sábado, 14 de agosto de 2021

De una forma muy profética Jesús deja que los niños se acerquen a El y nos enseña a ser como los niños para vivir el Reino de Dios

 


De una forma muy profética Jesús deja que los niños se acerquen a El y nos enseña a ser como los niños para vivir el Reino de Dios

Josué 24,14-29; Sal 15; Mateo 19,13-15

¿Quién no ha sentido emoción ante la ternura de un niño que espontáneamente se te da sin ningún temor ni desconfianza y viene quizá con su juguete para ofrecértelo y que juegues con él? Saben los niños a los que quieren y en los que confían, en su pequeñez e inocencia sin embargo captan el sentido de tu mirada o de tus gestos y saben que pueden confiarse en ti y al mismo tiempo poco a poco se van robando tu corazón. No hay malicia ni desconfianza, simplemente abren sus brazos como te ofrecen su cariño, se cogen confiados de tu mano pero al mismo tiempo saben tirar de ti para que te pongas a su altura. Y ante su ternura si nosotros vamos con corazón limpio terminamos por abajarnos para estar a su altura y participar también de sus gestos espontáneos y ocurrentes. Al final terminaremos riendo con su misma sonrisa.

¿Será algo de eso lo que nos está pidiendo Jesús en el evangelio? Ese mundo nuevo que Jesús quiere para nosotros tiene que estar alejado de toda malicia y desconfianza, y lleno de la espontaneidad de la sencillez y de la ternura con que aprenderemos a tratarnos. Nos coge Jesús de la mano como un niño pero quiere llevarnos por su camino, quiere que nos abajemos de nuestros pedestales, y seamos capaces de ponernos a la altura de un niño o a la altura de cualquier hermano con el que nos encontremos en el camino.

Nos enseña Jesús a mirar a los ojos sin malicia, pero también descorriendo el velo con que queremos quizás ocultar mucho de lo nuestro, porque en ese mundo nuevo tenemos que aprender a caminar de forma distinta, pero también a sonreír con la misma inocencia de un niño, porque en nuestros ojos brilla ya una nueva alegría nacida de la ternura con que nos tratamos y del amor que vamos sembrando en la vida.

Hoy el evangelio nos trae un texto muy breve y muy sencillo. Pudiera parecer como una anécdota más de esos hechos curiosos que podríamos encontrar en el evangelio, pero sin embargo nos trae el anuncio de que quiere desmontar todo ese mundo falso y de vanidad que nos hemos ido creando.

Unos niños que juegan en la plaza pero que espontáneamente unos como saben hacerlo siempre los niños, o llevados de la mano de sus madres pronto estarán rodeando a Jesús y queriendo recibir sus bendiciones. El corazón de una madre sabe a donde puede y tiene que llevar a su hijo porque va a encontrar una buena sombra o una radiante luz que ilumine sus vidas. Por eso, con esa quizá ingenuidad se acercan a Jesús que quizá descansa sentado en medio de la plaza, porque quieren que Jesús bendiga a sus hijos.

Por allá andan celosos de cuidar a su maestro y nada le moleste los discípulos que tratan de apartar a los niños para que no molesten el descanso de Jesús. Y aquí nos deja Jesús esa frase con un tono muy profético de ese mundo nuevo que Jesús quiere para los suyos. ‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’.

Habla del reino de los cielos, constante en su predicación y en su evangelio y habla de ser como niños. Recordemos lo que hemos venido reflexionando y veamos si no es eso lo que nosotros tenemos que copiar en nuestras vidas y nos daremos cuenta de que ahí están encerrados todos los valores del Reino que Jesús nos está proclamando.

Cuántas cosas tenemos que desmontar, cuantas actitudes nuevas hemos de tener, que sentido y estilo nuevo de vida hemos de vivir. En el Reino de Dios no caben las desconfianzas, como no cabe tampoco la prepotencia y la vanidad; en el reino de Dios hemos de vivir con un espíritu sencillo y humilde, porque todos hemos saber sentirnos siempre cercanos los unos a los otros; en el reino de Dios no cabe que nos guardemos malicias en el corazón, sino que siempre tenemos que actuar con un corazón abierto y generoso; en el reino de Dios no caben tristezas ni amarguras, sino que siempre tienen que brillar nuestros ojos con una alegría salida de un corazón limpio y lleno de esperanza.

