sábado, 4 de diciembre de 2021

Pensemos dónde estamos los cristianos cuando contemplamos ese mundo a nuestro lado que no conoce el evangelio

 


Pensemos dónde estamos los cristianos cuando contemplamos ese mundo a nuestro lado que no conoce el evangelio

Isaías 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mateo 9, 35-10, 1. 5a. 6-8

Son muchos los que dicen que están, pero a la hora de la verdad pocos vemos que estén dando el callo con su compromiso y con su acción. En momentos de entusiasmo estamos todos, cuando llega lo que podríamos llamar la rutina de la vida, o sea, el día a día de la vida donde tenemos que ir afrontando esas cosas pequeñas que nos pudieran parecer rutina son pocos los que permanecen constantes.

En un momento llamativo de algo extraordinario que sucede y que pudiera causar daño y perjuicios a muchos, surgen prontas las voces de solidaridad, que luego se irán enfriando, vamos olvidando, o incluso nos moleste que nos lo estén recordando continuamente. Vamos a ver hasta dónde llega esa solidaridad tan general que ha surgido con el volcán de Cumbre Vieja y donde ahora parece que todos quieren arrimar el hombro para ayudar; cuando pase algún tiempo ¿qué quedará de toda esa solidaridad? y no queremos ser pesimistas.

Lo vemos en muchos aspectos de nuestra sociedad, en actividades culturales que reclamamos, que comienzan muy bien pero que pronto nos encontraremos con los vacíos; ven en todas las actividades de la vida social, y tenemos que preguntarnos quizás si no nos sucederá algo así a los cristianos. Fervorosos en grandes cosas, grandes peregrinaciones o romerías y pronto nuestros templos vacíos y poca gente que quiera en verdad comprometerse.

He comenzado fijándonos en estos aspectos un tanto variados, pero es algo que llevo en mi mente y en mi corazón que me hace plantearme algunos interrogantes a mí mismo y a mi vida. Cuando camino por las calles o caminos de mi pueblo voy contemplando cuanta es la población que hay en nuestro entorno y decimos que estamos en un pueblo o una ciudad en la que todos prácticamente nos llamamos cristianos, recibimos el bautismo y los sacramentos y quizás todavía a la hora de la defunción de nuestros seres queridos los llevamos a la Iglesia para el funeral, bueno y celebramos las fiestas del Cristo.  ¿En qué se queda la vida cristiana para la mayoría de esa gente? O quizá habría que preguntar ¿qué conocimiento tienen de lo que significa ser cristiano? O más aún, ¿qué conocimiento y vivencia tienen del evangelio de Jesús?

Ahora llega la navidad, vemos un ambiente que llamamos navideño ya en nuestras calles, en los escaparates de las tiendas y comercios, en los adornos y luces que vamos colocando y ya comenzaremos pronto a decirnos unos a otros ‘feliz navidad’. Pero aparte de estas fiestas – incluso ya algunos quieren que digamos simplemente felices fiestas y no feliz navidad -, de esas celebraciones familiares o comidas de amigos o de empresa, ¿qué repercusión tiene en nuestras vidas como creyentes y cristianos todo eso que decimos que celebramos? ¿En verdad estará presente el evangelio de Jesús en todo eso que decimos navidad? Son cosas para pensar.

Hoy el evangelio nos ha hablado de que Jesús recorría los caminos, las aldeas y los pueblos de Galilea anunciando el reino de Dios y eran muchos los que acudían hasta Jesús; el evangelista nos subraya que le traían a todos sus enfermos de diversos males para que Jesús les curara, y que se reunían multitudes para escuchar a Jesús.

Pero es aquí donde Jesús hace como un parón, nos dice el evangelista que Jesús sentía compasión de toda aquella gente ‘porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Y es cuando les dice a los discípulos más cercanos que la mies es mucha y que los obreros son pocos, y llama a los discípulos les da autoridad sobre los espíritus inmundos y los envía a predicar por todas partes, pero de manera especial a las ovejas descarriadas de Israel. No los envía a campos nuevos – al mundo entero como hará al final del evangelio – sino a los que están cercanos, a los que son ovejas de Israel, pero quizá viven sin esperanza y sin fe.

