lunes, 22 de julio de 2024

En medio del torbellino de la vida que nos deja confundidos sepamos escuchar la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre y nos envía a dar una buena noticia

 


En medio del torbellino de la vida que nos deja confundidos sepamos escuchar la voz de Jesús que nos llama por nuestro nombre y nos envía a dar una buena noticia

Cantar de los Cantares 3, 1-4b; Salmo 62; Juan 20, 1-2. 11-18

¿Cómo reaccionamos o cómo actuamos cuando se nos confía que hemos de trasmitir una noticia a alguien? Seguramente intentaremos buscar las mejores palabras para hacer esa comunicación, sobre todo si son noticias graves o desagradables. Nos vemos en una tesitura de la que querríamos liberarnos, repito, si son noticias no buenas, que pueden producir dolor en alguien o un impacto grande en su vida, y es como si quisiéramos retardar el momento de comunicarla, aunque normalmente las noticias vuelan y siempre encontrarán camino. Cuando las noticias son buenas nos sentimos gozosos de poder trasmitirlas, y nos daremos prisa por llegar allí donde hemos de llevar tales noticias. Y sobre todo cuando es después de que hayamos tenido algún tipo de experiencia que también haya producido gran impacto en nosotros.

María Magdalena tenía una buena noticia que comunicar a los discípulos de parte de Jesús. ‘María la Magdalena fue y anunció a los discípulos: He visto al Señor y ha dicho esto’. Ella había vivido una experiencia muy grande. Como fiel discípula había estado al pie de la cruz en el momento de la muerte de Jesús, con María y otras mujeres. Con atención había observado donde habían colocado el cuerpo de Jesús en aquel sepulcro nuevo donde nadie había sido enterrado, sin poder realizar los correspondientes ritos funerarios por el inicio del sábado a la caída del sol del viernes. Pasado el sábado, el primer día de la semana había venido con las otras mujeres al sepulcro, pero se habían encontrado la piedra corrida y allí no estaba el cuerpo de Jesús.

Ciega de amor se había quedado a la entrada del sepulcro preguntándose y preguntando a todos quien se había llevado el cuerpo de Jesús, donde estaba, que ella se encargaría de volverlo a traer. Ciega de amor en su dolor había confundido a quien le hablaba con el jardinero, pero solo cuando oyó su nombre en los labios de Jesús se le abrieron los ojos, como en un nuevo milagro, para reconocer la presencia de Jesús resucitado. Y El le había confiado una misión que había de anunciar a los hermanos. Lo que ahora estaba haciendo. ‘He visto al Señor y ha dicho esto’. Primera que trae la Buena Noticia de Cristo resucitado, primera misionera y evangelizadora.

Mucho hemos meditado estos pasajes del evangelio que hoy de nuevo se nos proponen porque celebramos su fiesta, Santa María Magdalena. Pero la celebración de su fiesta está lanzándonos unos retos. También tenemos que ser misioneros y evangelizadores. Decimos que tenemos una fe porque también nosotros en nuestra vida hemos tenido la experiencia de la presencia de Jesús en nosotros. A nuestro encuentro nos ha salido el Señor también en medio de nuestras dudas y nuestras luchas, en nuestras angustias o en nuestros sufrimientos, en los interrogantes que muchas veces nos plantea la vida y donde también nos encontramos ciegos y desorientados haciéndonos muchas preguntas que parece que no tienen sentido, pero que sin embargo nos duelen por dentro. ¿Nos estaremos quedando también llorosos o angustiados por tantos sin sentidos de la vida a la puerta de un sepulcro vacío?

Cuántas confusiones se nos arman en nuestro espíritu, en nuestro corazón, en las cosas que hacemos, en las cosas que se nos van planteando y nos quedamos como paralizados y ciegos sin saber qué caminos hemos de tomar. ¿No tendríamos que reavivar de nuevo esas bonitas experiencias de fe que en tantos momentos hemos vivido y que quizás hemos dejado en el olvido con el paso del tiempo? No nos podemos quedar a la puerta de un sepulcro vacío buscando todavía signos de muerte cuando han brillado en nuestro camino tantos signos luminosos de vida. Por eso, digo, tenemos que reavivar nuestra fe, tenemos que traer a la memoria esos buenos momentos vividos, esas experiencias profundas del alma para que se revitalice nuestra fe.

En medio de todo ese ruido de la vida que nos confunde tenemos que saber hacer el silencio que nos permita escuchar esa voz de Dios que nos llama por nuestro nombre. Dejemos que se estremezca de nuevo nuestra alma, y seguro que saldremos corriendo para ir a llevar la noticia, la buena noticia a los demás.

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