‘De los que son como ellos es el Reino de los cielos’.

viernes, 13 de agosto de 2021

Que sea un amor verdadero liberado de egoísmos y deseos de posesión el que esté en el cimiento y fundamento de esa nueva comunión que se crea entre dos personas que se aman

 


Que sea un amor verdadero liberado de egoísmos y deseos de posesión el que esté en el cimiento y fundamento de esa nueva comunión que se crea entre dos personas que se aman

Josué 24,1-13; Sal 135; Mateo 19,3-12

Por las redes sociales circulan muchos dichos y sentencias que quieren hacer reflexionar y que, aunque muchas veces no estemos de acuerdo en la totalidad de lo que nos dicen, sin embargo nos ayudan a pensar y en cierto modo a ser de alguna manera críticos incluso con esas sentencias que se nos ofrecen; ya sabemos que no todo tenemos que tragárnoslo porque lo veamos presentado de una forma bonita y llamativa, sino que tenemos que interiorizar y confrontar aquel pensamiento para sacarle la mejor lección. Son algunas de las cosas buenas que pueden tener para nosotros cuando nos ayudan a pensar y a reflexionar para tener nuestro propio criterio.

En uno de esos mensajes se nos presenta a alguien que hace unas preguntas a un sabio de la antigüedad y entre otras cosas le pregunta por qué en un momento determinado los amigos se separan y parece que se rompe la amistad; aquel sabio le responde que si así sucede es porque allí antes no hubo verdadera amistad.

Hay palabras, conceptos, sentimientos que no nos podemos tomar a la ligera, sino que hemos de saber reflexionarlos para encontrarle su verdadero sentido y no nos suceda que nos confundamos y algunas veces hagamos unas mezcolanzas que al final no sabemos por donde andamos. La gente desde que se conoce en un primer contacto ya dice que somos amigos y cuando hablamos de amistad fácilmente derivamos en la confianza que decimos que nos da la amistad hacia intimidades y confianzas que no tienen que ver con lo que realmente es una verdadera amistad. Una simple atracción porque alguien me caiga bien no tenemos que decir ya de entrada que somos amigos íntimos y nos queremos permitir confianzas y cosas que van más allá del respeto que nos supone una verdadera amistad.

Decimos la amistad o decimos el amor, que muchas veces quiere convertirse en posesión y en dominio, con el peligro de que incluso terminemos intentando anular a la otra persona. La cercanía que nos da la amistad y la unidad a la que nos lleva el amor nos puede hablar de comunión, pero no tiene que hablarnos de dominio; el yo de la persona es algo bien sagrado que compartimos para hacer un nosotros, pero que no anulamos. Nunca la persona que amamos tiene que ser como una cosa para mi sobre la que yo tengo dominio absoluto. Eso es amor.

El amor y llegar a vivirlo de verdad es un camino largo que tenemos que hacer donde tenemos además siempre muchas cosas que aprender; por eso el amor tiene que madurar y es entonces cuando nos da seguridad, es cuando podemos llegar a esa entrega total. Son tantos los pasos que se han de dar, los escalones que se han de subir, las cosas que tenemos que aprender para llegar a esa maduración que nos dé plenitud de verdad al amor. No siempre hacemos ese camino, no siempre llegamos a esa madurez, muchas veces nos quedamos en un amor infantil de posesión, como el niño pequeño que quiere una cosa y que sea exclusivamente para él y nadie más pueda tenerla incluso en sus manos. Un proceso humano de maduración que no siempre hemos sabido hacer en la vida y que nos lleva tantas veces al fracaso.

Hoy en el evangelio los fariseos le plantean a Jesús el tema del divorcio, planteamientos que seguimos haciéndonos en todos los tiempos. ‘¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?... ¿Y por qué mandó Moisés darle acta de divorcio y repudiarla?’

