sábado, 26 de octubre de 2019

Vivimos con la confianza puesta en el amor de Dios que nos ama y nos llama continuamente a dar una respuesta de amor


Vivimos con la confianza puesta en el amor de Dios que nos ama y nos llama continuamente a dar una respuesta de amor

Romanos 8, 1-11; Sal 23; Lucas 13, 1-9
Alguna vez lo hemos oído o hasta nosotros nos hemos sentido tentados a decirlo. Castigo de Dios; hemos visto que le ha sucedido algo imprevisto y desagradable a alguien de quien no nos agradan algunas cosas o en alguna ocasión hemos quizá recibido algún daño y así se reacciona muchas veces. Pero ¿un cristiano puede reaccionar así? ¿Podemos ver las cosas de esa manera? ¿Estaremos haciéndonos un dios policía que está al tanto de lo que hacemos para castigarnos en todo momento por lo que hagamos mal? Creo que es una cosa en la que tenemos que reflexionar y ser capaces de buscar el odre nuevo para el vino nuevo que nos ofrece Jesús en el evangelio.
Era la reacción que tenían muchos también en los tiempos de Jesús. Vienen a contarle lo que Pilatos a hecho y que consideran sacrílego y Jesús quiere hacerlos reflexionar. ¿Un castigo de Dios a aquellos galileos por algo que quizás habían hecho?
Ya sabemos que los judíos de Judea, el hecho se sitúa en Jerusalén no veían con muy buenos ojos a los judíos de otras regiones; no solo era el odio que tenían hacia los samaritanos con quienes no se llevaban de ninguna manera, sino que a los galileos los consideraban también en un estadio por así decirlo inferior, no en vano se referían a aquella región como la Galilea de los gentiles; por ser zona fronteriza allí se mezclaban los de religión judía con los que no lo eran, los gentiles, y de alguna manera a todos los galileos los consideraban algo así como contaminados.
‘¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo’. Y hace a continuación Jesús referencia a un sucedo que habría sucedido hacía poco tiempo. ‘Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera’. Fijémonos como Jesús siempre hace referencia a la necesaria conversión. Somos pecadores, hacemos el mal muchas veces, y en eso no somos mejores que los demás, pero Dios siempre está esperando nuestra conversión. Podemos decir que no está al acecho a ver cuando damos los traspiés para venir con la mano levantada del castigo.
Por eso a continuación les propone una pequeña parábola. La del hombre que viene año tras año a buscar fruto en su higuera y no lo encuentra; manda al que cuida de la viña que la arranque para que no ocupe terreno en balde, pero el viñador le dice que espere un poco más que va a cuidarla con esmero con la esperanza de que pronto comience a dar fruto. Es la espera de Dios. Es la respuesta de conversión que nosotros hemos de saber dar.
Todos tenemos la experiencia de nuestros errores y pecados, pero también tenemos experiencia – algo que tenemos que reavivar porque parece que algunas veces olvidamos – de la misericordia que Dios tiene con nosotros. Una y otra vez llama a nuestro corazón; cuántas veces escuchamos su palabra que nos invita a la conversión; cuantas veces a pesar de que somos pecadores experimentamos en nosotros el amor de Dios que no nos abandona, que cuida de nosotros, que nos ofrece su gracia.
Cuantas veces nos hemos visto envueltos en caminos oscuros en la vida, en situaciones difíciles, en situaciones que parecía que el mundo se nos venía encima, pero ahí ha estado siempre la gracia de Dios. Pensemos en nuestro momento presente fruto de ese amor de Dios que nos cuida, que nos ama, que nos regala su amor y su gracia. ¿Daremos respuesta radical con nuestra vida algún día?

viernes, 25 de octubre de 2019

Aprendamos a rumiar la vida y tener una mirada de fe de cuanto nos sucede para dejar la huella del sentido cristiano en el mundo que vivimos



Aprendamos a rumiar la vida y tener una mirada de fe de cuanto nos sucede para dejar la huella del sentido cristiano en el mundo que vivimos

