miércoles, 24 de julio de 2024

Diferente es el terreno donde cae la semilla porque así lo quiere el Señor con la esperanza de que un día demos fruto

 


Diferente es el terreno donde cae la semilla porque así lo quiere el Señor con la esperanza de que un día demos fruto

Jeremías 1,1.4-10; Salmo 70; Mateo 13,1-9

Comenzaré por decir que cada uno somos una clase de terreno distinta donde hacer la siembra; no se trata de que seamos más buenos o más malos; es la característica de lo somos, diferentes, con nuestros valores personales, con nuestros sueños y aspiraciones, con nuestras flaquezas y debilidades que nos hacen tropezar, con nuestros problemas contra los que tenemos que luchar, con nuestras rutinas y costumbres, con nuestra historia personal llena de aciertos y de fracasos, de penas y de alegrías, de frustraciones y de esperanzas, de la gente que nos rodea cada día y de aquellos que al relacionarse con nosotros van dejando su impronta y su influencia. Y por esa tierra pasará el sembrador echando a voleo la semilla. Porque el sembrador sabiendo incluso que la semilla puede encontrar diferentes respuestas, ahí, en nosotros, quiere sembrarla.

Es la parábola que hoy nos ofrece el evangelio. Muchas veces, no sé si excesivamente, cargamos en lo negativo de esas diferentes tierras resaltando mucho la dificultad de que esa semilla enraíce o no en esa tierra para que un día pueda dar fruto. Yo quiero pensar que Dios que conoce bien de qué tierra estamos hechos cada uno de nosotros, sigue confiando y en esos diferentes terrenos sigue desparramando su semilla. ¿Diferentes las cosechas? Veremos que incluso en la tierra buena, que es más factible que produzca buenos frutos, lo recogido tiene cantidades diferentes porque una tierra dio el ciento por uno, pero otras buenas tierras solo dieron el sesenta o el treinta.

Y por aquí quisiera yo coger el meollo de la parábola que nos ofrece hoy Jesús en el evangelio. Muchas veces la hemos meditado y rumiado en el corazón; siempre está ahí esa riqueza nueva que nos ofrece cada día la Palabra de Dios. No nos la podemos dar por sabida, porque entonces no sería evangelio para nosotros. Es evangelio porque es noticia y noticia buena que ahora, hoy, en este momento estamos recibiendo de parte de Dios. Si le quitamos eso, le quitamos todo su sentido, y se quedaría en una palabra bonita, en un bonito ejemplo, en una página ejemplar, en la belleza de sus palabras y poesía. Pero nosotros buscamos algo más.

Insisto en lo que hemos venido considerando de los diferentes terrenos que somos cada uno de los que lo escuchamos. Ni más malos ni más buenos, sino con nuestra realidad- Y en el terreno de esa realidad se siembra la Palabra de Dios. Cada uno tenemos nuestras piedras o nuestros abrojos, cada uno mostraremos en un momento determinado la dureza de nuestro corazón y la sequedad del terreno – no siempre nos encontramos en el mismo grado de fervor – y nos mostraremos también con esos aspectos buenos, esos buenos momentos de mayor fervor o de mayor apertura del corazón. Y eso lo conoce el sembrador, eso lo conoce Dios y a nosotros en esa realidad quiere llegar con su semilla.

Con humildad tenemos que reconocer nuestra situación, que además no siempre es la misma; no podemos catalogarnos con eso de que siempre soy así, porque no siempre soy de la misma manera; las circunstancias que vivimos en cada momento nos marcan nuestros estados de ánimo y nuestras respuestas. Empezar por esa humildad de reconocernos en nuestra realidad es el primer paso para labrar ese terreno; si nos falta esa humildad entonces sí que se volverá más endurecido e infecundo.

Abramos, sí, ese nuestro corazón herido, marcado por muchas cicatrices que la vida ha ido dejando en él, muchas veces encallecido o con la costra de nuestras rutinas o nuestra tibieza, muchas veces también frío e insensible porque nos parece que ya lo que queremos es pasar de todo, y dejemos que esa semilla comience a germinar en él y vaya echando raíces con la esperanza de que brote firme la nueva planta que un día produzca sus frutos. Es el Señor que quiere enraizarse en nuestro corazón tal como es o tal como está. El Señor puede realizar maravillas en nosotros.

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