sábado, 13 de enero de 2024

Muchos chips tendremos que cambiar en nuestro interior si en verdad queremos ser los discípulos de Jesús

 


Muchos chips tendremos que cambiar en nuestro interior si en verdad queremos ser los discípulos de Jesús

1Samuel 9, 1-4. 17-19; 10, 1ª; Sal 20;  Marcos 2, 13-17

Mira que miramos – valga la redundancia – con quien nos juntamos, quienes consideramos del círculo de nuestros amigos. Nos solían decir ‘mira con quien andas y te diré quien eres’, para evitar mezclarnos con gente de mala sombra; no con cualquiera queremos juntarnos, y como en la vida nos vamos encontrando y relacionarnos con toda clase de personas, ya andamos con cuidado de que no nos vean con cualquiera. Por aquello que dice el refrán de quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija. Y es lo que queremos buscar buena sombra.

Yo no sé ustedes que me están leyendo esta reflexión, con qué tipo de personas nos juntamos, pero es cierto que es algo que en algunos sectores se tiene muy en cuenta, y es lo que nos decían nuestros padres que no anduviéramos con malas compañías. ¿Y qué hacemos si no sabemos con quien juntarnos?

Pero esto no es nuevo, porque hoy en el evangelio algunos andan criticando a Jesús porque se rodea de malas compañías. Y comenzamos por ver a aquellos que va escogiendo y llamando para que anden con El y sean ese primer grupo fundamente de la Iglesia que ha de fundar. No se ha destacado Jesús por buscar lumbreras, gentes de alta inteligencia y mucha preparación.

Hemos ido viendo que los primeros que escoge y llama son unos rudos pescadores de aquel lago de Tiberíades o mar de Galilea.  Pedro, Andrés, Santiago y su hermano Juan son unos sencillos pescadores, veremos luego que entre los doce escogidos para ser los apóstoles hay algunos Celotes, que podríamos decir que son los independistas, los que de una forma o de otra luchaban contra la dominación romana.

Hoy va a llamar a uno versado en números y cuentas, pero que además forma parte de aquel grupo que todos desprecian por su oficio de recaudador de impuestos y por la fama de usureros que tenían en sus prestamos a los que se veían necesitados de dinero, un publicano como todos los llaman.

Es el eje del relato de hoy  porque cuando Jesús pasa junto a la garita donde está aquel publicano, Leví, Jesús lo invita a seguir y prontamente él se va con Jesús. Celebrará luego un banquete en su casa donde están todos sus amigos, pero al que invita también a Jesús y a los primeros discípulos que le siguen por todas partes.

Pero ahí aparece la reacción de los ‘hombres de bien’, los del grupo de los fariseos cumplidores en exceso y al que solían pertenecer también los maestros de la ley. Aquellos tan puritanos que se lavaban mil veces las manos para que ninguna impureza entrase en sus corazones, ahora se extrañan de ver comer al Maestro de Nazaret en la misma mesa que todo aquel variopinto grupo donde están también los publicanos y los pecadores. ‘¿Cómo es que come con publícanos y pecadores?’ será la pregunta que se hacen, pero que runruneando harán llegar a los discípulos que siguen a Jesús y hasta los mismos oídos de Jesús.

‘No necesitan médico los sanos, sino los enfermos’, será el comentario de Jesús. Ha venido por todos porque ninguno estamos sanos, todos lo necesitamos, incluso aquellos que por allí andan runruneando. ‘No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores’. Podríamos decir en buena lógica que los justos no lo necesitarían, ¿pero quien es el justo de verdad? En otra ocasión solamente dirá que ‘el que esté sin pecado, que tire la primera piedra’. Y Jesús estará allí donde hay un pecador que lo necesita. ‘Misericordia quiero y no sacrificio’, dirá en otro momento y nos invitará a que seamos compasivos y misericordiosos como lo es nuestro Padre del cielo.