Romanos 7,18-25ª; Sal 118; Lucas 12,54-59
Es necesario en la vida tener gran lucidez para ir sabiendo hacer una lectura de la misma vida que vamos viviendo, de los acontecimientos que nos envuelven, tener los ojos abiertos para saber leer e interpretar lo que vemos alrededor y de ahí saber sacar conclusiones que nos ayuden en la vida.
Eso nos dará nuevas perspectivas de la vida misma para tener también una visión de futuro vislumbrando los caminos que se pueden ir abriendo ante nosotros. Eso es salirnos de la superficialidad de simplemente ir viviendo el día a día sin mayores preocupaciones a lo que salga, pero que nos hará perdernos muchas posibilidades para nosotros mismos o para la misma sociedad en la que vivimos; necesitamos darle profundidad a la vida desde esa honda reflexión que nos podamos ir haciendo.
Es lo que tendrán que ir haciendo aquellos líderes de la sociedad que han de preocuparse de abrir caminos, pero también de afrontar los problemas que se pueden ver venir; cuánto nos quejamos cuando los políticos no tienen esa visión de futuro, o tratan de ocultarla desde sus partidistas intereses, y nos llevan por derroteros que nos pueden hundir en profundas crisis.
Pero no solo es el político o el dirigente de la sociedad, sino que todos, cada uno en su parcela, hemos de saber dar esa profundidad haciendo esa necesaria lectura de cuanto nos sucede. Diríamos que eso es un punto importante a nuestro favor en ese camino de madurez que hemos de ir recorriendo y nos viene a indicar la profundidad que le queremos dar a la vida.
Hemos venido hablando todo esto desde ese aspecto humano de la vida, en que cada uno hemos de ir creciendo y madurando más y más pero también hemos de referirlo a todo lo que atañe a nuestra madurez cristiana. Es lo que también llamamos tener la mirada de la fe porque también esos acontecimientos de la vida Dios se nos manifiesta y nos habla; es la lectura que hemos de hacer de cuanto nos rodea desde nuestros valores cristianos, desde todo lo que informa nuestra vida desde la fe. Es la mirada creyente de la vida para saber descubrir a Dios y escucharle como nos habla allá en lo hondo del corazón. Es ese rumiar cuanto nos sucede confrontándolo con lo que nos dice el Evangelio para descubrir lo bueno, pero también para sembrar esa semilla de los valores cristianos en ese mundo en el que vivimos.
Quizás en otros momentos de la historia los creyentes en cada momento nos han dejado su impronta, su espiritualidad expresada quizá en el arte que si ha ido variando su expresión con los tiempos sin embargo en cada momento nos dejaron señales de su fe y espiritualidad en esas distintas expresiones artísticas. No es de menor importancia que en unos momentos nos dejaran un estilo de catedrales determinados según la época pero que expresaban quizá esa manera de entender su relación con Dios y expresaban su propia espiritualidad. Que no solo ha sido a través del arte sino que ha sido toda una cultura, todo un humanismo fundamento de las relaciones entre gentes, pueblos y naciones.
Nosotros, de nuestra época, ¿cuál es la huella que vamos a dejar para el futuro? ¿Un mundo de indiferencia, de atonía religiosa, de pérdida de los valores cristianos quizás? Tendría que hacernos pensar a los cristianos.
Hoy Jesús en el evangelio echa en cara a las gentes de su época que no supieron leer los signos de los tiempos, no supieron muchos leer aquellos acontecimientos de su historia, o de cuanto rodeaba a Jesús y no supieron entonces reconocerle. Como les dice saben más cuando va a llover o hacer calor o viento por las señales de las nubes, y no saben leer lo que está delante de sus ojos para reconocer en verdad quién era Jesús. Lo decía Jesús en general para todos los que le escuchaban, para aquellos dirigentes del pueblo de Israel, e incluso para sus mismos discípulos más cercanos, que ni siquiera en su entrega en la cruz supieron reconocerle, sino más bien se echaron para atrás y se escondieron.
¿Nos estará sucediendo algo así a nosotros? No nos damos cuenta del momento presente y lo importante que dejemos huella de nuestro sentido cristiano en nuestra sociedad. ¿Cuál es la semilla que vamos sembrando hoy en el campo de la vida, en el campo de nuestra sociedad?

