martes, 13 de abril de 2021

Por la fuerza del Espíritu nacemos de nuevo para ser hombres nuevos, con un talante nuevo, un sentido nuevo y profundo, una dignidad nueva que nos eleva y nos hace hijos de Dios

 


Por la fuerza del Espíritu nacemos de nuevo para ser hombres nuevos, con un talante nuevo, un sentido nuevo y profundo, una dignidad nueva que nos eleva y nos hace hijos de Dios

Hechos de los apóstoles 4, 32-37; Sal 92; Juan 3, 7b-15

Continuamos con aquel diálogo profundo, íntimo, entre Nicodemo y Jesús como ya ayer comenzábamos a escuchar. Donde se van desgranando todo lo que se sale del corazón de Cristo para hablarnos de su amor pero para irnos señalando también la intensidad de nuestra respuesta que es una transformación tan grande de nuestra vida que Jesús lo llama ‘nacer de nuevo’.

Van quedando patentes las dudas y los vacíos del corazón de Nicodemo, como quedan patentes también los nuestros. Decía el evangelista al comienzo del relato que Nicodemo había ido de noche a ver a Jesús; tenemos que decir que es una imagen que quiere expresar mucho más de la hora del día; la noche es sinónimo de oscuridad, pero es la oscuridad del corazón a lo que quiere referirse el evangelista. No entendía Nicodemo, lo de volver a nacer; no terminaba de entender lo que era la acción del Espíritu invisible para el ojo humano porque es espiritual, pero que se va a manifestar en la transformación de nuestra vida.

Como nos cuesta entender a nosotros la acción del Espíritu en nuestra vida; queremos cosas palpables con nuestras manos, queremos cosas comprobables desde la experiencia humana, no sabemos hablar de estas cosas en su sentido espiritual y tenemos que valernos de imágenes materiales tomadas de la misma vida o imágenes que ponemos como ejemplo explicativo, queremos cosas que se materialicen de tal manera que lo podamos ver con el sentido de la vista, pero que bien sabemos que no van a ser los ojos de la cara los que lo podrán descubrir porque es algo mucho más profundo y espiritual.

‘¿Tú eres maestro en Israel, le dice Jesús, y no lo entiendes? En verdad, en verdad te digo: hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero no recibís nuestro testimonio. Si os hablo de las cosas terrenas y no me creéis, ¿cómo creeréis si os hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre’.

Tenemos que hacernos hombres y mujeres espirituales, hemos de saber crecer interiormente, espiritualmente para que le demos verdadera profundidad a nuestra vida. Si entramos en la órbita de la fe tenemos que entrar en un ámbito espiritual. Y solo las personas espirituales podrán entenderlo, por eso tenemos que saber darle trascendencia a nuestra vida, para no quedarnos en el ahora, ni quedarnos en el momento presente, ni quedarnos solo en lo material. Hay que saber afinar esa cuerda de lo espiritual para poder coger el tono del Espíritu, el tono de Dios. Hay valores que no son palpables con nuestras manos que son los que nos dan verdadera riqueza interior, los que harán crecer nuestra espiritualidad.

Son valores no ocasionales sino permanentes, no de los que buscan ganancias palpables en nuestras cuentas, sino con los que aprende uno a desprenderse porque será cuando descubramos la verdadera riqueza; son valores que quizá no están en uso en nuestro entorno, la mayoría quizá no los tiene en cuenta, pero que serán los que nos harán encontrar la verdadera grandeza y la más profunda dignidad. Son valores que nos van a llenar de luz verdadera haciendo saltar por los aires todas las oscuridades y todo lo que nos lleva a un mundo de tinieblas.

Es lo que en verdad por la fuerza del Espíritu del Señor nos va a hacer hombres nuevos, con un talante nuevo, con un sentido nuevo y profundo, con una dignidad nueva que nos eleva porque nos hace hijos de Dios.

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