Muchos chips tendremos que cambiar en nuestro interior si en verdad queremos ser los discípulos de Jesús. Distintos tienen que ser los vientos que soplen en nuestra alma, porque otras tienen que ser las direcciones que hemos de tomar. Otra tiene que ser la apertura que tengamos en el corazón.

viernes, 12 de enero de 2024

Hay parálisis que nos impiden arriesgarnos a algo nuevo, a iniciativas y tareas nuevas, entramos en la rutina de lo de siempre y no somos capaces de romper moldes

 


Hay parálisis que nos impiden arriesgarnos a algo nuevo, a iniciativas y tareas nuevas, entramos en la rutina de lo de siempre y no somos capaces de romper moldes

1Samuel 8, 4-7. 10-22ª; Sal 88; Sal 88

Hay quienes antes las dificultades que les va ofreciendo la vida se sienten paralizados, no saben qué hacer ni qué rumbo tomar, como si se les pusiera una pared delante que fueran incapaces de atravesar; pero bien sabemos que hay gente no solo con iniciativas, sino también con una gran fuerza interior ante los que nada se les interponga que los haga reaccionar y encontrar salidas.

Es esa fuerza interior que les hace ser creativos, que les hace buscar salidas sin temor a equivocarse, son los que en la lucha de la vida han aprendido a superarse, tienen deseos de crecer, de ser mejores, de hacer las cosas de la mejor manera, los que no se contentan con rutinas, los que siempre están en camino de búsqueda. Tenemos que aprender, no nos podemos dejar vencer los miedos, no podemos decir que no podemos o no sabemos sin haberlo intentado.

Pero, claro, están también los que lo único que saben hacer es poner dificultades, agrandar los obstáculos con sus miedos, los que desconfían de lo que pueda ser una nueva iniciativa o una novedad, los que te quitan las ganas de luchar. Que muchos en la vida vamos encontrando así, siempre con ojos negativos, siempre viendo sombras, siempre contemplando o aportando imposibles. Son los que no solo están paralizados sino que quieren paralizar a los demás, porque parece que su función es quitar las ganas de los otros.

Nos encontramos hoy con un pasaje evangélico que si al menos fuera eso en lo que nos hiciera pensar, ya estaríamos logrando hermosas enseñanzas. Allí vienes unos hombres de buena voluntad que conducen en una camilla, o con los medios que tuvieran, a un paralítico porque quieren hacerlo llegar delante de Jesús para que lo cure. Y se encuentran con la dificultad de que no pueden pasar porque hay mucha gente alrededor de Jesús y parece imposible que por la poeta puedan hacerlo entrar. Nadie se quitará de en medio para dar paso, porque todos quizás igualmente quieren estar cerca de Jesús. Pero aquellos hombres no se arredran, encontrarán un camino, desde el tejado harán descender a aquel paralítico a los pies de Jesús.

Cuando queremos conseguir algo buscaremos la forma de resolver los problemas. No tienen miedo a las reacciones que pudieran encontrar; para comenzar el dueño de la casa podría protestar porque le están estropeando su terraza. Pero serán otros los que crearán oposición; ya conocemos el relato; pudiera parecer no conseguido lo que pretendían porque Jesús se preocupa más de perdonar los pecados, que de hacer mover aquellas piernas. Pero otros comenzarán a poner obstáculos en el camino.

Quieren de alguna forma restarle autoridad a Jesús para lo que está haciendo. No serán capaces de descubrir la grandeza del signo que Jesús quiere realizar; es algo más hondo que el curar unas piernas paralizadas lo que Jesús quiere realizar, porque muchas son las parálisis que tenemos en la vida, como le está sucediendo a aquellos que se ponen a criticar la actuación de Jesús. Tenemos que descubrir la grandeza de los signos que Jesús realiza incluso en aquellas curaciones.

Es lo que tendría que hacernos pensar.  ¿Cuáles son las parálisis que hay en mi vida que no solo me paralizan a mí sino que puede ser causa de parálisis para los que me rodean?