jueves, 24 de octubre de 2019

Sintamos el ardor del fuego del Espíritu en nuestro corazón para prender al mundo en los valores del Reino de Dios


Sintamos el ardor del fuego del Espíritu en nuestro corazón para prender al mundo en los valores del Reino de Dios

Romanos 6, 19-23; Sal 1;  Lucas 12, 49-53
Todos conocemos personas inquietas y ardientes que cuando desean algo, se proponen una cosa que para ellos es importante no paran hasta conseguirlo; a todos hablan de sus intereses, buscan lo que sea para conseguirlo, no se detienen ante nada que se les pueda oponer para conseguir sus objetivos. Son como un fuego devorador, como esos incendios que algunas veces hayamos podido contemplar o de los que hemos oído hablar que se vuelven tan voraces que parece que no hay medio humano que los detenga.
Con esta premisa de experiencia humana que podamos tener entenderemos mejor las palabras que le escuchamos hoy a Jesús en el evangelio. Es consciente de su misión, la misión que ha recibido del Padre, anuncia el Reino de Dios y sabe que el Reino sufre violencia, porque no todos los escuchan ni lo aceptan. Conoce la oposición que está encontrando en ciertos sectores de los judíos, sobre todo por parte de sumos sacerdotes, saduceos y fariseos, pero El quiere realizar su obra. Siente arder su corazón, siente la fuerza del Espíritu divino en El y tiene que hacer arder el mundo con un fuego nuevo.
‘He venido a prender fuego en el mundo, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo, ¡y qué angustia hasta que se cumpla!’ Es una auténtica revolución, por decirlo de alguna manera. Es toda una transformación. Por se nos habla de un mundo nuevo, de un hombre nuevo. No son remiendos, como nos dirá en otro lugar. Se necesitan unos odres nuevos, nos dirá también.
Pero esto va a producir inquietud también en los demás. Ya había sido anunciado por el anciano Simeón como un signo de contradicción, ante el que tendrán que decantarse los hombres. Ante Jesús no nos podemos quedar indiferentes, sino que hay que tomar posición. Nos dirá en otra ocasión que el que no recoge con El desparrama, y ‘el que no está conmigo, está contra mí’.
Entendemos lo que sigue diciéndonos Jesús de que en torno a El se creará división. El no quiere la guerra, sino la paz, pero la inquietud que se va a producir en el corazón de quienes lo escuchan y quieren seguirle, van a encontrar oposición que puede aparecer como división. Son las palabras que nos sigue diciendo. ‘¿Pensáis que he venido a traer al mundo paz? No, sino división. En adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; estarán divididos el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra’.
Así ha sido la historia de los que siguen a Jesús a través de los tiempos. Ha sido la historia de la Iglesia. Será también la situación nuestra si en verdad nos decantamos por Jesús, por su mensaje, por el Evangelio, por el Reino de Dios. No vamos a encontrar una vida fácil porque el príncipe del mal estará siempre a la contra y se va a manifestar de muchos modos de oposición que vamos a encontrar e incluso persecución.
No pensemos que seguir a Jesús es vivir una vida cómoda. Pero si será una vida que vivamos con paz en el corazón, porque en El sentiremos siempre la seguridad de la fuerza de su Espíritu como nos ha prometido. Lo que se nos pide es fidelidad. Lo que se nos pide es seguir con todas las consecuencias a Jesús. Lo que se nos pide es que nos dejemos inundar por su Espíritu. Llenémonos de Jesús, conozcamos a Jesús, empapémonos de su evangelio. Que sintamos también el ardor del fuego del Espíritu en nuestro corazón para darlo todo por Jesús y los valores del Reino de Dios.

miércoles, 23 de octubre de 2019

Por una falsa humildad no ocultemos los valores que hay escondidos en nosotros que esa pequeña semilla podrá y tiene que dar hermosos frutos a nuestro mundo



Por una falsa humildad no ocultemos los valores que hay escondidos en nosotros que esa pequeña semilla podrá y tiene que dar hermosos frutos a nuestro mundo

