sábado, 17 de abril de 2021

Imagen de nuestro tiempo en que nos vemos haciendo esta travesía en medio del mar de nuestro mundo en que algunas veces nos parece no sentir la presencia del Señor

 


Imagen de nuestro tiempo en que nos vemos haciendo esta travesía en medio del mar de nuestro mundo en que algunas veces nos parece no sentir la presencia del Señor

 Hechos de los apóstoles 6, 1-7; Sal 32; Juan 6, 16-21

Hermoso texto del evangelio para este tiempo pascual en que estamos, pero para este tiempo post-pascual, que podríamos decir, que es el tiempo de la Iglesia. Después del episodio de la multiplicación de los panes y de los peces allá en el descampado, cuando la gente quiere hacer rey a Jesús – una reacción de gratitud o interesada puesto que les había dado gratis de comer hasta saciarse – Jesús se retira solo a la montaña y los discípulos embarcar para ir a la otra orilla del lago.

El evangelio de Juan es escueto en detalles, solo nos dice que Jesús no iba con ellos, llevaban ya mucho tiempo en la barca y la barca no avanzaba. Era de noche, sopla un viento fuerte y Jesús no está allí. ¿Recordarían aquel otro momento en que medio de una tempestad Jesús si estaba, aunque dormido a popa, pero al final lo despertaron y amainó la tormenta? ¿Recordarían otros momentos en que Jesús estando con ellos en la barca les invitó a echar de nuevo las redes para pescar aunque la noche anterior no habían cogido nada pero luego se multiplicaban los peces hasta necesitar pedir ayuda? Iban solos en la barca o eso les parecía a ellos.

Como sucedería cuando el tiempo de la Pascua, se habían quedado solos, porque a Jesús lo habían prendido y condenado a muerte, y aunque les decían que había resucitado no siempre lo veían con ellos; desalentados también algunos querían marcharse a sus casas y el final se habían venido a Galilea y se habían ido también a pescar.

Pero, ¿no será también imagen de nuestro tiempo – que antes llamábamos post-pascual o el tiempo de la Iglesia – en que nos vemos haciendo esta travesía por el mar de la vida, en medio del mar de nuestro mundo pero algunas veces nos parece no sentir la presencia del Señor?

Vientos en contra no nos faltan, tempestades de todo tipo aparecen en cualquier momento, la tarea de hacer el camino de la Iglesia no siempre nos es fácil, los mismos cristianos perdemos el aliento y algunas veces parece que venimos de vuelta y ya no creemos en nada.

Es un mundo revuelto en el que vivimos, un mundo variado, un mundo en el que encontramos resistencias, pero también muchas veces es complicada y conflictiva la vida de la Iglesia porque no siempre sabemos contar la presencia del Espíritu del Señor que Jesús nos prometió y está con nosotros. Nos vemos como los discípulos en la barca, que parece que el Señor no está con nosotros en esta travesía que estamos haciendo.

El Señor entonces estaba con ellos aunque no lo vieran, o aunque lo confundieran con un fantasma cuando les salió al paso en la travesía del lago. Estaban embarcados en aquella tarea y aunque remaban y remaban y no parecía que avanzaran el Señor apareció en medio de ellos y pudieron llegar pronto al ansiado puerto.

Tenemos que correr de delante de nuestros ojos esos velos que nos ciegan y nos impiden ver y reconocer la presencia del Señor. velos que nos ciegan que muchas veces parten de nuestra propia autosuficiencia para creernos que nos lo sabemos hacer solos y no saber poner nuestra confianza en el Señor que aunque los tiempos o los momentos nos parezcan malos con nosotros está el Señor.

Seguro que si así ponemos toda nuestra confianza en el Señor ante nosotros se van a abrir nuevos caminos, nuevas posibilidades y también ¿por qué no? nuevas tareas. Hoy la primera lectura nos ha hablado de un momento en que la primitiva iglesia se vio envuelta en un problema donde era necesario encontrar una solución.  No se estaba atendiendo debidamente a los huérfanos y a las viudas porque los apóstoles no podían llegar a todo. Tomaron la decisión de elegir aquellos siete diáconos para el servicio y la atención de aquellas necesidades, mientras los apóstoles podían dedicarse con mayor intensidad a su tarea, la oración y la predicación de la Palabra.