Recuerda Jesús lo que fue la voluntad de Dios desde el principio, que además quería que la unión del hombre y la mujer fueran hacerse una misma carne. ¿Para qué nos ha creado Dios? Tendríamos que responder que para el amor. Es la capacidad más sublime que Dios ha puesto en el corazón del hombre, llegar a esa donación de sí mismo hacia el otro ser al que amamos. Es la base de todas las relaciones humanas, que ya sabemos que rompemos tan fácilmente cuando dejamos meter el egoísmo y el orgullo en nuestros corazones. Tiene que ser el motivo profundo por el que un hombre y una mujer llegan a compartir su vida de la forma más profunda, más absoluta y más sublime. Pero tiene que ser un amor verdadero el que esté en el cimiento de esa relación, en el fundamento de esa nueva comunión que se crea entre dos personas que se aman.

Es lo que tenemos que buscar para no dejarnos arrastrar por nuestras terquedades como decía Jesús para responder al por qué Moisés les permitió el repudio matrimonial. Es una tarea hermosa, es una hermosa y bella construcción de la persona, será el bello edificio del amor, del matrimonio y de la familia, pero que tenemos que saber cuidar. Que exista siempre ese cimiento del verdadero amor, despojado de orgullos y de egoísmos.

jueves, 12 de agosto de 2021

Aprendamos a ser felices rompiendo barreras y tendiendo puentes de generosidad en la comprensión de nuestras debilidades con un corazón siempre dispuesto a perdonar

 


Aprendamos a ser felices rompiendo barreras y tendiendo puentes de generosidad en la comprensión de nuestras debilidades con un corazón siempre dispuesto a perdonar

Josué, 3,7-10a. 11. 13-17; Sal 113; Mateo 18, 21-19, 1

Cuántos dolores y sufrimientos que se acumulan, cuántas heridas que llevamos en el corazón que parece que no tienen cura sino que cada vez se agrandan más produciendo mayor desasosiego y sufrimiento, cuántas barreras que interponemos o zanjas que cada vez se ahondan más para que sea imposible el paso… tantos resentimientos, tanta malquerencia y tantos deseos de mal y de venganza contra los otros, tanta gente que no se dirige la palabra, tan vecinos mal llevados que por cualquier causa y en cualquier momento hacen surgir de nuevo el conflicto, tantas familias rotas por viejos resentimientos que no se olvidan, cuantos orgullos guardados en el corazón que nos endurecen y al final nos amargan.

Todo por no saber perdonar. Y nos hacemos de la vida un infierno. Porque aunque decimos que se fastidie pero yo eso no lo voy a olvidar nunca ni lo voy a perdonar, al final los fastidiados somos nosotros, porque aunque lo ocultemos o lo disimulemos los que lo estamos pasando mal somos nosotros porque no nos faltará esa amargura y ese resquemor en el corazón que tanto daño nos hace. Quizás a lo más decimos yo ya te lo perdoné una vez, pero volviste a fastidiarme, a hacerme daño, y yo no voy a estar para aguantar. Y esta es nuestra historia, es la historia de la humanidad, la historia de cosas pequeñas que surgen entre los más cercanos, pero que son también los orgullos que nos llevan a enfrentamientos mayores y hasta guerras.

Es la pregunta que le hace Pedro a Jesús. El estaba entendiendo lo que Jesús les estaba enseñando de ese nuevo sentido y estilo de vivir del Reino de Dios donde el amor tenia que estar en el centro de todo y eso en verdad nos iba a hacer más humanos. Estaba entiendo, quizás, pero había cosas en su corazón o conocía bien lo que sucedía en su entorno, todas esas situaciones de resentimientos y de malquerencias porque eso de perdonar costaba mucho. Por eso la pregunta a Jesús ‘¿cuántas veces tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?’


Y ya sabemos nosotros también la respuesta de Jesús que no solo nos la deja como una sentencia, sino que además nos pone un ejemplo muy claro de lo que sucede y de lo que no tendría que suceder. ‘No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete’. Pero luego le habla de aquel rey que quiso ajustar las cuentas con sus seguidores y con sus deudores. Allí había alguien que le debía mucho y al que le exige el pago de su deuda, pero aquel hombre no puede atender a la petición de su señor. Pero aquel rey de corazón generoso le perdona toda su deuda.