Romanos 6,12-18; Sal 123; Lucas 12,39-48
Nos encontramos de todo. Aquellos que van de sobrados en la vida, que creen que todo se lo merecen, que se ponen siempre en un escalón más alto que los demás, que corren de la manera que sea por alcanzar lugares de relevancia, que todo se lo saben o creen sabérselo y miran con cara compasiva a los demás porque los pobrecitos no pueden llegar hasta donde yo he llegado, que viven de la vanidad y de la apariencia. No es necesario que digamos nada de ellos porque con sus actitudes ya están haciendo su carta de presentación.
Pero nos encontramos también aquellos que siempre se ponen detrás, que piensan que nada valen y se consideran sin valores, que por humildad o por temor se ocultan, no buscan lugares de relumbrón ni quieren opinar dejando que otros tomen la primera palabra aunque allá en el fondo sí tienen su opinión pero piensan que no vale nada en comparación con ellos que siempre van por delante o se ponen por encima.
Es bueno y es bonito encontrarnos con una persona humilde, y esas personas que no buscan vanagloria se hacen verdaderamente agradables para los demás, sin embargo aunque sea con humildad y en nombre de esa humildad precisamente hemos de saber reconocer también nuestros propios valores. No los podemos ocultar. Aunque nos parezcan pequeños tienen su valor y hacen que seamos lo que en verdad somos y que no tenemos que ocultar. Y es que muchas veces en esas personas que se ocultan podemos encontrarnos más valores y de mayor importancia que de en aquellos que van subiéndose a los pedestales.
No podemos ocultar lo que somos, los valores que tenemos. También los hemos recibido de Dios y son los que nos hacen verdaderamente grandes. Y eso que nos parece pequeño tenemos que saber desarrollarlo porque de ahí puede salir algo grande. Una semilla es pequeña y muchas veces nos puede parecer insignificante pero una vez que germina puede salir una hermosa planta que nos regalará hermosos frutos. Pues sepamos hacer germinar esa semilla que hay en nosotros para que regalemos los hermosos frutos de nuestra vida a nuestro mundo.
Esos frutos no son oropeles como los de aquellos que solo buscan la vanidad y la apariencia exterior, sino que son verdaderos tesoros con los que podemos enriquecer nuestro mundo. Y el mundo está necesitando de esos valores, de esa riqueza que nosotros podemos llevar en nuestro interior y que no podemos ocultar. Sería una irresponsabilidad y en lugar de ser un gesto de humildad pudiera convertirse en un callado orgullo que un día puede explosionar, y el orgullo sí que hará daño a nuestro mundo.
El evangelio nos habla hoy de la responsabilidad con que hemos de tomarnos la vida, las misiones que en ella tenemos, lo que podemos hacer por los demás, el servicio que desde cualquiera que sea el lugar que ocupemos nosotros podemos prestar a los demás. Y termina diciéndonos que al que mucho se le dio mucho se le exigirá. Por eso es bueno que nos examinemos muy bien, que nos conozcamos en esos verdaderos valores que como pequeña semilla están en nosotros, pero que tenemos que hacer fructificar.

martes, 22 de octubre de 2019

La vigilancia, como la esperanza y la responsabilidad de la vida no será una actitud pasiva sino que nos exige estar despiertos buscando positivamente lo que dé plenitud a nuestro ser


La vigilancia, como la esperanza y la responsabilidad de la vida no será una actitud pasiva sino que nos exige estar despiertos buscando positivamente lo que dé plenitud a nuestro ser