¿No será algo así lo que nos está pidiendo Jesús cuando escuchamos este evangelio? Un mundo que nos rodea, que tendría muchos motivos para vivir una fe con intensidad porque en algún momento han escuchado el evangelio o habrán tenido algún tipo de experiencia religiosa, pero que ahora son como aquellas ovejas abandonadas y extraviadas, como ovejas que no tienen pastor. Es ese mundo cercano a nosotros, esas personas que nos rodean y que hasta podemos tener en nuestra propia casa al que tenemos que anunciar de nuevo el evangelio de Jesús.

No se nos quede toda nuestra religiosidad y nuestro ser cristiano en unas peregrinaciones, en unos momentos de esplendor y de fervor, sino que en el día a día vayamos anunciando el evangelio comenzando por esos que están a nuestro lado. Somos tantos cristianos y ¿qué hacemos? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso con el evangelio? ¿No será aquello que decíamos al principio son muchos los que dicen que están, pero a la hora de la verdad, a la hora de la evangelización, no se les ve por ninguna parte?

viernes, 3 de diciembre de 2021

Queremos caminar con seguridad, no queremos quedarnos atolondrados o conformistas, sino con paso valiente y decidido porque en Jesús ponemos totalmente nuestra fe

 


Queremos caminar con seguridad, no queremos quedarnos atolondrados o conformistas, sino con paso valiente y decidido porque en Jesús ponemos totalmente nuestra fe

Isaías 29, 17-24; Sal 26; Mateo 9, 27-31

Algunas veces nos hemos ido creando unas comodidades en la vida que al final las convertimos en exigencias, donde nos creemos merecedores de todo o que todo se nos de gratuitamente sin ningún esfuerzo por nuestra parte. No niego, por supuesto, los derechos que como seres humanos todos tenemos y a los que ha de atender la sociedad y todos hemos de estar al tanto, pero cuando nos vemos carentes de algo también tenemos que hacer de nuestra parte por lograrlo, por conseguirlo.

No me quedo tampoco en lo material, en las necesidades materiales vitales para nuestra vida, porque en lo humano y en lo espiritual algunas veces nos quedamos como estancados sin esforzarnos por una superación de nosotros mismos, por un crecimiento como persona, por un abrirnos a nuevas luces que nos den sentido y nos den respuestas a las preguntas más profundas que todos llevamos en nosotros.

Vamos como ciegos en la vida dando tumbos, pero en nuestra comodidad para evitar esos tropiezos nos quedamos al borde del camino sin tratar de buscar donde encontrar esa luz. Y humana y espiritualmente no crecemos, más bien nos estancamos, y de alguna manera parece como si nos fuéramos embruteciendo cada vez más. Necesitamos querer salir, ponernos en camino aunque en principio parezca que vayamos a tientas, pronto podremos encontrar recursos y medios para ir acercándonos a esa luz que necesitamos en la vida.

Me ha hecho pensar en todo esto y con conciencia de cuantas oscuridades nos ensombrecen la vida, escuchando el evangelio y viendo a aquellos dos ciegos que al enterarse de la llegada de Jesús se van en su búsqueda, quizás dando tumbos por los caminos del pueblo, pero al final llegaron a la casa de Jesús porque sabían que allí podían encontrar la luz que necesitaban. No se resignaron a su ceguera, que significaba para ellos pobreza y miseria, y el estar siempre dependiendo de lo que los demás pudieran compartir con ellos. Se pusieron en camino, llegaron a la casa de Jesús, querían la luz.

¿Creían ellos que en Jesús podían encontrar esa luz? Es la pregunta que Jesús les hace, es el interrogante que quizá surgía a su alrededor en muchos cuando los veían correr hasta la casa donde estaba Jesús. ¿Serían unos ilusos que terminarían fracasando? Estaban seguros de que Jesús podía hacerlo. ‘Que os sucede conforme a vuestra fe’. Y encontraron la luz para sus ojos.

Un buen itinerario para nuestra vida. Búsqueda de la luz. En la noche de la navidad del Señor con el profeta se nos va a anunciar que ‘el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz’. Estaba en tinieblas pero caminaba, iba en búsqueda de la luz y la luz viene a su encuentro.

Es el camino que vamos haciendo a lo largo de este tiempo de Adviento, un camino hacia la luz. Pero vamos con la certeza de aquellos dos ciegos de los que nos habla hoy el evangelio. No somos unos ilusos, tenemos la seguridad de que en Jesús encontramos esa luz y por eso es a El a quien buscamos. Quizás en nuestro entorno podemos escuchar comentarios que quisieran llevarnos al desaliento. Muchos se creen quizá muy sabios pero andan a oscuras y no quieren buscar la luz.