Hasta aquí parece todo normal, lo que viene a continuación entra en una gran contradicción. Aquel que había sido perdonado de su gran deuda, se encuentro con un compañero que le debe una pequeña cantidad, pero en lugar de ser generoso como habían sido generosos con él, le exige hasta meterlo en la cárcel hasta que le pague todo lo que le debe. Tanta es la consternación que produce este hecho que sus propios compañeros le contarán al rey lo que ha sucedido. ‘Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’

Está claro el mensaje de Jesús pero cuánto nos cuesta no solo entenderlo sino llegar a vivirlo. Ahí está esa experiencia de la vida como reflexionábamos al principio. ¿No será que no hemos sido capaces de saborear de verdad el perdón que recibimos? Quizás nos creemos merecedores de todo y por eso damos por supuesto que tienen que perdonarnos, pero luego nosotros no actuamos de la misma manera con los demás.

Tenemos que aprender a ser agradecidos porque constatamos cuanto recibimos sin nosotros merecerlo; y eso nos hará humildes, y eso pondrá generosidad en nuestro corazón, eso nos hará tener una mirada distinta, eso nos hará romper todas esas barreras que nos interponemos, y en lugar de barreras aprenderemos a tender puentes.

Qué felices podemos sentirnos cuando aprendemos a aceptarnos, a comprender nuestras debilidades porque todos tenemos debilidades, y cuando somos capaces de poner generosidad en nuestro corazón.

miércoles, 11 de agosto de 2021

Somos una comunión de hermanos que se aman y quieren caminar juntos a pesar de sus imperfecciones y limitaciones, porque mutuamente nos ayudaremos a superarnos y a caminar

 


Somos una comunión de hermanos que se aman y quieren caminar juntos a pesar de sus imperfecciones y limitaciones, porque mutuamente nos ayudaremos a superarnos y a caminar

Deuteronomio 34,1-12; Sal 65; Mateo 18, 15-20

Algunas veces nos creemos una raza de perfectos. Aunque en la sinceridad de nuestro ser más profundo reconocemos lo que son nuestras limitaciones, pero no es así cómo queremos manifestarnos, cómo queremos que nos conozcan, y ya nos molesta muchísimo que alguien nos haga ver nuestros defectos y nuestras limitaciones.

Así como queremos poner como una máscara para que no se noten nuestros defectos o nuestros fallos, porque muchas veces no es simplemente una debilidad, sino una maldad que nos surge en nuestro corazón, con los demás nos volvemos exigentes y nada les perdonamos; con qué facilidad echamos en cara a los otros sus errores, en qué pedestal de autosuficiencia nos subimos tantas veces, y cómo no nos importa humillar a los demás. Son cosas que nos pasan, que están ahí en la realidad de nuestra vida, que no sabemos superar, y es causa de tantos tropiezos o de tantas heridas que podemos ir produciendo en los demás.

Y es que nos falta humanidad; humanidad que tiene que llenar de comprensión nuestro corazón, que nos hace ser sinceros con nosotros mismos, que nos llevaría a una cercanía para saber caminar junto a los otros apoyándonos, estimulándonos, evitando heridas o curándolas cuando aparecen, sintiéndonos de verdad en un mismo camino.

Hemos convertido la vida demasiado en una competición, pero sin espíritu deportivo; con espíritu deportivo lo veremos como algo alegre que hemos de vivir para sentirnos todos satisfechos, con verdadero espíritu deportivo no es tanto el que quede el primero o el último, sino el gozo de haber hecho ese camino juntos. Pero hemos convertido la vida en una competición en que si podemos descartamos al otro, lo anulamos de la forma que sea y para ello no nos importaría sobreabundar sus defectos o sus errores, para yo quedar en mejor lugar. Es amargo un camino así. No es la alegría que tendríamos que vivir en la vida.


