jueves, 2 de diciembre de 2021

No nos contentemos con simplemente recitar, sino que oremos de todo corazón porque esté brotando como de forma espontánea todo lo que llevamos en el corazón

 


No nos contentemos con simplemente recitar, sino que oremos de todo corazón porque esté brotando como de forma espontánea todo lo que llevamos en el corazón

Isaías 26, 1-6; Sal 117; Mateo 7, 21. 24-27

Cuando estamos con los amigos o con aquellas personas que queremos hablamos con naturalidad y espontaneidad, expresando nuestras ideas o nuestro pensamiento, manifestando espontáneamente nuestros sentimientos y no necesitamos buscar palabras rebuscadas para expresarnos. Sería como algo encorsetado que para expresar nuestros sentimientos a aquellas personas que queremos rebusquemos palabras que quizás tomemos de otros coartando así nuestra espontaneidad. Aunque algunas veces de forma romántica quizás nos expresemos con poesías o palabras de amor escritas por otros más inspirados, sin embargo sabemos hacerlas nuestras, poniéndole quizá nuestros propios matices para darles el aire de esa espontaneidad.

Es lo ideal. Que así seamos nosotros mismos. Que nos manifestemos como somos. Que comuniquemos lo que llevamos dentro. Que por hacer florituras de palabras hermosas no llevemos a expresar realmente lo que llevamos dentro, sino quizás las palabras o los sentimientos de los otros. Eso en todas las facetas de la vida. Hay cosas quizás que tienen su tecnicismo, por así decirlo, y según qué lugares pues tengamos que emplear ese lenguaje, pero no nos podemos poner a hablar con la gente normal que está a nuestro lado desde ese manera.

Y ¿esto tiene que ver algo con lo que es nuestra relacion con Dios? Es serio pensarlo, planteárnoslo, porque muchas veces podemos caer también en que repetimos unas oraciones que hemos convertido en fórmulas, pero con las que quizás nuestro corazón se siente lejos. Aquí podemos entrar en varias facetas o campos. Pensemos primero en lo que es nuestra oracion personal con el Señor. ¿Logramos en verdad sentirnos en su presencia y que nuestra oración sea realmente la oración, el diálogo de amor de un hijo con su padre?

Rezamos, decimos, y decimos que rezamos mucho, porque repetimos muchas oraciones una y otra vez. Pero es lo que seriamente tenemos que plantearnos. Que en ese momento de oración en verdad nos sintamos en las manos de Dios nuestro Padre y que nuestra oración sea ese encuentro personal con Dios, con el Dios que nos ama y a quien nosotros también amamos.

Es cierto que nos han enseñado unas oraciones que hemos aprendido desde niños y que seguimos repitiendo; es cierto que una de esas oraciones decimos que es salida de labios de Jesús cuando enseñó a orar a sus discípulos; cuando rezamos el padrenuestro o cualquiera de esas otras oraciones que hemos aprendido de memoria desde pequeños tenemos que hacer que en verdad en esas palabras, vamos a decirlo así, salga nuestro corazón, que las hagamos tan nuestras que en ello estemos poniendo todo lo que son nuestros sentimientos y nuestros deseos, todo lo que tiene que ser nuestra alabanza y nuestra acción de gracias al Señor.

Pensemos también en lo que es nuestra oración comunitaria que fundamentalmente hacemos con la oración litúrgica. Cuando esa oración es la oración de una comunidad reunida en el nombre del Señor es cierto que necesitamos aunar esa oración expresada en las plegarias que la liturgia nos ofrece. Pero aquí creo que hemos de tener un cuidado muy especial para que no sea un simplemente recitar unas oraciones o unas plegarias, como de una forma encorseta como decíamos antes, sino que sea lo que en verdad sale del corazón de aquella comunidad, del corazón de todos y cada uno de los que en esa celebración estamos participando.

Por eso, no nos contentemos con simplemente recitar, sino que oremos de todo corazón. Que por encima de esas palabras esté brotando como de forma espontánea todo lo que llevamos en el corazón. No es simplemente un poema de amor lo que recitamos fríamente, sino que es la oración que desde ese encuentro profundo con el Señor hacemos llegar al Padre que sabemos que nos ama. No es con florituras de palabras rebuscadas con lo que queremos hablar al Señor, aunque bellas son las expresiones de la liturgia. Sepamos sacarle jugo, por así decirlo. Tenemos que poner ahí todo lo que es la espontaneidad de nuestra vida y de nuestros sentimientos, todo lo que es la riqueza del amor que también nosotros queremos ofrecerle al Señor.

Hoy hemos escuchado a Jesús que nos dice en el evangelio. ‘No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos’. Que no sea, pues, solamente decir, ‘Señor, Señor’, sino que seamos capaces de poner toda la intensidad de nuestra vida en nuestra oración. Y poner la intensidad de nuestra vida significa cómo con nuestra vida en todo momento siempre queremos hacer la voluntad del Señor. Porque oramos no solo para expresar lo que nosotros sentimos o llevamos en el corazón, sino para abrir nuestro corazón a Dios y escucharle para dejarnos transformar por la fuerza del Espíritu haciendo siempre lo que es su voluntad.

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