y vaya echando raíces con la esperanza de que brote firme la nueva planta que un día produzca sus frutos. Es el Señor que quiere enraizarse en nuestro corazón tal como es o tal como está. El Señor puede realizar maravillas en nosotros.

martes, 23 de julio de 2024

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí

 


Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí

Gálatas 2, 19-20; Salmo 33; Juan 15, 1-8

Permanece el que se mantiene en su sitio, en la labor que le han encomendado o en la misión que ha asumido; permanece el que no abandona, el que es constante, el que se mantiene fiel; permanece el que no tiene miedo a los embates porque los afronta con valentía y lucha por salir adelante; permanece el que es fiel a su palabra y a sus compromiso, el que no mira atrás con viejas añoranzas sino que sigue buscando la meta hasta alcanzarla.

Como la semilla ha de permanecer enterrada para que germine, como las plantas que han de ser cuidadas a su tiempo para esperar a que un día den fruto, como el sarmiento tiene que estar bien injertado en la cepa para que no se seque y muere y un día nos produzca hermosos racimos, como toda planta tiene que permanecer unida a su raíz para extraer de la tierra aquello que un día le hará producir, como se mantienen unidos los amigos en una amistad que crece y crece y no se acaba, como se mantienen fieles los que se aman para lograr esa verdadera comunión de vida… podríamos seguir diciendo muchas cosas más de lo que es permanecer.

De eso nos está hablando hoy Jesús en el evangelio, precisamente tomando la imagen de la naturaleza, de la vida y de los sarmientos que han de permanecer unidos para que un día puedan darnos hermosos frutos. Y así nos viene a decir Jesús: ‘Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí’. Viene a decirnos, entonces, que tenemos que permanecer unidos a El.

¡Qué importante lo que nos dice Jesús y con qué facilidad lo olvidamos! No es precisamente la constancia la virtud que más cultivamos; nos cansamos pronto de todo, hasta de lo mejor y más sabroso, porque queremos novedades. Creer en Jesús no es solo un día hacer una profesión de fe y luego vivir nuestra vida a nuestra manera. No nos basta decir cosas bonitas. Somos fáciles para ello, pero tenemos que recapacitar porque al mismo tiempo somos bien débiles y muy inconstantes.

Pedro fue capaz de decir cosas maravillosas de Jesús que mereció incluso la alabanza de Jesús; hubo momentos en que decía que estaba dispuesto a todo por Jesús hasta el dar su vida; llegaría a decir que a donde iban a ir si solo Jesús tenía palabras de vida eterna, pero bien sabemos que aunque el espíritu está pronto la carne es débil. Conocemos el pecado de Pedro, la negación de Jesús. Pero conocemos una cosa importante también, supo levantarse, supo rehacer su vida, supo volver a su amor primero que a pesar de las negaciones y debilidades seguía ardiendo en su corazón. ‘Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo’, le respondería a Jesús.

Creo que este testimonio de Pedro que estamos recordando nos viene bien para despertarnos y aprender a permanecer; a permanecer en nuestra fe a pesar de nuestras dudas; a permanecer en el camino aunque muchas veces se nos haga difícil; a permanecer en nuestro compromiso y fidelidad aunque sean muchos los cantos de sirena que escuchemos de un lado y otro y pretendan distraernos; a permanecer en el amor aunque muchas veces parezca que se nos debilita, o aunque veamos cosas en los demás que no nos agraden, aunque podamos incluso sufrir decepciones y rechazos, porque es en ese amor donde nos sentiremos de verdad llenos de Dios.

‘Sin mí no podéis hacer nada’, nos dice Jesús. Por eso necesitamos estar unidos a El; y permaneceremos unidos a El si cultivamos nuestra vida interior, si crecemos en el espíritu de oración, si abrimos la tierra de nuestro corazón para se siembre continuamente la Palabra de Dios, si queremos limpiarnos y purificarnos cuantas veces sea necesario a causa de nuestras debilidades en los sacramentos, si nos mantenemos en comunión con los hermanos porque es una forma de permanecer en el amor y permanecer unidos a Jesús.

Qué importante es permanecer, nuestra constancia y perseverancia, nuestra fidelidad y nuestro amor, nuestras ganas de seguir caminando y de levantarnos una y otra vez de nuestras caídas. Fijémonos cuantas veces emplea Jesús la palabra permanecer en este corto texto del evangelio que hoy se nos ofrece.


lunes, 22 de julio de 2024

En medio del torbellino de la vida que nos deja confundidos sepamos escuchar la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre y nos envía a dar una buena noticia

 


En medio del torbellino de la vida que nos deja confundidos sepamos escuchar la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre y nos envía a dar una buena noticia

Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Salmo 62; Juan 20, 1-2. 11-18

¿Cómo reaccionamos o cómo actuamos cuando se nos confía que hemos de trasmitir una noticia a alguien? Seguramente intentaremos buscar las mejores palabras para hacer esa comunicación, sobre todo si son noticias graves o desagradables. Nos vemos en una tesitura de la que querríamos liberarnos, repito, si son noticias no buenas, que pueden producir dolor en alguien o un impacto grande en su vida, y es como si quisiéramos retardar el momento de comunicarla, aunque normalmente las noticias vuelan y siempre encontrarán camino. Cuando las noticias son buenas nos sentimos gozosos de poder trasmitirlas, y nos daremos prisa por llegar allí donde hemos de llevar tales noticias. Y sobre todo cuando es después de que hayamos tenido algún tipo de experiencia que también haya producido gran impacto en nosotros.