Lo que nos enseña Jesús en el evangelio es que sepamos caminar juntos, que seamos felices caminando juntos, que seamos capaces de aceptarnos, pero al mismo tiempo ser estímulo para los demás como los demás son estímulo para mí para superarnos juntos, para corregir errores, para limar asperezas, para sanar heridas. Por eso hoy Jesús nos habla de la corrección fraterna; y nos da unas pautas, porque esa corrección no puede ser un hundir a la persona sino darle la mano para que se levante y siga caminando; esa corrección la llamamos fraterna porque así nos sentimos, hermanos, y hermanos que se quieren, y hermanos que quieren lo mejor los unos para los otros, hermanos que nos sabemos sentir en comunión.

Por eso hoy Jesús nos habla también del perdón; cuando sabemos ofrecer ese perdón, y lo hacemos porque hay amor en nuestro corazón, ese gesto llega al cielo y desde el cielo recibimos también ese perdón. Por eso nos dice Jesús que ‘todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en los cielos’. Es el fruto del amor, es el fruto de sentirnos hermanos, es el fruto de saber caminar juntos.

Por esto terminará diciéndonos Jesús que cuando vivamos un amor así, seremos verdaderamente gratos para Dios. Tan gratos que por esa comunión que hay entre nosotros podemos tener la seguridad de que Dios siempre nos escucha, Dios se hace presente entre nosotros de manera especial. ‘Os digo, además, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos’.

Ya no somos aquella raza de perfectos que nos volvemos exigentes con todos y de qué manera; somos una comunión de hermanos que se aman y quieren caminar juntos a pesar de sus imperfecciones y limitaciones, porque mutuamente nos ayudaremos a superarnos y a caminar.

 

martes, 10 de agosto de 2021

El martirio del diácono san Lorenzo tendría que hacernos pensar en quienes son en verdad los tesoros de la Iglesia

 


El martirio del diácono san Lorenzo tendría que hacernos pensar en quienes son en verdad los tesoros de la Iglesia

2Corintios 9, 6-10; Sal 111; Juan 12, 24-26

Hoy celebramos el martirio de san Lorenzo. Archidiácono de la Iglesia de Roma, aunque según tradiciones de origen español, por eso Huesca lo tiene como lugar de su nacimiento y como patrono de su ciudad, su misión era el servicio diaconal junto al Papa que llevaba consigo la administración de los bienes de la Iglesia para la atención de los pobres y de los necesitados.

Recordamos con los Hechos de los Apóstoles que para eso nació ese ministerio ya en aquella primera comunidad de Jerusalén; para que los apóstoles se dedicaran más intensamente a la oracion y a la predicación, la atención de los huérfanos y las viudas de la comunidad con el compartir de todos los que creían en Jesús se confió, recordamos, a aquellos siete diáconos escogidos en medio de la comunidad.

En la Iglesia de Roma estaba organizado igualmente ese ministerio de servicio, el diaconado, aunque todavía nos encontremos a mediados del siglo III con las carencias que entonces existían y en medio de las persecuciones que sufrían todos los que creyesen en el nombre del Señor Jesús. Y es precisamente lo que se destaca de manera especial en el diácono Lorenzo, su servicio y atención a los pobres. La persecución decretada por el emperador Valeriano se llevaba a cabo de manera especial con los dirigentes de la comunidad cristiana. Días antes del martirio de san Lorenzo había sido el martirio del Papa Sixto con un grupo también de diáconos.

Ahora quieren apoderarse de los tesoros de la Iglesia – no ha dejado de persistir ese encono contra la Iglesia y sus tesoros también en nuestros tiempos – y por eso es a Lorenzo al que detiene el emperador para obligarle a entregarle esos tesoros. Lorenzo reúne a todos aquellos pobres, huérfanos y viudas que eran atendidos por la comunidad cristiana para presentárselos al emperador como los tesoros de la Iglesia. Lo que aquellas aun incipientes comunidades cristianas podían compartir precisamente era dedicado plenamente a la atención de esos pobres y necesitados. El emperador se sintió burlado y la condena a Lorenzo fue a morir en la hoguera. Es el signo que forma parte de la imagen de san Lorenzo, la parrilla junto con la palma del martirio.

Ser mártir es ser testigo; el mártir cristiano es testigo de su fe en Jesús pero que se manifiesta en el testimonio del amor. Normalmente cuando hablamos de los mártires pensamos en aquellos que fueron testigos hasta dar su vida, hasta morir incluso de una manera cruenta por la fe que tienen en Jesús, al que no quieren negar.