Una pauta para nosotros. No podemos llegar al servicio total y pleno sobre todo a los necesitados si antes no nos sentimos fortalecidos en la oración y la Palabra de Dios. No es el trabajo por el trabajo, el servicio por el servicio si perdemos el contacto con el que es la fuente de nuestra vida y de nuestra entrega.

Queremos llevar a Jesús en la barca de nuestra travesía pero porque queremos contar con El, porque queremos vivir unidos a El – y para eso necesitamos de la oración – y que El ilumine nuestro corazón llenándonos de la fuerza de su Espíritu. Tenemos que cultivar más nuestra espiritualidad, o lo que es lo mismo, nuestra unión con El llenándonos de su Espíritu. Es el crecimiento de la vida de la gracia de Dios en nosotros.

viernes, 16 de abril de 2021

Es la fe que mueve montañas, el amor que va a hacer saltar tantos cerrojos como le ponemos al corazón, la ilusión y la esperanza que se mantiene viva y nos hará mantenernos en pie



Es la fe que mueve montañas, el amor que va a hacer saltar tantos cerrojos como le ponemos al corazón, la ilusión y la esperanza que se mantiene viva y nos hará mantenernos en pie

Hechos de los apóstoles 5, 34-42; Sal 26; Juan 6, 1-15

‘Qué palabras más sabias’, habremos comentado o habremos escuchado comentar cuando alguien, de quien menos quizás lo esperábamos, dio un sabio consejo de forma inesperada que sirvió para la solución de un problema, para encontrar un camino en un embrollo de la vida o para aprender a tomar actitudes nuevas ante los demás. Nos sorprendió quizás quien nos dio el consejo, porque no era una persona por así decirlo influyente, sino que era una persona sencilla y humilde pero en quien detectamos una grande sabiduría. Y ya sabemos bien que personas así nos encontramos muchas veces en la vida.

Estoy haciendo referencia a esto en relación a lo escuchado en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Habían sido apresados por hablar del nombre de Jesús y a pesar de las muchas prohibiciones no había quien los hiciera callar, pues incluso no les importaban las prohibiciones o tener que sufrir por el nombre de Jesús. Es cuando interviene Gamaliel, un maestro importante entre los judíos de Jerusalén y que es el que les dice que mejor es no hacer nada, ni estar provocando más con prohibiciones y castigos, porque si las cosas son cosas de Dios no hay quien las pare. Sabias palabras y en cierto modo tendríamos que decir también que proféticas que nos valen en muchas decisiones que muchas veces hemos de tomar y parece como que quisiéramos ponernos en contra de lo que son los designios de Dios.

Es el actuar de Dios que se nos manifiesta en palabras sencillas en tantas ocasiones, que ya tendríamos que aprender a prestar atención, en gestos humildes y aparentemente sin mayor trascendencia pero que nos manifiestan la gloria de Dios. Es, por ejemplo, de lo que nos habla hoy el evangelio. Nos podría parecer dar un salto atrás al volver a escuchar este evangelio de la multiplicación de los panes y los peces, pero que tiene un profundo sentido pascual y nos va a servir de inicio de los textos que en medio de semana iremos escuchando en los próximos días en el evangelio.

Pero nos centramos brevemente en este texto del evangelio. Una multitud hambrienta que sigue a Jesús porque quiere escucharle y escuchándole se les pasan los días, hasta quedarse sin provisiones y es aquí donde tendríamos que fijarnos en el diálogo entre Jesús y los apóstoles a partir de la situación en la que se encuentran. Habrá que despedir a la gente para que se vayan a los cortijos cercanos buscando algo de comer, pero Jesús que les dice que les den ellos de comer. ¿Qué pueden hacer si no tienen provisiones y se necesitaría mucho dinero para comprar pan para tanta gente? Pero ¿dónde podrían hacerlo si están en descampado?

