domingo, 20 de octubre de 2019

Nos sentimos amados de Dios y nuestra oración será gozarnos en ese amor de Dios sintiéndonos en total comunión de amor con confianza y esperanza




Nos sentimos amados de Dios y nuestra oración será gozarnos en ese amor de Dios sintiéndonos en total comunión de amor con confianza y esperanza

Éxodo 17, 8-13; Sal 120; 2Timoteo 3, 14-4, 2; Lucas 18, 1-8
Desde nuestra experiencia humana cuando tenemos que hacer un trámite, solicitar algo o simplemente pedir desde algo que necesitamos, sobre todo cuando aquel a quien tenemos que acudir lo consideramos o él mismo se considera poderoso estamos esperando su magnanimidad para ver si nos otorga o no aquello que estamos pidiendo o solicitando; desde esos servilismos que nos creamos en la vida andamos como temerosos de que no nos quieran atender y parecería que siempre le estamos debiendo un favor que nunca acabamos de pagar.
Según la gravedad del problema o la necesidad que tengamos insistiremos humildemente pero no las tenemos todas con nosotros hasta que nos dé una respuesta. Así vivimos muchas veces nuestras relaciones humanas que casi se vuelven inhumanas porque falta una confianza por un lado y una amplia generosidad por el otro, o al menos desconfiamos de que puedan ser generosos con nosotros. Luego quizás nos volvemos obsequiosos o antes quizá tratamos de ganarnos ese favor quizá con medios humillantes.
Me ha surgido esta reflexión que nos pudiera reflejar situaciones que podemos vivir en paralelismo a la pequeña parábola que nos propone Jesús en el Evangelio. Habla de la viuda que pide justicia a un juez que no le hace caso, pero que ante la insistencia de aquella pobre mujer al final la atiende aunque solo fuera por quitársela de encima; en este caso es el que se cree con poder que no atiende, mientras en lo que antes reflexionábamos se trata de quien se siente necesitado y no se siente con confianza de que pueda ser escuchado.
Ya el evangelista nos comenta que Jesús lo que quiere señalarnos es la insistencia y perseverancia con que hemos de orar. No dice cómo es que un padre no va a escuchar y atender la súplica de sus hijos.
Pero es que aquí nos surge un pensamiento que se nos puede atravesar cuando acudimos a Dios en nuestra oración, que Dios no nos escucha ni atiende en nuestras necesidades. Nos parece, y así nos sentimos tantas veces, que Dios no nos escucha. Pero ¿no será que ya nosotros de antemano vamos con poca confianza, con poca fe, a nuestra oración? Cierto es que muchas veces en nuestra oración acudimos a Dios como a un curandero taumatúrgico que nos remedie en nuestras necesidades y a eso y solo eso reducimos nuestra oración. Porque también es cierto que muchas veces somos nosotros muy mezquinos o muy interesados en nuestras oraciones.
Pero ¿qué es o qué tendría que ser nuestra oración? Tendríamos que reconocer que si el Dios en quien creemos es un Padre que nos ama, nuestra relación con Dios tendría que ser otra cosa, tendríamos que darle otro sentido. Y aquí es donde tenemos que poner en juego toda nuestra fe y toda nuestra esperanza. Nos sentimos amados de Dios a quien nosotros queremos amar sobre todas las cosas, como decimos en el catecismo, pues entonces nuestra oración tendría que ser un gozarnos en ese amor de Dios sintiéndonos en verdadera comunión con El. Casi tendrían que sobrar palabras simplemente para vivir una presencia gozosa de Dios, para sentirnos en Dios, para gozar de Dios y de su amor.
Quienes se aman profunda e íntimamente sienten el gozo de amarse, sienten la confianza que nos da el amor, se sienten mutuamente inundados por ese amor que les hace sentirse uno, y con esa certeza del amor tienen la esperanza gozosa de que ese amor nunca fallará, nunca se va a acabar. En esa confianza de amor y en esa esperanza llena de gozo sentirán la seguridad de un amor que se hace eterno. En esa comunión de amor no caben los temores ni las desconfianzas, no tienen sentido que andemos como chantajeándonos ofreciendo cosas y promesas de futuro ni con servilismos, no nos sentiremos humillados en nuestras necesidades porque tenemos la certeza de que en ese amor siempre obtendremos lo mejor.
Tenemos que llegar a la profundidad de ese amor, que es la profundidad de la fe y de la esperanza que va a animar siempre nuestra vida. Si hubiera desconfianza, si no tuviéramos una esperanza cierta algo nos está fallando en nuestra fe, algo nos está fallando en nuestro amor. Pero somos débiles y se nos puede debilitar nuestra fe que ya no nos hará saborear lo que es ese amor de Dios; por eso hoy Jesús quiere insistirnos en que seamos perseverantes en nuestra oración, en nuestra búsqueda de Dios, en recorrer ese camino que nos lleve a ese más tan intimo y profundo.
No nos podemos cansar, no podemos bajar los brazos, como veíamos en el Éxodo a Moisés orante por su pueblo que lucha para obtener la victoria; tenemos que insistir aunque algunas veces nos puedan aparecer las sombras de las dudas o de los silencios, que no son silencios de Dios, sino más bien sorderas de nuestra vida que no llegamos a captar toda la sintonía de Dios para descubrir su amor y para vivir lo que tiene que ser nuestro amor.

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