Es el testimonio supremo de la fe y del amor, porque es llegar a dar la vida por la fe y por el amor, con la fuerza de la fe y con la fuerza del amor de Dios que rebosa en sus corazones. Es el grano de trigo que se entierra para que dé fruto, como nos enseña hoy el evangelio. De cualquier manera no se puede ser mártir, dar el testimonio de la vida, convertir la vida en un testigo, si no es con la fuerza de la fe, con la fuerza del amor de Dios.

Mártir, pues, es el que se da desde el amor, el que ofrece al mundo el testimonio de su amor, se convierte en testigo del amor. Dios nos puede conceder ese don del martirio y nos dará fuerza para soportarlo porque es dar la vida, pero sí tenemos que pensar que un cristiano siempre tiene que ser un testigo de su fe y de su amor. Si decimos que creemos en Jesús porque queremos vivir su evangelio nuestra vida tiene que ofrecer un brillo especial, nuestra vida tiene que ser la vida de un testigo. Nuestra forma de vivir y de amar nos tiene que hacer distintos, en nosotros tiene que resplandecer de una manera especial ese amor. ¿No tendríamos que ser como ese grano de trigo que muere para germinar y dar fruto? Por eso en el sentido más profundo de la palabra tendíamos que decir que el cristiano siempre es un mártir, porque siempre ha de ser un testigo.

Una última consideración que podríamos hacernos a la luz del martirio de san Lorenzo sería preguntarnos donde están también hoy los tesoros de la Iglesia. ¿Serán igualmente los pobres tal como los presentaba san Lorenzo? Miremos a Cáritas y a cuantos son atendidos desde esa institución de nuestras comunidades cristianas, pero tendríamos que mirar tantas obras de la Iglesia en la atención a los ancianos, en el cuidado de los enfermos, en la apertura de nuestras comunidades a los discapacitados de todo tipo, en los comedores sociales que dan comida en nuestros pueblos y ciudades a tantos que se sienten abandonados, en la preocupación por los sin techo, y así en tantas y tantas obras que nacer al calor del amor de la comunidad cristiana; la lista se haría interminable.

¿Serán también para mí mis tesoros porque los tendré como una prioridad en las preocupaciones de mi vida?

 

lunes, 9 de agosto de 2021

Dios llega con sus llamadas a la hora en que menos pensemos pero en nosotros ha de haber una sintonía espiritual para captar la señal, la honda de Dios

 


Dios llega con sus llamadas a la hora en que menos pensemos pero en nosotros ha de haber una sintonía espiritual para captar la señal, la honda de Dios

Oseas 2, 16b. 17de. 21-22; Sal 44; Mateo 25,1-13

Salimos al camino o bien porque nos vayamos a poner en camino para ir hacia alguna parte, o porque esperamos a alguien. Más de una vez lo habremos hecho o habremos visto a alguien a la puerta de su casa como si estuviera esperando a alguien; alguien nos ha avisado que llega y quizás en cierto modo impacientes nos asomamos al camino para ver si atisbamos por donde viene; quizás tengamos que indicar con claridad al que llega cual es el lugar, o por el respeto que nos merece la persona que llega mantenemos la puerta abierta y en cierto modo preparamos algo para recibirle. Había muchos gestos y signos que se realizaban para expresar la acogida que dispensábamos al que llegaba.


Jesús al proponernos hoy la parábola utiliza la imagen de las bodas, en las que las amigas de la novia habían de salir al camino con lámparas encendidas para iluminar el camino y para hacer la acogida del novio que llegaba con sus amigos para la boda. Y aquí era algo importante la luz; era la carencia de luz, algo normal en aquellos caminos, pero la luz que había de servir también para iluminar la sala del banquete de bodas; y era importante la previsión del aceite suficiente para poder mantener las lámparas encendidas.

La parábola habla de una tardanza; los caminos podían ser largos y dificultosos y en el camino siempre nos podemos encontrar contratiempos que nos hagan retrasar la llegada; en el mundo de las puntualidades en el que vivimos en el presente bien sabemos que también se producen los retrasos por lo que siempre hemos de estar atentos al momento de la llegada con los preparativos necesarios.