Es entonces cuando aparece un muchacho con cinco panes de cebada y dos peces. ¿Qué es esto para tantos? Era un muchacho pobre, que, sin embargo, todo lo que tenía lo pone a los pies de Jesús. Y decimos que era pobre por la calidad del pan que llevaba, panes de cebada que sólo comían los pobres. Es pobre pero tiene disponibilidad; es pobre pero su pobreza, sus carencias incluso, las pone al servicio de los demás, los pone a los pies de Jesús.

Nos está enseñando Jesús el valor de la disponibilidad; los apóstoles nada tienen pero se preocupan y Jesús les compromete a que busquen la forma de dar de comer a toda esa gente; el muchacho en su pobreza que da cuanto tiene, y cuánto nos recuerda a la viuda del evangelio a la puerta del templo; pero está la colaboración de todos, pues los discípulos han de servir como correa de transmisión de lo que Jesús les vaya trasmitiendo, que se sienten en el suelo en la hierba de aquel sitio, que les repartan los panes y los peces en cuanto sea necesario para que queden hartos, en recoger lo que sobre para que nada se desperdicie.

Está, sí, la Palabra de Jesús, pero está la disponibilidad de cuantos rodean a Jesús y su espíritu de servicio, la generosidad de quien ofrece todo lo que tiene que siempre será como punto de apoyo para la palanca de la generosidad de los demás. ¿No sucedería algo así aquella tarde en aquel descampado?

        Cuanto podemos hacer cuando cada uno está dispuesto a poner su pequeño grano de arena; es la fe que mueve montañas, es el amor que va a hacer saltar tantos cerrojos como le ponemos a la vida y al corazón encerrándonos en nosotros mismos, es la ilusión y la esperanza que se mantiene viva y que nos hará mantenernos en pie cuando las dificultades nos apremien, cuando los problemas de la vida nos cerquen o cuando las oscuridades pretendan hundirnos en desesperanzas. Es todo como una cadena que va moviendo en nuestra vida unas cosas y otras y al final nos vamos a sentir nuevos y vamos a darnos cuenta de cuántas cosas somos capaces de realizar. 

jueves, 15 de abril de 2021

Escuchémosle y plantemos de verdad su palabra en el centro de nuestro corazón.

 


Escuchemos a Jesús y plantemos de verdad su palabra en el centro de nuestro corazón para que alcancemos a tener vida eterna

Hechos de los apóstoles 5, 27-33; Sal 33; Juan 3, 31-36

Aunque nos cueste reconocerlo, seguramente habremos sido recriminados por algún amigo que nos recuerda que él ya nos anunció determinada cosa que iba a suceder, nos previno quizá ante alguna situación dándonos pautas de por donde deberíamos actuar, o nos dio un buen consejo sobre determinadas cosas, actitudes o posturas que habíamos de tener, pero a lo que no le hicimos caso y así nos salieron las cosas. ‘Mira que te lo dije’, nos dice con todo cariño, pero de alguna manera echándonos en cara nuestra poca confianza en su palabra o en su consejo. Algo así nos habrá pasado quizás más de una vez.

De una forma o de otra es de lo que le está hablando Jesús a Nicodemo. Nos dice que el que viene de lo alto nos puede hablar de las cosas de Dios y de alguna manera nos está recordando algo que está muy presente en el evangelio de san Juan que ahora estamos escuchando en este tiempo de pascua; El es la Palabra de Dios, que estaba junto a Dios desde toda la eternidad, Palabra por la que se hicieron todas las cosas, Palabra que es para nosotros luz y camino de salvación, Palabra en la que escuchamos a Dios y las cosas de Dios.

Nos lo sabemos. Repetimos cada vez que la escuchamos en la celebración litúrgica que queremos alabar a Dios que nos regala su Palabra – ‘te alabamos, Señor’ decimos y repetimos cada día cada vez que se nos proclama la Palabra de Dios – pero hay el peligro que sea cosa que digamos simplemente, pero no lo hayamos asumido de verdad en la vida.