La parálisis que me impide buscar algo nuevo, iniciativas nuevas, tareas nuevas, porque hemos entrado en la rutina de lo de siempre y no somos capaces de descubrir eso nuevo que puede mejorar mi vida, aunque sea costoso, aunque tenga que romper moldes, aunque tenga que arriesgarme.  Pero son también las trabas que como zancadillas también tantas veces ponemos al esfuerzo, a la lucha por la superación, a las ganas de crecer que puedan tener tantos a nuestro lado.

No le rompamos nunca las alas a los que quieren volar.

jueves, 11 de enero de 2024

Quizás sea yo el que tenga que ser curado de tantas lepras que me paralizan, que están poniendo barreras en mi vida, que también de alguna manera me están aislando

 


Quizás sea yo el que tenga que ser curado de tantas lepras que me paralizan, que están poniendo barreras en mi vida, que también de alguna manera me están aislando

1Samuel 4, 1-11; Sal 43; Marcos 1, 40-45

‘Si quieres puedes limpiarme’, le dice el leproso a Jesús. Dura y desesperada era la situación. Un vivir sin vivir. Era la enfermedad, era la soledad, era la situación de abandono en que se sentían. Aislados, lejos de todos, apartados de sus seres queridos, ¿se podía vivir así? Era algo más que ese dolor de su cuerpo. Se atrevió a romper con todo, se atrevió a acercarse a Jesús, aunque estuviera rodeado de gente, lo que a él no se le permitía. Era la petición que ahora presentaba a Jesús, porque para él era su única tabla de salvación.

¿Seguirán sucediendo cosas así entre nosotros? ¿Encontraremos a alguien en situaciones semejantes? Si encontráramos gente que está sufriendo discriminaciones semejantes, ¿cuál sería nuestra reacción, nuestra manera de actuar? ¿Pondríamos trabas a quienes quieran liberarse de situaciones semejantes?  ¿Tendríamos una actitud valiente?

Miro en mi entorno y quizás me estoy cruzando con esos muchachitos que han llegado a nuestras costas en una patera, que quizás los han confinado en algunos centros esperando una resolución de sus casos, pero que ahí siguen día tras día, y nos cruzamos con ellos en la calle o en algún medio de transporte, y los miramos de lejos y quizás con desconfianza, a los que no nos atrevemos a dirigirles una palabra y mucho menos una sonrisa de comprensión o de amistad que abra puertas, y pasan ante nosotros sin que establezcamos ningún signo de comunicación.

¿Sabemos cómo se sienten? ¿Conocemos las inquietudes que llevan en el alma? ¿Intuimos los dramas que pudiera haber tras sus miradas? Y nos seguimos cruzando de brazos; y pensamos que la solución a esas situaciones no depende de nosotros, esperando que otros las resuelvan. ¿Su mirada nos estará diciendo como aquel leproso a Jesús, ‘si quieres puedes curarme’?

Muchas veces no sé qué hacer y me siento impotente. Mirando hoy el evangelio ¿podré comenzar a pensar en alguna situación, en alguna nueva actitud y postura? ¿Llegará a despertarse mi conciencia para comenzar a tender la mano, o aunque solo fuera, comenzar a tener una nueva mirada?

Me quedo aquí paralizado con mis miedos y mis cobardías. Pido al Señor que me dé esa osadía que tanto necesito para comenzar a ser valiente de verdad. Quizás sea yo el que tenga que ser curado de tantas lepras que me paralizan, que están poniendo barreras en mi vida, que también de alguna manera me están aislando. ¿Cuándo comenzará a romper esos moldes? ¿Cuándo me decidiré a comenzar a actuar de manera distinta?