Es lo que nos sucede en el ritmo ordinario de la vida, esperamos y algunas veces nos llenamos de impaciencia; se nos anuncia que algo va a llegar o a suceder y quizás andamos distraídos en otras cosas y quien llega se nos puede presentar de improviso, porque además nos puede adelantar su llegada. Me estaba acordando ahora de aquel prior del convento que sabía de la llegada del Obispo aquel día a visitar el convento, pero el obispo se presentó antes de la hora prevista y para sorpresa del propio prior se encontró en ropa de faena regando los jardines del claustro, y nada estaba aún preparado pasando sus correspondientes apuros.

Cuando Jesús nos está proponiendo esta parábola está señalándonos la vigilancia con que hemos de vivir nuestra vida porque Dios llega con sus llamadas a la hora en que menos pensemos. Es el ojo del creyente atento a ese actuar de Dios en su vida; las cosas se nos van sucediendo una tras otra y seguimos con normalidad el ritmo de nuestra vida, pero el verdadero creyente sabe tener una sintonía especial para descubrir esa presencia de Dios, esa llamada de Dios, esa Palabra de Dios que nos llega a través de esos mismos acontecimientos ordinarios que vamos viviendo.

La parábola habla del aceite suficiente que se ha de tener preparado porque parte de esa imagen de las lámparas de aceite que se han de tener encendidas. Decimos el aceite y decimos esa sintonía espiritual para captar las señales de Dios; decimos el aceite y estamos diciendo esos ojos de fe para saber estar atentos y a la escucha; decimos el aceite y hablamos de nuestro espíritu de oración para estar a la escucha; decimos el aceite y estamos hablando de esa capacidad de reflexión para pensar y para repensar lo que nos sucede; decimos el aceite y estamos diciendo esa vigilancia y atención para no dejarnos embaucar ni seducir por falsos cantos de sirena en tantas cosas que nos pueden distraer en la vida; decimos el aceite y decimos ese cultivo espiritual que hemos de hacer en nosotros mismos para que sepamos ver más allá de lo material que tantas veces nos ciega.

No importa que tarde o venga fuera de hora incluso adelantándose a lo que quizás teníamos previsto, porque en nosotros hay esa sintonía espiritual para captar la señal, para captar esa honda de Dios.

Hoy estamos celebrando a santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein como era conocida antes de ser religiosa, que un día supo escuchar la voz de Dios, aunque estaba fuertemente enfrascada en sus estudios filosóficos, para entrar por los caminos de la fe y aceptar a Jesucristo como única sabiduría de su vida. La ciencia y el conocimiento filosófico no fue un obstáculo para ella encontrarse con Jesús y consagrarle totalmente su vida.

domingo, 8 de agosto de 2021

Comer a Jesús significa hacer vida nuestra todo lo que es la vida de Jesús, impregnarnos de su vida de manera que ya no es nuestra vida sino su vida para vivir en Dios para siempre

 


Comer a Jesús significa hacer vida nuestra todo lo que es la vida de Jesús, impregnarnos de su vida de manera que ya no es nuestra vida sino su vida para vivir en Dios para siempre

1Reyes 19, 4-8; Sal. 33; Efesios 4, 30–5, 2; Juan 6, 41-51

Esto sí que es vida, lo habremos escuchado, lo habremos dicho quizás; cuando encontramos algo que nos satisface plenamente, que nos parece que nos da la mejor felicidad, que trata de saciarnos en nuestros apetitos y deseos, cuando nos encontramos satisfechos y felices después de lo que hemos vivido, de la fiesta que hemos celebrado, de la comida que hemos compartido.

Es cierto que tiene ciertas connotaciones demasiado materiales en referencia aparentemente solo a nuestros apetitos y deseos, pero creo que de alguna manera no está diciendo algo más. Queremos vivir, queremos tener la mejor vida, queremos disfrutar de la vida, no queremos que esa felicidad se acabe, deseamos que una vida así dure para siempre.  Y cuando sentimos que eso además se nos da como un regalo, algo así como que más felices nos sentimos. Tenemos hambre y sed de muchas cosas que satisfagan nuestro vivir.