‘El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano’. Es Jesús el enviado del Padre que nos habla las palabras de Dios; es Jesús que nos regala su Espíritu, y como son siempre los regalos de Dios de amplitud infinita, ‘no lo da con medida’. Es Jesús el Hijo amado de Dios, su preferido y su elegido y en quien se complace que tiene en su mano todo el poder y la gracia de Dios.

¿Lo escuchamos? ¿Comprendemos y asumimos todo el misterio de Dios que en Jesús se nos manifiesta? ¿Qué valor le damos a su Palabra? Justo es que cuando la escuchamos lo primero que brote de nuestras palabras y de nuestro corazón sea la alabanza al Señor. ‘¡Gloria, y honor, y alabanza a Ti, Señor!’ tenemos que repetir, pero como bien sabemos la alabanza al Señor no son palabras que repetimos, sino la vida que ofrecemos.

¡Qué importante la fe que pongamos en Jesús cuando le escuchamos y cuando queremos seguirle para vivir su misma vida! ‘El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él’. Nos llenamos de vida eterna. Ya nos dirá luego a lo largo del evangelio, por ejemplo, que le comamos para que tengamos vida para siempre, y que todo el que le coma vivirá para siempre y resucitará en el último día. ‘El que me come, vivirá por mí’, nos dirá. Nos pide fe en El. Y tener fe en El es escucharle para vivirle; tener fe en El es seguir sus huellas, caminar su camino, convertirle en la verdad única de nuestra vida. Y nos hablará de resurrección, y nos hablará de vida eterna que es vivir en El para siempre.

Y a eso tantas veces nosotros decimos ‘sí’ con nuestras palabras, con nuestro cántico de alabanza, con nuestra celebración que no es otra cosa que gozarnos en Dios, gozarnos en su Hijo Jesús y llenarnos de vida. Luego, es cierto, andamos con cojeras, porque no siempre lo traducimos a la vida de nuestra vida, no terminamos de impregnar nuestra vida de esa fe que profesamos para que lleguemos a vivir la vida de Jesús.

Nos puede recriminar Jesús, - ‘os lo había dicho’ -, porque nos había hablado palabras de Dios, porque nos había señalado el camino y las actitudes y los valores que habríamos de vivir, porque nos invita a comer en su Palabra y en su Eucaristía para que tengamos vida eterna. Pero en nuestra debilidad seguimos con nuestro pecado, nuestras dudas y nuestros miedos, nuestros apegos y nuestras rutinas, nuestra desconfianza para creer todo lo que nos dice Jesús y nuestra cobardía para tener el valor de arrancarnos de tantas cosas que como rémoras frenan el camino de nuestra vida cristiana de seguimiento de Jesús.

Escuchémosle y plantemos de verdad su palabra en el centro de nuestro corazón.

miércoles, 14 de abril de 2021

No podremos hacer el anuncio de la buena nueva del amor de Dios para nuestro mundo si nosotros no comenzamos a amar también a ese mundo amado de Dios

 


No podremos hacer el anuncio de la buena nueva del amor de Dios para nuestro mundo si nosotros no comenzamos a amar también a ese mundo amado de Dios

Hechos de los apóstoles 5, 17-26; Sal 33; Juan 3, 16-21

A veces vamos de buenos en la vida, pero nos creemos que ir de buenos es considerar que somos nosotros los únicos buenos, que todos los demás son malos, que el mundo es malo, y un poco como gallitos nos subimos en nuestros pedestales, pero sobre todo como apartarnos de ese mundo que nos puede contagiar con su mal. Vamos de ‘chicos chachis’, en expresión que usábamos en otras épocas que no sé como lo dirán las generaciones de hoy.

Pero mira la sorpresa que nos da hoy Jesús en el evangelio, en aquella conversación que mantuvo con Nicodemo que llevamos varios días comentándola. Resulta que ese mundo es amado de Dios. Esencialmente tendríamos que decir que si es amado de Dios es que es bueno, porque Dios no ama lo malo, no ama el mal; o si no lo queremos ver desde esa óptica no nos queda más que decir que Dios con su amor hace a ese mundo bueno. Y es tanto su amor, nos viene a decir, que entrega a su Hijo único para que todos se salven por él. ‘Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna’. Así nos dice radicalmente Jesús hoy en el evangelio. Esa es la gran Buena Nueva.