Romanos 5,12.15b.17-19.20b-21; Sal 39; Lucas 12, 35-38
Nos confían que cuidemos de algo y lo menos que podemos hacer es estar vigilantes, con una vigilancia responsable para cuidar que aquello que nos confiaron no se pierda o no se dañe. Esa vigilancia significa responsabilidad que asumimos, significa atención y cuidado, no desde temores y desconfianzas sino poniendo los medios adecuados, la atención necesaria para poder llevar a cabo la tarea.
Cuando hablamos de esas responsabilidades que asumimos y que nos obliga a estar vigilantes podemos hacer referencias a muchas cosas en la vida; desde la responsabilidad del padre de familia para la atención de los suyos pero también para el cuidado por ejemplo de la casa familiar que ya no es solo tener los medios adecuados, por ejemplo, para que no nos entren a robar, sino que es la responsabilidad de cada día para atender las necesidades de todos, pero también para adelantarnos a poner cuanto esté de nuestra parte para el crecimiento personal, para el desarrollo vital de cada uno de los miembros de la familia.
Así podemos pensar en nuestros trabajos, como cada uno puede pensar en su propia vida que ha de cuidar y ha desarrollar debidamente. No es ya simplemente dejar pasar la vida con lo que pos si mismo vaya sucediendo sino que es el buscar como hacer crecer esa vida, esa persona que somos nosotros, ese desarrollo de valores y cualidades, esa maduración personal que buscará siempre lo mejor para alcanzar unas metas, para darle valor a la vida misma, para todo eso que ayudará desde el desarrollo de mis valores y capacidades también al crecimiento de la misma sociedad en la que vivimos.
La vigilancia, como la esperanza y la responsabilidad de la vida no es una cosa pasiva, no son actitudes pasivas de dejar hacer, dejar que sucedan las cosas, ni tampoco una actitud como de defensa ante temores de lo que inesperadamente pueda suceder, sino que se realiza con actitudes positivas poniendo de todo nosotros mismos ya sea para el desarrollo de nuestra propia vida, o para el desempeño de esas responsabilidades que nos hayan confiado.
No podemos ir de pasivos por la vida, simplemente defendiéndonos de lo que nos puedan dañar. No se trata de guardar el talento enterrado en un hoyo en la tierra para no nos lo roben sino que positivamente es poner a juego esos valores para que crezcan y se desarrollen. Recordaríamos aquí algunas parábolas del evangelio.
 Hoy nos dice Jesús en el evangelio: Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas. Vosotros estad como los que aguardan a que su señor vuelva de la boda, para abrirle apenas venga y llame’. La lámpara encendida, la cintura ceñida no son las posturas del que está durmiendo, sino del que está dispuesto a caminar, a atender y a servir, a cuidar y a trabajar. Es la vigilancia para estar despiertos. Nos habla del amo que llega a la hora que menos lo piensa el que quedó en la casa vigilante y ha de abrir la puerta y tener todo preparado.
Es la vigilancia en la vida atendiendo a nuestras responsabilidades. Es la vigilancia del creyente atento en todo momento para escuchar al Señor, para sentir la presencia del Señor, para realizar la obra del Señor. Es la vigilancia de todo ser humano consciente de la vida que tiene en sus manos que es un regalo del Señor y de la que un día ha de dar cuentas, lo que le obliga a vivir como momento con responsabilidad cultivando su vida y haciendo crecer sus valores que a todos beneficien, a sentir que cuanto hace tiene también una trascendencia que va más allá  de su propio yo y del momento presente. Es la vigilancia del que vive su vida no de una forma superficial sino queriendo darle la mayor profundidad con la que alcanzar un día la plenitud de la vida eterna.


lunes, 21 de octubre de 2019

Nunca el valor del dinero esté por encima de aquellos valores que facilitan la armonía de las relaciones humanas y nos hacen verdaderamente felices


Nunca el valor del dinero esté por encima de aquellos valores que facilitan la armonía de las relaciones humanas y nos hacen verdaderamente felices

