sábado, 14 de agosto de 2021

De una forma muy profética Jesús deja que los niños se acerquen a El y nos enseña a ser como los niños para vivir el Reino de Dios

 


De una forma muy profética Jesús deja que los niños se acerquen a El y nos enseña a ser como los niños para vivir el Reino de Dios

Josué 24,14-29; Sal 15; Mateo 19,13-15

¿Quién no ha sentido emoción ante la ternura de un niño que espontáneamente se te da sin ningún temor ni desconfianza y viene quizá con su juguete para ofrecértelo y que juegues con él? Saben los niños a los que quieren y en los que confían, en su pequeñez e inocencia sin embargo captan el sentido de tu mirada o de tus gestos y saben que pueden confiarse en ti y al mismo tiempo poco a poco se van robando tu corazón. No hay malicia ni desconfianza, simplemente abren sus brazos como te ofrecen su cariño, se cogen confiados de tu mano pero al mismo tiempo saben tirar de ti para que te pongas a su altura. Y ante su ternura si nosotros vamos con corazón limpio terminamos por abajarnos para estar a su altura y participar también de sus gestos espontáneos y ocurrentes. Al final terminaremos riendo con su misma sonrisa.

¿Será algo de eso lo que nos está pidiendo Jesús en el evangelio? Ese mundo nuevo que Jesús quiere para nosotros tiene que estar alejado de toda malicia y desconfianza, y lleno de la espontaneidad de la sencillez y de la ternura con que aprenderemos a tratarnos. Nos coge Jesús de la mano como un niño pero quiere llevarnos por su camino, quiere que nos abajemos de nuestros pedestales, y seamos capaces de ponernos a la altura de un niño o a la altura de cualquier hermano con el que nos encontremos en el camino.

Nos enseña Jesús a mirar a los ojos sin malicia, pero también descorriendo el velo con que queremos quizás ocultar mucho de lo nuestro, porque en ese mundo nuevo tenemos que aprender a caminar de forma distinta, pero también a sonreír con la misma inocencia de un niño, porque en nuestros ojos brilla ya una nueva alegría nacida de la ternura con que nos tratamos y del amor que vamos sembrando en la vida.

Hoy el evangelio nos trae un texto muy breve y muy sencillo. Pudiera parecer como una anécdota más de esos hechos curiosos que podríamos encontrar en el evangelio, pero sin embargo nos trae el anuncio de que quiere desmontar todo ese mundo falso y de vanidad que nos hemos ido creando.

Unos niños que juegan en la plaza pero que espontáneamente unos como saben hacerlo siempre los niños, o llevados de la mano de sus madres pronto estarán rodeando a Jesús y queriendo recibir sus bendiciones. El corazón de una madre sabe a donde puede y tiene que llevar a su hijo porque va a encontrar una buena sombra o una radiante luz que ilumine sus vidas. Por eso, con esa quizá ingenuidad se acercan a Jesús que quizá descansa sentado en medio de la plaza, porque quieren que Jesús bendiga a sus hijos.

Por allá andan celosos de cuidar a su maestro y nada le moleste los discípulos que tratan de apartar a los niños para que no molesten el descanso de Jesús. Y aquí nos deja Jesús esa frase con un tono muy profético de ese mundo nuevo que Jesús quiere para los suyos. ‘Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos’.

Habla del reino de los cielos, constante en su predicación y en su evangelio y habla de ser como niños. Recordemos lo que hemos venido reflexionando y veamos si no es eso lo que nosotros tenemos que copiar en nuestras vidas y nos daremos cuenta de que ahí están encerrados todos los valores del Reino que Jesús nos está proclamando.

Cuántas cosas tenemos que desmontar, cuantas actitudes nuevas hemos de tener, que sentido y estilo nuevo de vida hemos de vivir. En el Reino de Dios no caben las desconfianzas, como no cabe tampoco la prepotencia y la vanidad; en el reino de Dios hemos de vivir con un espíritu sencillo y humilde, porque todos hemos saber sentirnos siempre cercanos los unos a los otros; en el reino de Dios no cabe que nos guardemos malicias en el corazón, sino que siempre tenemos que actuar con un corazón abierto y generoso; en el reino de Dios no caben tristezas ni amarguras, sino que siempre tienen que brillar nuestros ojos con una alegría salida de un corazón limpio y lleno de esperanza.

‘De los que son como ellos es el Reino de los cielos’.

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