sábado, 4 de diciembre de 2021

Pensemos dónde estamos los cristianos cuando contemplamos ese mundo a nuestro lado que no conoce el evangelio

 


Pensemos dónde estamos los cristianos cuando contemplamos ese mundo a nuestro lado que no conoce el evangelio

Isaías 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mateo 9, 35-10, 1. 5a. 6-8

Son muchos los que dicen que están, pero a la hora de la verdad pocos vemos que estén dando el callo con su compromiso y con su acción. En momentos de entusiasmo estamos todos, cuando llega lo que podríamos llamar la rutina de la vida, o sea, el día a día de la vida donde tenemos que ir afrontando esas cosas pequeñas que nos pudieran parecer rutina son pocos los que permanecen constantes.

En un momento llamativo de algo extraordinario que sucede y que pudiera causar daño y perjuicios a muchos, surgen prontas las voces de solidaridad, que luego se irán enfriando, vamos olvidando, o incluso nos moleste que nos lo estén recordando continuamente. Vamos a ver hasta dónde llega esa solidaridad tan general que ha surgido con el volcán de Cumbre Vieja y donde ahora parece que todos quieren arrimar el hombro para ayudar; cuando pase algún tiempo ¿qué quedará de toda esa solidaridad? y no queremos ser pesimistas.

Lo vemos en muchos aspectos de nuestra sociedad, en actividades culturales que reclamamos, que comienzan muy bien pero que pronto nos encontraremos con los vacíos; ven en todas las actividades de la vida social, y tenemos que preguntarnos quizás si no nos sucederá algo así a los cristianos. Fervorosos en grandes cosas, grandes peregrinaciones o romerías y pronto nuestros templos vacíos y poca gente que quiera en verdad comprometerse.

He comenzado fijándonos en estos aspectos un tanto variados, pero es algo que llevo en mi mente y en mi corazón que me hace plantearme algunos interrogantes a mí mismo y a mi vida. Cuando camino por las calles o caminos de mi pueblo voy contemplando cuanta es la población que hay en nuestro entorno y decimos que estamos en un pueblo o una ciudad en la que todos prácticamente nos llamamos cristianos, recibimos el bautismo y los sacramentos y quizás todavía a la hora de la defunción de nuestros seres queridos los llevamos a la Iglesia para el funeral, bueno y celebramos las fiestas del Cristo.  ¿En qué se queda la vida cristiana para la mayoría de esa gente? O quizá habría que preguntar ¿qué conocimiento tienen de lo que significa ser cristiano? O más aún, ¿qué conocimiento y vivencia tienen del evangelio de Jesús?

Ahora llega la navidad, vemos un ambiente que llamamos navideño ya en nuestras calles, en los escaparates de las tiendas y comercios, en los adornos y luces que vamos colocando y ya comenzaremos pronto a decirnos unos a otros ‘feliz navidad’. Pero aparte de estas fiestas – incluso ya algunos quieren que digamos simplemente felices fiestas y no feliz navidad -, de esas celebraciones familiares o comidas de amigos o de empresa, ¿qué repercusión tiene en nuestras vidas como creyentes y cristianos todo eso que decimos que celebramos? ¿En verdad estará presente el evangelio de Jesús en todo eso que decimos navidad? Son cosas para pensar.

Hoy el evangelio nos ha hablado de que Jesús recorría los caminos, las aldeas y los pueblos de Galilea anunciando el reino de Dios y eran muchos los que acudían hasta Jesús; el evangelista nos subraya que le traían a todos sus enfermos de diversos males para que Jesús les curara, y que se reunían multitudes para escuchar a Jesús.

Pero es aquí donde Jesús hace como un parón, nos dice el evangelista que Jesús sentía compasión de toda aquella gente ‘porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor’. Y es cuando les dice a los discípulos más cercanos que la mies es mucha y que los obreros son pocos, y llama a los discípulos les da autoridad sobre los espíritus inmundos y los envía a predicar por todas partes, pero de manera especial a las ovejas descarriadas de Israel. No los envía a campos nuevos – al mundo entero como hará al final del evangelio – sino a los que están cercanos, a los que son ovejas de Israel, pero quizá viven sin esperanza y sin fe.

¿No será algo así lo que nos está pidiendo Jesús cuando escuchamos este evangelio? Un mundo que nos rodea, que tendría muchos motivos para vivir una fe con intensidad porque en algún momento han escuchado el evangelio o habrán tenido algún tipo de experiencia religiosa, pero que ahora son como aquellas ovejas abandonadas y extraviadas, como ovejas que no tienen pastor. Es ese mundo cercano a nosotros, esas personas que nos rodean y que hasta podemos tener en nuestra propia casa al que tenemos que anunciar de nuevo el evangelio de Jesús.

No se nos quede toda nuestra religiosidad y nuestro ser cristiano en unas peregrinaciones, en unos momentos de esplendor y de fervor, sino que en el día a día vayamos anunciando el evangelio comenzando por esos que están a nuestro lado. Somos tantos cristianos y ¿qué hacemos? ¿Hasta dónde llega nuestro compromiso con el evangelio? ¿No será aquello que decíamos al principio son muchos los que dicen que están, pero a la hora de la verdad, a la hora de la evangelización, no se les ve por ninguna parte?

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