Dame, Señor, la fuerza de tu Espíritu.

miércoles, 10 de enero de 2024

Caminos nuevos que se abren ante nosotros para la tarea de la evangelización porque hay otras partes a donde también tenemos que ir

 


Caminos nuevos que se abren ante nosotros para la tarea de la evangelización porque hay otras partes a donde también tenemos que ir

1 Samuel 3, 1-10. 19-20; Sal 39; Marcos 1, 29-39

¿Sabremos estar atentos nosotros ante lo que sucede a nuestro alrededor? Reconocemos que muchas veces vamos tan enfrascados en nuestros intereses, en nuestras preocupaciones, en los problemas que nos van apareciendo, o quizás muy entretenidos en esos buenos momentos que también la vida nos depara que no somos capaces de mirar en nuestro entorno. Ya sean las sombras que nos envuelven, o ya sean los momentos de luz que también nos aparecen no pensamos sino en nosotros mismos. Hemos de aprender a mirar con otra mirada nuestro entorno, para levantar los ojos de aquello que más brilla en nosotros o que más nos llama la atención por lo que nos pueda afectar. No podemos caminar solos en la vida y aislados de todo y de todos.

Jesús ha comenzado a predicar ahora en Cafarnaún, como lo irá haciendo también por las aldeas y los pueblos de Galilea; ha de hacer el anuncio del Reino de Dios; hay una palabra de vida que proclamar, pero que no se puede quedar solo en palabras sino que tiene que saber expresar como una realidad que se impone en la vida a través de una serie de señales que hagan creíble su mensaje. Es lo que le vemos hacer.

Ha salido de la sinagoga donde ha proclamado esa Buena Noticia con sus palabras pero también con sus gestos y signos, como la curación de aquel endemoniado, y cuando parece que pueda llegar la hora del descanso se encontrará en casa de Simón a donde le llevan con que su suegra está en cama con fiebres. ¿No ha venido a señalar que comienza un mundo nuevo donde el mal será vencido? Ahora es la oportunidad de dar señales de ello, por eso levanta de la mano a la suegra de Simón que se ve curada de su enfermedad y se pondrá a servirles.

Es significativo y tiene que recordarnos algo. La gracia del Señor que nos libera del mal, que nos cura y que nos sana, va a poner actitudes nuevas en nuestro corazón. Seguir en la pasividad de solo pensar en nosotros significaría que no se están realizando las señales del Reino de Dios. Nuestra vida no puede estar nunca envuelta por la pasividad sino que ha de resplandecer por el servicio. ¿Venimos por ejemplo a la Iglesia, recibimos la gracia de los sacramentos, y seguimos con actitudes y posturas de insolidaridad? Serían señales de una incongruencia grande.

Pero la acción se Jesús no se ve constreñida por unos limites. Su campo será siempre un campo abierto y con una amplitud universal. Nos narra el evangelista que de madrugada se fue Jesús al descampado a orar. Allí lo encuentran los discípulos más cercanos que vienen en su búsqueda. ¿Qué haces aquí? Todo el mundo te busca, vienen a decirle aquellos primeros discípulos. Parece que no comprendan el significado de lo que Jesús está haciendo. Es como si todo a partir de ahora se redujera a una mecánica de curaciones, porque hay que tener contentas a la gente. ¿Van por caminos del activismo?

Nos sucede muchas veces o lo pensamos y hasta lo manifestamos, cuando no comprendemos esos momentos de silencio y de oración que hemos de saber tener en la vida; es la reacción de tantos que no comprenden lo que es la vida contemplativa de unos religiosos o religiosas que o bien dedican plenamente su vida a la oración y contemplación – monjes y monjas de clausura -, o no comprenden que en medio de tantas tareas que tengamos que realizar sepamos hacer paradas para el silencio, para la reflexión, para la oración, como si eso fuera tiempo perdido. Y es que tenemos que pensar ¿dónde está el motor de nuestra actividad y de nuestra vida? Es lo que Jesús está haciendo cuando le encuentran los discípulos en aquel amanecer.