Caminamos con nuestras dudas y tropiezos, caminamos también con momentos de desaliento y parece como si nos faltara estímulo, caminos en ocasiones muy absorbidos por las cosas que nos rodean y no queremos pensar que hay algo superior hacia donde hemos de levantarnos y caminar, nos sentimos contagiados por un ambiente que hasta de los sentimientos religiosos ha hecho un negocio o lo quieren manipular para sus intereses, pero queriendo alejar a Dios de nuestra vida.

Pero nosotros queremos caminar con seguridad, no queremos quedarnos atolondrados o conformistas con nuestras tinieblas o las tinieblas que el mundo nos ofrece; queremos caminar con paso valiente y decidido porque en Jesús ponemos totalmente nuestra fe.

jueves, 2 de diciembre de 2021

No nos contentemos con simplemente recitar, sino que oremos de todo corazón porque esté brotando como de forma espontánea todo lo que llevamos en el corazón

 


No nos contentemos con simplemente recitar, sino que oremos de todo corazón porque esté brotando como de forma espontánea todo lo que llevamos en el corazón

Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27

Cuando estamos con los amigos o con aquellas personas que queremos hablamos con naturalidad y espontaneidad, expresando nuestras ideas o nuestro pensamiento, manifestando espontáneamente nuestros sentimientos y no necesitamos buscar palabras rebuscadas para expresarnos. Sería como algo encorsetado que para expresar nuestros sentimientos a aquellas personas que queremos rebusquemos palabras que quizás tomemos de otros coartando así nuestra espontaneidad. Aunque algunas veces de forma romántica quizás nos expresemos con poesías o palabras de amor escritas por otros más inspirados, sin embargo sabemos hacerlas nuestras, poniéndole quizá nuestros propios matices para darles el aire de esa espontaneidad.

Es lo ideal. Que así seamos nosotros mismos. Que nos manifestemos como somos. Que comuniquemos lo que llevamos dentro. Que por hacer florituras de palabras hermosas no llevemos a expresar realmente lo que llevamos dentro, sino quizás las palabras o los sentimientos de los otros. Eso en todas las facetas de la vida. Hay cosas quizás que tienen su tecnicismo, por así decirlo, y según qué lugares pues tengamos que emplear ese lenguaje, pero no nos podemos poner a hablar con la gente normal que está a nuestro lado desde ese manera.

Y ¿esto tiene que ver algo con lo que es nuestra relacion con Dios? Es serio pensarlo, planteárnoslo, porque muchas veces podemos caer también en que repetimos unas oraciones que hemos convertido en fórmulas, pero con las que quizás nuestro corazón se siente lejos. Aquí podemos entrar en varias facetas o campos. Pensemos primero en lo que es nuestra oracion personal con el Señor. ¿Logramos en verdad sentirnos en su presencia y que nuestra oración sea realmente la oración, el diálogo de amor de un hijo con su padre?

Rezamos, decimos, y decimos que rezamos mucho, porque repetimos muchas oraciones una y otra vez. Pero es lo que seriamente tenemos que plantearnos. Que en ese momento de oración en verdad nos sintamos en las manos de Dios nuestro Padre y que nuestra oración sea ese encuentro personal con Dios, con el Dios que nos ama y a quien nosotros también amamos.

Es cierto que nos han enseñado unas oraciones que hemos aprendido desde niños y que seguimos repitiendo; es cierto que una de esas oraciones decimos que es salida de labios de Jesús cuando enseñó a orar a sus discípulos; cuando rezamos el padrenuestro o cualquiera de esas otras oraciones que hemos aprendido de memoria desde pequeños tenemos que hacer que en verdad en esas palabras, vamos a decirlo así, salga nuestro corazón, que las hagamos tan nuestras que en ello estemos poniendo todo lo que son nuestros sentimientos y nuestros deseos, todo lo que tiene que ser nuestra alabanza y nuestra acción de gracias al Señor.