María Magdalena tenía una buena noticia que comunicar a los discípulos de parte de Jesús. ‘María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto’. Ella había vivido una experiencia muy grande. Como fiel discípula había estado al pie de la cruz en el momento de la muerte de Jesús, con María y otras mujeres. Con atención había observado donde habían colocado el cuerpo de Jesús en aquel sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado, sin poder realizar los correspondientes ritos funerarios por el inicio del sábado a la caída del sol del viernes. Pasado el sábado, el primer día de la semana había venido con las otras mujeres al sepulcro, pero se habían encontrado la piedra corrida y allí no estaba el cuerpo de Jesús.

Ciega de amor se había quedado a la entrada del sepulcro preguntándose y preguntando a todos quien se había llevado el cuerpo de Jesús, donde estaba, que ella se encargaría de volverlo a traer. Ciega de amor en su dolor había confundido a quien le hablaba con el jardinero, pero solo cuando oyó su nombre en los labios de Jesús se le abrieron los ojos, como en un nuevo milagro, para reconocer la presencia de Jesús resucitado. Y El le había confiado una misión que había de anunciar a los hermanos. Lo que ahora estaba haciendo. ‘He visto al Señor y ha dicho esto’. Primera que trae la Buena Noticia de Cristo resucitado, primera misionera y evangelizadora.

Mucho hemos meditado estos pasajes del evangelio que hoy de nuevo se nos proponen porque celebramos su fiesta, Santa María Magdalena. Pero la celebración de su fiesta está lanzándonos unos retos. También tenemos que ser misioneros y evangelizadores. Decimos que tenemos una fe porque también nosotros en nuestra vida hemos tenido la experiencia de la presencia de Jesús en nosotros. A nuestro encuentro nos ha salido el Señor también en medio de nuestras dudas y nuestras luchas, en nuestras angustias o en nuestros sufrimientos, en los interrogantes que muchas veces nos plantea la vida y donde también nos encontramos ciegos y desorientados haciéndonos muchas preguntas que parece que no tienen sentido, pero que sin embargo nos duelen por dentro. ¿Nos estaremos quedando también llorosos o angustiados por tantos sin sentidos de la vida a la puerta de un sepulcro vacío?

Cuántas confusiones se nos arman en nuestro espíritu, en nuestro corazón, en las cosas que hacemos, en las cosas que se nos van planteando y nos quedamos como paralizados y ciegos sin saber qué caminos hemos de tomar. ¿No tendríamos que reavivar de nuevo esas bonitas experiencias de fe que en tantos momentos hemos vivido y que quizás hemos dejado en el olvido con el paso del tiempo? No nos podemos quedar a la puerta de un sepulcro vacío buscando todavía signos de muerte cuando han brillado en nuestro camino tantos signos luminosos de vida. Por eso, digo, tenemos que reavivar nuestra fe, tenemos que traer a la memoria esos buenos momentos vividos, esas experiencias profundas del alma para que se revitalice nuestra fe.

En medio de todo ese ruido de la vida que nos confunde tenemos que saber hacer el silencio que nos permita escuchar esa voz de Dios que nos llama por nuestro nombre. Dejemos que se estremezca de nuevo nuestra alma, y seguro que saldremos corriendo para ir a llevar la noticia, la buena noticia a los demás.

domingo, 21 de julio de 2024

Encontremos ese momento para estar con Jesús, escucharle en nuestro corazón, disfrutar de su presencia, sentirnos renovados en el espíritu porque El está con nosotros

 


Encontremos ese momento para estar con Jesús, escucharle en nuestro corazón, disfrutar de su presencia, sentirnos renovados en el espíritu porque El está con nosotros

Jeremías 23, 1-6; Sal. 22; Efesios 2, 13-18; Marcos 6, 30-34

‘Mira, estás estresado, estas viviendo una tensión muy fuerte, mejor te vas unos días a descansar y luego hablamos’, quizás hemos dicho alguna vez a alguien que venía con sus agobios y problemas, no sabíamos por donde hacer algo por él, y pensamos que lo mejor es que tuviera ese tiempo de descanso para que él mismo se aclarara y luego poder hablar para encontrar soluciones. Es lo que le dice el padre al hijo que está viviendo un momento malo y no hay por donde hablar, y le dice ‘vete, duerme esta noche, y mañana estarás más tranquilo y podemos hablar’. Muchos ejemplos de situaciones así podíamos seguir poniendo en las relaciones de la pareja y del matrimonio, en los problemas de los amigos, en la tensión del trabajo cuando las cosas no salen y parece que todo puede ir al fracaso.