Romanos 4,20-25; Sal.: Lc. 1,69-75; Lucas 12,13-21
‘Maestro, dile a mi hermano que reparta conmigo la herencia…’ La historia es antigua y es actual. Era habitual que los que andaban en litigios acudieran a los rabinos para encontrar solución a sus problemas o hicieran de intermediarios y ahora viene uno hasta Jesús con un problema de herencias con un familiar.
Pero siguen sucediendo casos así en todos los tiempos y en nuestra época. ¿Quién no conoce algún caso, o quizás muchos, de discordias familiares a causa de las herencias dejadas por sus padres? Había armonía en la familia hasta que se metió por medio el tema del dinero, de las propiedades o de las herencias. ¿Es posible que estos asuntos tan materiales estén por encima de una armonía familiar hasta el punto que surjan rupturas y desavenencias que llegan en ocasiones hasta el odio entre antes se amaban?
Son las ambiciones que aparecen en el corazón humano por el deseo propiedades o riquezas, la ambición del dinero por decirlo de una manera fácil. Tenemos esa apetencia de la propiedad, esto es mío, esto es para mí, esto no me lo quita nadie, mío, mío, mío… Aunque en nuestra razón a la hora de principios tengamos más o menos claro que no podemos ser ambiciosos ni egoístas sin embargo aparecen en cualquier rincón del corazón esas apetencias y ambiciones que terminan por encerrarnos en nosotros mismos y romper incluso las buenas relaciones que tengamos con los demás.
A la petición que le hace aquel hombre a Jesús éste le responde: ‘Guardaos de toda clase de codicia. Pues, aunque uno ande sobrado, su vida no depende de sus bienes’. ¿De qué depende nuestra vida? ¿Dónde ponemos su fundamento? La gente suele decir que el dinero no da felicidad pero ayuda a conseguirla. ¿Podemos contentarnos con una cosa así? ¿Dónde están las verdaderas relaciones humanas? Si ponemos como una condición que para poder ser felices necesitamos de la ayuda del dinero o de la riqueza, en algo muy pobre estamos poniendo la felicidad y esa felicidad pronto nos daremos cuenta que es caduca y fatua.
Tenemos que buscar unos valores que no tengan el brillo del oropel, que siempre será un brillo externo y superficial. Hemos de buscar valores que le den hondura a nuestra vida y que buscando unas relaciones de verdadera armonía porque seamos incluso capaces de perder para ver felices a los que están a nuestro lado será como sentiremos la hondura de la verdadera felicidad. Pongamos humanidad en nuestra vida, busquemos lo que sea verdaderamente el bien de la persona, sabremos ir viviendo en la armonía del compartir generoso, daremos importancia entonces a lo que es la verdad de la persona y estaremos obteniendo la mayor de las riquezas.
Si la posesión de unos bienes – volviendo de nuevo a lo que le planteaban a Jesús con el tema de las herencias – nos lleva a romper relaciones de amor y de amistad, a vivir con el corazón lleno de amargura y desconfianza y a hacérselo vivir también al otro, ¿merecerá la pena la posesión de esas riquezas? Vivir así rompiendo con todo el mundo, llenos de amarguras y resentimientos, ¿nos dará verdadera felicidad?
Termina Jesús recordándonos de qué nos vale la posesión de todas esas cosas que decimos que nos van a quitar toda preocupación cuando sabemos que un día moriremos y todo se quedará atrás, muchas veces quizá sin haberlas de verdad disfrutado.  ‘Dios le dijo: Necio, esta noche te van a exigir la vida. Lo que has acumulado, ¿de quién será? Así será el que amasa riquezas para sí y no es rico ante Dios’.

domingo, 20 de octubre de 2019

Nos sentimos amados de Dios y nuestra oración será gozarnos en ese amor de Dios sintiéndonos en total comunión de amor con confianza y esperanza




Nos sentimos amados de Dios y nuestra oración será gozarnos en ese amor de Dios sintiéndonos en total comunión de amor con confianza y esperanza