Esto quizá podría interrogar nuestras posturas y nuestras actitudes ante el mundo, al que tan fáciles y tan dados somos para juzgar y para condenar. ‘Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él’. Podría parecer que nosotros le queremos enmendar la plana a Dios. Dios no juzga ni condena, sino que busca la salvación, pero nosotros comenzamos juzgando y condenando y luego vamos a ver si podemos conseguir algo y lograr salvar a ese mundo que ya vemos condenado.

Creo que esta es una carencia muy notable que tenemos en nuestra vida, la falta de amor. Porque aunque digamos que venimos poco menos que de redentores, nos sentimos unos enviados y unos misioneros que han de hacer un anuncio del evangelio, de la buena nueva de salvación, que oferte ese amor de Dios a nuestro mundo, tendríamos preguntarnos sinceramente si nosotros amamos, amamos con un amor real, no imaginario, a esos a quienes somos enviados, a quienes vamos a hacer ese anuncio del evangelio, con los que queremos trabajar en aras a esa nueva evangelización en la que decimos que estamos embarcados. Si no los amamos poco podrán hacer las palabras que podamos decirles para convencerles. Es por ahí por donde tendríamos que comenzar.

Amarles significará una nueva actitud hacia ellos, amarles será buscar de verdad una cercanía para poder sintonizar con ellos, amarles será ponernos a su lado y a su altura porque tenemos la tentación de queremos poner como en un escalón superior, caminar juntos compartiendo luchas y sufrimientos, haciendo nuestras también sus alegrías y sus esperanzas, orar por ellos empapando esa tierra que vamos a cultivar con nuestra intensa oración. Reconozcamos que no rezamos lo suficiente por ese mundo al que tenemos que amar porque también sabemos amado de Dios.

Luego seguirá diciéndonos en qué consiste ese juicio de Dios: ‘que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios’.

Somos nosotros los que no queremos la luz porque no se vea la mala calidad de nuestras obras, podríamos decir. El juicio de Dios es un juicio de misericordia, una invitación a la luz y a la salvación. Hay una invitación a acercarnos a la luz sin ningún temor. Queremos hacer las obras de la luz, queremos dejarnos iluminar por esa luz, queremos sentirnos amados de Dios y transformados por su amor.

martes, 13 de abril de 2021

Por la fuerza del Espíritu nacemos de nuevo para ser hombres nuevos, con un talante nuevo, un sentido nuevo y profundo, una dignidad nueva que nos eleva y nos hace hijos de Dios

 


Por la fuerza del Espíritu nacemos de nuevo para ser hombres nuevos, con un talante nuevo, un sentido nuevo y profundo, una dignidad nueva que nos eleva y nos hace hijos de Dios

Hechos de los apóstoles 4, 32-37; Sal 92; Juan 3, 7b-15

Continuamos con aquel diálogo profundo, íntimo, entre Nicodemo y Jesús como ya ayer comenzábamos a escuchar. Donde se van desgranando todo lo que se sale del corazón de Cristo para hablarnos de su amor pero para irnos señalando también la intensidad de nuestra respuesta que es una transformación tan grande de nuestra vida que Jesús lo llama ‘nacer de nuevo’.

Van quedando patentes las dudas y los vacíos del corazón de Nicodemo, como quedan patentes también los nuestros. Decía el evangelista al comienzo del relato que Nicodemo había ido de noche a ver a Jesús; tenemos que decir que es una imagen que quiere expresar mucho más de la hora del día; la noche es sinónimo de oscuridad, pero es la oscuridad del corazón a lo que quiere referirse el evangelista. No entendía Nicodemo, lo de volver a nacer; no terminaba de entender lo que era la acción del Espíritu invisible para el ojo humano porque es espiritual, pero que se va a manifestar en la transformación de nuestra vida.

