martes, 9 de enero de 2024

Tendríamos que preguntarnos cual es la autoridad de la Iglesia y los creyentes cuando nos presentamos ante el mundo de hoy

 


Tendríamos que preguntarnos cual es la autoridad de la Iglesia y los creyentes cuando nos presentamos ante el mundo de hoy

1Samuel 1, 9-20; Sal.: 1 Sam 2, 1-8;  Marcos 1, 21-28

Supongamos un profesor que es un gran intelectual, tiene un currículo maravilloso por los estudios que ha realizado y por los conocimientos que tiene pero cuando dicta una conferencia o da una clase es la persona más aburrida del mundo, la gente no le entiende, la gente se deja dormir escuchándole o terminan marchándose del lugar donde él quiera estar enseñando, no lo logra.

Mientras podemos pensar en otro profesor que es muy ameno, tiene muchos recursos a la hora de hablar, la gente lo pasa entretenida cuando lo escucha, pero quizás al final sus enseñanzas se quedan en las anécdotas que nos contado, los trucos - vamos a llamarlos así – pedagógicos que empleado, pero al final la gente se queda sin saber qué es lo que realmente les ha venido a decir, aunque no le negamos sus conocimientos ni inteligencia.

Pero podemos pensar en alguien más, que quizás no emplea muchas palabras a la hora de enseñar, aunque por supuesto siempre tiene un mensaje que transmitir, pero que junto a lo que enseña lo va realizando en la vida, porque no se queda su enseñanza ni en bonitas ni en profundas palabras, sino que sencillamente hace y en consecuencia convence, llega al corazón de las personas porque no son promesas sino realidades que se manifiestan en multitud de signos en lo que va realizando. Aquí sí que se manifiesta la autoridad del que enseña, porque lo hace con sus obras, con lo que va realizando que sí va llegando a la vida y al corazón de las personas.

Jesús, es cierto, es la verdad de Dios, nos muestra toda la Sabiduría de Dios, pero a Jesús lo vamos a contemplar a lo largo del Evangelio como el que se hace vida para nosotros porque en verdad va a llegar a nuestra vida para transformarnos. Jesús no es solamente el que nos señala caminos, sino que El mismo es el Camino, porque no tenemos que hacer otra cosa que seguir sus pasos, o más aun realizar lo que El realizó con sus pasos. A Jesús lo contemplamos con verdadera autoridad, como manifiestan hoy en el evangelio los que lo escuchan y los que lo contemplan.

‘Este enseñar es nuevo’, vienen a decir las gentes, lo hace con autoridad. Había recogido Jesús en la Sinagoga de Nazaret, como lo escuchamos en el evangelio de Lucas, que venia a dar libertad a los oprimidos, la vista a los ciegos, a ser buena noticia para los pobres que así serían evangelizados. Es lo que le vemos realizar hoy. Está en la Sinagoga adonde ha ido a enseñar, tras la proclamación de la Palabra de Dios. Su anuncio es la llegada del Reino de Dios, pero nos va a mostrar que esa llegada es real porque las señales anunciadas allí se van a ver realizadas.

Había un hombre poseído por un espíritu inmundo, que incluso se rebela contra Jesús al que de alguna manera no quiere ni dejar hablar. Pero ‘Jesús lo increpó: ¡Cállate y sal de él! El espíritu inmundo lo retorció violentamente y, dando un grito muy fuerte, salió de él’. Aquello anunciado por los profetas allí se estaba realizando. Lo que Jesús anunciaba, la llegada del Reino de Dios, allí se estaba haciendo presente. En verdad Dios es el único Señor de la vida y del hombre, nos viene a decir Jesús con el signo que realiza cuando cura a aquel hombre, cuando lo libera del espíritu maligno.

Es la liberación profunda que Jesús quiere que se realice en la persona, en nosotros, en nuestro corazón. No son ya solamente las enfermedades de las que quiere curar, las cegueras que quiere quitar de nuestros ojos, o poner en movimiento nuestros miembros paralizados. Es que eso quiere realizarlo en nuestra vida, es lo que va a realizar en nuestra vida.

‘¿Qué es esto?’, se pregunta la gente. ‘Una enseñanza nueva expuesta con autoridad. Incluso manda a los espíritus inmundos y lo obedecen. Su fama se extendió enseguida por todas partes, alcanzando la comarca entera de Galilea’.

¿Serán esos también los signos que nosotros damos desde la fe que tenemos en Jesús en medio del mundo? ¿Son estas las señales del Reino de Dios que la Iglesia manifiesta hoy a cuantos nos rodean? Son preguntas que nos tenemos que hacer, pero son preguntas que nos comprometen. ¿No nos estaremos quedando en enseñanzas muy bonitas, en doctrinas muy sublimes, en ortodoxias muy cuidadas para no caer en el error,  pero en pocas realidades concretas de hacer presente el Reino de Dios en nuestro mundo de hoy?

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