Me vienen a la mente dos peticiones a Jesús que aparecen en distintos momentos en referencia a ese vivir. Dame de esa agua para que no tenga más que tener que venir al pozo a sacar el agua, para que no tenga nunca más sed, le dice la samaritana a Jesús cuando El le dice que es el agua viva y que bebiendo de esa agua no se volverá a tener sed; comprendemos cómo entendía aquella mujer lo de la sed y del agua, pero manifiesta unas ansias que todos llevamos dentro. Y ahora en este pasaje del capitulo 6 de san Juan los judíos le dirán a Jesús que les dé de ese pan; les ha hablado de un pan que da vida y que quien lo come no tendrá más hambre jamás, y para verse así satisfechos, y ya sabemos cómo, le piden ese pan. ‘Danos siempre de ese pan’.

Pero la felicidad que Jesús nos ofrece, la vida de la que Jesús nos está hablando, ¿se refiere solamente a lo material de la vida? Aquella felicidad de la que hablábamos cuando decíamos que ‘esto sí es vida’ ¿se refiere solo a esa vida humana con todas sus connotaciones materiales? ¿Es solo eso lo que buscamos y deseamos? Poniéndonos a pensar seriamente nos damos cuenta que vivir es algo más, y buscamos un sentido de la vida, buscamos una sabiduría del vivir que nos conduzca por otro camino que nos de una felicidad total. Y es lo que nos está ofreciendo Jesús; por eso nos pide escuchar su Palabra, por eso nos pide creer en El.

Cuando hoy nos está diciendo que es el verdadero pan bajado del cielo y el que le come vivirá para siempre, de eso nos está hablando. Es Jesús ese pan que viene del cielo y nos sacia plenamente; es Jesús esa Palabra que nos viene de Dios y que nos revela la sabiduría más excelsa para que podamos llegar a darle un sentido de plenitud a la vida; lo que nos dice de vivir para siempre que es vivir en plenitud total, en una felicidad tal que no se ve mermada por ninguna cosa.

Como hoy nos vuelve a repetir, no se trata de un pan bajado del cielo, como el maná, que Moisés les dio en el desierto; claro que aquel maná tenía un sentido y un significado más grande y más intenso que las interpretaciones ordinarias que se hacían de él. No era solo un alimentar a unos cuerpos hambrientos, lo que Moisés les estaba ofreciendo, sino que con Moisés vino también la ley de Dios, que era todo un sentido de vivir. La ley no solo era una reglamentación de la vida y de la vida de aquel pueblo para saber lo que tenían o no tenían que hacer, sino que era un sentido de vivir desde la fe que tenían en Dios.

Ahora con Jesús vamos a tener no simplemente una ley sino toda una sabiduría que dará sentido de plenitud a todo nuestro vivir. Ya no era un maná que apareciera en las mañanas sobre el campamento, sino que es la misma sabiduría de Dios que Jesús va a sembrar en nuestros corazones para que le podamos dar todo el mejor sentido a nuestra vida. Creer en Jesús no es simplemente aceptar unas reglas o unas normas; creer en Jesús es comer a Jesús que se hace pan de vida y pan de sabiduría para nosotros.

Igual que el pan con que nos alimentamos se hace vida en nosotros porque sentiremos en nuestro cuerpo toda la energía que nos proporciona ese alimento, Jesús nos dice que El es Pan de vida para que le comamos; y comer a Jesús significa hacer vida nuestra todo lo que es la vida de Jesús. ¿La energía de Dios? Comer a Jesús es impregnarnos de su vida de tal manera que ya no es nuestra vida sino la vida que El derrama y derrocha en nosotros. Y cuando comemos a Jesús de esa manera todo será nuevo para nosotros, todo es una vida nueva y distinta, todo será vivir en Dios para siempre. ‘Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre’, nos dice.

Claro que le pediremos que nos dé ese pan para no volver a tener hambre, para tener la vida en plenitud. Y vivir la vida de Jesús sí que es vida, y de la mejor.