Como nos cuesta entender a nosotros la acción del Espíritu en nuestra vida; queremos cosas palpables con nuestras manos, queremos cosas comprobables desde la experiencia humana, no sabemos hablar de estas cosas en su sentido espiritual y tenemos que valernos de imágenes materiales tomadas de la misma vida o imágenes que ponemos como ejemplo explicativo, queremos cosas que se materialicen de tal manera que lo podamos ver con el sentido de la vista, pero que bien sabemos que no van a ser los ojos de la cara los que lo podrán descubrir porque es algo mucho más profundo y espiritual.

‘¿Tú eres maestro en Israel, le dice Jesús, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre’.

Tenemos que hacernos hombres y mujeres espirituales, hemos de saber crecer interiormente, espiritualmente para que le demos verdadera profundidad a nuestra vida. Si entramos en la órbita de la fe tenemos que entrar en un ámbito espiritual. Y solo las personas espirituales podrán entenderlo, por eso tenemos que saber darle trascendencia a nuestra vida, para no quedarnos en el ahora, ni quedarnos en el momento presente, ni quedarnos solo en lo material. Hay que saber afinar esa cuerda de lo espiritual para poder coger el tono del Espíritu, el tono de Dios. Hay valores que no son palpables con nuestras manos que son los que nos dan verdadera riqueza interior, los que harán crecer nuestra espiritualidad.

Son valores no ocasionales sino permanentes, no de los que buscan ganancias palpables en nuestras cuentas, sino con los que aprende uno a desprenderse porque será cuando descubramos la verdadera riqueza; son valores que quizá no están en uso en nuestro entorno, la mayoría quizá no los tiene en cuenta, pero que serán los que nos harán encontrar la verdadera grandeza y la más profunda dignidad. Son valores que nos van a llenar de luz verdadera haciendo saltar por los aires todas las oscuridades y todo lo que nos lleva a un mundo de tinieblas.

Es lo que en verdad por la fuerza del Espíritu del Señor nos va a hacer hombres nuevos, con un talante nuevo, con un sentido nuevo y profundo, con una dignidad nueva que nos eleva porque nos hace hijos de Dios.

lunes, 12 de abril de 2021

Necesitamos una conversación en profunda intimidad con Jesús como la de Nicodemo que nos narra hoy el evangelio

 


Necesitamos una conversación en profunda intimidad con Jesús como la de Nicodemo que nos narra hoy el evangelio

Hechos de los apóstoles 4, 23-31; Sal 2; Juan 3, 1-8

Una conversación tranquila, en un ambiente sosegado, nos lleva a hablar con el corazón en la mano y seguro que en ese ambiente de confidencia van surgiendo muchas cosas que llevamos en el corazón y que muchas veces no nos atrevemos a hablar con nadie. Se destapa la intimidad del corazón que muchas veces es más difícil de destapar que las intimidades corporales y tras una conversación así nos sentimos felices, nos sentimos más unidos con aquella persona de nuestras confidencias, y parece que ya entramos en una nueva y distinta familiaridad.

Son deseos que llevamos en el corazón y que no siempre somos capaces de sacar a flote por un cierto rubor de manifestarnos como somos y también porque no siempre encontramos el ambiente y el momento preciso para llegar a esa confidencia e intimidad. Nos hemos ido llenando de desconfianzas por otra parte que nos van encerrando en nosotros mismos. Nos cuesta romper esas barreras que nos creamos e interponemos, pero sabemos que cuando lo logramos nuestra vida se llenará de una claridad distinta que nos hará conocernos a nosotros mismos un poquito mejor. Pero de alguna manera lo deseamos y nos sentimos agradecimos cuando encontramos ese tesoro.

E insistido mucho en este aspecto en la introducción a la reflexión del evangelio de hoy porque encuentro un cierto paralelismo con ese encuentro de Nicodemo con Jesús, a quien fue a ver de noche, que nos dice el evangelio, y porque además pienso que es algo importante y es necesario que soltemos amarras en este aspecto del encuentro en confianza con los demás.