Pero como decíamos la acción de Jesús no se ve constreñida con unos límites que sean más o menos cercanos. ‘Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido’. Una simple pregunta que nos haga plantearnos la amplitud de la tarea de evangelización que hemos de realizar, ¿cuáles son esos otros sitios, esa otra parte, a donde además tendríamos que ir a hacer el anuncio y el testimonio del evangelio? Seguro que también tenemos un campo muy amplio delante de nosotros.

martes, 9 de enero de 2024

Tendríamos que preguntarnos cual es la autoridad de la Iglesia y los creyentes cuando nos presentamos ante el mundo de hoy

 


Tendríamos que preguntarnos cual es la autoridad de la Iglesia y los creyentes cuando nos presentamos ante el mundo de hoy

1Samuel 1, 9-20; Sal.: 1 Sam 2, 1-8;  Marcos 1, 21-28

Supongamos un profesor que es un gran intelectual, tiene un currículo maravilloso por los estudios que ha realizado y por los conocimientos que tiene pero cuando dicta una conferencia o da una clase es la persona más aburrida del mundo, la gente no le entiende, la gente se deja dormir escuchándole o terminan marchándose del lugar donde él quiera estar enseñando, no lo logra.

Mientras podemos pensar en otro profesor que es muy ameno, tiene muchos recursos a la hora de hablar, la gente lo pasa entretenida cuando lo escucha, pero quizás al final sus enseñanzas se quedan en las anécdotas que nos contado, los trucos - vamos a llamarlos así – pedagógicos que empleado, pero al final la gente se queda sin saber qué es lo que realmente les ha venido a decir, aunque no le negamos sus conocimientos ni inteligencia.

Pero podemos pensar en alguien más, que quizás no emplea muchas palabras a la hora de enseñar, aunque por supuesto siempre tiene un mensaje que transmitir, pero que junto a lo que enseña lo va realizando en la vida, porque no se queda su enseñanza ni en bonitas ni en profundas palabras, sino que sencillamente hace y en consecuencia convence, llega al corazón de las personas porque no son promesas sino realidades que se manifiestan en multitud de signos en lo que va realizando. Aquí sí que se manifiesta la autoridad del que enseña, porque lo hace con sus obras, con lo que va realizando que sí va llegando a la vida y al corazón de las personas.

Jesús, es cierto, es la verdad de Dios, nos muestra toda la Sabiduría de Dios, pero a Jesús lo vamos a contemplar a lo largo del Evangelio como el que se hace vida para nosotros porque en verdad va a llegar a nuestra vida para transformarnos. Jesús no es solamente el que nos señala caminos, sino que El mismo es el Camino, porque no tenemos que hacer otra cosa que seguir sus pasos, o más aun realizar lo que El realizó con sus pasos. A Jesús lo contemplamos con verdadera autoridad, como manifiestan hoy en el evangelio los que lo escuchan y los que lo contemplan.

‘Este enseñar es nuevo’, vienen a decir las gentes, lo hace con autoridad. Había recogido Jesús en la Sinagoga de Nazaret, como lo escuchamos en el evangelio de Lucas, que venia a dar libertad a los oprimidos, la vista a los ciegos, a ser buena noticia para los pobres que así serían evangelizados. Es lo que le vemos realizar hoy. Está en la Sinagoga adonde ha ido a enseñar, tras la proclamación de la Palabra de Dios. Su anuncio es la llegada del Reino de Dios, pero nos va a mostrar que esa llegada es real porque las señales anunciadas allí se van a ver realizadas.

Había un hombre poseído por un espíritu inmundo, que incluso se rebela contra Jesús al que de alguna manera no quiere ni dejar hablar. Pero ‘Jesús lo increpó: ¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él’. Aquello anunciado por los profetas allí se estaba realizando. Lo que Jesús anunciaba, la llegada del Reino de Dios, allí se estaba haciendo presente. En verdad Dios es el único Señor de la vida y del hombre, nos viene a decir Jesús con el signo que realiza cuando cura a aquel hombre, cuando lo libera del espíritu maligno.