¿Es esa la solución y los protocolos técnicos que podamos tener para esos casos? Nos hablarán los sicólogos, nos hablaran los asistentes sociales, los consejeros matrimoniales, los asesores en recursos humanos… para todo tenemos protocolos y respuestas, que en esta reflexión no entro a valorar.

Solo quiero fijarme en este pasaje del evangelio que este domingo se nos propone. Jesús había enviado a los discípulos a hacer el anuncio del Reino e incluso les había dado autoridad, como en otros momentos hemos reflexionado, para curar enfermos y para expulsar demonios. Es el regreso de la misión que Jesús les había encomendado, vienen contentos por lo que han realizado en nombre de Jesús, pero sabe El que después de aquella actividad necesitan un descanso. Además eran tantos los que iban y venían que nos les daban tiempo ni para comer. ‘Vamos a un sitio aparte, a un lugar desierto, para descansar’.

¿Tú, duerme y descansa ahora que luego hablamos? No es eso lo que quiere Jesus. ‘Vamos’, dice, porque El va con ellos; vamos a un lugar apartado, pero será un lugar, al menos es lo que pretende, donde podamos estar juntos, donde podamos disfrutar de nuestro descansa, donde podamos tener tiempo de compartir. Vamos, que yo estaré con nosotros.

Podíamos recordar otro pasaje del evangelio donde Jesus invita a los que están cansados y agobiados a ir con El, porque en El encontrarán su descanso, a ir con El, porque de su mansedumbre han de aprender para mantener la paz en el corazón, porque en El nos vamos a sentir fuertes frente a todos los embates, frente a todos los agobios y carreras, frente a todas las luchas que habremos de mantener, porque no es que no nos dejen ni comer, es que no nos dará cuartel ni descanso ese mundo que tenemos enfrente y del que no nos podemos desentender.

No es el descanso solo de meternos dentro de nosotros mismos y quizás querer olvidarnos de todo, es el descanso de estar con Jesus porque en El encontraremos la fuerza que necesitamos, recargamos nuestras pilar como decimos tantas veces; pero no es algo externo que venga a nosotros sino que será Dios mismo el que estará dentro de nosotros; es inundarnos de Dios, dejarnos empapar de Dios y de su Palabra, dejarnos conducir por Dios porque su espíritu estará con nosotros inspirando y haciendo nueva nuestra vida. El es nuestra paz, como nos decía san Pablo. El es el Pastor que en verdes praderas nos hace recostar y repara nuestras fuerzas, como decíamos en el Salmo.

No es aislarnos para nadie nos moleste, mientras resolvemos nuestras cosas, sino abrir nuestro espíritu de manera distinta para que sea el espíritu de Dios el que inhabite en nosotros; no es aislarnos para olvidarnos de ese mundo que nos rodea con sus problemas y con sus aspiraciones, sino aprender a tener una mirada distinta para conocerlo mejor y para también para mejor darle una respuesta. Solo lo podremos haces desde Dios, solo lo podremos hacer si aprendemos a hacerlo con la mirada de Dios.

En aquella travesía que hicieron entonces los discípulos con Jesus para encontrar aquel lugar apartado y de silencio no tuvieron tiempo de muchas cosas, porque al llegar a aquel sitio se encontraron que ese mundo estaba esperándolos. Y Jesús no se desentiende, se puso a enseñarles y a curar a sus enfermos; y los discípulos tuvieron ya con la fuerza de lo que habían estado con Jesús que comenzar a realizar también su tarea. Ya escucharemos en próximos domingos la continuación de este relato del evangelio.

Quedémonos aquí, o mejor, vayamos con Jesús, porque El quiere que estemos con El. Encontremos, sí, ese momento para estar con Jesus, para escucharle en nuestro corazón, para disfrutar de su presencia, para sentirnos renovados en el espíritu porque sabemos que El está con nosotros.

Que el domingo, día del Señor, día para ir y estar con el Señor de manera especial como El nos llama, sepamos aprovecharlo; no lo convirtamos en un cumplimiento que despachamos en unos minutos; mucho más tendría que ser nuestro encuentro con el Señor y su Palabra en la Eucaristía dominical, el prepara para nosotros una mesa, nos unge con perfume y nos ofrece una copa que rebosa. ¿Sabremos disfrutar de ese banquete del Señor que nos ofrece el Señor? Es mucho más que los protocolos de la vida nos puedan ofrecer.