Pensemos también en lo que es nuestra oración comunitaria que fundamentalmente hacemos con la oración litúrgica. Cuando esa oración es la oración de una comunidad reunida en el nombre del Señor es cierto que necesitamos aunar esa oración expresada en las plegarias que la liturgia nos ofrece. Pero aquí creo que hemos de tener un cuidado muy especial para que no sea un simplemente recitar unas oraciones o unas plegarias, como de una forma encorseta como decíamos antes, sino que sea lo que en verdad sale del corazón de aquella comunidad, del corazón de todos y cada uno de los que en esa celebración estamos participando.

Por eso, no nos contentemos con simplemente recitar, sino que oremos de todo corazón. Que por encima de esas palabras esté brotando como de forma espontánea todo lo que llevamos en el corazón. No es simplemente un poema de amor lo que recitamos fríamente, sino que es la oración que desde ese encuentro profundo con el Señor hacemos llegar al Padre que sabemos que nos ama. No es con florituras de palabras rebuscadas con lo que queremos hablar al Señor, aunque bellas son las expresiones de la liturgia. Sepamos sacarle jugo, por así decirlo. Tenemos que poner ahí todo lo que es la espontaneidad de nuestra vida y de nuestros sentimientos, todo lo que es la riqueza del amor que también nosotros queremos ofrecerle al Señor.

Hoy hemos escuchado a Jesús que nos dice en el evangelio. ‘No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos’. Que no sea, pues, solamente decir, ‘Señor, Señor’, sino que seamos capaces de poner toda la intensidad de nuestra vida en nuestra oración. Y poner la intensidad de nuestra vida significa cómo con nuestra vida en todo momento siempre queremos hacer la voluntad del Señor. Porque oramos no solo para expresar lo que nosotros sentimos o llevamos en el corazón, sino para abrir nuestro corazón a Dios y escucharle para dejarnos transformar por la fuerza del Espíritu haciendo siempre lo que es su voluntad.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Ante Jesús venimos con nuestros pobres siete panes sin saber qué hacer pero si con disponibilidad para el encuentro y la escucha y poniendo generosidad en el corazón


 

Ante Jesús venimos con nuestros pobres siete panes sin saber qué hacer pero si con disponibilidad para el encuentro y la escucha y poniendo generosidad en el corazón

 Isaías 25, 6-10ª; Sal 22; Mateo 15, 29-37

¿Qué es lo que pasa ahí hay tanta gente? Quizás alguien pregunta cuando ve que mucha gente acude a una casa determinada o quizás a un salón que se ha habilitado al efecto. Es que vino un familiar que hacía años que emigró y a su venida los familiares y amigos han querido darle una sorpresa y se han reunido todos para una comida. Aquella comida era algo más que el tomar unos alimentos para satisfacer unas necesidades primarias como es la alimentación de nuestros cuerpos.

Algo más se está alimentando en aquel encuentro, porque es la alegría de los parientes que se reúnen, los amigos que se reencuentran, la sorpresa como señal de alegría y afecto que se quiere dar al familiar o amigo con quien tantos años no hemos podido convivir. Son muchas las cosas que se alimentan con un encuentro así. Es algo que hacemos bastante habitualmente sin que sea necesario algo extraordinario como lo que nos ha servido de base para el inicio de esta reflexión. Algo que tiene un significado hondo en el camino de la vida que vamos haciendo.

Nos puede valer esta imagen y comparación también para hablarnos del Reino de Dios que Jesús nos anuncia; en muchas ocasiones en el evangelio lo vemos comparándolo con un banquete, o aparecerá la imagen del banquete como culminación de lo que va a ser esa vida nueva que en Cristo vamos a encontrar. Son por una parte las parábolas que nos ofrece Jesús – banquete de bodas o banquete que prepara el padre para el pródigo a la vuelta -, o serán los signos que va realizando como el que hoy nos ofrece el evangelio, pero será el gran signo final de la Eucaristía donde Cristo mismo se nos dará en su Cuerpo y en su Sangre para que le comamos y nos alimentemos de El. Ya lo había anunciado el profeta tal como escuchamos hoy a Isaías en la primera lectura. ‘Preparará el Señor del universo para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos, un festín de vinos de solera…’

Hoy nos dice el evangelio que ‘Jesús, se dirigió al mar de Galilea, subió al monte y se sentó en él…’ Pero ya a continuación el evangelista nos dice que acudió mucha gente que quería escucharle, pero que le traía también a sus enfermos para que El los curase. Jesús siente compasión y los cura, pero Jesús ve algo más allá en aquella multitud hambrienta de su Palabra y de la salvación que El pueda ofrecerles que le sigue.