Efectivamente Nicodemo, un hombre importante que era miembro del Sanedrín, con cierto prestigio entre los dirigentes del pueblo de Israel donde se hacía escuchar tenía deseos de conocer a Jesús. Es el encuentro del que nos habla el evangelio que no tenemos que pensar que fuera el único. Y en esa intimidad de la conversación salen los reconocimientos que hacía de Jesús, pero surgen también sus inquietudes a raíz de lo que Jesús le va diciendo.

Jesús le habla de cómo quien se encuentra con El  y su Palabra es como un nacer de nuevo porque desde el encuentro con Jesús todo se ve cuestionado de diferente manera y la vida se ve transformada con nuevas actitudes y nuevos valores. A Nicodemo le cuesta entender algunas palabras de Jesús porque trata de hacer una interpretación demasiado al pie de la letra, por eso no entiende lo de nacer de nuevo si uno es viejo. Eso de nacer de nuevo él se lo toma como volver al seno materno siendo ya uno viejo. Y es cuando Jesús habla de esa renovación del Espíritu, que significa nacer del agua y del Espíritu haciendo referencia al Bautismo.

No vamos a extender con muchas explicaciones en un texto que habremos meditado ya muchas veces. Comprender la renovación total en mi vida que significa poner mi fe en Jesús como mi único salvador. Por algo se nos dice que somos un hombre nuevo, que el hombre viejo del pecado ha de morir con Cristo para renacer a una vida nueva. Por eso Jesús nos dirá en alguna ocasión o con El o contra El, no podemos andar a medias. Nos habla Jesús también de que no nos valen remiendos y que para el vino nuevo tenemos que utilizar odres nuevos.

Y ahí está el gran error en que caemos muchos cristianos en nuestra vida cristiana; queremos ir como poniendo parches, remiendos y no somos capaces de darle un sí a Jesús y a su evangelio con la totalidad de nuestra vida cristiana. De ahí la mediocridad en que caemos, siempre vamos a medias, con arreglitos y se necesita ser un hombre nuevo. Es la radicalidad que nos pide el evangelio y que muchas veces no nos gusta, porque preferimos seguir con nuestros apegos en lugar de arrancarnos de raíz de ese mal que se haya metido en nuestras vidas.

¿Podríamos tener nosotros con Jesús una conversación como la que tuvo Nicodemo y de la que nos habla hoy el evangelio? Eso tendría que ser nuestra oración.

domingo, 11 de abril de 2021

Tenemos con nosotros la certeza de Cristo resucitado que nos llena de su paz y su presencia se convierte en nuestra vida y nuestra fortaleza

 


Tenemos con nosotros la certeza de Cristo resucitado que nos llena de su paz y su presencia se convierte en nuestra vida y nuestra fortaleza

Hechos de los Apóstoles 4, 32-35; Sal. 117; 1Juan 5, 1-6;  Juan 20, 19-31

Cuando nos vemos zarandeados por la vida, en medio de dudas y perplejidades, envueltos en conflictos y violencias que no es tan difícil que nos envuelvan en este mundo de desconfianzas, de falta de sinceridad de muchos, el que nos encontremos de repente con una luz que nos haga ver un nuevo y distinto sentido, una presencia que nos anima con sola su presencia llena de paz y de serenidad que nos trasmite, es algo que profundamente agradecemos, nos llena de alegría el que recobremos la ilusión y la esperanza y el que podamos comenzar a tener certezas en que apoyarnos.

Vivir sin esa serenidad y paz no es vivir; vivir siempre envueltos en dudas y desconfianzas termina por desesperarnos y nos hace hasta perder la ilusión por vivir. Necesitamos esas experiencias de choque que nos hagan despertar, pero que nos hagan abrir los ojos de otra manera para encontrar otras dimensiones y otras perspectivas incluso de cuanto nos sucede. La vida llena de agobios, sin ilusión y esperanza, donde parece que todo se repite como en una rutina nos desespera y nos hacer hasta perder la fuerza para esa lucha de cada día.

