domingo, 11 de abril de 2021

Tenemos con nosotros la certeza de Cristo resucitado que nos llena de su paz y su presencia se convierte en nuestra vida y nuestra fortaleza

 


Tenemos con nosotros la certeza de Cristo resucitado que nos llena de su paz y su presencia se convierte en nuestra vida y nuestra fortaleza

Hechos de los Apóstoles 4, 32-35; Sal. 117; 1Juan 5, 1-6;  Juan 20, 19-31

Cuando nos vemos zarandeados por la vida, en medio de dudas y perplejidades, envueltos en conflictos y violencias que no es tan difícil que nos envuelvan en este mundo de desconfianzas, de falta de sinceridad de muchos, el que nos encontremos de repente con una luz que nos haga ver un nuevo y distinto sentido, una presencia que nos anima con sola su presencia llena de paz y de serenidad que nos trasmite, es algo que profundamente agradecemos, nos llena de alegría el que recobremos la ilusión y la esperanza y el que podamos comenzar a tener certezas en que apoyarnos.

Vivir sin esa serenidad y paz no es vivir; vivir siempre envueltos en dudas y desconfianzas termina por desesperarnos y nos hace hasta perder la ilusión por vivir. Necesitamos esas experiencias de choque que nos hagan despertar, pero que nos hagan abrir los ojos de otra manera para encontrar otras dimensiones y otras perspectivas incluso de cuanto nos sucede. La vida llena de agobios, sin ilusión y esperanza, donde parece que todo se repite como en una rutina nos desespera y nos hacer hasta perder la fuerza para esa lucha de cada día.

Los discípulos habían vivido unos días llenos de tristeza y amargura, sintiéndose amenazados con muchos miedos, llorando además una soledad que no sabían cómo superar. Todo había cambiado para ellos que se sentían tan a gusto siguiendo al maestro por los largos caminos de Palestina ya fuera en Galilea, atravesando el valle del Jordán y Jericó como las veces que habían llegado hasta la ciudad santa. Pero ahora todo había sido distinto, desde los mismos anuncios que Jesús hacía en su subida a Jerusalén como en los distintos acontecimientos tan variados que se fueron allí o en su entorno sucediendo.

Al momento del prendimiento de Jesús en el Huerto había sido como la locura pues se desperdigaron en su huída aunque la mayoría terminó en aquella sala donde habían tenido la cena pascual. Los momentos de la pasión y muerte fueron el último escándalo que los hundió. Allí estaban al tercer día encerrados en sus miedos en el cenáculo; noticias habían llegado del sepulcro vacío, que si las mujeres lo habían visto resucitado y últimamente los que habían regresado de Emaús que contaban su experiencia en el camino.

Pero las puertas seguían cerradas porque aún no se confiaban. Pero allí estaba El, en medio, saludándoles con el saludo de la paz. Bien que la necesitaban. La sorpresa había sido grande y ahora la alegría les embargaba a todos. ‘Se llenaron de inmensa alegría al ver al Señor’, nos dice el evangelista. Los saluda de nuevo con la paz y los envía al mundo con un mensaje de paz. Es el mensaje del perdón y de la reconciliación. Les ha concedido su Espíritu para que ahora vayan transmitiendo ese perdón, vayan llenando los corazones de paz.

Pronto comenzarán a hacer ese anuncio porque ‘Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús’. Con qué paz y alegría podían transmitir ese anuncio. ‘Hemos visto al Señor’, aunque se lleven el jarro de agua fría de la incredulidad de Tomás, que comenzará a pedir pruebas.

No importan ahora las pruebas que pueda pedir Tomás porque ese fogonazo de luz, de esperanza ha llegado a sus vida y ya la paz no podrá faltar en sus corazones aunque más tarde tengan que pasar por las duras pruebas de las persecuciones. Pero en ese momento del encuentro con Jesús se habían sentido transformados; las escamas de la duda que cegaban los ojos del corazón cayeron por tierra, pero ellos se podían ya levantar con nueva vida, con nueva esperanza porque la paz había llegado a sus corazones.

A los ocho días cuando volvió Jesús, y ahora Tomás sí estaba con ellos, tampoco Tomás necesitó las pruebas que pedía porque solo bastaba la presencia de Jesús. Ya sabemos que hay presencias que no necesitan pruebas añadidas, porque nos sentimos cogidos por dentro, desde lo más hondo de nosotros mismos. Es lo que vivieron los discípulos en el cenáculo aquella tarde y es lo que nosotros tenemos que experimentar. Pero para eso necesitamos dejarnos coger por la fe, que nos envuelva, que nos penetre profundamente, que nos llene de Dios.

Y eso lo necesitamos hoy, en el hoy de nuestra vida que vivimos cada día; algunas veces en lugar de dejarnos envolver por lo bueno o abrir bien los ojos para encontrar lo que está lleno de luz, nos dejamos perturbar por las cosas negativas que nos aparecen en la vida, nos llenamos de oscuridades y de pesimismos y nuestra vida se vuelve negativa, ramplona, vacía, rutinaria, con falta de ilusión y perspectiva.

Es necesario detenernos, no seguir dejándonos arrastras por esas corrientes negativas que todo lo ven negro y lleno de dificultades. Es necesario encender en nosotros esa luz que nos haga fijarnos en lo bueno, apoyarnos mutuamente los unos a los otros en la búsqueda de eso bueno para nuestra sociedad que juntos y con una buena visión podemos encontrar. Es necesario poner esa nueva ilusión y visión positiva en tantos que nos rodean dejándose arrastrar por negatividades y que entonces llenan su corazón de amargura.

Aunque sea difícil no queremos perder la paz, queremos seguir buscando el bien, ayudando a los demás a encontrarse con la luz. Tenemos con nosotros la certeza de Cristo resucitado que nos llena de su paz y que es nuestra vida y nuestra fortaleza.

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