Por eso, como una imagen, como un signo de lo nuevo que Jesús quiere ofrecernos siente compasión porque aquella gente está sin comer desde hace días que le siguen. ‘No quiero despedirlos en ayunas para que no desfallezcan por el camino’, les dice Jesús a sus discípulos más cercanos que ya se andan preguntando ‘¿de dónde vamos a sacar en un despoblado panes suficientes para saciar a tanta gente?’

Pero Jesús quiere contar con ellos, con lo que son y con lo que tienen, con su nada y con su pobreza, con sus interrogantes y con sus búsquedas aunque ahora parezca que son solo búsquedas de lo material. ‘¿Cuántos panes tenéis?’ Vaya pregunta, si solo tienen siete panes y algunos peces. Para Jesús es suficiente que pongan a disposición aquello poco que son, aquello poco que tienen. El amor, se suele decir, hace milagros. Y si allí había amor, y no podemos dudar que en Jesús lo había que sentía compasión por aquella gente, el milagro se realizará.

¿Cuál sería el milagro más importante de aquella tarde? Normalmente decimos la multiplicación de los panes y de los peces, porque incluso llegó a sobrar. ¿Pero aquello no era signo de algo más? ¿Qué podía significar aquella comida que ahora si, casi de forma imprevista, tuvo toda aquella multitud aquella tarde en el descampado? Es lo que tiene que hacernos pensar. ¿Qué es lo que significa nuestro encuentro con Jesús y el escuchar la buena nueva de su evangelio? Esa comida y ese banquete que Jesús nos está ofreciendo ¿no será signo de algo más profundo que se tiene que realizar en nosotros, pero también en nosotros en relación con los demás?

Ante Jesús venimos con nuestros pobres siete panes sin saber que hacer porque quizá ni nosotros mismos tenemos claro en nuestro corazón lo que deseamos o lo que podemos hacer. Pero si venimos con esa disponibilidad para el encuentro y para la escucha, si venimos poniendo algo de generosidad en nuestro corazón, si venimos incluso reconocimiento nuestras limitaciones o esas enfermedades que están afectando a nuestro espíritu, en Jesús vamos a encontrar un banquete nuevo, una nueva comida, un nuevo sentido de vida, un nuevo camino que se va a abrir delante de nosotros. Dejemos actuar a Jesús con esos pocos panes de nuestra vida y veremos las maravillas de Dios.

martes, 30 de noviembre de 2021

Saber ponernos a remar con confianza mar adentro en búsqueda constante de la señal de la vida y al tiempo saber escuchar la invitación para adentrarnos en otros mares

 


Saber ponernos a remar con confianza mar adentro en búsqueda constante de la señal de la vida y al tiempo saber escuchar la invitación para adentrarnos en otros mares

Romanos 10, 9-18; Sal 18; Mateo 4, 18-22

Búsqueda y llamada. Dos palabras en las que quiero centrar el mensaje que hoy se nos puede ofrecer en esta fiesta de san Andrés.

¿Qué buscamos? ¿Qué buscas? ¿Qué esperas encontrar? Nos preguntamos a nosotros mismos cuando queremos algo en la vida. Nos hacen la pregunta cuando quizás nos encuentran donde no nos esperaban encontrar, o nuestro interlocutor se da cuenta de que hay poco común en nuestros intereses cuando nos encontramos en ese lugar. Nos la hacemos nosotros aclarando expectativas, comparando lo que se nos ofrece con lo que son nuestros deseos. Son muchas las pistas que se nos abren en esos caminos de búsqueda o en esos caminos de la vida. Es la inquietud que llevamos dentro ansiosos de algo mejor, de algo distinto, de algo que nos haga encontrarnos de verdad.

Quien en la vida se ha cansado de buscar y ha tirado la toalla de sus búsquedas entra en un camino de desolación y un camino de vacío quizás. Forman parte de lo más profundo de nuestro ser esas búsquedas que vamos haciendo en la vida y quizás nunca se acaban. Quien se siente desolado y se detiene en sus búsquedas entra en un camino de nada, un  camino de muerte de su ser existencial. Búsquedas que nos dejan insatisfechos porque queremos más, porque queremos lo mejor, porque queremos llegar más lejos, porque buscamos apuntar más alto. Cuántas cosas podemos decir del sentido de la búsqueda.