Es la liberación profunda que Jesús quiere que se realice en la persona, en nosotros, en nuestro corazón. No son ya solamente las enfermedades de las que quiere curar, las cegueras que quiere quitar de nuestros ojos, o poner en movimiento nuestros miembros paralizados. Es que eso quiere realizarlo en nuestra vida, es lo que va a realizar en nuestra vida.

‘¿Qué es esto?’, se pregunta la gente. ‘Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea’.

¿Serán esos también los signos que nosotros damos desde la fe que tenemos en Jesús en medio del mundo? ¿Son estas las señales del Reino de Dios que la Iglesia manifiesta hoy a cuantos nos rodean? Son preguntas que nos tenemos que hacer, pero son preguntas que nos comprometen. ¿No nos estaremos quedando en enseñanzas muy bonitas, en doctrinas muy sublimes, en ortodoxias muy cuidadas para no caer en el error,  pero en pocas realidades concretas de hacer presente el Reino de Dios en nuestro mundo de hoy?

lunes, 8 de enero de 2024

Jesús viene a nuestro encuentro y puede llegar de la manera más inesperada en una palabra, en un gesto, en una invitación, en un suceso acaecido en nuestro entorno

 


Jesús viene a nuestro encuentro y puede llegar de la manera más inesperada en una palabra, en un gesto, en una invitación, en un suceso acaecido en nuestro entorno

1Samuel 1, 1-8; Sal 115; Marcos 1, 14-20

Lo que nos puede parecer una rutina el realizar las tareas de cada día en nuestro trabajo, en lo que son las actividades de la vida ordinaria, ya sea en nuestras propias tareas domésticas, ya sea en nuestro trabajo profesional, ya sea en lo que realicemos en la vida social de encuentro con los demás no tiene que quedarse en algo mediocre y con poco valor, sino que puede ser sin embargo un momento importante de nuestra vida, puede ser un punto de estimulo y arranque quizás para nuevas actividades, un motivo de encuentro con alguien que con su presencia o su palabra quizás despierte en nosotros nuevos horizontes.

Es importante la intensidad y responsabilidad con que vivimos cada momento y el sentido que le damos a lo que hacemos para que tenga su valor. No son los mediocres, que se contentan rutinariamente con lo que siempre hacen, sino los que son capaces de tener sueños de algo más y mejor, los que un día pueden despertar emprendiendo nuevas tareas y nuevos caminos.

Seguramente tenemos la experiencia de encuentro vividos en momentos similares, experiencias que nos han enriquecido, momentos que nos han llenado de felicidad o han despertado en nosotros inquietudes de buscar algo nuevo y distinto, estímulos que nos han podido levantar de situaciones o momentos oscuros por los que hayamos estado pasando. Hemos sentido que momentos así nos han llenado de luz y puesto nuevas esperanzas e ilusiones en el corazón.

Allí estaban aquellos pescadores en la orilla del lago; unos echando de nuevo sus redes en búsqueda de nuevas capturas, otros antes del descanso repasando sus redes para dejarlo todo en orden para nuevas faenas. Jesús camina en medio de ese ajetreo de pescadores o de gentes que se acercan a la orilla del lago esperando conseguir lo que deseaban y para todos, podemos pensar, tenía una palabra, un gesto o una mirada que fuera señal de ese Reino nuevo que El anunciaba. ‘Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio’, era su anuncio. Había vuelto a Galilea y había comenzado a hacer el anuncio del Reino de Dios después que el Bautista ya había sido encarcelado por orden del Rey Herodes.

Y en su paso por la orilla del lago Jesús se detiene junto a los pescadores que están echando de nuevo las redes para pescar. ‘Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres’, era la invitación que les había hecho. Dejar aquellas redes porque El les ofrecía otras redes. Y aquellos hombres que ya habían escuchado el mensaje de Jesús que había ido despertando inquietudes y esperanzas en sus corazones, lo dejaron todo y se fueron con Jesús. Lo mismo había sucedido más adelante cuando se detuvo con los hijos del Zebedeo que estaban con su padre remendando las redes. ‘También los llamó, dejaron a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros y se marcharon en pos de él’.

