lunes, 29 de noviembre de 2021

Copiemos la fe, la confianza, la humildad del centurión dejando que Jesús llegue a nuestra vida desterrando los complejos de que el mundo nos vea como creyentes

 


Copiemos la fe, la confianza, la humildad del centurión dejando que Jesús llegue a nuestra vida desterrando los complejos de que el mundo nos vea como creyentes

 Isaías 2, 1-5; Sal 121; Mateo 8, 5-11

Cuando tenemos que hacer una petición, presentar una súplica o una instancia ante algún organismo o alguna entidad determinada, solemos muchas veces decir, bueno vamos a echarla a ver si tenemos suerte y lo conseguimos, que siempre con el no vamos por delante. Será mucha quizás la necesidad de aquello por lo que estamos suplicando, pero parece muchas veces que vamos con la derrota por delante, somos demasiado conformistas en si lo conseguimos o no lo conseguimos, nos falta confianza en nosotros mismos, pero también por supuesto desconfiamos del poderoso o de aquel que tiene en sus manos la resolución de lo que pedimos.

Pero eso nos sucede también en nuestra vida espiritual, en nuestra vida religiosa, y nos cansamos y aburrimos en nuestras oraciones no tenemos la confianza de una fe profunda en nuestro interior. Y claro, luego decimos, Dios no nos escucha. Pero ¿con qué confianza has presentado tu oracion? ¿Cuál es la seguridad interior que tenemos cuando nos presentamos a Dios?

Es todo lo contrario de lo que vemos hoy en el evangelio en el caso de aquel centurión que viene a pedirle a Jesús por el criado que tiene en casa muy enfermo. Tiene la seguridad de que Jesús le va a escuchar, que no será necesario ni siquiera el que Jesús vaya a su casa para curarle.

Cuando el centurión le cuenta a Jesús su problema, del criado que tiene enfermo de muerte, y Jesús le dice que El va a curarlo – Jesús que se quiere acercar junto al lecho del enfermo, como hizo con la hija de Jairo, como hizo con el paralítico de la piscina, como le vemos tantas veces a lo largo del evangelio – aquel centurión le replica. ‘Señor, no soy digno…’ tú puedes hacerlo con tu palabra, igual que yo le doy órdenes a mis soldados o a mis criados para que hagan las cosas. Pero es que yo no soy digno de que entres en mi casa.

¿Se sobresaltó aquel hombre porque Jesús le dijo que iba a ir a su casa? Ya sabemos que lo que predominaba en aquel corazón era la fe, una fe humilde, pero una fe grandiosa. Algunas veces quizás nosotros nos sobresaltamos por nuestros miedos, por no querer quizá comprometernos, porque la presencia de Jesús nos interroga por dentro, porque el encuentro con la gracia cambiaría quizás muchas cosas en mi vida.

Pedimos, pero quizás nos quedamos en unas posturas lejanas y poco comprometidas, unas posturas llenas de temores y de complejos, porque quizá no queremos que los demás se enteren. Y no dejamos que el sacerdote llegue junto al lecho de un familiar enfermo disculpándonos que el enfermo se va a morir del susto; y no queremos que nos vean que nosotros somos muy religiosos; y no nos manifestamos públicamente con nuestra fe, porque ahora no sé lo que van a pesar de mi; no queremos llevar visible un signo religioso porque parece que eso chocaría con la mentalidad de nuestro alrededor que decimos tan moderna; y disimulamos nuestras posturas o nuestros principios porque para la gente de ahora no son las cosas políticamente correctas… Cuántos disimulos, cuántas posiciones ocultas, cuántas cobardías, cuántos miedos, cuántos complejos…

Pero aquel centurión si no quería que Jesús fuera a su casa no era sino porque no se consideraba digno; él confiaba plenamente en la palabra salvadora de Jesús y era solamente eso lo que necesitaba; él no se quería poner con exigencias aunque desde su posición de poder como centurión pareciera que fuera una postura fácil, aunque con Jesús ya sabemos que eso no valía. Mereció la alabanza de Jesús. ‘En todo Israel no he encontrado en nadie tanta fe’. Y aquel centurión no era un israelita, era un romano, era un gentil.

¿Necesitamos algo más? copiar la fe, la confianza absoluta y la humildad de aquel hombre.

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