Fue la pregunta que les dirigió Jesús a aquellos dos discípulos de Juan que inquietos por lo que el Bautista anunciaba, pero también por sus palabras en aquella mañana, les habían puesto en camino. ‘¿Qué buscáis?’ Evidentemente Andrés andaba buscando algo cuando se había venido desde su Betsaida natal ahora a las profundidades del Jordán, allá cercano quizá a los desiertos de Judea, porque había un profeta que anunciaba algo. Pero no se había quedado en el Jordán, ante las palabras del Bautista se había puesto en camino de nuevo, ahora en compañía del joven Zebedeo detrás de aquel a quien Juan había señalado como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Ya solo por eso es merecedor de que lo tengamos en cuenta y nos fijemos en su vida.

Habían ido, habían estado con Jesús, y a la mañana siguiente ya se está convirtiendo en portador de buenas nuevas anunciándole a su hermano que habían encontrado al Mesías. Pero todo no se había quedado ahí. Aquella estancia con Jesús, aquellas palabras que escuchaba al nuevo profeta de Galilea seguían rondando en su corazón, pero él seguía en sus tareas, en sus obligaciones con su hermano y con la barca para salir a pesar y ganarse el sustento. Fue necesario otro paso. Y el paso fue el de Jesús a su lado, que se acercaba a ellos allá en la orilla del lago. ‘Venid conmigo y os haré pescadores de hombres’, había escuchado entonces y presto lo había dejado todo para seguirle.

O sería en aquel otro momento en que Jesús se tomaría prestada la barca para enseñar a la gente desde la orilla, pero luego les había invitado a remar mar adentro porque había que echar de nuevo la red para pescar, aunque en la noche anterior nada habían cogido.  Pedro, su hermano, había sido el más decidido en esta otra ocasión porque creyendo en la palabra de Jesús había echado la red a pesar de todo lo que lo aconsejaba en contra. Y la redada de peces fue tan grande que necesitaron pedir ayuda. Y ahora se había repetido la invitación del Maestro ‘venid conmigo y os haré pescadores de hombres’. Y claro que lo habían dejado todo. Había encontrado, pero sobre todo había sido llamado.

Es importante la búsqueda. Ha de ser una actitud fundamental en la vida. Está en ello nuestro vivir, nuestro ser, el sentido y el valor de la vida. Pero cuando nuestra búsqueda no se queda solo en el ras de tierra, sino que quiere elevarse en un más allá lleno de trascendencia, tenemos que saber tener la humildad de dejarnos encontrar, de ponernos a remar mar adentro con la confianza en el corazón y de escuchar la llamada tan importante para que todas nuestras cortinas se descorran y podamos encontrar la luz verdadera. Solo Dios va a descorrer esa cortina, solo Dios es el que va hacer esa llamada a nuestro corazón, solo Dios es el que abrirá ante nuestros pasos caminos de plenitud.

Busquemos, sí, pero escuchemos esa voz, esa llamada, esa invitación y traspasemos esa puerta sin miedo ni temor, que con quien nos vamos a encontrar es el que va a dar la mayor plenitud a nuestra vida. Hoy lo descubrimos en el camino y en la vida de Andrés, el pescador de Galilea, el hermano de Simón Pedro, el apóstol del Señor a quien estamos celebrando.

 

lunes, 29 de noviembre de 2021

Copiemos la fe, la confianza, la humildad del centurión dejando que Jesús llegue a nuestra vida desterrando los complejos de que el mundo nos vea como creyentes

 


Copiemos la fe, la confianza, la humildad del centurión dejando que Jesús llegue a nuestra vida desterrando los complejos de que el mundo nos vea como creyentes

 Isaías 2, 1-5; Sal 121; Mateo 8, 5-11

Cuando tenemos que hacer una petición, presentar una súplica o una instancia ante algún organismo o alguna entidad determinada, solemos muchas veces decir, bueno vamos a echarla a ver si tenemos suerte y lo conseguimos, que siempre con el no vamos por delante. Será mucha quizás la necesidad de aquello por lo que estamos suplicando, pero parece muchas veces que vamos con la derrota por delante, somos demasiado conformistas en si lo conseguimos o no lo conseguimos, nos falta confianza en nosotros mismos, pero también por supuesto desconfiamos del poderoso o de aquel que tiene en sus manos la resolución de lo que pedimos.