Así prácticamente comienza el relato del evangelio de san Marcos que nos habla de aquellos primeros momentos de la predicación de Jesús. Un anuncio, una invitación, y unas primeras respuestas generosas en disponibilidad. Sus corazones estaban hambrientos de esperanza y para ellos llegó la luz que les abría nuevos caminos. Era la disponibilidad que había en sus corazones que les hacía dar prontas respuestas.

Jesús quiere llegar también a nuestros corazones inquietos por muchas cosas porque todos tenemos insatisfacciones en la vida a las que no sabemos como responder; también tenemos nuestras tareas y nuestras preocupaciones, en ocasiones la vida se nos hace dura y se nos llena de sombras por lo que vemos que va sucediendo en nuestra sociedad, por lo que estamos contemplando alrededor, o por las situaciones que en nuestro interior podamos estar viviendo; nos parece que no salimos siempre de lo mismo y hay el peligro de que nuestra mirada se vuelva turbia atormentada por las cosas que suceden, nos parece que nos encontramos solos y nos cuesta en ocasiones encontrar caminos de salida.

Pero Jesús viene a nuestro encuentro; tenemos que saber distinguir su presencia para no entrar en confusiones, pero nos puede llegar de la manera más inesperada en una palabra, en un gesto, en una invitación, en un suceso acaecido en nuestro entorno, o hasta en esas mismas cosas que suceden y que en ocasiones turban nuestro espíritu. Pero en esa orilla del lago, en esa playa de la vida nos vamos a encontrar a ese caminante que viene a nosotros, a Jesús que nos sale a nuestro encuentro y para nosotros tendrá esa palabra, ese gesto, esa invitación.

Abramos nuestros ojos, entremos en esa sintonía aunque nos sea difícil, escuchemos esa voz de Jesús que nos habla y su palabra llega a lo hondo de nuestro corazón. ¿Seremos capaces de dar una respuesta generosa?

domingo, 7 de enero de 2024

El bautismo de Jesús en el Jordán nos lo señala como el Hijo amado del Padre y nos recuerda nuestra condición y dignidad de ser también hijos amados de Dios

 


El bautismo de Jesús en el Jordán nos lo señala como el Hijo amado del Padre y nos recuerda nuestra condición y dignidad de ser también hijos amados de Dios

Isaías 42, 1-4. 6-7; Sal 28; Hechos 10, 34-38; Marcos 1, 7-11

En la hay momentos, en que por algo que nos sucede, una palabra escuchada, un testimonio recibido, nos marcan de alguna manera la vida, porque comenzamos a ver las cosas de otra manera, descubrimos cual es nuestra propia identidad y lo que algunos llaman su destino, nos hace dar una vuelta a nuestros planteamientos, pone interrogantes en nuestro interior que nos hacen cuestionarnos lo que hacemos o lo que podemos hacer. Son hitos de nuestra vida, momentos cruciales, arranque de nuevos caminos o de nuevas oportunidades, ocasión también de darnos a conocer y lo que podemos realizar. Y esto lo podemos en un amplio campo de nuestra vida, aunque para ello también hemos de tener una capacidad de reflexionar para saber leer esos acontecimientos, o eso que nos haya podido suceder, para descubrir esa luz que dé un nuevo giro en la vida. Una capacidad de reflexión, decimos, pero también un saber estar atentos a esos signos de vida que pueden aparecer en nuestra existencia.

Estamos en un momento de la vida de Jesús que diríamos que es crucial para el conocimiento que podamos tener de El y el plantearnos también por qué queremos seguirle. Aquel niño nacido en Belén, que hemos venido celebrando en este tiempo de Navidad, en un momento determinado se nos dice cómo en Nazaret crecía en estatura, sabiduría y gracia ante de Dios y los hombres. Una vida oculta durante largos años, como tantos momentos también de silencio que todos necesitamos en la vida.