Éxodo 17, 8-13; Sal 120; 2Timoteo 3, 14-4, 2; Lucas 18, 1-8
Desde nuestra experiencia humana cuando tenemos que hacer un trámite, solicitar algo o simplemente pedir desde algo que necesitamos, sobre todo cuando aquel a quien tenemos que acudir lo consideramos o él mismo se considera poderoso estamos esperando su magnanimidad para ver si nos otorga o no aquello que estamos pidiendo o solicitando; desde esos servilismos que nos creamos en la vida andamos como temerosos de que no nos quieran atender y parecería que siempre le estamos debiendo un favor que nunca acabamos de pagar.
Según la gravedad del problema o la necesidad que tengamos insistiremos humildemente pero no las tenemos todas con nosotros hasta que nos dé una respuesta. Así vivimos muchas veces nuestras relaciones humanas que casi se vuelven inhumanas porque falta una confianza por un lado y una amplia generosidad por el otro, o al menos desconfiamos de que puedan ser generosos con nosotros. Luego quizás nos volvemos obsequiosos o antes quizá tratamos de ganarnos ese favor quizá con medios humillantes.
Me ha surgido esta reflexión que nos pudiera reflejar situaciones que podemos vivir en paralelismo a la pequeña parábola que nos propone Jesús en el Evangelio. Habla de la viuda que pide justicia a un juez que no le hace caso, pero que ante la insistencia de aquella pobre mujer al final la atiende aunque solo fuera por quitársela de encima; en este caso es el que se cree con poder que no atiende, mientras en lo que antes reflexionábamos se trata de quien se siente necesitado y no se siente con confianza de que pueda ser escuchado.
Ya el evangelista nos comenta que Jesús lo que quiere señalarnos es la insistencia y perseverancia con que hemos de orar. No dice cómo es que un padre no va a escuchar y atender la súplica de sus hijos.
Pero es que aquí nos surge un pensamiento que se nos puede atravesar cuando acudimos a Dios en nuestra oración, que Dios no nos escucha ni atiende en nuestras necesidades. Nos parece, y así nos sentimos tantas veces, que Dios no nos escucha. Pero ¿no será que ya nosotros de antemano vamos con poca confianza, con poca fe, a nuestra oración? Cierto es que muchas veces en nuestra oración acudimos a Dios como a un curandero taumatúrgico que nos remedie en nuestras necesidades y a eso y solo eso reducimos nuestra oración. Porque también es cierto que muchas veces somos nosotros muy mezquinos o muy interesados en nuestras oraciones.
Pero ¿qué es o qué tendría que ser nuestra oración? Tendríamos que reconocer que si el Dios en quien creemos es un Padre que nos ama, nuestra relación con Dios tendría que ser otra cosa, tendríamos que darle otro sentido. Y aquí es donde tenemos que poner en juego toda nuestra fe y toda nuestra esperanza. Nos sentimos amados de Dios a quien nosotros queremos amar sobre todas las cosas, como decimos en el catecismo, pues entonces nuestra oración tendría que ser un gozarnos en ese amor de Dios sintiéndonos en verdadera comunión con El. Casi tendrían que sobrar palabras simplemente para vivir una presencia gozosa de Dios, para sentirnos en Dios, para gozar de Dios y de su amor.
Quienes se aman profunda e íntimamente sienten el gozo de amarse, sienten la confianza que nos da el amor, se sienten mutuamente inundados por ese amor que les hace sentirse uno, y con esa certeza del amor tienen la esperanza gozosa de que ese amor nunca fallará, nunca se va a acabar. En esa confianza de amor y en esa esperanza llena de gozo sentirán la seguridad de un amor que se hace eterno. En esa comunión de amor no caben los temores ni las desconfianzas, no tienen sentido que andemos como chantajeándonos ofreciendo cosas y promesas de futuro ni con servilismos, no nos sentiremos humillados en nuestras necesidades porque tenemos la certeza de que en ese amor siempre obtendremos lo mejor.
Tenemos que llegar a la profundidad de ese amor, que es la profundidad de la fe y de la esperanza que va a animar siempre nuestra vida. Si hubiera desconfianza, si no tuviéramos una esperanza cierta algo nos está fallando en nuestra fe, algo nos está fallando en nuestro amor. Pero somos débiles y se nos puede debilitar nuestra fe que ya no nos hará saborear lo que es ese amor de Dios; por eso hoy Jesús quiere insistirnos en que seamos perseverantes en nuestra oración, en nuestra búsqueda de Dios, en recorrer ese camino que nos lleve a ese más tan intimo y profundo.
No nos podemos cansar, no podemos bajar los brazos, como veíamos en el Éxodo a Moisés orante por su pueblo que lucha para obtener la victoria; tenemos que insistir aunque algunas veces nos puedan aparecer las sombras de las dudas o de los silencios, que no son silencios de Dios, sino más bien sorderas de nuestra vida que no llegamos a captar toda la sintonía de Dios para descubrir su amor y para vivir lo que tiene que ser nuestro amor.