Pero eso nos sucede también en nuestra vida espiritual, en nuestra vida religiosa, y nos cansamos y aburrimos en nuestras oraciones no tenemos la confianza de una fe profunda en nuestro interior. Y claro, luego decimos, Dios no nos escucha. Pero ¿con qué confianza has presentado tu oracion? ¿Cuál es la seguridad interior que tenemos cuando nos presentamos a Dios?

Es todo lo contrario de lo que vemos hoy en el evangelio en el caso de aquel centurión que viene a pedirle a Jesús por el criado que tiene en casa muy enfermo. Tiene la seguridad de que Jesús le va a escuchar, que no será necesario ni siquiera el que Jesús vaya a su casa para curarle.

Cuando el centurión le cuenta a Jesús su problema, del criado que tiene enfermo de muerte, y Jesús le dice que El va a curarlo – Jesús que se quiere acercar junto al lecho del enfermo, como hizo con la hija de Jairo, como hizo con el paralítico de la piscina, como le vemos tantas veces a lo largo del evangelio – aquel centurión le replica. ‘Señor, no soy digno…’ tú puedes hacerlo con tu palabra, igual que yo le doy órdenes a mis soldados o a mis criados para que hagan las cosas. Pero es que yo no soy digno de que entres en mi casa.

¿Se sobresaltó aquel hombre porque Jesús le dijo que iba a ir a su casa? Ya sabemos que lo que predominaba en aquel corazón era la fe, una fe humilde, pero una fe grandiosa. Algunas veces quizás nosotros nos sobresaltamos por nuestros miedos, por no querer quizá comprometernos, porque la presencia de Jesús nos interroga por dentro, porque el encuentro con la gracia cambiaría quizás muchas cosas en mi vida.

Pedimos, pero quizás nos quedamos en unas posturas lejanas y poco comprometidas, unas posturas llenas de temores y de complejos, porque quizá no queremos que los demás se enteren. Y no dejamos que el sacerdote llegue junto al lecho de un familiar enfermo disculpándonos que el enfermo se va a morir del susto; y no queremos que nos vean que nosotros somos muy religiosos; y no nos manifestamos públicamente con nuestra fe, porque ahora no sé lo que van a pesar de mi; no queremos llevar visible un signo religioso porque parece que eso chocaría con la mentalidad de nuestro alrededor que decimos tan moderna; y disimulamos nuestras posturas o nuestros principios porque para la gente de ahora no son las cosas políticamente correctas… Cuántos disimulos, cuántas posiciones ocultas, cuántas cobardías, cuántos miedos, cuántos complejos…

Pero aquel centurión si no quería que Jesús fuera a su casa no era sino porque no se consideraba digno; él confiaba plenamente en la palabra salvadora de Jesús y era solamente eso lo que necesitaba; él no se quería poner con exigencias aunque desde su posición de poder como centurión pareciera que fuera una postura fácil, aunque con Jesús ya sabemos que eso no valía. Mereció la alabanza de Jesús. ‘En todo Israel no he encontrado en nadie tanta fe’. Y aquel centurión no era un israelita, era un romano, era un gentil.

¿Necesitamos algo más? copiar la fe, la confianza absoluta y la humildad de aquel hombre.

domingo, 28 de noviembre de 2021

Cuando amamos a alguien de verdad, así será la intensidad con que lo esperamos y lo deseamos preparando el momento del encuentro, como es el camino del Adviento

 


Cuando amamos a alguien de verdad, así será la intensidad con que lo esperamos y lo deseamos preparando el momento del encuentro, como es el camino del Adviento

Jeremías 33, 14-16; Sal. 24; 1Tesalonicenses 3,12-4,2; Lucas 21,25-28.34-36

Cuando amamos a alguien de verdad, así será la intensidad con que lo esperamos, así lo deseamos y así preparamos el momento. Eso es el adviento que estamos comenzando a vivir. Creemos en Jesús, creemos en Dios, pero bien sabemos que la fe no es un acto meramente intelectual o de la voluntad que pongamos en creer; cuando decimos que creemos en Jesús, que creemos en Dios es que lo amamos.

Cuánto tendría que ser nuestro deseo de estar con El, cuánta tiene que ser la intensidad con que esperamos y deseamos encontrarnos con El. Es la tarea de nuestra vida cristiana; es la esperanza de nuestra vida cristiana; es la esperanza que ahora avivamos de manera especial. Con cuánta intensidad tendríamos que estar viviendo el momento presente ‘mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo’, como decimos en la liturgia.