Juan predicaba en la orilla del Jordán anunciando el tiempo inminente de la aparición del Mesías y cómo había que preparar los caminos del Señor, como incluso nosotros hemos contemplado sobre todo en el Adviento. En torno a Juan se reúne la gente para escuchar aquella Palabra nueva que anuncia la venida del Mesías, se hacen bautizar por Juan como un signo de conversión y de preparar sus corazones, hay ya un grupo de discípulos que estarán más cercanos a Juan, y Jesús desde Galilea bajó también a la orilla del Jordán junto a Juan.

Es el momento que hoy contemplamos y que casi parece como si el mismo Juan nos estuviera contando. Ante los interrogantes que le plantean a Juan sobre lo que hacía y si él era el Mesías o un profeta, responde, ‘Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo’. Sigue el anuncio de Juan de aquel que vendrá no para bautizar con agua sino con la fuerza del Espíritu Santo.

Y es ahora cuando el evangelista con toda sencillez nos narra lo acontecido. ‘Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán. Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos: «Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco’.

Todos comprendemos que Jesús no necesitaba de aquel bautismo de purificación. Quien había venido a hacer hombre para ser Dios con nosotros y que cargará con nuestro pecado y nuestra muerte para así redimirnos, solidariamente se pone en la fila de los pecadores que se acercan al bautismo de Juan. Y aquí está la Epifanía, la manifestación de quién era Jesús con aquellos signos que acompañan aquel momento. El Espíritu Santo que se manifiesta sobre Jesús con la voz del cielo que lo proclama como el Hijo amado de Dios, en quien Dios se complace.

A los pastores se les había anunciado el nacimiento de un Salvador; los Magos de Oriente contemplan la luz de la estrella que les hace camino para encontrarse con Jesús al que en su ofrenda reconocerán como rey, como hombre y como Dios; el anciano Simeón proclamará que ya puede morir en paz porque sus ojos han visto a quien viene como luz de las naciones  y gloria de su pueblo Israel; Juan nos había anunciado que venía quien nos bautizaría en el Espíritu pero es ahora la voz del cielo quien le señala como el Hijo de Dios a quien hemos de escuchar y a quien hemos de seguir. Más tarde lo veremos en las bodas de Caná dándonos ese vino nuevo, signo de la vida nueva que en El vamos a recibir.

Es el sentido de la fiesta de la Epifanía, manifestación de la gloria de Dios; momento crucial donde ya podemos conocer quién es Jesús a quien hemos de escuchar; momento a partir del cual Jesús comenzará a realizar su misión del anuncio del Nuevo Reino de Dios.

Pero momento importante también para nosotros. Este acontecimiento que estamos contemplando y celebrando como culminación de todas las fiestas de la Navidad no nos puede dejar en la rutina de siempre. Tentación tenemos que pasado el fervor y entusiasmo que hemos vivido en estas fiestas volvamos a la rutina de siempre, volvamos a lo mismo como si nada hubiera significado todo lo que estos días hemos celebrado. Sería algo en vano, entonces.

Tenemos que despertar de esos letargos en los que podemos caer, no podemos decir como era en el principio. Por eso contemplar el Bautismo de Jesús nos hace mirar a nuestro bautismo, en el que también un día vino el don del Espíritu Santo sobre nosotros para marcarnos con una vida nueva, con una dignidad nueva, porque también desde ese día hemos escuchado que somos los hijos amados de Dios. Es reavivar nuestro bautismo, es reavivar esa vida de hijos de Dios, es reavivar esa misión que también nosotros hemos de cumplir. Esta celebración también tiene que ser un momento crucial para nuestra vida, algo que no podemos olvidar, que nos hace ser conscientes de nuestra dignidad y de nuestra misión. Vivamos en consecuencia.