Los discípulos habían vivido unos días llenos de tristeza y amargura, sintiéndose amenazados con muchos miedos, llorando además una soledad que no sabían cómo superar. Todo había cambiado para ellos que se sentían tan a gusto siguiendo al maestro por los largos caminos de Palestina ya fuera en Galilea, atravesando el valle del Jordán y Jericó como las veces que habían llegado hasta la ciudad santa. Pero ahora todo había sido distinto, desde los mismos anuncios que Jesús hacía en su subida a Jerusalén como en los distintos acontecimientos tan variados que se fueron allí o en su entorno sucediendo.

Al momento del prendimiento de Jesús en el Huerto había sido como la locura pues se desperdigaron en su huída aunque la mayoría terminó en aquella sala donde habían tenido la cena pascual. Los momentos de la pasión y muerte fueron el último escándalo que los hundió. Allí estaban al tercer día encerrados en sus miedos en el cenáculo; noticias habían llegado del sepulcro vacío, que si las mujeres lo habían visto resucitado y últimamente los que habían regresado de Emaús que contaban su experiencia en el camino.

Pero las puertas seguían cerradas porque aún no se confiaban. Pero allí estaba El, en medio, saludándoles con el saludo de la paz. Bien que la necesitaban. La sorpresa había sido grande y ahora la alegría les embargaba a todos. ‘Se llenaron de inmensa alegría al ver al Señor’, nos dice el evangelista. Los saluda de nuevo con la paz y los envía al mundo con un mensaje de paz. Es el mensaje del perdón y de la reconciliación. Les ha concedido su Espíritu para que ahora vayan transmitiendo ese perdón, vayan llenando los corazones de paz.

Pronto comenzarán a hacer ese anuncio porque ‘Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús’. Con qué paz y alegría podían transmitir ese anuncio. ‘Hemos visto al Señor’, aunque se lleven el jarro de agua fría de la incredulidad de Tomás, que comenzará a pedir pruebas.

No importan ahora las pruebas que pueda pedir Tomás porque ese fogonazo de luz, de esperanza ha llegado a sus vida y ya la paz no podrá faltar en sus corazones aunque más tarde tengan que pasar por las duras pruebas de las persecuciones. Pero en ese momento del encuentro con Jesús se habían sentido transformados; las escamas de la duda que cegaban los ojos del corazón cayeron por tierra, pero ellos se podían ya levantar con nueva vida, con nueva esperanza porque la paz había llegado a sus corazones.

A los ocho días cuando volvió Jesús, y ahora Tomás sí estaba con ellos, tampoco Tomás necesitó las pruebas que pedía porque solo bastaba la presencia de Jesús. Ya sabemos que hay presencias que no necesitan pruebas añadidas, porque nos sentimos cogidos por dentro, desde lo más hondo de nosotros mismos. Es lo que vivieron los discípulos en el cenáculo aquella tarde y es lo que nosotros tenemos que experimentar. Pero para eso necesitamos dejarnos coger por la fe, que nos envuelva, que nos penetre profundamente, que nos llene de Dios.

Y eso lo necesitamos hoy, en el hoy de nuestra vida que vivimos cada día; algunas veces en lugar de dejarnos envolver por lo bueno o abrir bien los ojos para encontrar lo que está lleno de luz, nos dejamos perturbar por las cosas negativas que nos aparecen en la vida, nos llenamos de oscuridades y de pesimismos y nuestra vida se vuelve negativa, ramplona, vacía, rutinaria, con falta de ilusión y perspectiva.

Es necesario detenernos, no seguir dejándonos arrastras por esas corrientes negativas que todo lo ven negro y lleno de dificultades. Es necesario encender en nosotros esa luz que nos haga fijarnos en lo bueno, apoyarnos mutuamente los unos a los otros en la búsqueda de eso bueno para nuestra sociedad que juntos y con una buena visión podemos encontrar. Es necesario poner esa nueva ilusión y visión positiva en tantos que nos rodean dejándose arrastrar por negatividades y que entonces llenan su corazón de amargura.

Aunque sea difícil no queremos perder la paz, queremos seguir buscando el bien, ayudando a los demás a encontrarse con la luz. Tenemos con nosotros la certeza de Cristo resucitado que nos llena de su paz y que es nuestra vida y nuestra fortaleza.