Cuando estamos diciendo estas palabras de esperanza en la gloriosa venida de nuestro Señor Jesucristo, estamos haciendo referencia a su segunda venida, la venida final en el final de los tiempos. ‘Veréis al Hijo del Hombre venir entre las nubes del cielo con gran poder y majestad’, nos ha dicho hoy Jesús en el evangelio. ¿Y cuál fue la respuesta que dio ante el Sanedrín al Sumo Sacerdote? ‘Y desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentido a la derecha del Poder de Dios y venir sobre las nubes del cielo’. Y no olvidemos la alegoría del Juicio final. ‘Cuando venga en su gloria el Hijo del Hombre, y todos los Ángeles con El, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante El todas las naciones…’

¿Qué decimos en el Credo? ‘Subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso, y desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos’. Es su venida en plenitud al final de los tiempos. Es el encuentro pleno y definitivo que vamos a tener con el Señor. Forma parte, pues, de nuestra fe y de nuestra esperanza. Algo, pues, que tiene que estar muy presente en nuestra vida. Algo que tenemos que vivir con toda la intensidad del amor que le tenemos a Jesús. Esperamos al que amamos y ese deseo tiene que hacer subir la temperatura de nuestro amor y de nuestra esperanza.

Claro que tenemos que preguntarnos cuál es la intensidad de nuestra fe, para vivir esta esperanza en el amor. Porque según eso, así tendría que ser nuestra vida. Pero bien, sabemos que las esperas algunas veces pueden hacernos enfriar los ánimos. Más cuando vivimos en un mundo tan materializado que todo lo espiritual se va enfriando, tan preocupado de vivir el momento presente que le quitamos esa trascendencia de futuro con deseos de plenitud. ¿No decimos, o nos dicen muchas veces, de este mundo no nos llevamos nada, vivamos el ahora porque nada más hay? Algunas veces perdemos esa perspectiva de la fe.

Vivir en esta esperanza de la venida del Señor, de ese encuentro en plenitud con el Señor no nos tiene que hacer vivir en el agobio y en la angustia. Quizás muchas veces se nos ha insistido excesivamente en el juicio y en la condena que nos hace olvidar que nos vamos a encontrar con un Dios que nos ama, y tanto nos ama que nos ha entregado a su Hijo para que encontremos la salvación, para ofrecernos la salvación.

Es el Dios que va a poner la balanza toda la intensidad de todo lo bueno, la intensidad que hayamos puesto en nuestra vida y en nuestras responsabilidades con ese mundo que puso en nuestras manos, en la intensidad del amor que hayamos vivido y compartido. Es la verdadera intensidad con que tenemos que vivir el mundo presente, del que también hemos de disfrutar ¿por qué no? porque es Dios el que nos ha dado esa capacidad de la alegría y de la felicidad. Claro que eso nos exige que no nos descuidemos y vivamos la intensidad de todo lo verdadero.

Y es que ese Dios con quien vamos a encontrarnos en plenitud al final ahora mientras caminamos en este valle que tantas veces se convierte en un valle de lágrimas también sacramentalmente se está haciendo presente en nuestra vida. Le podremos sentir en nuestro corazón como podemos escuchar su Palabra, pero le vamos a encontrar en esas cosas buenas de la vida y en cada una de sus circunstancia porque prometió Jesús que estaría con nosotros hasta el final de los tiempos, pero le vamos a encontrar en los hermanos, en los que con nosotros están haciendo el camino de la vida.

La liturgia de la Iglesia nos invita a que pensemos todas estas cosas para que se renueve la esperanza en nuestro corazón cuando iniciamos este tiempo del Adviento. No es solo pensar en la celebración de la primera venida de Jesús y prepararnos para ello como en su momento iremos haciendo a través de este tiempo de Adviento, sino abrir nuestro espíritu a la esperanza en esa segunda venida del Señor al final de los tiempos para lo que también hemos estar preparados.

‘Levantaos, alzad la cabeza, se acerca vuestra liberación…’ nos dice Jesús hoy en el evangelio. ‘Estad, pues, despiertos en todo tiempo… y manteneros en pie ante el Hijo del hombre… Tened cuidado de vosotros, no sea que se emboten vuestros corazones… Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y gloria’.