viernes, 16 de abril de 2021

Es la fe que mueve montañas, el amor que va a hacer saltar tantos cerrojos como le ponemos al corazón, la ilusión y la esperanza que se mantiene viva y nos hará mantenernos en pie



Es la fe que mueve montañas, el amor que va a hacer saltar tantos cerrojos como le ponemos al corazón, la ilusión y la esperanza que se mantiene viva y nos hará mantenernos en pie

Hechos de los apóstoles 5, 34-42; Sal 26; Juan 6, 1-15

‘Qué palabras más sabias’, habremos comentado o habremos escuchado comentar cuando alguien, de quien menos quizás lo esperábamos, dio un sabio consejo de forma inesperada que sirvió para la solución de un problema, para encontrar un camino en un embrollo de la vida o para aprender a tomar actitudes nuevas ante los demás. Nos sorprendió quizás quien nos dio el consejo, porque no era una persona por así decirlo influyente, sino que era una persona sencilla y humilde pero en quien detectamos una grande sabiduría. Y ya sabemos bien que personas así nos encontramos muchas veces en la vida.

Estoy haciendo referencia a esto en relación a lo escuchado en el texto de los Hechos de los Apóstoles. Habían sido apresados por hablar del nombre de Jesús y a pesar de las muchas prohibiciones no había quien los hiciera callar, pues incluso no les importaban las prohibiciones o tener que sufrir por el nombre de Jesús. Es cuando interviene Gamaliel, un maestro importante entre los judíos de Jerusalén y que es el que les dice que mejor es no hacer nada, ni estar provocando más con prohibiciones y castigos, porque si las cosas son cosas de Dios no hay quien las pare. Sabias palabras y en cierto modo tendríamos que decir también que proféticas que nos valen en muchas decisiones que muchas veces hemos de tomar y parece como que quisiéramos ponernos en contra de lo que son los designios de Dios.

Es el actuar de Dios que se nos manifiesta en palabras sencillas en tantas ocasiones, que ya tendríamos que aprender a prestar atención, en gestos humildes y aparentemente sin mayor trascendencia pero que nos manifiestan la gloria de Dios. Es, por ejemplo, de lo que nos habla hoy el evangelio. Nos podría parecer dar un salto atrás al volver a escuchar este evangelio de la multiplicación de los panes y los peces, pero que tiene un profundo sentido pascual y nos va a servir de inicio de los textos que en medio de semana iremos escuchando en los próximos días en el evangelio.

Pero nos centramos brevemente en este texto del evangelio. Una multitud hambrienta que sigue a Jesús porque quiere escucharle y escuchándole se les pasan los días, hasta quedarse sin provisiones y es aquí donde tendríamos que fijarnos en el diálogo entre Jesús y los apóstoles a partir de la situación en la que se encuentran. Habrá que despedir a la gente para que se vayan a los cortijos cercanos buscando algo de comer, pero Jesús que les dice que les den ellos de comer. ¿Qué pueden hacer si no tienen provisiones y se necesitaría mucho dinero para comprar pan para tanta gente? Pero ¿dónde podrían hacerlo si están en descampado?

Es entonces cuando aparece un muchacho con cinco panes de cebada y dos peces. ¿Qué es esto para tantos? Era un muchacho pobre, que, sin embargo, todo lo que tenía lo pone a los pies de Jesús. Y decimos que era pobre por la calidad del pan que llevaba, panes de cebada que sólo comían los pobres. Es pobre pero tiene disponibilidad; es pobre pero su pobreza, sus carencias incluso, las pone al servicio de los demás, los pone a los pies de Jesús.

Nos está enseñando Jesús el valor de la disponibilidad; los apóstoles nada tienen pero se preocupan y Jesús les compromete a que busquen la forma de dar de comer a toda esa gente; el muchacho en su pobreza que da cuanto tiene, y cuánto nos recuerda a la viuda del evangelio a la puerta del templo; pero está la colaboración de todos, pues los discípulos han de servir como correa de transmisión de lo que Jesús les vaya trasmitiendo, que se sienten en el suelo en la hierba de aquel sitio, que les repartan los panes y los peces en cuanto sea necesario para que queden hartos, en recoger lo que sobre para que nada se desperdicie.

Está, sí, la Palabra de Jesús, pero está la disponibilidad de cuantos rodean a Jesús y su espíritu de servicio, la generosidad de quien ofrece todo lo que tiene que siempre será como punto de apoyo para la palanca de la generosidad de los demás. ¿No sucedería algo así aquella tarde en aquel descampado?

        Cuanto podemos hacer cuando cada uno está dispuesto a poner su pequeño grano de arena; es la fe que mueve montañas, es el amor que va a hacer saltar tantos cerrojos como le ponemos a la vida y al corazón encerrándonos en nosotros mismos, es la ilusión y la esperanza que se mantiene viva y que nos hará mantenernos en pie cuando las dificultades nos apremien, cuando los problemas de la vida nos cerquen o cuando las oscuridades pretendan hundirnos en desesperanzas. Es todo como una cadena que va moviendo en nuestra vida unas cosas y otras y al final nos vamos a sentir nuevos y vamos a darnos cuenta de cuántas cosas somos capaces de realizar. 

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